Por Martín
Pérez
¿Por qué 25
watts? Porque ése es, según Javi, el voltaje de las
ideas del Leche. Y se lo hace saber arrojándole una lamparita quemada,
que acaba de encontrar tirada en la calle. Leche que avergonzó
a Javi ante su iracundo jefe intentándole explicar una de sus devaluadas
ideas apenas si se encoge de hombros ante la frase irónica
de su amigo e intenta hacer jueguito con el proyectil. Y se despide de
Javi hasta un inevitable e inmediato encuentro, en el que volverá
a repetirse todo un salmo de ironías, frases sin terminar y sobreentendidos
ridículos. Y no tanto.
Junto al ingenuo Seba, los belicosos Javi y Leche forman el trío
protagónico del multipremiado film firmado por Rebella y Stoll,
dos uruguayos con publicidad, videoclips y cortometrajes en su currículum,
que pasearon con todo éxito su primer largometraje por Sundance,
Venecia y Rotterdam. Y también por Buenos Aires, donde sus tres
actores compartieron el Premio a la Mejor Actuación del último
Festival de Cine Independiente. Filmada en blanco y negro, y claramente
inscripta dentro de un curioso subgénero del cine indie que reúne
a cierta cantidad impar de varones para vagar y hablar con ironía
y cinismo de cualquier cosa menos de sus vidas vacías, 25 watts
recorre un día en la rutina barrial del trío protagónico.
Y alrededor de la inacción de Javi, Seba y Leche irán orbitando
todos y cada uno de los personajes de su barrio.
Si el anterior film generacional del cine uruguayo Una forma de
bailar (1997), de Alvaro Buela elegía hablar de la adolescencia
de los treintañeros montevideanos, de lo que habla 25 watts es
de una juventud atrapada sin problemas dentro de un género. Como
aquellos, los chicos de 25 watts viven con sus padres. Pero si aquellos
parecían ser los últimos sobrevivientes de una generación
de cinéfilos, éstos apenas si están habitados por
personajes. Sin embargo, pese a todo lo estereotipada que pueda parecer,
25 watts no deja de ser una película lograda. Más lograda
que Una forma de bailar, sin ir más lejos. Simpático, divertido
y ocurrente, el film de Rebella y Stoll fotografía a una Montevideo
bien barrial, lejos del centro, la postal y el río. Sus náufragos
así se llamaban a sí mismos los pioneros del rock
argentino, que solían caminar sin parar por las calles de Buenos
Aires deambulan del bar a la esquina, y del videoclub a casa.
Slackers deudores de films como Clerks, de Kevin Smith, pero también
de la obra del argentino Raúl Perrone, sus protagonistas permiten
tanto el reconocimiento de las características de una generación
como también alertan sobre la comodidad de su estereotipo. Con
una banda de sonido habitada por el mejor rock alternativo de Montevideo
especialmente las canciones de Exilio Psíquico, para quienes
los directores hicieron un video y cuyo tema Por favor Señor
(plegaria discográfica) es casi el leit motiv del film,
Rebella y Stoll terminan construyendo un universo con vida propia alrededor
de su trío protagónico. Un universo slacker
que rechaza los pocos intentos de cinematografizarlo, ya que
cada vez que sus directores apelan a un recurso supuestamente ingenioso
para sumara la historia, la propia dinámica del film parece renegar
naturalmente de ese ingenio.
Entre frase y frase, entre pitada y pitada y entre trago y trago de cerveza,
Javi, Seba y el Leche se enterarán entre otras cosas
que el único uruguayo que figura en el Libro Guinness de los Records
es un tipo que aplaudió sin parar durante cinco días seguidos.
Y la pregunta que se repetirá, invariablemente, será: ¿Y
qué aplaudía? Nadie sabrá contestarla. De ese humor,
de esas preguntas y de esos silencios es que está construida la
simpática complicidad que une a los protagonistas del film. Y que
también une sus 94 minutos de metraje.
PUNTOS
RICOS,
CASADOS E INFIELES, DE PETER CHELSON
Un fallido desfile de estrellas
Por M. P.
