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ESTRENOS DE LA SEMANA
“25 WATTS”, DE JUAN PABLO REBELLA Y PABLO STOLL
Montevideo ya tiene quién la filme

La película uruguaya
pinta a un trío de veinteañeros, �náufragos� movidos por el mejor rock alternativo de la
otra orilla. Por su parte, en �Los cuentos del timonel�, Eduardo Montes-Bradley descubre en el iracundo autor de �La Patagonia rebelde� a un Osvaldo Bayer insospechado.

Por Martín Pérez

¿Por qué “25 watts”? Porque ése es, según Javi, el voltaje de las ideas del Leche. Y se lo hace saber arrojándole una lamparita quemada, que acaba de encontrar tirada en la calle. Leche –que avergonzó a Javi ante su iracundo jefe intentándole explicar una de sus devaluadas ideas– apenas si se encoge de hombros ante la frase irónica de su amigo e intenta hacer jueguito con el proyectil. Y se despide de Javi hasta un inevitable e inmediato encuentro, en el que volverá a repetirse todo un salmo de ironías, frases sin terminar y sobreentendidos ridículos. Y no tanto.
Junto al ingenuo Seba, los belicosos Javi y Leche forman el trío protagónico del multipremiado film firmado por Rebella y Stoll, dos uruguayos con publicidad, videoclips y cortometrajes en su currículum, que pasearon con todo éxito su primer largometraje por Sundance, Venecia y Rotterdam. Y también por Buenos Aires, donde sus tres actores compartieron el Premio a la Mejor Actuación del último Festival de Cine Independiente. Filmada en blanco y negro, y claramente inscripta dentro de un curioso subgénero del cine indie que reúne a cierta cantidad impar de varones para vagar y hablar con ironía y cinismo de cualquier cosa menos de sus vidas vacías, 25 watts recorre un día en la rutina barrial del trío protagónico. Y alrededor de la inacción de Javi, Seba y Leche irán orbitando todos y cada uno de los personajes de su barrio.
Si el anterior film generacional del cine uruguayo –Una forma de bailar (1997), de Alvaro Buela– elegía hablar de la adolescencia de los treintañeros montevideanos, de lo que habla 25 watts es de una juventud atrapada sin problemas dentro de un género. Como aquellos, los chicos de 25 watts viven con sus padres. Pero si aquellos parecían ser los últimos sobrevivientes de una generación de cinéfilos, éstos apenas si están habitados por personajes. Sin embargo, pese a todo lo estereotipada que pueda parecer, 25 watts no deja de ser una película lograda. Más lograda que Una forma de bailar, sin ir más lejos. Simpático, divertido y ocurrente, el film de Rebella y Stoll fotografía a una Montevideo bien barrial, lejos del centro, la postal y el río. Sus “náufragos” –así se llamaban a sí mismos los pioneros del rock argentino, que solían caminar sin parar por las calles de Buenos Aires– deambulan del bar a la esquina, y del videoclub a casa.
Slackers deudores de films como Clerks, de Kevin Smith, pero también de la obra del argentino Raúl Perrone, sus protagonistas permiten tanto el reconocimiento de las características de una generación como también alertan sobre la comodidad de su estereotipo. Con una banda de sonido habitada por el mejor rock alternativo de Montevideo –especialmente las canciones de Exilio Psíquico, para quienes los directores hicieron un video y cuyo tema “Por favor Señor (plegaria discográfica)” es casi el leit motiv del film–, Rebella y Stoll terminan construyendo un universo con vida propia alrededor de su trío protagónico. Un universo “slacker” que rechaza los pocos intentos de “cinematografizarlo”, ya que cada vez que sus directores apelan a un recurso supuestamente ingenioso para sumara la historia, la propia dinámica del film parece renegar naturalmente de ese ingenio.
Entre frase y frase, entre pitada y pitada y entre trago y trago de cerveza, Javi, Seba y el Leche se enterarán –entre otras cosas– que el único uruguayo que figura en el Libro Guinness de los Records es un tipo que aplaudió sin parar durante cinco días seguidos. Y la pregunta que se repetirá, invariablemente, será: ¿Y qué aplaudía? Nadie sabrá contestarla. De ese humor, de esas preguntas y de esos silencios es que está construida la simpática complicidad que une a los protagonistas del film. Y que también une sus 94 minutos de metraje.

