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ALEJANDRA BOERO NO ABANDONA SU PUESTO DE LUCHA
“¿Qué pasa? ¿La cultura no merece un ministerio propio?”

La flamante ganadora del premio ACE de oro y verdadera leyenda del teatro argentino desconfía del �reconocimiento� posterior. Dice que la llamaron políticos y funcionarios, pero
que muchos de ellos �se burlan de artistas, intelectuales y científicos�. �No queda otra
que seguir protestando�, afirma.

Por Hilda Cabrera

“Cuando te dan un premio todos te llaman, incluso los funcionarios y los políticos. Mientras uno está en el candelero son capaces de ofrecerte el oro y el moro, pero después te olvidan. Algunos, con los que me había peleado, me mandaron cartas cariñosas. Cuando me llamó Hernán Lombardi (ahora ministro de Cultura, Turismo y Deportes), le dije: ‘Te prevengo que estoy muy enojada con ese ministerio que han inventado. ¿Qué pasa? ¿La cultura no merece un ministerio propio?’” Actriz, directora y fundadora de teatros –desde el mítico y desaparecido Nuevo Teatro hasta el Teatro Escuela Andamio 90, que hoy conduce–, Alejandra Boero no rehúye expresar lo que piensa sobre la conformación de ese nuevo ministerio y sobre la confusión histórica de los gobernantes respecto de qué cosa es cultura, y del limitado espacio que le destinan a las actividades culturales de base. Con la agenda completa, muy solicitada tras los premios televisados de ACE (entidad que le otorgó los de actriz protagónica de comedia y el Oro), Boero, integrante del Movimiento de Apoyo al Teatro (MATe), se apresta a entrevistarse con algunos poderosos de hoy para intentar lo de siempre: un mejor posicionamiento de la cultura. “La creación de ese ministerio es otra de las barbaridades a las que ya nos estamos acostumbrando”, sostiene la actriz en diálogo con Página/12.
–¿Qué espera de los funcionarios y los políticos con los que se entrevista?
–Mi actitud ante ellos ha sido siempre la de abrirle un crédito a todo aquel que se comprometa a cumplir con su responsabilidad. Si no lo hace y nos defrauda, no me guardo lo que pienso. Me atrevo a decirlo públicamente porque no estoy sola. Esta no es una originalidad mía. Sé que hay mucha gente acompañándome.
–¿Cree que hubo un avance institucional desde aquellas jornadas en el Congreso en las que usted, como muchos otros, peleaba por una ley nacional de teatro? Jornadas en las que, por otra parte, algunos funcionarios, contagiados por el entusiasmo, recitaban poemas...
–Se dieron situaciones muy graciosas, es cierto. Creo que sí, hemos avanzado pero a costa de mucho esfuerzo de nuestra parte. Por eso hay que elogiar y animar a todos los que, superando el cansancio y el desánimo, defienden la cultura y promueven la discusión de ideas. Cuando me entregaron los premios ACE, escuché decir cosas muy correctas y lúcidas respecto de la realidad. Pero esa fiesta ya pasó, y yo, a mis 82 años, siento que tengo que estar otra vez en la trinchera.
–¿Esta es la única opción?
–Pienso que es importante luchar por algo que le hace bien a uno pero también a otra gente. Creo que me aburriría si tuviera que pensar nada más que en mis asuntos personales. Eso de sacarse la pelusa del ombligo no es interesante. Intentar, en cambio, crear una comunidad para defender una causa –el lugar que merece la actividad cultural, por ejemplo– nos ayuda a ser más felices, y también más fuertes. Si somos muchos en esto, no nos van a calificar de locos ni se van a desentender totalmente.
–¿Cuál es hoy la urgencia?
–No abandonar los ideales, porque el ser humano no es, como a veces nos muestran, un ente que come y defeca. El ser humano está necesitado de pensamientos y acciones nobles.
–¿Cómo organiza la programación de Andamio 90 en esta emergencia?
–La semana pasada reanudamos las funciones de El cerco de Leningrado, una obra del español José Sanchís Sinisterra dirigida por Osvaldo Bonet, que tuvimos que interrumpir por el porrazo que se pegó María Rosa Gallo. Quisimos retomarla hasta fin de año. Es una versión festiva del texto de Sanchís, donde yo hago el papel de Natalia (una señora de aspecto estrafalario, ex amante de un director de teatro ya fallecido y ex militante comunista), y el de Priscila lo cubre Lydia Lamaison, porque María Rosa no puede caminar bien todavía. Estrenamos esta obra con mucha alegría, trabajando a sala llena. El martes se presenta Usher, dirigida por Francisco Javier, y vamos a continuar la programación. Para enero y febrero de 2002 tengo pensado organizar un ciclo con alumnos de los grandes maestros del teatro: los directores Raúl Serrano y Juan Carlos Gené ya aceptaron participar. Invité también a Agustín Alezzo, Carlos Gandolfo... Mi idea es que hay que cuidar a los chicos, que el maestro debe ser responsable de los jóvenes que ha formado y no abandonarlos por ahí, para que trabajen en tonterías y se los coman los leones.