Con Warren Beatty seguro de
ser tan atractivo para toda clase de mujeres como en sus mejores tiempos,
Diane Keaton vestida como en El club de las divorciadas y Goldie Hawn
frunciendo la boca como en la misma película, Ricos, casados e
infieles es el último megafracaso cinematográfico del Hollywood
más satisfecho de sí mismo. Reuniendo estrellas antes de
tener un guión con el cual hacerlas actuar, y con su estreno postergado
trece veces durante tres años, esta comedia firmada por Peter Chelsom
y eso a pesar de que se fue de la producción dando un portazo
intenta narrar las desventuras de un arquitecto exitoso y con casa frente
al Central Park que descubre la infidelidad justo cuando intenta salvar
al matrimonio de sus mejores amigos del mismo problema.
Lejos del aburrido sentido de la dirección de monocordes comedias
de fórmula como la anteriormente mencionada El club de las divorciadas,
la incoherencia y el disparate que recorre el metraje de Ricos... es un
punto a favor de este film que ya se instaló dentro de la filmografía
de Beatty como un fracaso a la altura de Ishtar. Algo que, pese a la cantidad
de guionistas que desfilaron por el estudio, seguramente sea virtud de
las fallidas exhibiciones de prueba que obligaron a filmar varias tomas
nuevamente. Así es como Beatty parece vagar perdido durante el
excesivo metraje de la película, que sin embargo contiene buenos
gags, así como un llamativo desfile de estrellas del que emerge
triunfal un armado Charlton Heston y la bellísima Natassja Kinski.
PUNTOS
Todos
los Bayer, el único Bayer
Por Horacio Bernades
Les voy a contar algo,
porque, como dicen en Hollywood, todo film debe tener una escena de sexo
y éste no puede ser la excepción, dice el hombre,
antes de narrar cómo, una noche de verano junto al río Paraguay,
el calor, la luna llena, los chamamés y el alcohol llevaron a un
grupo de marineros a arrinconarlo, con intención de desflorarlo.
Debí recurrir a mis puños, que nunca fueron demasiado
fuertes, pero era la única manera de salir airoso de ésa,
cierra con sonrisa evocadora.
Si alguien piensa en Osvaldo Bayer, lo imaginará como autor de
Severino di Giovanni o La patagonia trágica, como inquebrantable
luchador por una sociedad más justa, como exilado, como escritor
de valientes contratapas en Página/12, pero jamás como narrador
picaresco. Mucho menos, como objeto de lujuria subtropical. Eso es lo
bueno de Los cuentos del timonel: permiten conocer a un Bayer no oficial,
más cerca de los matices que del mausoleo. No se trata de desmitificar
al escritor comprometido, el historiador incorruptible, el tenaz denunciador
de masacres, porque todo eso aparece, también, en Los cuentos del
timonel, el documental de Eduardo MontesBradley del que Bayer es
a la vez protagonista, narrador y entrevistado.
El secreto reside en el también. Lo que hace Montes-Bradley en
Los cuentos del timonel es completar el retrato de su entrevistado, no
reducirlo a un mero croquis, permitir que adquiera un nuevo volumen, muchas
veces impensado. Los cuentos ... es el tercer escalón de una serie
que Montes-Bradley viene dedicando a intocables de la cultura
argentina. Primero fue Soriano, en 1998. Luego Harto the Borges, en 2000.
El próximo será Julio Cortázar, cuyo estreno promete
para el 2002. En todos los casos, y de modo progresivo, el realizador
les viene buscando la vuelta a esas figuras para que no se vuelvan figurones,
objetos de adoración, efigies de mármol.
Los cuentos del timonel se filmó a lo largo del año que
va de comienzos de 2000 a principios de esta temporada, con la ciudad
de Berlín y otros parajes alemanes por marco. Allí, en la
tierra de sus mayores, tiene Osvaldo Bayer una de sus residencias estables,
y allí eligió fijar sus varios exilios. Primero, a comienzos
de los 50, más tarde en el 75 y finalmente tras el retorno
de la democracia. Los dos primeros, motivados por la misma razón,
el mismo enemigo: las bandas de ultraderecha que habían tomado
la carrera de Filosofía y Letras durante el primer peronismo y
sus hijos más feroces, la triple A, un cuarto de siglo más
tarde. Entonces, el solo hecho de haber denunciado una antigua masacre
de trabajadores patagónicos lo convirtió en bestia negra
de la reacción.
