Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12

OPINION

Una guerra de posguerra

Por Claudio Uriarte

Uno de los efectos más perversos de los ataques terroristas del 11 de setiembre contra Nueva York y Washington fue favorecer la demonización maniquea prestidigitada por la administración Bush respecto a las organizaciones insurgentes, e incluso contra aquellas que hace tiempo han dejado de serlas para convertirse en respetables partidos políticos, como es el caso del sandinismo en Nicaragua o la ex guerrilla del FMLN en el vecino El Salvador. Y en el caso de Nicaragua es el peor, porque la administración Bush presionó malamante y de manera pública por lograr la derrota del remozado líder –ahora neo o postsandinista, podría decirse– Daniel Ortega.
Esa actitud –junto a la resurrección de gorilas cavernarios de las guerras centroamericanas de los 80, tales como Elliott Abrams, Otto Reich y John Negroponte– revela en el fondo una actitud muy miope y revanchista por parte de la administración estadounidense. Porque la perspectiva de la vuelta al poder del sandinismo por la vía de las urnas no planteaba nada peor que la elección de los ex comunistas en Polonia –ahora un Estado de la OTAN– o Lituania –que está próximo a serlo–. Más que desestabilizar nada, ésos son signos positivos de evolución democrática y superación de traumas de Guerra Fría y de guerra caliente: en ninguna democracia es saludable que a determinada fuerza política importante se le intente cerrar sistemáticamente el camino al poder, cuando lo intenta por las vías legítimas.
En cualquier caso, el sandinismo de 2001 no es el del 80, y aun en el caso del sandinismo del 80 se comete un grave error al conceptualizarlo como una fuerza marxista o extremista. En realidad, más allá de excesos puntuales, siempre se trató de un amplio movimiento nacionalista con fuertes raíces cristianas, y cuya primera legitimidad vino de la tiranía de Anastasio Somoza a la que derrocó con justicia. El experimento posterior de algunos de sus sectores por exportar la revolución a El Salvador fue otra cosa, pero en cualquier caso sus primeros éxitos revelaron que las condiciones de esa exportación estaban dadas en primer lugar: nadie inventa una larga y cruenta guerra civil extranjera con sólo proponérselo.
En el caso de las elecciones de ayer, el crecimiento popular del sandinismo se muerde la cola con la política norteamericana, que dejó de preocuparse por el país cuando los sandinistas desaparecieron. Pero, se sabe, la atención de Estados Unidos suele durar muy poco.


 

PRINCIPAL