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Entra el Loco y sale el Che

Por Ricardo Plazaola

La fantástica capacidad de comunicación que tenemos los argentinos (debido a una permanente trituración y reconstrucción de la lengua) también se nota en el habla del fútbol.
El fútbol ha recibido mucho, es cierto, pero mucho ha dado. Por eso, el habla cotidiana está impregnada de palabras y de frases de origen futbolero.
“Tiró la pelota afuera” indica en un contexto no futbolero que desvió o abortó una discusión o una polémica, etcétera.
Lo mismo significa “la mandó al corner”: cambió de tema, postergó una definición. Si algo “pegó en el palo” es que anduvo cerca, tanto en el azar como en una disquisición cualquiera. Si alguien grita “la hora, referí”, es porque quiere terminar con algo. Cuando se le grita “colgá los botines” a un ministro, no es para que deje el fútbol.
Quizá el ministro pide la hora porque “lo agarraron en offside”, es decir, en falta. Si alguien pide “marcalo de cerca”, es para que el objeto de la marca sea observado y controlado. Cuando alguien se “la dejó picando”, es porque le facilitó las cosas. Si es una mujer la que la deja, vendrá el hombre diciendo que “no tuve más que empujarla”. A menos que quiera “gambetearla”, es decir, eludirla para ahorrarse problemas. Y si molesta mucho, “patearla” o “sacarle la roja”.
El inmejorable Jaime Roos la sabe bien: debe parte de su fama más que merecida a una canción de alta metafísica que habla de la vida como de un partido de fútbol: “Brindis por Pierrot”. Dice que a la vida te mandan como a la cancha, pero sin preguntarte si querés jugar, y “encima de golero” y, si andás bien, “te cobran penal”. La canción podría seguir, recordando que en la cancha al menos te podés desquitar con el referí...
Es por la posibilidad que da el idioma y que los argentinos exploran y aprovechan que se da tan alta comunicación tanto en la tribuna como en el picado. Así, en la tribuna es permanente el uso de la metonimia, es decir, de tomar la parte por el todo. Se apela entonces a “bigote”, “boina” o “azul” para comunicarse respectivamente con quien luce un bigote notable, la aludida boina o la remera de ese color.
También vuelan los apelativos cuyos significante y significado se conectan sólo contextualmente: “Suya, maestro”, “dale, flaco”, “tocá, chabón”, o “meté el centro, papá”.
Por supuesto, este uso es más que habitual en la vida cotidiana: en lugar del nombre, se llama a una persona por los vocativos “Jefe”, “Patrón”, “Macho”, “Negro”, “Flaco”, “Papi”, “Don”, “Cacho”, “Maestro” y otros.
Como queda dicho, las comunicaciones son sólo contextuales. Se ignoran las identidades de emisor y receptor, hay un mero convenio de entendimiento y también un convenio de tono, es decir, cualquier cambio de tono hacia el desprecio o la burla altera notoria e inmediatamente la comunicación.
Así, la palabra “loco” queda para este final porque se la renueva con un uso muy particular. “Loco” se ha ido instalando en el habla popular empujado por argentinos que tienen menos de 30 años, y se ha generalizado entre los que tienen menos de 20, a tal punto que maestros o jefes o directores técnicos que trabajan con menores se ven recurriendo (algunos a su pesar, algunos sin darse cuenta), a la palabra “loco” en el sentido vocativo, apelativo, con que lo usan los chicos.
En el mundo del fútbol, el último gran “Loco” fue Houseman. Los que vinieron después fueron apenas loquitos. Pero el uso generalizado de la palabra “loco” no viene del fútbol, el fútbol la recibe. Lo mismo que “boludo” y “boluda”, aunque en este caso haya un parentesco inmediato con”pelotudo/a”, y una remisión inmediata al esférico del juego que tanto amamos.
En el caso del “esférico/a”, aparecen los dos géneros. En cambio, a “loco” se lo usa casi siempre como masculino, pero no sólo a la manera de un vocativo: con determinada entonación, “loco” funciona como una interjección, del tipo “epa”, o “caramba”, o más bien “carajo”.
Lo cierto es que ahora los argentinos –los más jóvenes, que van a imponer tarde o temprano su idioma, y que lo están llevando ya a la multiplicadora televisión– recurren en todas sus frases, algunos más, algunos menos, a los vocablos “loco” o “boludo”. Y están dejando de usar el “che”.
Los argentinos hemos impregnado de fútbol a toda Latinoamérica. También llevamos el embrujo del tango, y luego la creatividad sonora y poética del rock nacional, y mucho de cine y literatura. Pero antes que todo eso transformamos (evolucionamos, degeneramos, ¿sin sentido?, ¿con algún sentido?) parte del idioma. Transformamos el “tú” en “vos”, el “vosotros” en “ustedes”, y además llevamos el “Che” a todo el mundo, a tal punto que durante muchos años no éramos los argentinos, éramos “los che”. El siglo XX fue el siglo del “che”. Al entrar en el XXI, cuando el “che” se ha casi muerto, ¿qué somos?

 

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