Alemania y Patagonia son territorios que reaparecen en Los cuentos....
La primera, como lugar de procedencia de sus mayores y comunidad de referencia
(las colonias santafesinas, el barrio de Belgrano), pero también
como cuna del nazismo y el militarismo nazional, dos de losenemigos jurados
de quien siempre se asumió como socialista libertario.
Patagonia, lugar de anclaje familiar, pero también primer destino
del periodista que vuelve al país, a fines de los 50, con estudios
de filosofía e historia bajo el brazo. Objeto también de
esa titánica investigación sobre el exterminio de indios,
peones y huelguistas. Con un par de payadas anarquistas como oportunísima
música de fondo, Bayer recuerda, en Los cuentos..., su desconfiada
relación de siempre con el peronismo, en el que no puede dejar
de detectar raíces militaroides y bonapartistas.
Más inesperado y transgresor es el relato de sus desencuentros
con Fidel y el Che, en los primeros tiempos de la revolución, cuando
cierto desliz y una pregunta demasiado irritativa ante un Guevara que
había imaginado el camino para un levantamiento armado en Argentina
como cuestión de pura decisión e inevitable decantación,
lo convirtieron en figura sospechosa. Pero aparte aparecen en Los cuentos...
un Bayer-colimba, otro que pasó por la iglesia (padre agnóstico,
madre católica), uno de más allá a quien un oficial
del ejército supone puto, un marido enamorado, otro
al que un superior de la marina expulsa por adherir a una huelga. Un Bayer
lleno de historias, de humor, de perplejidad a veces. Tantos Bayer como
83 minutos y una mirada predispuesta son capaces de descubrir. Todos los
Bayer, el Bayer, son los que devela esta sorprendente Los cuentos del
timonel.
PUNTOS
LEGALMENTE
RUBIA, CON REESE WHITHERSPOON
Blonda no quiere decir tonta
Por H. B.
Legalmente rubia es una película
engañosa. Da la impresión de pertenecer a cierta clase de
comedias que se disfrazan de tontas y son en realidad sumamente inteligentes.
Películas como The Brady Bunch, 10 cosas que sé de ti, Rubias
y peligrosas y sobre todo Ni idea, reina indiscutible de esta perlada
estirpe. Todas ellas practican una maliciosa mímesis con rituales
y modismos de los adolescentes más in, para desde allí dispararse
en dos sentidos opuestos: a la vez que critican despiadadamente a ciertas
instituciones estadounidenses (la high school, la familia, el dinero,
el sexo adolescente, los roles genéricos), brindan a las rubias
tontas la oportunidad de demostrar que no lo son tanto.
La rubia tonta de Legalmente rubia es Ellen Woods (Reese Witherspoon,
que ya había sido un ángel blanquísimo en la última
película de Adam Sandler). En el mundo según Ellen, el barrio
de Bel Air, Clairol, la manicura, los modelitos de Prada y la revista
Cosmopolitan son dueños y señores. La magnífica secuencia
de títulos, que se abre con el rubísimo cabello de la protagonista
llenando el encuadre, radiografía con gracia y precisión
el valor que el casamiento sigue teniendo para estas tribus, al mostrar
a todas las chicas de la high school participando, excitadísimas,
del inminente compromiso de Ellen, como si se tratara de un rito colectivo.
Pero, oh, en lugar de compromiso, una Ellen superproducida se topará
con el corte de manga de su príncipe azul, que para poder llegar
algún día a senador debe casarse con una Jackie, no
con una Marylin.
Mientras espera turno en la peluquería, a la deshecha Ellen se
le enciende la lamparita: deberá ingresar a Harvard y recibirse
de abogada, para ser la mujer que el estúpido de su novio quiere.
