Por Gabriel A.
Uriarte
Desde Washington D.C.
El uso de bombarderos B-52 esta
semana contra las posiciones de primera línea de los talibanes
fue interpretado por muchos analistas como una señal de que Estados
Unidos se puso serio en su ofensiva contra Osama bin Laden.
Nadie recaló en la pregunta obvia de por qué no había
hecho esto desde el comienzo de su ofensiva el 7 de octubre, hace 7 semanas.
No había ninguna restricción técnica ni escasez de
fuerzas que la impidiera. Las limitaciones fueron una decisión
consciente del liderazgo en Washington, como lo será el grado en
que se intensificarán ahora los ataques. La única forma
de predecir los próximos pasos es analizar exactamente quiénes
son los que dirigen esta ofensiva. El primer paso es dejar de hablar del
gobierno norteamericano y su ofensiva en singular. Mucho más que
en conflictos anteriores, dentro de ese gobierno hay varios gobiernos
que están impulsando varias ofensivas.
1 El americano impasible: General Thomas R. Franks
El general Franks, jefe del Comando Central, es una de las figuras más
influyentes y menos atendidas en la ofensiva. Estados Unidos no cuenta
con un estado mayor propiamente dicho. El Estado Mayor Conjunto, como
su nombre lo indica, es una asamblea colegiada de las distintas armas,
y su enfoque es administrativo. No prepara doctrina ni dicta planes. La
doctrina, según Andrew Krepinevich, es lo que sea que piense
el 51 por ciento de las Fuerzas Armadas. Debe ser populista: nunca
puede favorecer excesivamente a un sub-grupo dentro de la familia militar.
La doctrina Powell, el uso de fuerzas abrumadoras antes de
emprender cualquier guerra, es perfecto para este esquema porque implica
que todos participan y todos tienen premios, sin ningún peligro
de que un arma se revele obsoleta, con la pérdida de puestos para
oficiales de rango medio y alto en crónica sobreoferta.
¿Pero qué pasa si esto es sencillamente inviable, como en
Afganistán? Aquí es donde personajes antes imperceptibles
como Franks adquieren importancia histórica. Tommy Franks es descripto
por todos como un general modesto, y algunos dicen que tiene muchos motivos
para serlo. Luego de abandonar sus estudios universitarios entró
al Ejército durante la guerra de Vietnam, parte del enorme influjo
de oficiales de bajo rango que requirió el despliegue en el Sudeste
Asiático. No se sabe mucho sobre su servicio allí y (como
con gran parte de su carrera) no es claro si hay mucho para saber. Avanzó
por estricto orden de antigüedad en el arma de artillería.
En el Golfo comandó una unidad de la Primera División de
Caballería, nuevamente sin hechos destacados. No ser brillante
es apreciado en las Fuerzas Armadas. Es por eso que los partidarios de
Frank lo definen como un soldado para los soldados, palabra
código para describir a alguien, por lo menos, anti-intelectual.
Desesperados por conseguir alguna marca distintiva, Newsweek y el New
York Times citaron como ejemplo de su ingenio filoso, el siguiente
chiste: O voy a cortarme las venas o voy a ir a jugar bolos.
Franks es el clásico hombre de la organización,
e insiste en replicar al máximo la Guerra del Golfo en Afganistán.
Su primer plan preveía usar todos los ataques contra los sistemas
de defensa aérea en Afganistán; la alternativa, la que fue
adoptada, era que solo la mayoría de los ataques fueran de este
tipo. El escaso sistema de defensa aéreo afgano fue destruido en
los primeros días de bombardeo. Pero eso no impidió que
Franks los siguiera atacando, lo que explica por qué muchos videos
muestran impactos contra edificios vacíos. Cuando podía
matar al líder talibán Mohammad Omar en uno de sus residencias
en Kandahar, insistió en consultar a sus expertos legales para
decidir si estaba permitido. Paracuando se decidió que así
era, Omar se había ido, y sólo se destruyó otro edificio
vacío. Cuenta con el apoyo de la Fuerza Aérea, que desde
la Guerra del Golfo está dominada por una mafia estratégica
que resiste usar sus aviones en apoyo a tropas de tierra y prefiere atacar
los centros de mando y comunicaciones. Así, no se enviaron
enlaces para coordinar los pocos ataques contra las líneas del
frente y fue recién esta semana que Franks visitó a los
líderes de la Alianza del Norte, la imperfecta pero única
fuerza de tierra de la que dispone Estados Unidos.
Al mismo tiempo, Franks comparte la hostilidad de sus colegas hacia las
Fuerzas Especiales y éstas han actuado mucho menos de lo que se
esperaba. Solo hubo una incursión, que, al ser planeada en base
a inteligencia aportada por la pro-talibana inteligencia paquistaní,
tomó por asaltó un aeródromo vacío. Franks
produjo la primera instancia real de una guerra mediática: muchos
de sus objetivos son de utilería, como las viejas fachadas del
Salvaje Oeste en los estudios de Hollywood.
