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EL SANDINISMO PUEDE RECUPERAR POR LAS
URNAS LO QUE UNA VEZ TUVO POR LAS ARMAS
Volver al futuro en Nicaragua

Otra vez el sandinismo en primer plano en Nicaragua. Otra vez, la hostilidad abierta de Estados Unidos. Pero esta vez, 11 años después de perder el poder, Daniel Ortega, el jefe de la revolución sandinista que acabó con la tiranía de Anastasio Somoza, parece al borde de volver al poder por la vía de las urnas. En estas páginas, lo que pasó entretanto, y tres enfoques contrastantes.

Después de más de una década fuera del poder, los sandinistas pueden ganar hoy las elecciones en Nicaragua. O no. Pero, en cualquier caso, la noticia es que están más cerca que nunca de volver, desde su histórica derrota en las urnas en 1990. Hasta ayer, las consultoras vaticinaban un empate técnico o un pequeño margen entre el histórico Comandante Daniel Ortega y el anciano liberal Enrique Bolaños. Si la incógnita se resuelve a favor de los sandinistas, volverían a gobernar el país después de una década en la que en Nicaragua pasó de todo: una transición de un modelo de inspiración socialista al capitalismo neoliberal –y una parte de ese proceso respaldado por el ejército del Frente Sandinista de Liberación Nacional–, la convivencia de un surtido de grupos armados que siguieron reclamando tierras, un escándalo de corrupción tras otro y una zigzagueante política del FSLN como oposición que osciló entre el enfrentamiento al gobierno de turno y una seguidilla de pactos políticos que, en muchos de los casos, promovieron distanciamientos dentro del mismo partido y de sus propias bases. Estados Unidos muestra signos de su preocupación y apuntalar su intervención a favor de la oposición.
Desde los meses previos y en los posteriores a la derrota sandinista en las elecciones de febrero de 1990 a manos de Violeta Chamorro, las elites sandinistas y contrarrevolucionarias llevaron a cabo las negociaciones que concluyeron con la firma de lo que se llamó el Protocolo de Transición al Poder Ejecutivo que instituía varias cosas: el respeto a la Constitución vigente, a las instituciones y conquistas sociales del sandinismo y el desarme de la “contra”. En ese mismo interregno, hubo una publicitada repartija de propiedades entre algunos miembros de la elite del FSLN que la prensa popularizó como la “piñata sandinista”; a continuación, la corrupción en los procesos de privatización durante el gobierno de Chamorro dio lugar a la “piñata de los Lacayos”, en referencia al entonces ministro de la Presidencia y yerno de Violeta Chamorro, Antonio Lacayo.
Violeta Chamorro accedió al poder apoyada por la Unión Nicaragüense Opositora (UNO), la heterogénea coalición de 14 partidos que abarcaba desde la extrema derecha a la izquierda y que, a principios de 1993, pasó a confrontarla abiertamente acusándola de practicar un cogobierno con los sandinistas. Por entonces, fue el vicepresidente de Chamorro, Virgilio Godoy, quien encabezaba los pedidos de renuncia de Ortega y Lacayo hasta que él mismo renunció; en marzo de 1993, la derechista Brigada Patriótica Nicaragüense tomó la embajada de Nicaragua en Costa Rica haciendo los mismos reclamos. Este complicado escenario tenía sus razones en la paradójica situación nicaragüense posterior a la derrota del sandinismo: no contar con un ejército que no fuera el del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Desde entonces, la convivencia entre el sandinismo y el gobierno de Chamorro tomaría diferentes vías que, incluso, delinearían las internas del FSLN y una creciente oposición de los sectores de derecha que compusieron la multipartidaria UNO hasta que se quebró, en 1993.

