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Galeano se aleja de la conexión local islámica

El juez federal Juan José Galeano firmará una resolución en la que aliviará la situación de Nassib Haddad, un hombre de origen árabe dueño de la empresa que entregó el volquete que fue colocado frente a la mutual judía minutos antes de la explosión.

El juez Juan José Galeano podría
cerrar con su resolución otra de
las pocas pistas.

Por Irina Hauser

El juez Juan José Galeano está a punto de firmar una resolución en la que aliviará la situación de Nassib Haddad en la causa por el atentado a la AMIA. Haddad, un hombre de origen árabe, es dueño de la empresa Santa Rita que entregó el volquete que fue colocado frente a la mutual judía pocos minutos antes del estallido y, justo por esa época, compró amonal, el explosivo que se utilizó en la voladura. Galeano ratificará en su escrito lo que viene sosteniendo hace tiempo: que el explosivo no estuvo en el volquete y que el atentado se hizo con una camioneta Trafic. La resolución será entregada al Tribunal que lleva adelante el juicio por el atentado.
Los peritajes han sido contundentes en señalar que el ataque terrorista se hizo con un coche-bomba y que no hubo explosivos en el volquete. Sin embargo, varios abogados defensores de los acusados vienen cuestionado ese punto desde que empezaron a declarar los testigos presenciales de la tragedia, ya que la mayoría negó haber visto algún vehículo de las características de una Trafic. Ayer, de hecho, reflotaron esa teoría cuando declaró Irene Perelman, una mujer que atendía la librería de la planta baja de la AMIA que se salvó de casualidad, por salir a hacer una fotocopia. Ella veía cómo ingresaban el material para refacciones, pero asegura que todas las bolsas eran revisadas a su ingreso. José Manuel Ubeira, el abogado del ex comisario Juan José Ribelli, por ejemplo, cree que en las bolsas pudo haber explosivos.
Haddad y Alberto Kanoore Edul son los únicos dos personajes de apellido islámico que aparecen en la causa vinculados con los hechos más cercanos al atentado: la camioneta y el volquete. La Unidad Antiterrorista trabajó intensamente sobre ese tema y hay más de 2000 páginas de investigación.
La empresa que entregó el volquete a la AMIA pertenecía a Haddad quien, además, tenía cantidades importantes de explosivos y compró amonal en la época del atentado. Nunca pudo explicar cómo se usaron esos explosivos. En la hoja de ruta del camión que llevó el volquete figuraba la dirección Constitución 2657, un lugar llamativo porque era un predio vacío que lindaba con la casa de Kanoore Edul y donde el conductor dijo haber dejado también un volquete. La situación procesal de Haddad nunca fue resuelta, recién será clarificada ahora.
Kanoore Edul tiene falta de mérito, es decir que no se encontraron elementos ni para sobreseerlo ni para procesarlo pero sigue en la mira. Este hombre llamó por teléfono a Carlos Telleldín, el último poseedor del motor que se encontró entre los escombros, el 10 de julio de 1994, es decir, el día que entregó la camioneta Trafic que lo contenía.
Galeano seguramente dirá en relación a Haddad que la cantidad de explosivos que tuvo en su poder se corresponde con la que usó para volar canteras, y que si no registró todos los explosivos que tenía era para evadir impuestos. También señalaría que hay elementos que muestran que la mutual israelita había solicitado el volquete de su firma.
A lo largo de la causa AMIA una de las teorías que surgió es que el volquete pudo haber servido para marcar el lugar donde debía ingresar la camioneta. Incluso el FBI sostuvo que pudo haber jugado algún papel en el atentado. Pero no centraron las dudas en el coche-bomba.

 

Testigos del atentado

Siete testigos del atentado declararon ayer ante el tribunal que integran los jueces Guillermo Gordo, Miguel Pons y Gerardo Larrambebere, pero no agregaron novedades. Entre ellos, Irene Perelman es la primera sobreviviente de la propia AMIA que presta testimonio. Isidro Horacio Neuah, que acababa de poner en marcha su auto cerca de la puerta de la mutual judía, y salió despedido hacia la esquina. Alejandro Olivares pidió perdón por su tartamudez e hizo con esfuerzo un relato entreverado en el que contó que vio después de la explosión a dos hombres, con aspecto de “esos que odian a los judíos” subirse a un taxi como si nada. Terminó pidiendo dinero por el daño psíquico sufrido. También hablaron Ramona Miño, Eduardo Piñeiro, Liliana Olivo y Gustavo Spinelli. En otro orden, la defensa del ex comisario Juan José Ribelli pidió al tribunal que investigue una conversación, difundida el lunes en el programa “Detrás de las Noticias”, entre el ex titular de la DAIA, Rubén Beraja, y el juez Juan José Galeano. El diálogo giraba en torno a la declaración de un testigo que prometía aportar datos bajo identidad reservada, con el aparente objetivo de cobrar una recompensa.

