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¿Y si el verdadero frente estuviera en la periferia?

Es la pregunta que, de algún modo, invita a formularse este reportaje de Página/12 al experto argentino Sergio Cesarín, que apunta a China, el sudeste de Asia y la ex URSS detrás del presente conflicto.

Por Pablo Rodríguez

La realidad inmediata de “la guerra contra el terrorismo” apunta a dos o tres actores principales (Estados Unidos, los talibanes, quizás Pakistán), otros secundarios (la Unión Europea, los países musulmanes moderados, Rusia) y temas colaterales significativos (el conflicto en Medio Oriente). Sergio Cesarín, especialista en Asia, profesor de la Universidad Torcuato Di Tella y del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), prefiere fijar otros temas y otros actores. Los temas: cuánto de todo esto tiene que ver con la mentada globalización, dónde están las negociaciones políticas detrás de los gritos de guerra, cuáles son los equilibrios buscados por la lucha sin cuartel. Los actores: China, los países musulmanes del sudeste asiático, las ex repúblicas soviéticas. “Creo que hay más negociación de lo que parece y que, aunque suene extraño, todo esto conducirá a una reconsideración positiva de las relaciones de Estados Unidos con el mundo”, señala.
–Asia Central es un polvorín y ahora está interviniendo allí Estados Unidos. ¿Qué pasará de aquí en más?
–Además de la situación de Afganistán, Pakistán e India, en Asia Central hay que tener en cuenta la situación de las ex repúblicas soviéticas y también de China. Estas ex repúblicas, que no pueden ser consideradas Estados en el sentido pleno del término, pasaron a ser de la noche a la mañana potencias nucleares de segundo y tercer orden luego de la caída de la Unión Soviética, que por su rivalidad con China había instalado una buena parte de su potencial allí. China se vio obligada a negociar en busca de estabilidad con estas ex repúblicas. Y no hubiera habido ningún problema si no fuera porque la cuestión musulmana es muy difícil en la región, al punto de que en los ‘90 se agudizaron varios de los conflictos existentes: el de Kashmir, la influencia geopolítica de Irán y, sobre todo, el separatismo musulmán en la provincia china de Xinjiang. Los uygur, musulmanes chinos, son una pequeña minoría en China, pero comenzó a ser relevante por dos razones: la explosión del radicalismo musulmán en la zona, y las reservas petroleras de Xinjiang, una de las principales de China. A comienzos de los ‘90, China se convirtió en un neto importador de petróleo, porque los pozos del nordeste del país se están secando. Y teniendo en cuenta que China está en plena fase de crecimiento económico, la mirada de Pekín se dirigió a Xinjiang. Los separatistas musulmanes comenzaron a atentar contra las instalaciones que se construían allí. Entonces había que negociar. Esto llevó a que China negociara con las ex repúblicas soviéticas y con los separatistas. Por el petróleo, China tiene una relación muy buena con Irak, Arabia Saudita y Yemen. Hubo más desarrollo en Xinjiang y los uygures tienen hoy más poder en China.
–¿Y esto cómo influye en Afganistán? ¿Qué relación hay entre China y el régimen talibán y qué se puede esperar de aquí en más?
–Bueno, Estados Unidos ha manifestado su enojo con China porque indirectamente apoya la consolidación de los talibanes. Ahora bien, tanto China y Rusia tienen como interés principal controlar el terrorismo en Asia Central, y en eso están juntos. El tema del escudo antimisiles acentuó una cooperación de seguridad que venía siendo grande.
–Si China apoya a los talibanes y a la vez pretende reprimir al terrorismo, ¿es porque los talibanes eran una garantía de “seguridad”?
–A través de Pakistán y de contactos directos no tan conocidos, China apoyó a los talibanes por razones pragmáticas. China quiso “comprar” la seguridad en su frontera con Afganistán y con la región en general.
–Sin embargo, los talibanes son la corriente más extremista del Islam sunnita y su constitución es la de un movimiento guerrillero. ¿No sería más lógico que el régimen talibán fuera un exportador de problemas, como por ejemplo con los campos de entrenamiento terrorista de Bin Laden?
–No. Los talibanes tienen un objetivo claro y concreto que es el control del Estado afgano. El experimento talibán fue muy traumático porlas razones que todos conocen: los derechos de las mujeres, la destrucción de los Budas de Bamiyán, etcétera. Pero hablando en concreto, hablando de dinero y de estabilidad geoestratégica, casi todas las potencias intervinientes en Asia Central instaban a la consolidación del régimen talibán. Otra cosa es Bin Laden. Mi impresión es que los talibanes y Bin Laden tienen intereses parecidos, pero no son lo mismo.
