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GUERRA

El superatentado que pudo
haber sido y falló por azar

Un nepalés que llevaba nueve cuchillos, gas paralizante y una granada de estruendo fue impedido de viajar, detenido, liberado y re-arrestado en EE.UU., donde todos quedaron mal.

Equipos de desinfección trabajan en el Pentágono.
La llegada del ántrax allí fue eclipsada por el caso del avión.

 

Página/12
en Estados Unidos

Por Gabriel A. Uriarte
Desde Washington D.C. 

George W. Bush parece estar condenado a sufrir una crisis por semana. Ayer había comenzado bien, mejor al menos que la semana pasada. Las críticas por la falta de resultados en Afganistán habían disminuido con el uso de B-52 y las declaraciones de la oposición afgana acerca de �ofensivas múltiples�. No se habían producido nuevos ataques con ántrax por una semana, y algunos de los infectados estaban siendo externados de los hospitales. Esa tregua terminó ayer cuando se encontró una carta con ántrax en una oficina de correo dentro del Pentágono, usada por muchos empleados del complejo. Pero esta noticia pasó más bien desapercibida. Es que las cadenas de televisión estaban dedicadas a narrar la increíble historia de Subash Gurung, quien durante el fin de semana estuvo a punto de abordar un vuelo llevando una valija con nueve cuchillos, una granada de estruendo y un aerosol con gas incapacitante. 
Todos perdían en esta historia. Primero, los agentes de seguridad del aeropuerto y la ahora tristemente célebre compañía que los contrata. En las investigaciones que siguieron la masacre del 11 de septiembre, Argenbright fue el caso más notorio de deshonestidad e incompetencia entre los contratistas privados que se encargan de la seguridad aeroportuaria, tan es así que el secretario de Justicia, John Ashcroft, la nombró explícitamente para afirmar que sería enjuiciada. Entre sus múltiples violaciones a las normas federales estaba la de contratar extranjeros no naturalizados y gente con antecedentes criminales. Su entrenamiento duraba apenas 12 horas y no se pagaba más de 6 dólares la hora, comparado con unos 6,50 para alguien que trabaja en McDonald�s. Ayer, siete de esos superagentes en �nuestra última línea de defensa contra el terrorismo� fueron suspendidos por: a) permitir que Gurung pasara el detector de metal no obstante el hallazgo de dos navajas (que sólo fueron confiscadas), y b) no detectar en el escaneo con rayos X que su valija contenía un miniarsenal bastante más poderoso que lo que llevaba cualquiera de los comandos que destruyeron las Torres Gemelas. Sólo fue descubierto porque uno de los testeos manuales de valijas realizados al azar abrió la suya. Pero la secuencia de errores no terminó allí. 
Gurung fue arrestado el sábado por las autoridades estaduales, acusado de intentar llevar armas a bordo de un avión. Ese mismo día fue liberado, sin fianza y con tan sólo una promesa verbal de que se presentaría a juicio. Recién ayer fue re-arrestado por el FBI, que realizó una investigación de antecedentes donde se encontró un dato ciertamente interesante. El nepalés Gurung vivía en el mismo lugar desde donde Ayub Alí Khan, uno de los aparentes cómplices del ataque contra las Torres Gemelas que fue arrestado en Texas portando documentación falsa y navajas, había realizado �muchas llamadas� (según el FBI) antes del 11 de septiembre. No se revelaron muchos datos más acerca de Gurung (quien apareció en televisión afirmando, en un inglés rudimentario, que sus navajas y gases eran para defensa personal), pero fue más que suficiente para gatillar el comienzo de una crisis para George W. Bush. 
El problema del presidente es que impulsa un plan que dejaría la seguridad aeroportuaria en manos del sector privado, si bien con parámetros más estrictos, fijados no (como hasta ahora) por la Agencia de Aviación (FAA) sino por la flamante Oficina de Seguridad Interior. El Senado ya aprobó por un voto de 100-0 una ley muy distinta que federalizar a todos los empleados de seguridad. Pero los republicanos de la Cámara baja, apoyados por Bush, temen engrosar las filas sindicales con unos 20 mil nuevos trabajadores federales que votarían por los demócratas en laselecciones. Ayer, el secretario de Transporte, Norman Mineta, no ayudó las cosas cuando afirmó que el único castigo por el caso de Gurung sería �una multa sustancial�, que sería aplicada no a Argenbright sino a United Airlines (que contrató a esa compañía, pero también introdujo los chequeos de valijas que detuvieron, por casualidad, a Gurung). 
Todo esto podría resaltar un patrón fuertemente partidista en la gestión de Bush tras el 11 de septiembre. La Cámara de Representantes aprobó su propia versión de la ley de seguridad aeroportuaria por apenas 10 votos después de una feroz campaña de lobby por las aerolíneas y los líderes republicanos Tom De Lay y Dick Armey, ambos de Texas. Al mismo tiempo, Bush logró que se aprobara un paquete de estímulo económico con miles de millones de dólares en recortes impositivos para corporaciones, muchas de ellas empresas de energía en Texas que nadie parece conocer excepto Bush y su vicepresidente Dick Cheney. No sólo se minimizaron las transferencias de dinero para quienes perdieron el empleo en la actual contracción económica �transferencias esenciales dado que 4,5 de los 7,7 millones de desempleados no tienen obra social� sino que el secretario del Tesoro, Paul O�Neill, argumentó que darles cobertura médica eliminaría el incentivo para que busquen trabajo. En aras de la unidad nacional, los medios no hicieron demasiado hincapié en las decisiones legislativas de la administración. Pero esto bien podría cambiar ahora que se descubrió que sólo la más mera casualidad impidió que el sábado 3 de noviembre se transformara en un día tan trágico como el martes 11 de septiembre.

 

 

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