 

El oscuro rol de la SIDE

En plan de probar las innumerables irregularidades, omisiones y presuntos delitos cometidos durante la investigación del ataque contra la AMIA, el abogado de Memoria Activa Alberto Zuppi pidió ayer a la Justicia que determine, con una consulta a las autoridades policiales, el tiempo y la forma por la cual se puede acceder al dominio de un vehículo a través del número del motor. El letrado busca probar que la SIDE llegó al reducidor Carlos Alberto Telleldín antes del hallazgo del motor de la Trafic en los escombros de la mutual judía porque descubrió que hasta hace dos años no existía un registro para poder hacer tal deducción. Según el letrado, la información que habría proporcionado la empresa Renault permite determinar que la Trafic pasó por una concesionaria, luego a la empresa Messín, a la aseguradora Solvencia, a Alejandro Monjo y recién después llegó a Telleldín. “Estas averiguaciones son imposibles de realizar en cinco horas, que es el tiempo que tardaron según el expediente en localizar al reducidor, por lo tanto las cosas ocurrieron de otra forma”, indicó Zuppi a Página/12. En el mismo escrito presentado ayer en el juzgado de Claudio Bonadío, el abogado aportó una copia de la orden de escucha telefónica que hizo la Dirección de Observaciones Judiciales, conocida como “Ojota”, en la que consta que los espías escucharon desde el 19 de julio, un día después del atentado, a la embajada de Irán. Y pidió que el juzgado solicite a la SIDE la orden judicial correspondiente a tal escucha, la transcripción de las conversaciones registradas y el casete correspondiente. Zuppi sospecha que la SIDE actuó por su cuenta, sin el control del juzgado y desde antes del ataque.

 

Cattáneo, en problemas

Hernán Guzmán Cattáneo dice ser sobreviviente del atentado a la AMIA y, de hecho, cobró una indemnización por eso. Supuestamente aquel 18 de julio de 1994 lo atendieron en el hospital de Clínicas, aunque allí figuraba como Gutman en vez de Guzmán y con 24 años de edad, que no se corresponden con los 26 que dice tener ahora. Fue el último testigo que declaró la semana pasada, el jueves, en el juicio oral por el ataque terrorista. Lo que se conocía de él, al margen de su condición de víctima en la causa del atentado, eran posibles vinculaciones con servicios de inteligencia y con extorsiones en el escándalo de protección de prostíbulos y coimas que envolvió al juez Norberto Oyarbide. Luciano Garbellano, dueño del prostíbulo masculino Spartacus donde fue filmado el magistrado, acusó a Cattáneo de “entregarlo”. Ante el Tribunal Federal Oral 3 Cattáneo contó una historia rarísima, con contradicciones y discrepancias con su declaración anterior. Ayer quedó claro que prácticamente nadie le creyó. Los abogados querellantes, los defensores de los acusados y los fiscales pidieron que se lo investigue por falso testimonio, defraudación y estafa. La primera denuncia la hizo el abogado Pablo Jacoby, de Memoria Activa, y se le sumaron luego todos los demás. El caso Cattáneo, podría mostrar la participación de la SIDE en la pérdida y armado de pruebas durante la instrucción de la causa, tanto por orden de jefes o con el impulso de informantes.

 

OPINION
Por Raúl Kollmann

El fracaso

Nassib Haddad tal vez no tenga nada, nada, que ver con el atentado contra la AMIA. Sin embargo, el fracaso de la investigación –sobre todo en los primeros tres años– parece que no va a permitir saber la verdad.
Haddad y Alberto Kanoore Edul, el empresario trucho, hijo de un amigo de Carlos Menem, tienen elementos objetivos que los hicieron aparecer en la causa. Kanoore llamó por teléfono –y nunca lo pudo explicar– a Carlos Telleldín, el último hombre que tuvo en su poder la camioneta usada como coche-bomba. Nassib Haddad compraba amonal, el explosivo de la AMIA, era el propietario del volquete colocado frente a la mutual cinco minutos antes de la explosión y encima ese volquete pasó poco antes por un predio lindero a la vivienda de Kanoore Edul.
Interrogados, uno y otro siempre dieron respuestas contradictorias, pero además tuvieron tres años para prepararse: entre 1994 y 1997 la pesquisa fue una parodia, tal como lo reconocieron varias veces los investigadores, y nunca los confrontaron con pruebas serias.
La pista que se diluye ahora tiene la máxima importancia porque en los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA falta una pieza clave: la conexión local islámica. En los ataques contra las Torres Gemelas en 1993, en un atentado en Londres una semana después de la AMIA; en los atentados contra las embajadas de Estados Unidos en Tanzania y Kenia y en los recientes del 11 de setiembre, siempre apareció una conexión local islámica, o sea un grupo que vivía en el país donde se produjo el atentado y que le dio apoyo de todo tipo al grupo atacante. En algún caso se trató de un clérigo ciego, en otro un grupo de estudiantes palestinos, en Africa fueron inmigrantes saudíes y en el último y gigantesco ataque en Nueva York y Washington todavía no han encontrado las claves, pero casi la totalidad de los 19 suicidas vivían en Estados Unidos desde hace más de un año.
En los atentados en la Argentina se insiste –sin demasiadas pruebas– que la embajada de Irán le dio apoyo a la operación, pero no hay antecedentes de atentados en que los diplomáticos hayan sido el centro de la conexión local.
Lo único que se parece a una conexión local islámica son los nombres de Kanoore Edul y Nassib Haddad, dos beneficiados con resoluciones que los blanquean pero que exhiben, otra vez, el naufragio de la investigación que hizo el menemismo.

 

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