2 Los embajadores: Colin Powell y Richard Haas
Todo esto es perfecto para las prioridades del Departamento de Estado.
Los escasos resultados de la campaña militar hasta ahora le permiten
argumentar que no habrá resultados hasta que se negocie un gobierno
posttalibán en Afganistán, lo que implica embarcarse en
una búsqueda quimérica de talibanes moderados
que entren en algún esquema de poder compartido como el no muy
exitoso esquema usado en Bosnia. Colin Powell está impulsando el
mismo tipo de políticas de sanciones y presión diplomática
que impulsó como jefe del Estado Mayor Conjunto durante la Guerra
del Golfo, que llevaron al entonces secretario de Defensa Dick Cheney
a advertirle que estaba excediendo por mucho su jurisdicción. Su
principal asesor, y ahora enviado especial a la región, Richard
Haas, solo implementa las políticas pro-árabes y pro-compañías
petroleras que defendió en el Instituto Brookings, financiado precisamente
por las petroleras que operaban en países árabes. Tanto
Powell como Haas saben que el Departamento de Estado sólo podría
perder si se lanza una ofensiva real contra los talibanes, ya que el único
rol que les quedaría sería negociar en la retaguardia de
Donald Rumsfeld y del Departamento de Defensa. Una prueba notable de la
hostilidad entre ambas instituciones es que Rumsfeld ha debido actuar
como su propio Secretario de Estado, negociando directamente con Rusia
y las repúblicas de Asia Central los apoyos concreto para la ofensiva
militar.
3 Estrellas solitarias: Donald Rumsfeld y el general Richard Myers.
Antes de la ofensiva, Rumsfeld estaba siendo tildado por muchos militares
y analistas dentro y fuera del Pentágono como el peor Secretario
de Defensa en décadas. Era detestado por impulsar lo mismo
que Franks resiste: la reforma de las Fuerzas Armadas. La abolición
del superportaaviones lo enfrentó con el Congreso, su escepticismo
hacia el muy caro cazabombardero F-22 con gran parte del complejo
militarindustrial, y sus planes para fuerzas rápidas con
un Ejército que sigue estructurado para un choque acorazado en
Corea o Kuwait. Luego del 7 de octubre fue la primera y hasta ahora la
única voz dentro la administración Bush en explicar la guerra
contra el terrorismo a la opinión pública. Pero eso no aumentó
mucho su influencia. Al contrario, pudo haberla disminuido. Rumsfeld nunca
fue un favorito de la dinastía Bush. Competía abiertamente
con Bush padre (entonces director de la CIA) dentro de la administración
de Gerald Ford, cuando ambos, según el periodista David Halberstam,
eran jóvenes ascendentes con ambiciones presidenciales.
Ahora, tiene muchos problemas en lograr que Bush hijo lo apoye para ordenar
a Franks que intensifique la ofensiva. Uno de sus asesores graficó
que está rebotando entre dos paredes. El apoyo del
Jefe del Estado Mayor Conjunto, Richard Myers, es útil pero no
decisivo. Myers pertenece al subgrupo más interesante dentro del
generalato norteamericano: los que lideran comandos secundarios. Siempre
proponen las ideas más originales y apoyan todo proyecto de reforma
que pueda redundar en aumentos presupuestarios: el Comando Sur de Peter
Pace con las Fuerzas Especiales y operaciones contrainsurgentes en Colombia,
por ejemplo, el NORAD de Ralph Eberhardt con la defensa contra nuevos
jets kamikazes como los del 11 de septiembre, y el Comando del Espacio
que dirigía Richard Myers con los proyectos de guerra espacial
de Rumsfeld. Pero la actual posición de Myers no conlleva mucho
poder real sin el apoyo presidencial.
4 El hombre invisible.
En estos momentos no sería exagerado decir que la autoridad
presidencial no existe. Al menos, nadie parece querer ejercerla. El vicepresidente
Dick Cheney, el monje negro de la administración, parece haber
estado más ocupado con el plan de estímulo económico
(que contiene una cantidad sospechosa de enormes recortes impositivos
para empresas de energía en Texas). La Asesora de Seguridad Nacional
Condoleeza Rice, cuya distinción como rectora de Stanford fue reducir
el número de profesores y cuyo único escrito conocido aparte
de un libro co-escrito sobre el Ejército checoslovaco del Pacto
de Varsovia. alcanza la proeza de describir al marxismo como una
ideología holística, resulta, en las palabras de un
funcionario, completamente incapaz de lidiar con lo que está
pasando. Bush, por su parte, pide a los niños norteamericanos
que envíen cartas con monedas de diez centavos para los niños
de Afganistán y presenta planes para que los veteranos cuenten
sus experiencias en las escuelas. Su única intervención
notable hasta ahora fue para rechazar el plan del Departamento de Estado
para cesar los ataques durante el mes sagrado de Ramadán.
