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�Crear junto a Davis era un desafío enriquecedor�

Marcus Miller compuso para Miles y fue bajista de una lista de músicos larga y variada. Desde Paul Simon a Eddie Grant, pasando por Frank Sinatra, Elton John, McCoy Tyner y Wayne Shorter, contaron con sus servicios. El próximo viernes 9 tocará por primera vez en Buenos Aires.

Mirada: �Soy un negro norteamericano y miro el arte
desde una perspectiva negra. No
por prejuicio. Esa es la cultura
que me rodeó cuando era chico�.

Marcus Miller tocará al
frente de un quinteto acústico.

Por Diego Fischerman

El principio de la biografía podría ser el de muchos. O, por lo menos, el de muchos músicos negros más o menos ligados al rhythm & blues. Nacido en Brooklyn e instalado, a partir de los 10 años, en Queens, hijo de un pianista y organista de iglesia, cantante del coro del templo y estudiante de la High School of Music y, más tarde, de la Laguardia School of Performing Arts, Marcus Miller tuvo como primer instrumento la flauta dulce, luego el clarinete y, recién de adolescente, cuando empezó a tocar con bandas de funk, el bajo. Nadie podría haber pensado, en ese entonces, que sería el compositor, arreglador y productor de uno de los discos más populares de Miles Davis. Y mucho menos él, que descubrió al trompetista en los 80, muy poco antes de que éste lo llamara para tocar con él. We Want Miles (1981), The Man with the Horn (1982) y, finalmente, el célebre Tutu (1986) marcan una relación signada, para Miller, por el aprendizaje. “Lo interesante de trabajar con Miles –cuenta Marcus Miller en una conversación telefónica con Página/12– era adivinar lo que había dentro de su cabeza. Y lo curioso es que eso sucedía con frecuencia. O quizás era al revés: él sabía lo que uno pensaba y empezaba a pensar en esa dirección. Crear junto a Davis siempre era un desafío y siempre era enriquecedor. Primero fui su bajista y había una especie de sincronía casi permanente. Cuando me pidió que escribiera para él, me pareció un sueño. Lógicamente traté de tener en cuenta su estilo pero, al mismo tiempo, me esforcé en ser yo mismo y componer con la mayor originalidad posible porque pensaba que si Miles hubiera querido que fuera su música y no la mía, no me la hubiera pedido a mí. La hubiera escrito él.”
El bajo no es un instrumento que goce de demasiada notoriedad. De hecho, hay muchos que ni siquiera lo escuchan. Pero para Miller el descubrimiento tuvo que ver con, por lo menos, dos cuestiones. Por un lado, con la aparición de bajistas virtuosos (toda una nueva categoría en la música de tradición popular). Stanley Clarke (bajista en ese entonces de Return to Forever, el grupo fundado y dirigido por Chick Corea) y Jaco Pastorius le mostraron, de manera para él “deslumbrante”, que el bajo podía ser un instrumento de alta precisión. Por otra parte, tocar el bajo le permitía algo que era una de sus pasiones desde que era estudiante de armonía y desde que tocaba la guitarra para poder sacar las canciones pop que le gustaban: escuchar con claridad el resto de las voces. Los que tocan las partes principales (generalmente con los instrumentos más agudos) corren el riesgo de embelesarse consigo mismos y no escuchar otras notas que las que tocan ellos. El bajista tiene la obligación, en cambio, de escuchar a los otros.
