Por Pablo Plotkin
El aterrizaje masivo de la
crema electrónica en Buenos Aires bien puede leerse como el momento
cumbre de la relación entre la ciudad y la música concebida
para las pistas. En plena temporada de recesión y sequía
rockera (se ve lejano el verano pasado, con aquellos shows de R.E.M.,
Neil Young, Beck, Oasis, Sting, Red Hot Chili Peppers), la importación
del festival Creamfields es un signo inequívoco del avance irrefrenable
de la cultura dance en Argentina. Entre las tres de la tarde del sábado
y el amanecer del domingo, el Hipódromo de San Isidro se convertirá
en una especie de parque de diversiones para la generación e (e
de electrónica, e de éxtasis, casi inseparables una de la
otra) musicalizado por una quincena de eminentes artistas extranjeros
y disc-jockeys de la escena local.
Se trata de la celebración insignia de Cream, un club luego convertido
en una de las compañías más poderosas de la industria
de la música bailable, en el nuevo siglo. Las ediciones multitudinarias
hechas en Liverpool, Ibiza y Dublín lo consagraron como el modelo
perfecto de festival electrónico post-Love Parade. Ahora las fiestas
ocurren en predios bien delimitados, la diversión se esparce en
enormes carpas sponsoreadas y las guías prácticas orientan
al buen usuario a lo largo de diecisiete horas de controlado frenesí.
A pesar de la cancelación del viaje de St. Germain (por la súbita
aerofobia de sus músicos, secuela de los atentados del 11 de septiembre),
buena parte del malón de DJs extranjeros que se hará presente
pertenece a la elite electrónica internacional. Por un lado estarán
los peces gordos de las bandejas, históricos como Paul Oakenfold,
Justin Robertson y Danny Rampling, el tridente de leyendas británicas
que conquistó los músculos del público argentino
en sus visitas anteriores. Dave Seaman, otro que juega de local en Buenos
Aires, tendrá a su cargo el cierre de la carpa mayor, la de Cream,
bien entrada la madrugada del domingo. Howie B, el hombre que produjo
a Björk, U2 y De La Guarda, será también una de las
estrellas en su calidad de debutante para el público argentino.
El japonés Satoshi Tomiie, respaldado en su condición de
ahijado artístico del prestigioso Frankie Knuckles, promete volver
a hacer humear unas cuantas suelas en su regreso a la ciudad. Al igual
que DJ Dan: el crack house criado en Seattle, fogueado en las discotecas
de California, es un pinchadiscos dilecto de los bailarines ilustrados.
Layo & Bushwacka, un dúo de ingleses que editó un muy
buen disco llamado Low Life (1999), atacará con un set de tech-house
exuberante. Son parte responsable de que el club The End, de Londres,
se convirtiera en uno de los lugares más respetados de la escena
europea. Otro dúo es el de Stanton Warriors. Provenientes de Bristol
y Devon, Dominic B y Mark Yardley son figuras del sonido garaje de Inglaterra.
También de Bristol son Jody Wisternoff y Nick Warren, integrantes
de Way Out West y modelos artísticos de Cream. Todos ellos, además
de Adam Freeland (colaborador de The Orb, Orbital y Deejay Punk Roc, entre
otros), Adam F & MC, James Lavelle (dueño del sello MoWax
e impulsor del proyecto U.N.K.L.E.) y los argentinos Hernán Cattáneo
(residente de Cream, estrella argentina presente en cuatro ediciones europeas
de Creamfields), Zuker, Diego Ro-K y otros, le pondrán ruido una
juerga que promete ser intensa. Llueva, truene o haya sol.
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