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“ESTA PARTE DEL CAMINO”, UN GRAN CD DE LUCHO GONZALEZ
La emoción que te emociona

El gran guitarrista peruano-argentino, que tocó con todos, concretó tras treinta años de carrera su primer trabajo como solista.

Por Carlos Polimeni

Como Rodolfo Orozco, tocó con todos, y de todo. A diferencia de él, que habita una canción de León Gieco, Lucho González no es un invento de alguien, sino un músico notable. Para más datos, uno de los mejores guitarristas de América Latina en una especialidad ardua, y en general poca reconocida: acompañar interpretes, a veces supliendo orquestas o grupos grandes. Lucho se tocó la vida pero nunca en función solista: lo suyo fue, y es, permitir que los otros se luzcan, construyendo en su derredor universos sonoros. Lo que casi nadie sabía es que además, Lucho cantaba, y cantaba bien. Su primer disco solista, Esta parte del camino, es, al tiempo, una comprobación y una revelación. La comprobación es que se trata de un músico fuera de serie. La revelación que, además de eso, puede cantar con clase y buen gusto. Lucho, he aquí su encanto, canta como el instrumentista que es, no como un divo. Que un acompañante de su nivel grabe un disco solista en que llama la atención como cantante suena tan raro como si Mercedes Sosa grabase uno –que hoy por hoy no graba ninguno- como interprete de piano o Juan Carlos Baglietto lanzara uno –que hoy lo suyo es Que hacer en esta tierra incendiada, sino cantar junto a Lito Vitale– luciendo sus virtudes de percusionista.
Lucho es peruano y argentino, por destino y por elección. En Perú están sus ancestros, y una gran porción de su cultura musical. En la Argentina buena parte de su familia, y su mundo laboral. En este disco hay un homenaje explícito a la música peruana y un implícito tributo a la música argentina, que ha sido su ámbito de desarrollo y crecimiento. Lucho parece volcar en el disco, que acaba de salir y fue grabado en setiembre, su aprendizaje de trajinar estudios y escenarios junto a figuras de la talla de Chabuca Granda, a quien le dió un soporte de calidad que aún hoy llama la atención, Mercedes Sosa, Ana Belén o Joan Manuel Serrat. Es más: parece haber aprendido que cantar es tocar un instrumento, que es la voz, y que eso no implica necesariamente maratones ostentosas. Cantar folklore peruano no es cantar arias, y por eso suena tan feo cuando Plácido Domingo se mete con los valses peruanos.
El disco empieza con “Amarraditos” y termina con “Aquellos ojos verdes”, como si se tratase de una declaración de principios (y una declaración de finales). En el medio, hay un verdadero festival de ritmo y swing, en que se sacan chispas, González y su socio Hubert Reyes, en cajón peruano. Cuando canta, González transmite una sensación muy especial: el oyente capta su emoción, ese instante único en que el que intérprete esta sintiendo la canción, y entrando en ella como si pidiese permiso, pero a la vez puede independizarse de ese compromiso y disfrutar del resultado profesional. Es decir: este disco no necesita de alguien que explique que el solista está cantando por primera vez en público, aunque eso sea llamativo.
La presencia de Colacho Brizuela en “Caricia”, así como la de sus hijos en otros temas, y hasta el tributo verbal, repetido por escrito, a Chabuca Granda, son parte de lo que para Gonzalez significa este disco, luego de casi treinta años de tocar para otros: su primera casa propia. El homenaje a Colacho es bastante lógico, si se tiene en cuenta su larga faena como el hombre en que se respalda para cantar Mercedes Sosa. Brizuela, como González, es un héroe del trabajo, a veces sólo notado por los músicos, de cargarse el equipo al hombro cuando los partidos son difíciles. En los escenarios, casi siempre los partidos son difíciles para la música popular.
Una idea de la calidez que destila “Esta parte del camino” es la versión de “Palabras para Julia”, el poema de Juan Agustín Goytisolo que Paco Ibáñez convirtió en una hermosa canción en los años finales del franquismo. Lucho cantando una canción para una hija, acompañado por su hija Alejandra, produce un momento de alta intensidad emocional. Eso, que es muy difícil de grabar, campea por aquí y allá en este disco para no olvidar: un intérprete que emociona con su emoción.

 

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