Músico de Eddie Grant, Sly & The Family Stone, Lenny White (otro ex Return to Forever), Dave Sanborn, Frank Sinatra, George Benson, Whitney Houston, Aretha Franklin, Roberta Flack, Elton John, Paul Simon, como parte de una lista tan larga como heterogénea, Marcus Miller llegará esta semana para actuar por primera vez en Buenos Aires, dentro del ciclo Contemporánea organizado por Oliverio Always en el Hotel Sheraton. En ese ciclo ya actuaron nombres de la importancia de Lee Konitz, Egberto Gismonti, Joâo Gilberto y Nicholas Payton. Esta vez, el próximo viernes 9 a las 21 en el Salón Libertador de ese hotel, se tratará de un quinteto, encabezado por Miller en el bajo y conformado por Roger Byam en saxo, el trompetista Michael “Patches” Stewart, Leroy Taylor en teclados y Nisan Stewart en batería. La formación del grupo resulta coherente con la estética de su último disco, M2 en donde el antiguo pope del funk tiene a Herbie Hancock como pianista invitado (tocan en dúo “Good Bye Pork Pie Hat”, de Charles Mingus) y sorprende con una versión magnífica de “Lonnie’s Lament”, de John Coltrane, en la que también tocan el flautista Hubert Laws y, en un notable solo de saxo soprano, Branford Marsalis. “No se trata de una conversión al jazz más purista o a un sonido necesariamente acústico. Siempre me interesó tanto hacer música de esta manera como utilizando teclados, computadoras e instrumentos eléctricos. Me gustan el funk y el soul y, en algún sentido, podría decirse que vengo más de allí que del jazz, pero eso no significa que no pueda tocar jazz. De hecho, he tocado en cantidades de discos de jazz, con músicos como McCoy Tyner, por ejemplo, que de funkie no tiene nada.”
–El abanico posible, de todas maneras, parece restringirse a las músicas de origen afroamericano. ¿Hay allí alguna clase de elección militante, se trata de una declaración de principios o es simplemente una cuestión de gustos musicales?
–Soy un negro norteamericano y miro el arte desde una perspectiva negra. No es una posición prejuiciosa ni una cuestión ideológica demasiado meditada. Se trata de que la cultura negra de los Estados Unidos es la que me rodeó cuando era chico. Esas eran las canciones que aprendía, la música que bailaba y lo que escuchaba en mi casa y en mi barrio. Pero me parece importante aclarar que no creo que se trate de formas de hacer arte reservadas exclusivamente a los negros. Muchos, blancos o negros, gozan con estas músicas, tanto escuchándolas como tocándolas.
–La oscilación entre el jazz y el funk, ¿implican una suerte de doble personalidad musical, algo así como las encarnaciones negras y norteamericanas del Dr. Jekyll y Mr. Hyde?
–Más que tensión yo diría que se trata de un buen equilibrio. El jazz y el funk, más allá de sus orígenes comunes, hacen una buena combinación. Está la idea del ritmo, por supuesto. En ambos casos, aunque se trate de patrones musicales diferentes, la idea de que el ritmo es importante resulta constitutiva del estilo. Y tanto en el jazz como en el funk, por encima de cualquier otra consideración, está el swing.
–Más allá de sus años con Miles Davis, varios de sus trabajos más importantes fueron junto a músicos que también habían tocado con él, como Hancock, George Benson o Wayne Shorter. ¿Hay un sello Miles reconocible en los artistas que formaron parte de sus proyectos?
–Lo que pasa es que es difícil tocar con un buen músico que no haya tocado con Miles, salvo que sea muy joven, porque él tocó con todos. En realidad, el sello Miles tiene que ver con la libertad y la creatividad más que con estructuras musicales determinadas. No es que Miles haya moldeado los estilos de Hancock o Shorter sino que, para construir su estilo, Miles se dejaba habitar por el de ellos. Muchas cosas de Wayne, que es un músico maravilloso, están en Miles y por eso las asociamos con él pero provienen del lenguaje del saxofonista. Si se escuchas algunos discos de Shorter grabados antes de entrar en el quinteto de Davis se escuchan cosas que después iban a aparecer en el estilo de Miles. Pero esas cosas, a su vez, venían de la herencia de Kind of Blue. Así es la música, las ideas van y vienen y en cada ida y vuelta se enriquecen más y más.

 

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