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“RICOS, CASADOS E INFIELES”, DE PETER CHELSON
Un fallido desfile de estrellas

Por M. P.

Con Warren Beatty seguro de ser tan atractivo para toda clase de mujeres como en sus mejores tiempos, Diane Keaton vestida como en El club de las divorciadas y Goldie Hawn frunciendo la boca como en la misma película, Ricos, casados e infieles es el último megafracaso cinematográfico del Hollywood más satisfecho de sí mismo. Reuniendo estrellas antes de tener un guión con el cual hacerlas actuar, y con su estreno postergado trece veces durante tres años, esta comedia firmada por Peter Chelsom –y eso a pesar de que se fue de la producción dando un portazo– intenta narrar las desventuras de un arquitecto exitoso y con casa frente al Central Park que descubre la infidelidad justo cuando intenta salvar al matrimonio de sus mejores amigos del mismo problema.
Lejos del aburrido sentido de la dirección de monocordes comedias de fórmula como la anteriormente mencionada El club de las divorciadas, la incoherencia y el disparate que recorre el metraje de Ricos... es un punto a favor de este film que ya se instaló dentro de la filmografía de Beatty como un fracaso a la altura de Ishtar. Algo que, pese a la cantidad de guionistas que desfilaron por el estudio, seguramente sea virtud de las fallidas exhibiciones de prueba que obligaron a filmar varias tomas nuevamente. Así es como Beatty parece vagar perdido durante el excesivo metraje de la película, que sin embargo contiene buenos gags, así como un llamativo desfile de estrellas del que emerge triunfal un armado Charlton Heston y la bellísima Natassja Kinski.

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Todos los Bayer, el único Bayer

Por Horacio Bernades

“Les voy a contar algo, porque, como dicen en Hollywood, todo film debe tener una escena de sexo y éste no puede ser la excepción”, dice el hombre, antes de narrar cómo, una noche de verano junto al río Paraguay, el calor, la luna llena, los chamamés y el alcohol llevaron a un grupo de marineros a arrinconarlo, con intención de desflorarlo. “Debí recurrir a mis puños, que nunca fueron demasiado fuertes, pero era la única manera de salir airoso de ésa”, cierra con sonrisa evocadora.
Si alguien piensa en Osvaldo Bayer, lo imaginará como autor de Severino di Giovanni o La patagonia trágica, como inquebrantable luchador por una sociedad más justa, como exilado, como escritor de valientes contratapas en Página/12, pero jamás como narrador picaresco. Mucho menos, como objeto de lujuria subtropical. Eso es lo bueno de Los cuentos del timonel: permiten conocer a un Bayer no oficial, más cerca de los matices que del mausoleo. No se trata de “desmitificar” al escritor comprometido, el historiador incorruptible, el tenaz denunciador de masacres, porque todo eso aparece, también, en Los cuentos del timonel, el documental de Eduardo Montes–Bradley del que Bayer es a la vez protagonista, narrador y entrevistado.
El secreto reside en el también. Lo que hace Montes-Bradley en Los cuentos del timonel es completar el retrato de su entrevistado, no reducirlo a un mero croquis, permitir que adquiera un nuevo volumen, muchas veces impensado. Los cuentos ... es el tercer escalón de una serie que Montes-Bradley viene dedicando a “intocables” de la cultura argentina. Primero fue Soriano, en 1998. Luego Harto the Borges, en 2000. El próximo será Julio Cortázar, cuyo estreno promete para el 2002. En todos los casos, y de modo progresivo, el realizador les viene buscando la vuelta a esas figuras para que no se vuelvan figurones, objetos de adoración, efigies de mármol.
Los cuentos del timonel se filmó a lo largo del año que va de comienzos de 2000 a principios de esta temporada, con la ciudad de Berlín y otros parajes alemanes por marco. Allí, en la tierra de sus mayores, tiene Osvaldo Bayer una de sus residencias estables, y allí eligió fijar sus varios exilios. Primero, a comienzos de los 50, más tarde en el ‘75 y finalmente tras el retorno de la democracia. Los dos primeros, motivados por la misma razón, el mismo enemigo: las bandas de ultraderecha que habían tomado la carrera de Filosofía y Letras durante el primer peronismo y sus hijos más feroces, la triple A, un cuarto de siglo más tarde. Entonces, el solo hecho de haber denunciado una antigua masacre de trabajadores patagónicos lo convirtió en bestia negra de la reacción.
Alemania y Patagonia son territorios que reaparecen en Los cuentos.... La primera, como lugar de procedencia de sus mayores y comunidad de referencia (las colonias santafesinas, el barrio de Belgrano), pero también como cuna del nazismo y el militarismo nazional, dos de losenemigos jurados de quien siempre se asumió como “socialista libertario”. Patagonia, lugar de anclaje familiar, pero también primer destino del periodista que vuelve al país, a fines de los 50, con estudios de filosofía e historia bajo el brazo. Objeto también de esa titánica investigación sobre el exterminio de indios, peones y huelguistas. Con un par de payadas anarquistas como oportunísima música de fondo, Bayer recuerda, en Los cuentos..., su desconfiada relación de siempre con el peronismo, en el que no puede dejar de detectar raíces militaroides y bonapartistas.
Más inesperado y transgresor es el relato de sus desencuentros con Fidel y el Che, en los primeros tiempos de la revolución, cuando cierto desliz y una pregunta demasiado irritativa ante un Guevara que había imaginado el camino para un levantamiento armado en Argentina como cuestión de pura decisión e inevitable decantación, lo convirtieron en figura sospechosa. Pero aparte aparecen en Los cuentos... un Bayer-colimba, otro que pasó por la iglesia (padre agnóstico, madre católica), uno de más allá a quien un oficial del ejército supone “puto”, un marido enamorado, otro al que un superior de la marina expulsa por adherir a una huelga. Un Bayer lleno de historias, de humor, de perplejidad a veces. Tantos Bayer como 83 minutos y una mirada predispuesta son capaces de descubrir. Todos los Bayer, el Bayer, son los que devela esta sorprendente Los cuentos del timonel.