Nos habíamos amado tanto

Al interior del sandinismo, la transición dividió aguas: por un lado, estuvieron quienes colaboraron activamente con el gobierno, sea desde el ámbito parlamentario o en los cuerpos armados o administrativos; los casos paradigmáticos fueron Humberto Ortega –Comandante en jefe del Ejército Popular Sandinista y hermano de Daniel Ortega– y Sergio Ramírez -portavoz de la bancada del FSLN–, quien, además, fuera vicepresidente de Ortega y en 1994, fundador del “reformista” Movimiento de Renovación Sandinista (MRS). Humberto Ortega había explicado su participación a partir de la situación nacional: “una contra armada, una derecha embriagada por el triunfo electoral y un sandinismo aturdido”, a lo quehabría que agregar lo que representó su propio papel: la continuidad del ejército sandinista pese al cambio electoral, una fuerza que debió reprimir en varias ocasiones a los ex sandinistas que se rebelaron en los ‘90, tal como pasó con el Frente Revolucionario Obrero y Campesino (FROC) que tomó en 1993 la ciudad de Estelí.
Por otro lado, se alineó la jerarquía partidaria del FSLN, bajo sus máximos exponentes históricos Daniel Ortega y Tomás Borge (ministro del Interior durante la revolución y actual vicepresidente del FSLN), que mantuvieron una actitud que osciló entre el acoso político al gobierno y la mediación en momentos de protestas generalizadas para llegar a diversos pactos que garantizaron la estabilidad del país. Pero fue el conflicto por la propiedad, en un momento donde el 40 por ciento de las tierras estaba en litigio, el problema central del gobierno de Chamorro, quien prometió entregar tierras a los ex combatientes de la contra (la oposición paramilitar al sandinismo en los ‘80 financiada por la CIA) y a los combatientes del Ejército Popular Sandinista que fueron desmovilizados por una drástica reducción del presupuesto militar. La distribución se cumplió parcialmente y dio lugar a varios grupos, de distintos orígenes políticos, que seguían armados reclamando tierras, equipamiento y apoyo crediticio: los ex contras reagrupados como “recontras”; los ex sandinistas que se convirtieron en los “recompas” y las bandas “mixtas”, a las que se llamó los “revueltos”. A la vez, el gobierno de Chamorro inició un período de políticas neoliberales que desmantelaron el aparato social (educación, salud, asistencia) del sandinismo y que marcarían la impronta de los ‘90.

