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MAÑANA SE ESTRENA “25 WATTS”, DE REBELLA/STOLL
Uruguay puede exportar cine

La película, ganadora del premio Fipresci en el Festival de Buenos Aires, retrata un día en la vida de tres pibes desangelados.

El Leche, un amante de las
cábalas, eterno estudiante del Liceo.
La película fue producida y dirigida a pulmón, en blanco y negro.

Por Eduardo Fabregat

Parece joda, vó: una película uruguaya. Hablar de “cine uruguayo” es una contradicción en la misma frase, porque en tierra oriental filmar se parece a un suicidio, y todo lo hecho desde fundacionales títulos como Almas de la costa (1923) o El pequeño héroe del arroyo de oro (1929) ha sido un permanente volver a empezar, arrancar de cero con dos mangos y el apoyo de nadie. Y sin embargo, 25 watts tiene una potencia que desmiente el título, que alude a la poca brillantez de ideas de uno de sus protagonistas. 25 watts, que se estrena mañana en Buenos Aires, fue realizada a pulmón por un equipo liderado por Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll, a quienes les cuesta definirse como “directores” y no esconden su admiración por gente como Jim Jarmusch o Raúl Perrone.
Algo de eso hay en el blanco y negro y el aire de pasividad argumental del film, la dejadez de sus personajes, pero 25 watts respira uruguayismo. Un uruguayismo que se hace obvio en el lenguaje, pero que también aparece en el ritmo de vida del Leche (Daniel Hendler, ultrafamoso a su pesar por ser el “Walter” de Telefónica), Javi (Jorge Temponi) y Seba (Alfonso Tort). Un ritmo que no sólo tiene que ver con su situación de jóvenes abandonados por la situación social, sino con la misma cadencia de Montevideo. Porque, por otra parte, el film que ganó el premio Fipresci y los protagónicos masculinos en el III Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, no se propone ninguna “lectura social”. Ni mucho menos.
25 watts es 24 horas en la vida del Leche, Javi y Seba. Sólo uno de ellos –Javi– tiene trabajo, y no es uno muy edificante: al volante de un autoparlante de publicidad callejera, escucha una y otra vez el mismo reclame de una fábrica de pastas, hasta que el mensaje se le confunde con las desgracias de su propia vida. El Leche es el eterno estudiante de liceo que finge estudiar italiano para curtirse a su profesora particular, usa a su abuela como antena para colgarse del cable y ensaya cábalas y variantes de cábalas que no llevan a nada. Seba es simplemente un colgado, al que un par de personajes peligrosos insisten en confundirlo con su hermano, el Marmota.
Eso es todo, o casi. Si en 76 89 03 (con el que es casi inevitable asociarlo) el trío protagonista se desvivía por Wanda Manera, aquí no hay mayores objetivos que seguir adelante sin saber muy bien para qué. Tampoco importa. Y, además, ahí está una constelación de personajes secundarios con los que no queda más remedio que interactuar, como el tontito Gerardo, el Pitufo (que apunta con orgullo que el único uruguayo en el Guinness es uno que estuvo cinco días aplaudiendo, pero no tiene ni idea de qué aplaudía), el Sandía o el insoportable Kiwi. “La película es sobre nosotros y nosotros nos pasamos todo un verano enfrente de un minimercado”, dice Rebella. “A mí me encantan las películas de ciudad. Nunca fui al campo y las vacas las vi por la carretera arriba de un ómnibus. La calle es el escenario. No es que yo sea un ‘pibe de la calle’ y ande con navaja. Soy un pibe de clase media. Me gusta el rock urbano, el cine urbano, me encanta ver una baldosa en una película.”
En 25 watts hay algo más que baldosas, y quizá por eso recibió aplausos casi unánimes en festivales como el de Bélgica, Australia, Valencia, Canadá, Río, Oslo, Viena y Buenos Aires, entre otros. “Uruguay es un país de viejos y nosotros hicimos una película en la que tres pendejos de veinte años hacen vida de jubilados, dándoles de comer a las palomas”, apunta Rebella. Si todo eso hace pensar en una película inmóvil, en la que nunca pasa nada, es necesario entonces decir un último dato: 25 watts no es sólo una película uruguaya. También es una película divertida. Muy divertida.

 


 

Brad Pitt, el loquito

Brad Pitt reconoció que se le subió la fama a la cabeza y que atravesó una crisis psíquica similar a la sufrida recientemente por la cantante Mariah Carey. En una entrevista con la revista estadounidense Vanity Fair, el protagonista de Pecados capitales, Siete años en el Tíbet, El club de la pelea y Snatch dijo que recién comenzó a superar su problema cuando inició una terapia. A pesar de que Pitt se ve como una persona absolutamente normal, reconoció que había caído en la “inmensa trampa” del revuelo que rige la vida de las estrellas. “Somos tratados como si fuéramos algo especial. Con el tiempo, uno empieza a creer que es algo muy especial y comienza a demandar esa atención. La mayoría de las veces lucho contra eso, pero a veces pierdo”, confesó Pitt, quien reconoció que llegó a actuar como un mandón con sus amigos por estar acostumbrado a comportarse así. Además, dijo estar aburrido de verse en la pantalla de cine y explicó que quiere “tomar distancia” de todo eso durante un tiempo. El actor reconoció que lo ponía contento pensar en la idea de formar una familia con su mujer, la actriz Jennifer Aniston (de la serie “Friends”), y que creía que cuando tuviera hijos ya no se tomaría tan en serio a sí mismo.

 

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