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“LEGALMENTE RUBIA”, CON REESE WHITHERSPOON
Blonda no quiere decir tonta

Por H. B.

Legalmente rubia es una película engañosa. Da la impresión de pertenecer a cierta clase de comedias que se disfrazan de tontas y son en realidad sumamente inteligentes. Películas como The Brady Bunch, 10 cosas que sé de ti, Rubias y peligrosas y sobre todo Ni idea, reina indiscutible de esta perlada estirpe. Todas ellas practican una maliciosa mímesis con rituales y modismos de los adolescentes más in, para desde allí dispararse en dos sentidos opuestos: a la vez que critican despiadadamente a ciertas instituciones estadounidenses (la high school, la familia, el dinero, el sexo adolescente, los roles genéricos), brindan a las rubias tontas la oportunidad de demostrar que no lo son tanto.
La rubia tonta de Legalmente rubia es Ellen Woods (Reese Witherspoon, que ya había sido un ángel blanquísimo en la última película de Adam Sandler). En el mundo según Ellen, el barrio de Bel Air, Clairol, la manicura, los modelitos de Prada y la revista Cosmopolitan son dueños y señores. La magnífica secuencia de títulos, que se abre con el rubísimo cabello de la protagonista llenando el encuadre, radiografía con gracia y precisión el valor que el casamiento sigue teniendo para estas tribus, al mostrar a todas las chicas de la high school participando, excitadísimas, del inminente compromiso de Ellen, como si se tratara de un rito colectivo. Pero, oh, en lugar de compromiso, una Ellen superproducida se topará con el corte de manga de su príncipe azul, que para poder llegar algún día a senador debe casarse “con una Jackie, no con una Marylin”.
Mientras espera turno en la peluquería, a la deshecha Ellen se le enciende la lamparita: deberá ingresar a Harvard y recibirse de abogada, para ser la mujer que el estúpido de su novio quiere. Claro que un título de especialista en indumentaria y haber sido finalista en el concurso “Hawaian Tropic” no parecen los mejores antecedentes. Pero con el tesón que las grandes mandíbulas de Witherspoon tan bien representan, puede que a la larga se salga con la suya. Hasta el momento de su ingreso a Harvard, Legalmente rubia (escrita por el mismo dueto de guionistas de la muy buena 10 cosas que sé de ti) logra tener sobre ese mundo asfixiantemente rubio y rosado la ironía necesaria, con varios chistes para festejar. El problema es que, a partir de ese momento, la película se convierte en su exacto reverso: una historia de triunfo, con Ellen cumpliendo, paso a paso, su american dream. No sólo será abogada, sino que eclipsará a sus compañeros, desenmascarará a un acosador prominente, sepultará al novio traidor, dará el discurso de graduación y llevará al altar, cómo no, al más noble y modesto de la clase. La historia de Cenicienta, cuando debió haber sido la del patito feo.

