Por
Pablo Plotkin
Sobre las experiencias de una banda de rock and roll a lo largo de una
década. Si Jessico fuera un ensayo en lugar de un disco, ése
sería un subtítulo propicio. Subidos al vértigo de
diez años
de existencia, los Babasónicos proyectan una avalancha de imágenes
en Súper 8 alrededor de su idea de un lujurioso y decadente mundo
del espectáculo nacional. Casi todo es farsa; todos disputan como
chacales un lugar entre las luces y el público contempla el desfile
de personajes despreciables desde las gradas de un circo romano eléctrico.
Encaramado a cierta posición de clásico alternativo, el
grupo presentó su sexto álbum el sábado en el céntrico
Teatro Gran Rex y dio con una síntesis bastante certera de sus
mutaciones a través del tiempo. Sin anhelos restrospectivos demasiado
explícitos, Babasónicos se atrevió a jugar todos
los juegos en una misma noche, en una especie de manifiesto festivo sobre
la cultura pop de los últimos cincuenta años.
El juego, está claro, es absorber todos los clichés de la
historia del rock y del pop, procesarlos, desfigurarlos y regurgitar el
engendro. Así se suceden los disfraces de orquesta romántica,
estrellas de la música disco, raperos, intérpretes intimistas,
guerreros heavy metal. Todo alterado con dosis (cada vez más moderadas)
de psicodelia, distorsión y sarcasmo, en un período en que
la banda parece decididamente abocada a crecer como producto de consumo
popular, aunque el desconcierto y el caos siguen apareciendo como (sus)
factores estéticos imprescindibles. Por eso las constantes transformaciones
en escena, las lentejuelas, las explosiones pirotécnicas, el cuero
negro, las cámaras que siguen a los músicos hasta el camarín.
El espíritu lúdico, desvergonzado de sus dos últimos
discos (Miami y Jessico) les permite aludir sin complejos a las armas
más elementales del show bizz, y desde esa postura a primera vista
frívola Adrián Dargelos cuestiona ciertas conductas del
submundo rock: canciones como Fizz, Camarín
y Soy rock relatan lo que ocurre debajo del humo que mana
a borbotones de una bien provista hoguera de vanidades. El Dj Dr. Trincado,
desde la penumbra, aportó los momentos house de la velada, cuando
el Gran Rex estuvo a punto de convertirse en una disco con butacas (especialmente
en la sabrosa introducción de Los calientes). Diego
Rodríguez, guitarra, percusión y decisiva segunda voz, operó
desde una pequeña torre junto a los teclados, donde Diego Tuñón
lucía ensimismado con su capa y su traje de lentejuelas cobrizas.
En el otro extremo, Gabo, el bajista, parecía no querer salir en
las fotos. Panza daba la sensación de galopar la batería,
ubicada en un curioso primer plano del escenario. El sobrio guitarrista
Mariano Roger, puro swing, inauguró el set intimista con su balada
Tóxica. Un paso delante del resto, Dargelos se erige
en la figura central del show, un maestro de ceremonias malicioso que
invita al desequilibrio y a un juego de seducción indescifrable
para cualquiera que no sea seguidor del grupo. Pero incluso la disposición
escénica parece concebida para resaltar la singularidad de cada
uno de los integrantes. En esta ficción todos encarnan su rol,
todos son protagónicos, y todos son los artífices de un
viaje que comenzó hace ya una década, cuando su propio fervor
adolescente los empujó a la aventura de fundar una escena generacional
(aquel nuevo rock argentino),con más desparpajo que
calidad sonora. Como únicos sobrevivientes de aquel intento y habiendo
crecido artísticamente, los Babasónicos asumen irresponsablemente
la tarea de perpetuar el espíritu de su época. Lo que corresponde
a una buena banda de rock.
El
videoclip de las manos
Previo
a la andanada final de canciones, que por cierto no tuvieron el
punch imaginable para el cierre de un show típico, se proyectó
el curioso videoclip de la canción Rubí,
próximo single de difusión de Jessico (disco que en
plena crisis del mercado, superó las 10.000 copias vendidas).
Casi un bolero eléctrico por ritmo y lírica, el tema
cobrará otro sentido seguramente a partir de la ¿difusión?
de la obra dirigida por el actor Juan Cruz Bordeu (amigo de la banda)
y Alberto Ponte. En primer plano y sin otro agregado visual, durante
casi cuatro minutos, se puede ver el rostro de un adolescente de
aspecto decididamente andrógino, mientras se intuye qué
está haciendo con sus manos. La escena de una masturbación
de comienzo a fin, provocó en la sala del Gran Rex una cierta
extrañeza al principio, murmullos de exclamación durante
el desarrollo de la tarea manual y... Una explosión de júbilo
una vez concretado el objetivo, rematado por el mismo protagonista
que, simplemente, oprime el botón Stop de un pequeño
reproductor de cd. Un curioso momento vivido en el medio de un show
de rock en un teatro de los grandes de la ciudad: público
sentado observando un acto privado, ideado como punta de lanza de
difusión de una canción romántica. El interrogante
obvio en este caso es establecer qué tipo de recepción
tendrá el video en los canales musicales, teniendo en cuenta
anteriores antecedentes de velada censura.
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