Cómo ser oposición

Con la personalista consigna de “el cambio viene, Alemán te conviene” y con la promesa de “un cambio sin violencia”, en las elecciones de 1996, este empresario cafetalero, presidente del Partido Liberal Constitucionalista, desplazó al entonces también prometedor candidato Daniel Ortega. El plan de Alemán –al que llaman popularmente “Gordoman” por su robusta figura– era convertir a Nicaragua en “el granero de Centroamérica”, pero los escándalos de corrupción lo envolvieron rápidamente a él y a todos sus parientes instalados en los puestos claves del gobierno y que, ahora, son nuevamente candidatos. Alemán habilitó la restauración política-económica de los grupos conservadores ligados a los intereses norteamericanos, revirtiendo la reforma agraria y urbana en casi un 50 por ciento: compró a muy bajos precios enormes extensiones de tierras pertenecientes a cooperativas asfixiadas financieramente por lo que se ganó el apodo de “presidente geófago”. Pese a esto, Alemán se aseguró una cierta estabilidad pactando con la dirigencia del FSLN: el trueque fue una mayor representatividad de los sandinistas en el Consejo Supremo electoral, la Corte Suprema de Justicia y la contraloría a cambio de una baja tensión de las protestas sociales, más una yapa: se estableció que el presidente Alemán ocuparía una banca de diputado durante el subsiguiente período presidencial. Uno de los principales promotores de la investigación por la corrupción de su administración fue el ex contralor Agustín Jarquín, actual candidato a vice presidente de Ortega.
Tal como lo analiza el sociólogo de la Universidad Nacional de Nicaragua, Oscar René Vargas –autor del libro El sandinismo: veinte años después–, el sandinismo sufre tras la derrota dos procesos, uno de “paralización”: no sabe cómo responder como partido de oposición dentro del sistema político ya que sólo sabe de resistencias político-militares. Segundo, al interior del FSLN debió decidirse cuál era la política a seguir: cerrarse o colaborar con el gobierno, lo que rápidamente disparó diferentes tendencias que resolvieron cómo acomodarse a la nueva realidadpolítica. Hoy las vertientes al interior del Frente se han modificado y, a la vez, reunificado alrededor de la figura de Ortega.
Vargas explicó a Página/12 el escenario actual: una corriente a la que él denomina “la nueva clase”, son quienes provienen del sandinismo y se han convertido en un sector con poder económico. Esta “nueva clase” busca cómo influir en la política nacional; su referente es Humberto Ortega. Existe otro sector, de línea socialdemócrata que fue lo que en su momento encabezó Sergio Ramírez –quien, hoy, alejado de la política llama a votar en blanco– y que actualmente se identifica con los restos del MRS que, al mando de la Comandante Dora Téllez se alió hace dos meses con Ortega. Una tercera tendencia es “la izquierda que hace críticas al stalinismo”, básicamente conformada por intelectuales que no tienen una figura clara que los nuclee y, por último, una corriente “pragmática” liderada por Daniel Ortega que, en palabras de Vargas, practica una suerte de “bonapartismo” que permite conformar la amplia alianza electoral del 2001. La pregunta es qué pasará hoy con el sandinismo porque, sin dudas, la elección marcará un antes y un después. Si, finalmente, la tercera es la vencida y el FSLN gana estos comicios después de diez años de ser la segunda fuerza política del país, Vargas presagia un gobierno que se moverá a partir de ciertos equilibrios: manteniendo espacios a la izquierda, mediando con el centro, sin romper con la derecha. En cambio, si el sandinismo pierde se abrirá un proceso de búsqueda de identidad hacia la izquierda, sin romper con la socialdemocracia y sin caer en la extrema izquierda; acercándose al perfil del PT brasileño.

Cómo volver al gobierno

Sin embargo, no se sabe qué dinámicas puede desatar un triunfo del sandinismo. Desde una perspectiva geopolítica, Estados Unidos no oculta su rechazo al sandinismo en particular y a un giro a la izquierda de la región en general. Ortega hizo un gesto de reconciliación: la semana pasada anunció que si ganan, nombraría como canciller a Antonio Lacayo, el ex ministro de Chamorro; pero no alcanzó para disipar las reservas norteamericanas, lo que se ha convertido en el fantasma más agitado por la oposición liberal local y que, desde los atentados del 11 de setiembre, alimenta todo tipo de especulaciones sobre las relaciones entre el sandinismo y el terrorismo internacional. Un eventual triunfo del sandinismo tensaría las energías populares de Nicaragua: ¿está el sandinismo en condiciones de realizar el delicado equilibro entre las demandas históricas de sus simpatizantes y las advertencias de la derecha vernácula e internacional? Una eventual derrota supondrá una crisis del sandinismo, un duro cuestionamiento interno de su dirección actual, y una inevitable reformulación de su proyecto.

 


 

HABLA MANUEL GAGGERO, EX ASESOR DEL SANDINISMO
“Renace un movimiento amplio”