–¿Cómo cambia todo eso ahora que Estados Unidos está interviniendo en la región y que apunta a la remoción del régimen talibán?
–Me parece que hay que distinguir el discurso para consumo masivo de lo que realmente está haciendo Estados Unidos. Aunque parezca difícil de pensar, Estados Unidos seguramente tendrá que negociar con los talibanes.
–Bush no parece conformarse con menos que la cabeza de Bin Laden.
–Bin Laden es apenas un emergente y la Casa Blanca lo sabe. Es obvio que Estados Unidos apoyará a sectores moderados dentro de Afganistán, como la Alianza del Norte, pero no lo es tanto que vayan a destruir a Bin Laden y a Afganistán. La Casa Blanca sabe que enfrente tiene al mundo árabe. Sabe que Arabia Saudita y Pakistán están muy tironeados y que el sudeste asiático puede estallar. Hay más espacio de negociación que el que parece. Creo que habrá un status de convivencia en el futuro, porque la escalada de este conflicto es mucho más peligrosa de lo que podemos imaginar.
–Sin embargo, más allá de la inteligencia demostrada por Osama bin Laden y por los talibanes, ¿son actores tan racionales como para considerarlos parte de una negociación por la estabilidad? ¿No hay algo de irracional en la racionalidad de los atentados?
–No. En absoluto. Bin Laden demostró que maneja el capital y los medios. Su fin es igualmente claro: alterar la ecuación política interna en los países islámicos moderados. Bin Laden no quiere negociar con Estados Unidos como si fuera una superpotencia; más bien, está usando a Estados Unidos para posicionarse dentro del Islam.
–Pero es obvio que no podrá hacerlo si se convierte en el enemigo público número uno de Occidente. Allí fallaría la racionalidad.
–No tanto, porque Bin Laden sabe que el Islam está a punto de estallar. Si Bin Laden se convierte en el enemigo público número uno, habrá muchos en su lugar para tomar la posta de la radicalización del Islam. Acá no importa demasiado si es Bin Laden u otro quien capitalice este proceso. Lo que importa es cómo detener este proceso.
–¿Y cómo se detiene el proceso?
–Me parece que, tanto para el caso de esta radicalización como para la situación puntual del Afganistán después de la intervención norteamericana, lo que se requiere es algo que suena a expresión de deseos: multipolaridad y coalición de Estados centrales. ¿Alguien se imagina a un Afganistán con el rey a la cabeza, con 250 mil soldados norteamericanos, en una zona sin estructuras de seguridad y al lado de Irán? No. ¿Alguien piensa que Estados Unidos dejará que estalle el sudeste asiático? Indonesia es el primer país musulmán del mundo. Malasia es una gran muestra del equilibrio entre distintas etnias y religiones. En el sudeste asiático hay una versión abierta y flexible del Islam, pero, por otro lado, ambos son países (y en el caso de Filipinas es aún más claro, con un movimiento separatista musulmán) importantes en la red de terrorismo internacional. Entonces, la situación en estos países es muy delicada. No es casualidad que uno de los primeros líderes en reunirse con Bush haya sido la presidenta indonesia Megawati Sukarnoputri. Entonces, por todo esto, Estados Unidos tiene que concebir un sistema de alianzas donde intervengan las potencias centrales, Rusia y China, y las secundarias, Pakistán, India e Irán. Los contactos entre Estados Unidos e Irán se intensificaron en el último mes. A su vez, Bush habla de un Estado palestino. A esto hay que prestarle atención: a los signos de una reorientación de la política exterior norteamericana. Y creo que en el marco amplio, el de la radicalización del Islam, el cambio pasa por una reconsideración de la globalización tal como se ha producido.
–Esto es algo así como decir que un multimillonario astuto obliga a la reconfiguración del mapa mundial.
–En todo caso, empecemos por Washington. Más allá de lo que pueda parecer, es Colin Powell y no Donald Rumsfeld quien ha estado ascendiendo hasta ahora. Incluso Rumsfeld no está ya en la posición dura que se le conocía. Estados Unidos tiene que reconstituir su imagen de poder agresor e interventor. Esto parece de Perogrullo, pero Estados Unidos ha cometido muchos errores en materia diplomática en Asia Central y con el Islam en general y no los va a enmendar militarmente. Los va a enmendar diplomáticamente. En este sentido, y contra lo que se puede pensar en principio, a la larga todo esto va a ser beneficioso.

 

 

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