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�La fortuna de vivir�, o el elogio de la indolencia

El director Jean Becker eligió un
grupo de actores de una gran solidez y los
dejó disfrutar de la campiña y de unos personajes que se caracterizan por su buen corazón y nobleza de espíritu.

Un paisaje agreste e idílico, a orillas del Loire, donde aún no llega la sombra amenazante de Adolf Hitler.

Por Luciano Monteagudo

¿Qué historias se esconden detrás de la fría playa de estacionamiento de un moderno hipermercado? ¿Qué había allí cuando todavía no reinaba omnipresente el cemento y el neón? La fortuna de vivir retrocede hasta comienzos de los años 30 y se instala a orillas del Loire, en un paisaje siempre soleado, agreste, idílico, habitado por personajes que hacen de la indolencia una de las bellas artes. La Primera Guerra Mundial ha dejado algunas heridas aún sin cicatrizar, pero la sombra de Hitler no es todavía lo suficientemente amenazante como para llegar hasta ese rincón apartado del mundo, donde pareciera que nada es capaz de nublar la felicidad simple y cotidiana de la que disfrutan esos “chicos del pantano”, como sugiere el título original de la película.
El director Jean Becker –hijo del legendario Jacques, autor de films fundamentales del cine francés de los años 50, como Casco de oro, que reveló la figura de Simone Signoret, y Grisbi, que consolidó la de Jean Gabin– eligió un grupo de actores de una gran solidez y personalidad y los dejó disfrutar de la campiña y de unos personajes que se caracterizan por su buen corazón y nobleza de espíritu. En primer lugar, está Garris (Jacques Gamblin), un solitario que después de haber sobrevivido a la Gran Guerra se refugió en una bucólica cabaña lejos del mundanal ruido. Hasta allí llega todas las mañanas su vecino Riton (Jacques Villeret), desocupado, padre de tres pequeños hijos y demasiado enamorado del vino, que le ayuda a olvidar a su primera esposa, su gran amor. De a poco, otros personajes se acercan a disfrutar de ese lugar paradisíaco, donde sólo se escucha el canto de los pájaros y el rumor del agua. El cándido Amedée (André Dussolier) va allí a entrar en contacto con la naturaleza y a citar a los clásicos, a los que lee con voracidad. Pépé (Michel Serrault), un hijo del pantano que devino próspero industrial, no quiere olvidar sus orígenes humildes y demuestra que no ha perdido su prodigiosa habilidad para la pesca. Y Jo (el ex futbolista Eric Cantonaá, un boxeador que alguna vez fue un héroe local, intenta, sin éxito, reconcilarse con su pasado.
La puesta en escena de Becker es sencilla y discreta, como su película toda. El director aprovecha las ventajas del cinemascope para “pintar” mejor el paisaje, a la manera de la tradición impresionista, pero no por ello pierde el carácter íntimo de aquellas escenas donde se impone un diálogo calmo o una confesión. El suyo es siempre un cine de prosa, donde la cámara hace todo lo posible por pasar inadvertida y en el que los actores son quienes hacen crecer a sus personajes, sin tener la necesidad de ceñirse a un realismo estricto. Es fácil cuestionarle a La fortuna de vivir su visión reaccionaria del mundo, su idea de que todo tiempo pasado fue mejor, pero esa nostalgia que embarga a la película no parece tener nada de artificial, como si todos los involucrados –empezando por el propio Jean Becker– hubieran encontrado en ese viaje hacia atrás en eltiempo un bálsamo verdadero, un remanso apacible donde guarecerse de un presente hostil.

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