–A usted y a Lamaison se las vio también juntas testimoniando la protesta expuesta días atrás frente al Cervantes por el fuerte recorte presupuestario de ese teatro...
–Es que Lydia es una luchadora, y en esto tenemos que estar todos. La Argentina se ha ido desdibujando día a día. Nos queda la identidad cultural, y no hay que dejar que nos la quiten. Por suerte, hay gente que resiste el despojo. ¿Qué sería del país sin nuestros artistas, intelectuales y científicos? ¿Cómo viviríamos sin nuestro teatro, o sin el cine, la música o las artes plásticas? Siempre digo que Argentina es un país de maravilla: los que nos gobiernan no nos ahorran sustos, nos toman el pelo y, si no nos damos cuenta, hasta nos usan, pero el pueblo sigue igual, estudiando y creando.
–¿Cómo describiría esa tozudez en el ámbito teatral?
–Por suerte, en el teatro se plantó una semilla que nunca dejó de dar frutos. Debuté en 1941. Fue con el grupo La Máscara, uno de cuyos maestros era Ricardo Passano (padre) y en una obra de Ernesto Castro (En algún lugar), pero antes había estudiado literatura, idiomas, música y danza. Creo que me dediqué al teatro porque me pareció que era la forma más rápida de emprender una acción cultural. Me interesaban las obras que le dijeran algo al espectador, las de Bertolt Brecht, por ejemplo. En el teatro uno siente que el espectador está ahí y que debe saber manejar la espontaneidad, captar el pensamiento del público y sus emociones con gran rapidez. Para mí esto es una forma de educarse para la vida, de aprender a discernir sobre las ideas propias y ajenas. Las comunidades intelectuales que se crean dentro del ámbito teatral son en general muy ricas, aun cuando haya peleas. Es imposible estar siempre de acuerdo, porque el nivel de comunicación es muy directo y tiene una fuerza especial. Creo que esa instalación del debate (interno y externo) es una de las herencias del teatro independiente, del cual nosotros, los mayores, formamos parte. Recuerdo que discutíamos mucho, pero preservábamos los ideales, convencidos de que podríamos alguna vez mejorar las condiciones económicas y sociales, y abrir caminos a la acción cultural.
–Un ideal que parece no haberse perdido. Hoy se está preparando una convocatoria a nivel nacional para el 28 de noviembre, que incluye, según se adelantó, “acciones teatrales” frente al Congreso...
–Es que no nos queda otra cosa que protestar, porque en la Argentina los gobiernos pasan y ninguno pone el acento en la cultura de base. Se preocupan sí por los megaeventos. Estoy segura de que si los gobernantes se ocuparan realmente de la cultura el pueblo viviría mejor, porque la cultura es la base de la identidad y de la ética de un país. Por eso me da rabia ver cómo los políticos de turno se burlan de los esfuerzos de artistas, intelectuales y científicos. Ellos sólo les importan cuando los pueden usar de adorno. Este último invento de poner a la cultura en un mismo ministerio, junto a deportes y turismo, es un despropósito. Es ver a la cultura como un show y una mercancía. Estos personajes no reconocen que es fuente de las más bellas utopías y el mejor incentivo para los más jóvenes. Desgraciadamente, estamos viviendo en un país que se niega a sí mismo y carece de planes para el futuro. Una Argentina donde se quiere mostrar a la cultura como un pasatiempo y no como algo que se va creando yrenovando incesantemente, como la vida. A los funcionarios les interesa más pensar en términos de dinero. Lo vimos con este último recorte al Instituto Nacional del Teatro, que paralizó la actividad teatral en todo el país. Hubo un proyecto, que tuvo media sanción del Senado, que especificaba que el gobierno no podía apropiarse de los recursos destinados al Instituto y otros organismos (como el INCAA y Bibliotecas Populares), pero no avanzó. Sin embargo, lo que hoy pedimos es legítimo: el porcentaje de una recaudación que nos corresponde por ley. Nadie pide un regalo ni nada extra, sino que se cumplan las leyes.

 

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