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Tolomeo,
Copérnico, Kepler y la economía
Por Leonardo Moledo
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La astronomía y la economía
suelen explicar el movimiento y la distribución de los objetos
en el cielo y el flujo de bienes y capitales en la Tierra. En el siglo
II, la astronomía griega logró una grandiosa síntesis
con la obra de Claudio Tolomeo que en su Almagesto construyó una
descripción acabada del funcionamiento de los cielos, destinada
a durar mil quinientos años: era capaz de predecir eclipses y movimientos,
daba cuenta de las observaciones y organizaba los datos en un todo coherente
y sin fisuras.
Como se sabe, el sistema tolemaico partía de una Tierra inmóvil
en el centro del mundus, y sujetaba los movimientos de los demás
planetas (el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter,
Saturno) y las estrellas fijas a la rotación de esferas de cristal,
a las cuales se adherían, a su vez esferas más pequeñas,
que por su parte incluían esferitas más chicas aún,
encajadas unas dentro de otras como las muñecas rusas y que funcionaban
al unísono y retroalimentadas como los engranajes de un reloj.
La síntesis era perfecta, y aparte del pequeño defecto de
ser falsa, no presentaba otras dificultades que la de su excesiva complejidad
(en el siglo XIII, el rey Alfonso X el Sabio, al estudiar astronomía,
se lamentaba de que el Supremo Hacedor no lo hubiera consultado antes
de crear el mundo, porque en ese caso le habría aconsejado
fabricar algo más sensato).
Pero esta complejidad y el sistema de esferas dentro de esferas presentaba,
también, una ventaja: cualquier elemento que no encajara podía
explicarse y justificarse agregando una rueda más que diera cuenta
de él, cualquier fenómeno que se apartara del conjunto de
observaciones podía ser automáticamente corregido con las
herramientas centrales del sistema, con un costo, claro: aumentar la complejidad
y ajustar todo al sistema de esferas de tal modo que cualquier nuevo déficit
observacional sólo pudiera compensarse agregando esferas ulteriores,
que tarde o temprano llevarían a nuevos ajustes. Así, cada
dificultad del sistema no hacía más que afianzarlo, y cada
nueva fisura no hacía más que fortalecerlo, volverlo más
rígido, más difícil de arreglar y obligando a aplicar
una y otra vez la misma medicina que, justamente, había producido
la enfermedad.
Hacia el siglo XVI, el conjunto ya resultaba pesado, oneroso, y había
sumido a la astronomía en un largo período de estancamiento
con riesgo de parálisis, poco acorde con el espíritu renacentista
y neoplatónico que reclamaba una reactivación del pensamiento
científico. Pero el sistema de pensamiento astronómico cerrado
en sí mismo, no tenía herramientas teóricas para
encontrar una solución adecuada (o por lo menos razonable).
Fue Nicolás Copérnico (1473-1543) quien decidió salir
del atolladero tolemaico, atacando uno de sus pilares ideológicos:
el geocentrismo. Copérnico utilizó exactamente el mismo
conjunto de datos y observaciones que habían utilizado los economistas
precedentes; sólo que les dio un enfoque nuevo y original, y una
nueva interpretación, simplemente cambiando el punto de vista (la
Tierra) por el Sol. Al colocar al Sol en el centro del sistema, Copérnico
daba cuenta de una serie de fenómenos que el sistema de Tolomeo
no explicaba (el movimiento retrógrado, las fases de Venus, entre
otros) e iniciaba un cambio drástico en la astronomía.
Sin embargo, la reforma copernicana, aunque fue un primer y exitoso intento
de solución, conservaba (si bien centrado en el Sol) el sistema
de esferas y epiciclos, las herramientas centrales de la astronomía
antigua y medieval. Había otro elemento incrustado en el sistema
y la teorización del sistema que impedía salir del embrollo.
Esta vez fue Johannes Kepler (1571-1630) quien dio con la solución.
Estudiando la órbita de Marte encontró una diferencia entre
las posiciones observadas y las previstas, y en lugar de ignorar la evidencia,
alterarla o resolverla con un nuevo ajuste, atacó el segundo principio
que impedía la solución de los problemas astronómicos,
y que, como en el caso de la posición central de la tierra o el
sol, era también ideológico. A saber,la creencia en la perfección
y omnipresencia del círculo y la esfera, que se remontaba a Platón,
y que también encerraba a los astrónomos y los economistas
en el desfiladero de un pensamiento único y les impedía
ver las herramientas apropiadas aun cuando las tenían al alcance
de la mano. Cuando finalmente comprobó que la órbita de
Marte (y la de los demás planetas) era una elipse y no un círculo,
anotó en su diario: Oh, qué estúpido había
sido. Una vez superado el geocentrismo, formulada la primera ley
de Kepler (1605) y rota la armadura del pensamiento único, la astronomía
entró en un período de expansión que dura hasta hoy.
¿Y la economía? Bueno, no parece ser el caso.
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