Uno
de los efectos más perversos de los ataques terroristas del
11 de setiembre contra Nueva York y Washington fue favorecer la
demonización maniquea prestidigitada por la administración
Bush respecto a las organizaciones insurgentes, e incluso contra
aquellas que hace tiempo han dejado de serlas para convertirse en
respetables partidos políticos, como es el caso del sandinismo
en Nicaragua o la ex guerrilla del FMLN en el vecino El Salvador.
Y en el caso de Nicaragua es el peor, porque la administración
Bush presionó malamante y de manera pública por lograr
la derrota del remozado líder ahora neo o postsandinista,
podría decirse Daniel Ortega.
Esa actitud junto a la resurrección de gorilas cavernarios
de las guerras centroamericanas de los 80, tales como Elliott Abrams,
Otto Reich y John Negroponte revela en el fondo una actitud
muy miope y revanchista por parte de la administración estadounidense.
Porque la perspectiva de la vuelta al poder del sandinismo por la
vía de las urnas no planteaba nada peor que la elección
de los ex comunistas en Polonia ahora un Estado de la OTAN
o Lituania que está próximo a serlo. Más
que desestabilizar nada, ésos son signos positivos de evolución
democrática y superación de traumas de Guerra Fría
y de guerra caliente: en ninguna democracia es saludable que a determinada
fuerza política importante se le intente cerrar sistemáticamente
el camino al poder, cuando lo intenta por las vías legítimas.
En cualquier caso, el sandinismo de 2001 no es el del 80, y aun
en el caso del sandinismo del 80 se comete un grave error al conceptualizarlo
como una fuerza marxista o extremista. En realidad, más allá
de excesos puntuales, siempre se trató de un amplio movimiento
nacionalista con fuertes raíces cristianas, y cuya primera
legitimidad vino de la tiranía de Anastasio Somoza a la que
derrocó con justicia. El experimento posterior de algunos
de sus sectores por exportar la revolución a El Salvador
fue otra cosa, pero en cualquier caso sus primeros éxitos
revelaron que las condiciones de esa exportación estaban
dadas en primer lugar: nadie inventa una larga y cruenta guerra
civil extranjera con sólo proponérselo.
En el caso de las elecciones de ayer, el crecimiento popular del
sandinismo se muerde la cola con la política norteamericana,
que dejó de preocuparse por el país cuando los sandinistas
desaparecieron. Pero, se sabe, la atención de Estados Unidos
suele durar muy poco.
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