El problema de Bush es que pertenece a un Partido Republicano que denunció
por años que el mayor crimen de los demócratas en Vietnam
fue impedir que los generales libraran la guerra como ellos querían.
Bush es verdaderamente conservador, pero está embarcado en una
guerra revolucionaria dentro de Estados Unidos, que alterará para
siempre el equilibrio anterior entre las instituciones. Pero ahora, tan
solo conservar su popularidad requiere ampliar el campo de batalla en
Afganistán. El primer paso fue el despliegue más bien simbólico
de B-52. Pero no será el último.
LA
OPOSICION ESTUVO AYER Y PUEDE ESTAR HOY UN POCO MAS FUERTE
Avanzando tras una cortina de fuego
Algo parece moverse en el norte
de Afganistán. Al menos de eso dan cuenta las diversas y contradictorias
versiones que tanto el Pentágono como los talibanes y la Alianza
del Norte hicieron circular ayer. De lo que no cabe duda es que el distrito
Aq Kupruk, a 70 kilómetros de Mazar i Sharif- estuvo ayer y puede
que siga estando hoy en manos de la Alianza del Norte, lo que representaría
un avance hacia la tercera ciudad afgana cuya conquista es clave para
el arribo a la capital Kabul. Porque la Alianza del Norte informó
de la toma de la localidad en la mañana y luego los talibanes dijeron
haberla reconquistado, lo que confirma por ambas partes que Aq Kupruk
por lo menos estuvo en manos de la oposición. El avance de las
fuerzas de la Alianza antitalibana se explicaría por la intensificación
de los ataques estadounidenses en las líneas del frente de los
talibanes: éstos fueron particularmente fuertes a 50 kilómetros
al norte de Kabul, en los alrededores de Mazar i Sharif, y cerca de las
localidades de Taloqan y Konduz. Asimismo, la visita que el secretario
de Defensa norteamericano, Donald Rumsfeld, comenzó en Rusia consiguió
que la república de Tayikistán abriera su espacio aéreo
para realizar ataques estadounidenses sobre Afganistán. Esta decisión
es muy importante para la supresión de los talibanes en Afganistán,
declaró Rumsfeld, mientras aliancistas y talibanes se abandonaban
a una guerra de propaganda: los primeros dijeron haber matado a unos 80
enemigos, los segundos a unos 50 norteamericanos.
En
Afganistán están hartos de los
talibanes, y hay arrestos masivos
Por Eduardo Febbro
Desde
Peshawar
Lo primero que hizo Michel
Peyrad cuando llegó al hotel fue pedir si alguien tenía
una botella de vino. El periodista francés del semanario Paris
Match detenido el 9 de octubre pasado tras ingresar a Afganistán
disfrazado con una burga, la prenda tradicional que cubre el rostro, fue
liberado ayer al cabo de arduas negociaciones. Acusado de espionaje y
en espera de ser juzgado por una corte islámica, Peyrard recuperó
la libertad tras 26 días de detención. Peyrad fue entregado
al embajador de Francia en la frontera paquistaní, en la ciudad
de Torkham. Los dos periodistas paquistaníes junto a los que fue
arrestado, Irfan reshi y Mukkaram Khan, debían ser liberados al
mismo tiempo que él pero los talibanes cambiaron de opinión
a último momento y anunciaron que recién serían puestos
en libertad este domingo. Peyrard es el tercer periodista arrestado en
Afganistán. La británica Yvonne Ridley y el francés
Aziz Zamourri corrieron la misma suerte. Ambos fueron liberados luego
de ser igualmente acusados de espionaje. El relato que hace Peyrard de
esos días de arresto en esta entrevista de Página/12 es
el primer testimonio directo realizado por un periodista occidental sobre
la situación dentro de Afganistán y bajo prisión
de los talibanes.
¿Cómo fueron las condiciones de tu detención?
La pude administrar bien. No me torturaron y me dieron de comer
correctamente. Ayer a la mañana vinieron y me dijeron: Hoy
vuelve a su casa. Estuve arrestado en un dentro de detención
y según me contaron otros prisioneros hay seis centros así
en Jalalabad. En los últimos días los presos políticos
aumentaron considerablemente. Todo indica que los talibanes organizan
arrestos masivos de opositores. Antes de ayer, el centro de detención
donde yo estaba fue transferido a otro de gran capacidad. Por ejemplo,
la cárcel de Jalalabad está llena. Antes del 11 de setiembre
había unos 150 prisioneros, hoy hay más de 400. Para mi
fue muy interesante porque yo estaba con otros detenidos políticos
y pude trabajar un poco haciendo varias entrevistas. Se trata de gente
que se unió a los talibanes entre 1987 y 1991 y que hoy está
más o menos acusada de complotar contra el sistema talibán.
