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PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein

Bush con ropa de fajina

El presidente Bush no tuvo una buena semana. El tesoro norteamericano debió bajar aún más las tasas de interés para tratar de frenar la recesión y, por primera vez en muchos años, el PBI norteamericano no sólo disminuyó su crecimiento, no sólo no creció, sino que además disminuyó: bajó 0,40 por ciento en el tercer trimestre del año. Cuando Fernando de la Rúa asumió con José Luis Machinea de ministro de Economía, se estimaba que Argentina crecería al uno por ciento y se presentaba un cuadro apocalíptico, las consultoras se rasgaban las vestiduras, auguraban días negros y especulaban con el riesgo país. La economía norteamericana no sólo no creció sino que se achicó y, para colmo, Osama Bin Laden sigue sin aparecer y la antipatía que despertaron los atentados contra las torres de Nueva York ahora comienza a sentirse también por la guerra en Afganistán.
El presidente norteamericano recibió esta semana la visita de su colega Jacques Chirac y, después de una reunión con el francés, repitió su frase favorita, la que pasará a la historia como el “veni, vidi, vici” de Julio César o “conmigo o sinmigo”, de Herminio Iglesias: “Con Estados Unidos o contra Estados Unidos”.
Con ese estado de ánimo, Bush aguardaba la llegada del presidente Fernando de la Rúa, quien seguramente tratará de encontrar su apoyo para la reestructuración de la deuda argentina con los acreedores externos. El jueves, cuando seguía abierta la discusión sobre la coparticipación, algunos colaboradores de la Presidencia, enojadísimos, aseguraron que había gobernadores de la oposición que querían que De la Rúa llegara a la entrevista con Bush sin el tema resuelto, como si el tejano estuviera pendiente de las vicisitudes criollas.
En Buenos Aires, las mismas consultoras que amenazan y protestan y llevaron el riesgo país hasta convertirlo en el país más peligroso del mundo, paradójicamente aconsejan a sus clientes a comprar títulos de la deuda. Con el riesgo país tan alto, los bonos están al 40 por ciento de su valor, pero cobran intereses como si valieran el cien por ciento. De esta manera, el 7 por ciento de interés que propone el Gobierno se convierte en casi el 16 por ciento del valor real invertido. Un negocio redondo. Y si son bonos de vencimiento a corto plazo, aconsejan no aceptar el canje. Cualquiera pensaría que si este fuera el país más peligroso de la Tierra para hacer negocios, todos tratarían de deshacerse de los bonos. No es así. O los inversores están locos, o el famoso riesgo país es en gran medida un engaña-pichanga.
Pero en realidad, con el planteo de la reestructuración de la deuda, quien tomó la iniciativa en la negociación ha sido el Gobierno y en la medida en que cambia la lógica de esa puja, lo que antes perjudicaba, ahora se convierte en un argumento a favor. El alza del riesgo país y la pelea con los gobernadores le sirven para apoyar su estrategia en el sentido de que esa reestructuración se origina en causas de fuerza mayor y no en los deseos o en la ideología. Se convierte así en un elemento de presión para los acreedores y no al revés.
Pero donde la situación se le escapa de las manos es en la rebelión del justicialismo en el Congreso. La aprobación de la ley que hace coparticipable el impuesto al cheque le duele más que las discusiones con los gobernadores, al igual que la aspiración de la principal fuerza de oposición de presidir el Senado.
Con tanto fragoteo tomaron protagonismo las cabezas de hecho de los dos partidos mayoritarios, Eduardo Duhalde y Raúl Alfonsín, quienes aparecieron como mediadores ante el Gobierno apoyando la reestructuración de la deuda y planteando la profundización de ese proceso. El Gobierno sostiene que no quiere cambiar el modelo, pero que está presionado por la situación financiera. Duhalde y Alfonsín tratan de proyectarse más allá y plantean el abandono del modelo.
“Podríamos participar en el gobierno si el Presidente decide enfrentar verdaderamente al sector financiero”, afirmó Duhalde, quien especuló con un desdoblamiento del Ministerio de Economía para que uno de los dos resultantes sea ocupado por su espada en esa materia, Remes Lenicov. De todos modos es difícil saber la fuerza real de esa decisión tanto en el caso de Duhalde como en el de Alfonsín.
Porque lo cierto es que el Bush que se reunirá con De la Rúa no será un hombre relajado, confiado en su poder. Es un presidente conservador que asumió el gobierno con escaso apoyo y cuyo sustento se basa en una situación de guerra que aglutinó a la opinión pública. Y conduce una guerra en la que no tiene resultados y que cada vez se vuelve más antipática fuera de los Estados Unidos. Pero sobre todo es un presidente que debe afrontar la peor crisis económica después de muchos años de bonanza. Su liderazgo tiene necesariamente un perfil enérgico y de escasas concesiones. Apoyará la reestructuración de la deuda, pero exigirá un alineamiento incondicional con sus políticas.
En América latina no existen situaciones revolucionarias y sin embargo Estados Unidos se ha mostrado implacable con aquellos gobiernos o fuerzas políticas que no aceptan los condicionamientos norteamericanos aunque se mantengan en las reglas del juego democrático. El presidente de Venezuela, Hugo Chávez –que no ha socializado, ni estatizado, ni nacionalizado–, soporta una campaña permanente de desprestigio en la que participa abiertamente la embajada norteamericana en ese país. En una conferencia de prensa, hace pocos días, Chávez expresó su preocupación por la situación humanitaria en Afganistán. La advertencia de Washington fue tan dura que debió aclarar sus palabras.
En la campaña electoral de Nicaragua fue abierta la intervención de la embajada norteamericana contra los candidatos del Frente Sandinista a pesar del discurso lavado y apenas populista de los viejos revolucionarios de los 70. Las grandes cadenas de televisión presentan a Chávez y a Ortega como corruptos, ineptos, venales y amigos de los terroristas, lo que los convierte ante la opinión pública del país del norte en potenciales blancos militares. Los grandes medios de comunicación no son nada objetivos en este aspecto. Los políticos latinoamericanos conservadores y amigos de los Estados Unidos son siempre presentados como personas serias, idóneas y civilizadas. Los que se atreven a plantear alguna disidencia, en cambio, son presentados como caudillos demagógicos, desopilantes e incompetentes.
Bush asumió un liderazgo de guerra, que no es democrático, porque el disenso se convierte en un atentado contra la seguridad nacional. Han surgido fuertes condicionamientos a los medios de prensa y hasta en las universidades norteamericanas para silenciar críticas al gobierno o a las acciones del presidente Bush. Pero esas medidas coercitivas, que tienen su origen en los atentados terroristas, se aplican en el contexto de una profunda crisis económica que se puede complicar si se acentúa la recesión. Los latinoamericanos ya tenemos experiencia en la Doctrina de la Seguridad Nacional.
Al insistir en lo que se ha convertido su grito de guerra: “Con Estados Unidos o contra Estados Unidos”, Bush parece trasladar ese tipo de liderazgo hacia el resto del mundo y la intervención abierta y descarada en la política interna de los pocos países cuyos gobiernos tratan de mantener cierta independencia apoya esta presunción. La diplomacia de los negocios, que fue tan eficaz con Carlos Menem y sus relaciones carnales, estaría siendo reemplazada por otra etapa de la diplomacia del garrote, que históricamente produjo grandes convulsiones en el Continente. Este Bush con ropa de fajina será el que reciba a De la Rúa.


 

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