“El Frente Sandinista ha rescatado la identidad histórica de los nicaragüenses, como movimiento nacional, amplio, popular...”, afirmó a Página/12 el analista político Manuel Justo Gaggero, a propósito de la vuelta del FNLN al primer plano de la escena política de Nicaragua.
–El Frente Sandinista vuelve a plantearse como una fuerza política con chances de ocupar el gobierno, ¿cuál es su reflexión?
–Yo viví en Nicaragua cinco años (de 1979 a 1984) y fui asesor del ministro de Justicia. Creo que el Frente Sandinista tuvo que hacer una cantidad de concesiones para llegar hasta este momento electoral: hizo una alianza muy amplia con 10 partidos, entre ellos los demócrata-cristianos. La derrota de 1990 fue muy fuerte y significativa porque el Frente estaba convencido que iba a ganar, pero en la población se había generado un gran rechazo al servicio militar obligatorio. Ir al servicio militar era combatir, porque había guerra concreta: los “contras” combatían en el norte y había grupos contrarrevolucionarios asistidos por la CIA.
–¿Qué significaría que gane Ortega para América latina?
–Ortega venía muy bien, pero hago la salvedad de que, con lo de Osama bin Laden, en un país como Nicaragua, con mucha miseria y violencia, la actitud que tome Estados Unidos influye mucho a la opinión pública y eso le quitó votos a Ortega. Si gana Ortega, eso se suma al proceso que abrió la victoria de la ex guerrilla del FMLN en más de 70 alcaldías en El Salvador, más las perspectivas que tiene el PT en Brasil, y lo que está pasando en Venezuela, genera una situación nueva en América latina. Es interesante que, pese a las presiones del alineamiento internacional luego de los atentados, el Frente Sandinista ha ratificado a través del antiguo líder Tomás Borge su solidaridad con Cuba, lo que indica que no se ha corrido tanto.
–¿Habría un resurgimiento de la izquierda?
–De los sectores populares, más que de la izquierda, porque en realidad, el Frente Sandinista es un movimiento popular nacionalista, anticapitalista. En el seno del frente hay marxistas, pero también hay mucho peso de los cristianos históricamente., pero es un avance de los sectores populares.
–Frente a una recesión mundial, ¿qué puede hacer Nicaragua?
–Una recesión mundial se siente mucho más en países de tanta miseria como Nicaragua. El tema es qué va a hacer el Frente si gana, en un contexto de recesión, de agresividad imperial, de situación de contracción del mercado mundial y donde ellos tienen sus productos de exportación poco trascendentes. Podría generar un proceso de estatización de la salud, ver la reforma de la ley agraria, por ejemplo.
–¿Hay lugar para un proyecto revolucionario?
–Sí, por supuesto, pero distinto del de los 70. El proceso de transformación tiene que apuntar a la acumulación de los sectores populares que puedan confrontar con los sectores con poder y sean reales sujetos sociales –trabajadores, desocupados, clases medias, etc.–: un conglomerado que produzca el cambio. El Frente Sandinista ha rescatado la identidad histórica de los nicaragüenses, que nunca ha hecho grandes definiciones ideológicas, sino que se ha definido como movimiento nacional, amplio, popular, que tiene en cuenta la importancia de la Iglesia y la incorporación de los más amplios sujetos sociales.

 

OPINION
Por Rosendo Fraga*

Brasil marcará la tendencia

La posibilidad de que el sandinismo gane las elecciones presidenciales en Nicaragua no despierta para los Estados Unidos las preocupaciones que generaba en el pasado. La Guerra Fría ha terminado y justo dos semanas antes del comicio nicaragüense, Rusia anunció el retiro definitivo de su base de inteligencia en Cuba, dando así por finalizada la última secuela en el Caribe del enfrentamiento del pasado.
Hoy la prioridad para Washington es el conflicto contra el terrorismo fundamentalista, con lo que el retorno del sandinismo al poder por la vía democrática no es percibido como una amenaza en términos de seguridad. La URSS no existe y Rusia no continúa su política de apoyo a grupos insurgentes en esta parte del mundo. En los países de América Central las guerrillas han aceptado acuerdos de paz y se han incorporado a la vía democrática.
Dentro de América latina, las preocupaciones norteamericanas más importantes, en términos de seguridad, están hoy en América del Sur, como ser controlar la Triple Frontera entre la Argentina, Brasil y Paraguay para evitar que actúen redes de apoyo al terrorismo fundamentalista, e impedir que la guerrilla colombiana y su vinculación con el narcotráfico pueda adquirir en el futuro algún tipo de relación con el terrorismo fundamentalista.
El posible triunfo del sandinismo quizás se explique más por el fracaso en resolver la crisis económico-social que afecta al país de los gobiernos liberales que los sucedieron, que en la adhesión al ideario tradicional del comandante Ortega. En mi opinión, de ganar esta fuerza en los comicios presidenciales de Nicaragua, no anticipará un cambio de tendencia ideológica inevitable en la región, como la llegada de la guerrilla al poder hace dos décadas no generó un efecto dominó sobre el subcontinente.
Las posibilidades de que la izquierda se constituya en un modelo alternativo en América latina están en Brasil, el país más grande de la región. Si Lula gana las elecciones presidenciales que tendrán lugar en noviembre de 2002, este hecho sí produciría un fuerte impacto y podría generar un efecto dominó o imitación en otros países.
En conclusión, que el sandinismo triunfe en las elecciones presidenciales de Nicaragua no constituye hoy una amenaza para Washington en términos de seguridad: el fracaso de los gobiernos nicaragüenses neoliberales es la causa principal de la revalorización del comandante Ortega; pero será la elección presidencial que tendrá lugar en Brasil el año próximo el hecho político-electoral que sí puede producir un cambio de tendencia en el subcontinente.