Todos fueron detenidos. Los talibanes arrestan a los comandantes para
interrogarlos sistemáticamente. Para mí, el primer día
fue un poco difícil. Nos transfirieron al centro de los servicios
secretos y fue allí donde se les ocurrió la mala idea de
organizar un paseo por la ciudad. Cuando salimos, algunos árabes,
es decir los hombres que vinieron a Afganistán a hacer la guerra
santa contra los soviéticos, se pusieron un poco nerviosos y hubo
piedras y culatazos. Pero los talibanes intervinieron para protegernos.
A mi me sorprendió mucho porque la mayoría de la población
no se metió, no dijo nada. Eso es un signo del grado de confianza
que la gente le tiene a los talibanes. Creo que la gente está harta
de ellos. Yo me quejaba constantemente de por no poder trabajar. A partir
del momento en que mi calidad de periodista fue reconocida empecé
a exigir que me dejaran trabajar. También pedí que me llevaran
a Kabul pero no aceptaron. A cambio de eso me autorizaron a dar una vuelta
por el bazar de la ciudad acompañado por guardaespaldas. La población
nunca me atacó. En realidad, lo que preocupaba muchísimo
a los talibanes eran los mujaidines árabes que estaban en la ciudad
y que, según ellos, son incontrolables.
¿Tuviste miedo de que utilizaran como escudo humano?
Al segundo día de mi arresto me prometieron que me iban a
utilizar como escudo humano y me amenazaron con llevarme al aeropuerto.
Honestamente, nunca les creí. Desde fuera de Afganistán
se tiene la impresión de que los talibanes siguen siendo un régimen
fuerte, que su base no tambaleó realmente.
Los talibanes no son un régimen. Como es sabido, ellos ejercen
el poder a partir de una interpretación muy estricta del Islam.
Se trata de un terrible aparato de represión al que pude medir
muy bien. No creo que el movimiento talibán esté muy organizado.
Sin embargo, su instrumento de represión, así como el ministerio
de vicios y virtudes son dos organizaciones muy bien estructuradas. Esos
comandantes son muy inteligentes, muy vivos, con contactos a todos los
niveles, y reciben información de muchos sectores distintos. Todo
cuanto puede ofrecer una alternativa a su poder fue arrestado. Eso me
sorprendió siempre mucho. Tal vez esto explique lo que le ocurrió
a Abdul Haq, el afgano héroe de la guerra contra los soviéticos
que entró clandestinamente a Afganistán para fomentar una
revuelta desde el interior y que fue capturado y ejecutado. Según
los comandantes que estaban presos conmigo, Abdul Haq no encontró
el eco que esperaba en Afganistán.
¿Cómo reaccionaron los talibanes cuando empezaron
las represalias?
El primer día de los bombardeos los talibanes estaban muy
preocupados. En su conjunto, la población estaba muy nerviosa.
Por ejemplo, el 9 y el 10 de octubre la ciudad de Jalalabad estaba prácticamente
vacía. Hoy la gente ya volvió a sus hogares. El jueves pasado
pude dar una vuelta por la ciudad durante algunas horas y pude constatar
que el bazar funcionaba normalmente. Durante los 10 primeros días
hubo bombardeos sistemáticos contra los cuarteles, el aeropuerto,
los radares, las repetidoras de la televisión y algunos campos
de entrenamiento de los mujaidines. Pero según los talibanes, los
campos estaban vacíos desde hacía rato. Debo decir que durante
estos últimos días los talibanes no estaban tan nerviosos
como al principio. Tal vez sea porque los bombardeos disminuyeron de intensidad
pero los encontré mucho más serenos. Yo diría que
los talibanes están hoy realmente más tranquilos. En realidad,
se esperaban un diluvio de bombas, algo comparable al bombardeo que hicieron
los soviéticos.
Recién hiciste referencia a la presencia de muchos árabes
en la ciudad. ¿Acaso eso quiere decir que la red de Bin Laden está
realmente activa?
Si, absolutamente. Los árabes tienen la posibilidad de llevar
a cabo acciones y los talibanes tienen miedo. Esos grupos que llegaron
a Afganistán hace unos 10 anos gozan de una autonomía total.
Durante tus entrevistas con la policía talibán, ¿en
algún momento sentiste que podía haber una fisura en el
sistema de poder?
Puede ser que haya fisuras, pero el problema principal radica en
que no hay comandantes opositores libres dentro de Afganistán.
Prácticamente todos fueron arrestados.
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