Por
Pablo Vignone
Tratá de llegar entre los diez primeros le pidió Jorge
Pedersoli a su piloto, el campeón Guillermo Ortelli. El pedido
no habría sido difícil de cumplir en condiciones normales.
El problema, ayer, era que Ortelli largaba desde la 44ª posición.
La última. La carrera de Turismo de Carretera en Buenos Aires,
que se prometía como el escenario de una lucha sin cuartel entre
el subcampeón y líder del torneo 2001, Omar Martínez,
y el campeón y escolta del actual certamen, Guillermo Ortelli,
fue pródiga en golpes de escena, tantos que buena parte del interés
se fijó fuera de la pista y muy lejos de la punta de la carrera.
Ganó Raúl Sinelli, el undécimo vencedor del año,
con un Ford, pero la atención bailoteó lejos de la vanguardia.
Para que eso sucediera, una serie de episodios insólitos se encadenaron
en una secuencia apasionante:
9.40. El Ford del puntero del campeonato, Omar Martínez, se cruza
en la pista a la salida del Curvón Salotto, la curva más
veloz del Autódromo porteño. Rubén Salerno no puede
esquivarlo y lo choca. Al Ford se le rompe el radiador, pero Martínez
prefiere seguir en la pista para intentar clasificarse para la final.
Craso error. El motor se rompe tras una vuelta.
Pagué caro el riesgo que asumí reconoció
el piloto entrerriano. Toqué el pianito, el auto se me fue,
me quedé sin pista y seguí acelerando en lugar de levantar.
Sin buzo ni casco, ya de civil, el Gurí reconocía el que
seguramente fue su más flagrante error en la temporada.
10.20. El Chevrolet del subcampeón Guillermo Ortelli, tan pesado
y lento como para clasificarse 26º el sábado, crucereaba en
el séptimo puesto de la segunda serie, pensando que la mala suerte
había cambiado con el abandono de Martínez. Hubo que desterrar
rápidamente el pensamiento: la cubierta trasera izquierda del Chevrolet
se desinfló de repente, y Ortelli terminó muy lentamente
la serie. En el 15º lugar. En el umbral de la clasificación
para la carrera por los puntos importantes.
Fue después de la tercera serie en la que Christian Ledesma
sacó absurdamente de pista a Marcos Di Palma cuando se supo:
Ortelli largaba en el 44º y último lugar, Martínez
era el cuarto suplente. No podía largar. ¿No podía?
Jorge Silva, el fabricante de las tapas de cilindros que equipa a, entre
otros, el motor de Martínez, habría comenzado a visitar
a varios de sus clientes corredores, con alguna propuesta: en la medida
en que, a cambio de algún favor, los consultados decidieran no
largar la carrera, le harían el hueco a Martínez...
Los rumores se cocían en el hornillo asfaltado de la mañana
que se estiraba. Para el mediodía, Silva había conseguido,
según las radios, tres adeptos; para otros, sólo había
cosechado rechazos. Martínez, en su motorhome, mandó a su
mujer Patricia a buscar a su preparador, Alberto Canapino. Y le comunicó
su decisión:
Se está hablando mucho del tema y a mí los campeonatos
me gusta ganarlos en la pista. Me voy a Paraná ahora mismo para
parar con esta especulación y que no queden dudas le habría
dicho al preparador.
¿Cuánta eficacia habría reportado la costosa operación?
Para largar, Martínez tenía que cambiar el motor, penalizando
con una carga adicional en el Ford de 60 kilos, además del lastre
de 180 kilos que ya porta: el coche habría debido correr con 240
kilos de lastre como correr un remise de casamiento con novia, novio
y los padrinos a bordo un disparate que, castigando en exceso motor
y gomas en una hora (de 14 a 15) en la que el apriete del calor exacerba
el sacrificio, no le habría permitido avanzar mucho.
En el box de Ortelli repasaban lo que se podía. El inconveniente
técnico desconocido que había acomplejado la función
sabatina no podría ser identificado hasta llegar al taller de Salto.
Una fuente del equipo sugirió un problema con el motor. Pedersoli
lo desmintió y por eso lepidió a su piloto que le trajera
de vuelta el coche entre los diez primeros clasificados.
¿Te deja más tranquilo saber que Martínez no
larga? le preguntaron a Ortelli antes del semáforo, retrasado
para las 14.
No, porque estoy muy atrás dijo el campeón.
Cuando la carrera se puso en marcha, la atención jugaba a dos puntas.
En la delantera, donde el pergaminense Raúl Sinelli conducía
un pelotón de seis Ford en la vanguardia, y en la retaguardia,
desde donde el Chevrolet del campeón iba a moverse a diestra y
siniestra para subir en el marcador. Y mientras Sinelli contenía
a Verna, que a su vez contenía a Occhionero, que miraba por el
espejito lo que hacía Iglesias, Ortelli subía y subía:
Largada: 44º
Vuelta 2: 30º
Vuelta 4: 27º
Vuelta 5: 24º
Vuelta 8: 23º
Vuelta 9: 20º
Vuelta 11: 19º
Vuelta 13: 18º
Vuelta 14: 17º
Vuelta 15: 15º
A esa altura, Verna se envolvía en otra distracción, haciendo
un trompo en el Curvón, y le entregaba a Occhionero la delicada
tarea de asediar al inconmovible Sinelli. Un giro más tarde, Ortelli
conseguía pasar al recalcitrante (pero lícito) Minervino,
colocándose 13º, y otro despiste, el de Maxi Fernández,
obligaba al ingreso del pace-car y a neutralizar la carrera.
Una vuelta más quedaba en la guantera. En el relanzamiento, mientras
Occhionero se confundía también en Salotto y perdía
allí su última chance de ganar la carrera, varios coches
se cruzaban en la chicana de Ascari delante de Ortelli. Y así como
Salerno no pudo evitar a Martínez en la tercera vuelta de la mañana
porteña, Ortelli pasó limpito, sin un rasguño, por
el medio del desastre, autos como trompos y plástico quebrado,
en la última vuelta de la jornada.
El campeón terminó undécimo. Desde el 44º puesto
ganó 33 lugares. Sumó 3,5 puntos para el torneo y achicó
la diferencia de 12 unidades que le llevaba Martínez a sólo
8,5. En 24 horas, su suerte, pese a todo, había cambiado.
Perdoname parece que le dijo el campeón a Pedersoli
tras la carrera-. No te pude cumplir. Me faltó un lugar.
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