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PANORAMA ECONOMICO
Por Julio Nudler

A defenderse como se pueda

“Esto se estrella”, responde la fuente. La imagen de los aviones incrustándose en las Torres Gemelas se filtra así en el lenguaje con que el economista elige describir el desenlace de la interminable crisis nacional. Luego, cuando empieza a entrar en los detalles, su análisis va volviéndose cada vez más intrincado. Y si se espera un anticipo de cómo se sucederán los hechos, o de qué podría hacerse como alternativa, la madeja de posibilidades, unas más desoladoras que las otras, va superando la capacidad de absorción del cronista. Este cuelga finalmente y reinicia el intento con otro analista, que también le traslada, en dosis no metabolizables, su desconcierto ante una realidad endiablada, que lo desborda intelectualmente. No habrá más suerte si se consultan por Internet las posiciones de los célebres economistas que hoy por hoy parecen sentirse obligados a publicar sus recetas para la Argentina. Todas son tan terminantes como contradictorias entre sí, aunque compartiendo una misma visión lóbrega sobre el país. Krugman, Calomiris, Haussmann, Meltzer, Lerrick, Dornbusch, Calvo... ¿Quién de ellos se sentaría en Hipólito Yrigoyen 250, garantizando que con su plan la economía saldrá a flote? Ninguno. En verdad, cada día crece la masa de observadores, internos y externos, que esperan que Domingo Cavallo tenga sucesor recién después de que la convertibilidad le estalle en las manos. El, por sus propios medios, traicionado por la ansiedad política y su omnipotencia, volvió a la escena del crimen, allí donde el régimen que implantó diez años atrás lo estaba esperando, agazapado, para abatirlo.
Mientras tanto, adentro todos luchan para evitar que los tape el agua.
Los débiles, desamparados por un poder estatal disgregado, cuyas fisuras sólo pueden ser aprovechadas por los poderosos, recurren a la autodefensa. Pehuajó, Trenque Lauquen, Chascomús sustituyen las mejores fotos del recinto bursátil, aquellas con que normalmente los diarios ilustraban sus notas sobre las crisis financieras. Gente levantando terraplenes con bolsas de arena para impedir que la inundación los deje sin caminos y sin hogar, defendiéndose del agua que viene del cielo o del pueblo vecino. En algún modo, parecido a eso de llevarse la plata del banco para salvarla de la confiscación. O los camioneros que sellan las fronteras, o los maestros que se niegan a censar, como una manera de ya no querer saber cuántos ni quiénes somos. Parece un sarcasmo que la Argentina fuera aludida como la “República del Mañana” en el simulacro que se realizó días pasados en Manhattan, en un juego de guerra cuya hipótesis de conflicto fue la cesación de pagos de un país fuertemente endeudado. Como en la letra de Discépolo, lo que hay es terror al porvenir.
“La debilidad política exacerba la puja distributiva”, dice Jorge Carrera, director del Instituto de Estudios Fiscales y Económicos, con sede en La Plata. En otros términos: en el revoleo macroeconómico, cada sector trata de colar sus intereses. Cuando por decreto se permite cancelar con bonos depreciados gigantescas deudas fiscales y bancarias, o limpiar las primeras con el pago de apenas el uno por ciento en una moratoria a diez años, ¿cómo discierne el Gobierno entre empresarios arrinconados por la crisis, que merecen ser auxiliados, y otros que simplemente fugaron la plata afuera? Los que pagaron a pesar de todo, ¿seguirán teniendo alguna voluntad de cumplir con el fisco después de ver que, una vez más, se perdieron el regalo que reciben los que no cumplieron?
Tentados por los juegos mentales, muchos economistas comenzaron tiempo atrás a darle vueltas a la idea de la tercera moneda, no convertible, tipo patacón. Pero antes de que ellos pudieran armar su modelo se están encontrando con que, además de la tercera, hay una cuarta, una quinta y varias más, en un caos fiduciario sin banca central que lo gobierne y una única realidad por delante: la imposibilidad de conseguir el déficit cero. Sólo saben que en ese esquema la moneda que necesariamente desaparece esla segunda. Es decir, el peso. Apenas quedarían el dólar, para que ahorre quien pueda y efectúe sus grandes transacciones, y los papeles pintados provinciales para los demás gastos.
En cuanto al BCRA, está muy atareado preparándose para la catástrofe. Sus sucesivas decisiones lo demuestran. Transfirió reservas desde Estados Unidos a Europa para ponerlas a salvo de un embargo. Ordenó a los bancos traer al país la mitad de los requisitos de liquidez que mantenían colocados en el Deutsche Bank neoyorquino, así hay más metálico para responder a la corrida. Duplicó los aportes que la banca debe efectuar para el seguro de depósitos porque esta vez el problema no será de unos pocos bancos. Bajó la tasa de referencia para que los plazos fijos remunerados con altos intereses se queden fuera de la garantía, de manera que haya una menor masa frente a la cual responder.
Pero otras decisiones, tomadas por Cavallo y acatadas por Roque Maccarone (¿existe la autonomía?), pueden acelerar la pérdida de reservas si, por algún medio, no se recompone mientras tanto la confianza. El Central asegurará que el nuevo canje sea un buen negocio para los bancos. A cambio de los desagiados bonos de la deuda pública, éstos anotarán en sus balances créditos al Estado, que registrarán al ciento por ciento de su monto, con una sustantiva ganancia de capital exenta de impuestos, y además podrán recibir liquidez equivalente provista por el BCRA. ¿Adónde irá a parar ese dinero, creado al margen de la convertibilidad, en un contexto de fuga de capitales? Por una extraña disposición de las normas, todo crédito otorgado al sector gubernamental, por insolvente que éste sea, es considerado seguro y no debe ser previsionado.
Si algo ha ido quedando claro es que la deuda no es el problema sino la consecuencia de una política económica pertinazmente equivocada. Contumaz se llama eso. Por tanto, ni los optimistas, que le ven posibilidades de éxito a la renegociación con los acreedores, piensan que con la firma del último acreedor quedará superada la depresión. Todos quieren conocer, ahora mismo, el segundo tomo del Quijote. Pero acá nadie está escribiéndolo.


 

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