* Director del Centro de Estudios Nueva Mayoría

 

HABLA VILMA RIPOLL, LEGISLADORA DE LA IZQUIERDA UNIDA ARGENTINA
“Ortega claudicó, pero el pueblo no”

“El sector que va a votar a Daniel Ortega espera el resurgimiento de una izquierda que lucha contra el imperialismo”, afirmó Vilma Ripoll, representante de la Izquierda Unida –uno de los emergentes de izquierda de las últimas elecciones argentinas– en una entrevista con Página/12 sobre el resurgimiento del sandinismo nicaragüense.
–¿Qué opina de las chances del Frente Sandinista a ocupar el gobierno de Nicaragua?
–Comparto el sentimiento del pueblo que se prepara para votar al sandinismo, probablemente con la intención de recuperar el frente que se conoció en la revolución. Es muy probable que se quiera recuperar ese partido del ‘79 con el cual se inició una lucha contra los grandes terratenientes y empresarios nicaragüenses y Estados Unidos. Lamentablemente el actual Daniel Ortega dice con claridad que apoya la libre empresa, que no va a reincidir en confiscaciones y no habla una palabra contra Estados Unidos. En su programa actual no hay más reforma agraria, ni ruptura con la dependencia, y no hay otra opción porque el partido liberal de Enrique Bolaños –como lo fue en su momento Violeta Chamorro– es un agente directo de Estados Unidos. El sandinismo ha ido abandonando las banderas de liberación nacional y social, las mismas con las que triunfó contra Somoza y lo que lo hicieron grande. Creo que el sector que va a votar a Daniel Ortega espera el resurgimiento de una izquierda que lucha contra el imperialismo.
–Dadas las condiciones económicas a nivel mundial, ¿hay un lugar para ese resurgimiento de la izquierda?
–Creo que sí, que esa posibilidad está a la orden del día, pero no tengo ninguna confianza que Daniel Ortega vaya a estar a la altura de esa oportunidad política porque está diciendo con total claridad que abandonaría esas banderas que tuvo en el ‘79 y que considero son por las que eligen votarlo.
–¿Qué representaría que gane?
–Fundamentalmente una oportunidad para las propuestas de izquierda de decirle a Ortega que, o se pone a la altura de las circunstancias y empieza a recuperar las banderas, o va a tener un enfrentamiento muy duro con el pueblo que lo vota, que busca recuperar la pelea antiimperialista. Lo que cruza todo el continente es la pelea contra el imperialismo norteamericano, pese a su campaña por mostrarse como los grandes liberadores, sumado a la coyuntura económica, sobre todo en Nicaragua, que está sumida en la pobreza. Este proceso tiene una contradicción: por un lado, un pueblo que vota a lo que fue una pelea contra los terratenientes en Nicaragua y ese es un sentimiento latinoamericano, y un Daniel Ortega que según parece va a hacer lo contrario. De todas formas, crece el espacio de la izquierda porque yo creo que ese voto es una esperanza de cambio.

 

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