Claro que un título de especialista en indumentaria y haber sido
finalista en el concurso Hawaian Tropic no parecen los mejores
antecedentes. Pero con el tesón que las grandes mandíbulas
de Witherspoon tan bien representan, puede que a la larga se salga con
la suya. Hasta el momento de su ingreso a Harvard, Legalmente rubia (escrita
por el mismo dueto de guionistas de la muy buena 10 cosas que sé
de ti) logra tener sobre ese mundo asfixiantemente rubio y rosado la ironía
necesaria, con varios chistes para festejar. El problema es que, a partir
de ese momento, la película se convierte en su exacto reverso:
una historia de triunfo, con Ellen cumpliendo, paso a paso, su american
dream. No sólo será abogada, sino que eclipsará a
sus compañeros, desenmascarará a un acosador prominente,
sepultará al novio traidor, dará el discurso de graduación
y llevará al altar, cómo no, al más noble y modesto
de la clase. La historia de Cenicienta, cuando debió haber sido
la del patito feo.
PUNTOS
�La
fortuna de vivir�, o el elogio de la indolencia
El director Jean Becker eligió un
grupo de actores de una gran solidez y los
dejó disfrutar de la campiña y de unos personajes que se caracterizan
por su buen corazón y nobleza de espíritu.
Un
paisaje agreste e idílico, a orillas del Loire, donde aún no llega
la sombra amenazante de Adolf Hitler.
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Por
Luciano Monteagudo
¿Qué
historias se esconden detrás de la fría playa de estacionamiento
de un moderno hipermercado? ¿Qué había allí
cuando todavía no reinaba omnipresente el cemento y el neón?
La fortuna de vivir retrocede hasta comienzos de los años 30 y
se instala a orillas del Loire, en un paisaje siempre soleado, agreste,
idílico, habitado por personajes que hacen de la indolencia una
de las bellas artes. La Primera Guerra Mundial ha dejado algunas heridas
aún sin cicatrizar, pero la sombra de Hitler no es todavía
lo suficientemente amenazante como para llegar hasta ese rincón
apartado del mundo, donde pareciera que nada es capaz de nublar la felicidad
simple y cotidiana de la que disfrutan esos chicos del pantano,
como sugiere el título original de la película.
El director Jean Becker hijo del legendario Jacques, autor de films
fundamentales del cine francés de los años 50, como Casco
de oro, que reveló la figura de Simone Signoret, y Grisbi, que
consolidó la de Jean Gabin eligió un grupo de actores
de una gran solidez y personalidad y los dejó disfrutar de la campiña
y de unos personajes que se caracterizan por su buen corazón y
nobleza de espíritu. En primer lugar, está Garris (Jacques
Gamblin), un solitario que después de haber sobrevivido a la Gran
Guerra se refugió en una bucólica cabaña lejos del
mundanal ruido. Hasta allí llega todas las mañanas su vecino
Riton (Jacques Villeret), desocupado, padre de tres pequeños hijos
y demasiado enamorado del vino, que le ayuda a olvidar a su primera esposa,
su gran amor. De a poco, otros personajes se acercan a disfrutar de ese
lugar paradisíaco, donde sólo se escucha el canto de los
pájaros y el rumor del agua. El cándido Amedée (André
Dussolier) va allí a entrar en contacto con la naturaleza y a citar
a los clásicos, a los que lee con voracidad. Pépé
(Michel Serrault), un hijo del pantano que devino próspero industrial,
no quiere olvidar sus orígenes humildes y demuestra que no ha perdido
su prodigiosa habilidad para la pesca. Y Jo (el ex futbolista Eric Cantonaá,
un boxeador que alguna vez fue un héroe local, intenta, sin éxito,
reconcilarse con su pasado.
La puesta en escena de Becker es sencilla y discreta, como su película
toda. El director aprovecha las ventajas del cinemascope para pintar
mejor el paisaje, a la manera de la tradición impresionista, pero
no por ello pierde el carácter íntimo de aquellas escenas
donde se impone un diálogo calmo o una confesión. El suyo
es siempre un cine de prosa, donde la cámara hace todo lo posible
por pasar inadvertida y en el que los actores son quienes hacen crecer
a sus personajes, sin tener la necesidad de ceñirse a un realismo
estricto. Es fácil cuestionarle a La fortuna de vivir su visión
reaccionaria del mundo, su idea de que todo tiempo pasado fue mejor, pero
esa nostalgia que embarga a la película no parece tener nada de
artificial, como si todos los involucrados empezando por el propio
Jean Becker hubieran encontrado en ese viaje hacia atrás
en eltiempo un bálsamo verdadero, un remanso apacible donde guarecerse
de un presente hostil.
PUNTOS
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