Por Julián
Gorodischer
La música sube, y la
barra de Villa Luro corea la estrofa más difundida en este bar
de San Isidro: Mueva, mueva. Guillermina baila sobre la barra
y los muchachos se entretienen. En una hora se baja los lompas,
avisan, alentando la espera hasta la medianoche. Los cinco, que ahora
se miran en los monitores, viajan tres veces por semana sólo para
estar muy cerca de lo que consideran una fiesta romana. El
mito sobre una de las primeras noches (la noche inolvidable,
para Sabrina) crece y reconstruye una orgía, un momento condicionado
que habría motivado el corte de la transmisión en continuado
de Sky. Las groupies se iluminan cuando cuentan lo que a su vez les contaron:
Diego tiró un forro usado a la cámara.
El Bar 2 tiene su marca: estaría mostrando lo que ningún
otro reality pone en escena. El hombre desnudo (Diego), el coito, el sexo
oral (entre Cristian y Eugenia), el beso entre mujeres (Eugenia y Sabrina),
el intercambio de parejas. El calor de las fantasías facilita el
levante, y la barra que una vez imaginó una noche de pasión
con Pamela o Guillermina se conforma con lo que les queda: alguna
residente de Lanús o Villa Lugano que mire fijo a los ojos y diga
me voy con vos a donde quieras.
Hasta Hollywood no paro, dice Sabrina, reina en esta feria
de vanidades, y se baja de la barra. La estrategia de los equipos para
ganar clientes es subir a las chicas lindas y dejarlas un rato en exposición.
El ardid funciona bien cuando Sabrina complace el pedido de la primera
fila: A ver, a ver, dice el estribillo pegadizo, y ella se
da vuelta, sacudiéndose, y les da el gusto. La psicóloga,
o Viviana, es más tímida, aunque después se pasee
por la casa en bombacha como de hilo dental. Algunas cosas
le molestan, y no acepta que le imputen una cierta incitación a
las bromas de Lucho; a él le gusta desnudarla mientras está
durmiendo. Viviana es terminante: Dejé la diplomacia de lado,
dice, pero sonríe, pícara, cuando se le pregunta por la
perceptible tensión sexual que sobrevuela. Entre nosotros
hay una fricción permanente, cuerpo a cuerpo, dice.
Según parece, el seguimiento filmado de 24 horas (que en el Gran
Hermano generó el monotema sobre las nominaciones) aquí
actúa como desinhibidor. Lucho descarga dentro de su boca dos potes
enteros de ketchup y mayonesa al grito de Aguante equipo naranja.
Otras veces, se quedó cazando moscas hasta la madrugada para cumplir
una fantasía: Se las pongo a Pamela entre las tetas.
Y después justifica las bromas adolescentes a lo largo de todo
el día. Acá hay picos de locura. Pero yo trato de
mantener un perfil sexual bajo, porque hay que ser consciente de las cámaras.
Siempre puede haber una abuela mirando.
Entre Diego y Nicolás hay una brecha. El cantante es el participante
más expuesto que se recuerde. Se desnudó la primera noche,
bailó con sus manos en los pechos de Eugenia, tuvo sexo con Sabrina
y alentó, en forma simultánea, otras pasiones. Nicolás,
en cambio, todavía se pregunta por las reacciones que se estarán
produciendo en la parroquia en la que trabaja. Sé que a los
conservadores les debe haber dado un paro cardíaco, dice
Diego. A mí me gustan las mujeres, muchos tipos de mujeres,
y también me gusta algo más que el sexo por diversión.
Me interesa estar enamorado. Sabrina, a un costado, lo acusa de
seducir a hombres y mujeres en busca de una utilidad, de trabajarle
muy bien la cabeza a la gente. Yo lo quiero cambiar,
se propone. No lo quiero seguir tratando como a un mueble.
Para todos, aun para el misionero que donaría su premio a un comedor
para niños, la añoranza del alcohol es una constante.
Allí donde abundan los daikiris y las cervezas, los zafados no
pueden probar una gota por orden de la producción. La primera noche
corrió la bebida y el Comfer impuso restricciones. Los chicoscoinciden
al repetir la directiva que les bajaron desde entonces, como si inclusive
el reality del palo tuviera que cuidar lo que muestra, y respetar una
pantalla nunca proclive al sexo en primer plano: Hay que bajar el
voltaje. Diego lo expresa como una melancolía. Fuera
del bar me gustaba una cervecita por las tardes. Ahora no tengo acceso
a la bebida. Quizá la cortaron por una cuestión de imagen.
Cuando llegó, imprevista, la fiesta descontrolada generó
algunos reparos. Eugenia es una mamá objeta Nicolás,
y sólo después entendí que detrás de una madre
hay una mujer. Me enojé mucho, porque además eligió
la persona con la que peor se llevaba (Cristian). Se me mezclaron los
celos, la bronca y la incoherencia de la situación. Se recuerda
durante esa noche salvaje como un extranjero y aprieta bien fuerte su
rosario, siempre en el cuello. El misionero, por momentos, desencaja.
Como el mexicano Tamir, que preferiría cien veces una noche romántica
con Guillermina (debajo de la mesa, tapados por la colcha)
a la dispersión del deseo que se reparte entre las habitaciones
y el baño. Reemplazaría la dinámica de este grupo
por una situación televisiva más convencional, el amor entre
dos. Sin embargo, tiene una explicación sobre lo sucedido. Vivimos
juntos, estamos todo el tiempo tocando pieles, somos muy sexualmente activos,
el público pide besos, nos sube la temperatura y, además,
hace mucho tiempo que no tenemos relaciones sexuales.
Los fiesteros se confiesan
Estuvimos encerrados
diez días en un hotel, en total soledad. Y después
arrancamos muy arriba. Ahora todo bajó bastante, tal vez
porque se fue Cristian, el más fiestero de todos (Luciano).
La fiesta fue un
flechazo. Cada uno venía con sus cosas, nos miramos, y estábamos
copeteados. Me fui a dormir, y Diego me vino a buscar para estar
con Cristian y conmigo a la vez. Pero yo no soy así
(Sabrina).
Yo nunca tiré
un forro a cámara. Pude haberme desnudado, haber tenido sexo,
pero no soy un tarado (Diego).
Esa noche, a medida
que iba aumentando la música y el alcohol, fue subiendo el
tono. Eugenia quería ser protagonista como mujer, aparte
de ser madre y una persona seria. Me sorprendió porque no
lo vivo todos los días en las fiestas a las que voy. Afuera
hay mucho caretaje (Guillermina).
Antes, mi vida
era una rutina: facultad, hospitales y pacientes. De pronto cambié
el vestuario, la gente, el discurso. Al principio, quedé
como la amargada. Yo nunca podría superar ese quilombo
(Viviana).
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