A defenderse como
se pueda
Esto se estrella, responde la fuente. La imagen de
los aviones incrustándose en las Torres Gemelas se filtra
así en el lenguaje con que el economista elige describir
el desenlace de la interminable crisis nacional. Luego, cuando empieza
a entrar en los detalles, su análisis va volviéndose
cada vez más intrincado. Y si se espera un anticipo de cómo
se sucederán los hechos, o de qué podría hacerse
como alternativa, la madeja de posibilidades, unas más desoladoras
que las otras, va superando la capacidad de absorción del
cronista. Este cuelga finalmente y reinicia el intento con otro
analista, que también le traslada, en dosis no metabolizables,
su desconcierto ante una realidad endiablada, que lo desborda intelectualmente.
No habrá más suerte si se consultan por Internet las
posiciones de los célebres economistas que hoy por hoy parecen
sentirse obligados a publicar sus recetas para la Argentina. Todas
son tan terminantes como contradictorias entre sí, aunque
compartiendo una misma visión lóbrega sobre el país.
Krugman, Calomiris, Haussmann, Meltzer, Lerrick, Dornbusch, Calvo...
¿Quién de ellos se sentaría en Hipólito
Yrigoyen 250, garantizando que con su plan la economía saldrá
a flote? Ninguno. En verdad, cada día crece la masa de observadores,
internos y externos, que esperan que Domingo Cavallo tenga sucesor
recién después de que la convertibilidad le estalle
en las manos. El, por sus propios medios, traicionado por la ansiedad
política y su omnipotencia, volvió a la escena del
crimen, allí donde el régimen que implantó
diez años atrás lo estaba esperando, agazapado, para
abatirlo.
Mientras tanto, adentro todos luchan para evitar que los tape el
agua.
Los débiles, desamparados por un poder estatal disgregado,
cuyas fisuras sólo pueden ser aprovechadas por los poderosos,
recurren a la autodefensa. Pehuajó, Trenque Lauquen, Chascomús
sustituyen las mejores fotos del recinto bursátil, aquellas
con que normalmente los diarios ilustraban sus notas sobre las crisis
financieras. Gente levantando terraplenes con bolsas de arena para
impedir que la inundación los deje sin caminos y sin hogar,
defendiéndose del agua que viene del cielo o del pueblo vecino.
En algún modo, parecido a eso de llevarse la plata del banco
para salvarla de la confiscación. O los camioneros que sellan
las fronteras, o los maestros que se niegan a censar, como una manera
de ya no querer saber cuántos ni quiénes somos. Parece
un sarcasmo que la Argentina fuera aludida como la República
del Mañana en el simulacro que se realizó días
pasados en Manhattan, en un juego de guerra cuya hipótesis
de conflicto fue la cesación de pagos de un país fuertemente
endeudado. Como en la letra de Discépolo, lo que hay es terror
al porvenir.
La debilidad política exacerba la puja distributiva,
dice Jorge Carrera, director del Instituto de Estudios Fiscales
y Económicos, con sede en La Plata. En otros términos:
en el revoleo macroeconómico, cada sector trata de colar
sus intereses. Cuando por decreto se permite cancelar con bonos
depreciados gigantescas deudas fiscales y bancarias, o limpiar las
primeras con el pago de apenas el uno por ciento en una moratoria
a diez años, ¿cómo discierne el Gobierno entre
empresarios arrinconados por la crisis, que merecen ser auxiliados,
y otros que simplemente fugaron la plata afuera? Los que pagaron
a pesar de todo, ¿seguirán teniendo alguna voluntad
de cumplir con el fisco después de ver que, una vez más,
se perdieron el regalo que reciben los que no cumplieron?
Tentados por los juegos mentales, muchos economistas comenzaron
tiempo atrás a darle vueltas a la idea de la tercera moneda,
no convertible, tipo patacón. Pero antes de que ellos pudieran
armar su modelo se están encontrando con que, además
de la tercera, hay una cuarta, una quinta y varias más, en
un caos fiduciario sin banca central que lo gobierne y una única
realidad por delante: la imposibilidad de conseguir el déficit
cero. Sólo saben que en ese esquema la moneda que necesariamente
desaparece esla segunda. Es decir, el peso. Apenas quedarían
el dólar, para que ahorre quien pueda y efectúe sus
grandes transacciones, y los papeles pintados provinciales para
los demás gastos.
En cuanto al BCRA, está muy atareado preparándose
para la catástrofe. Sus sucesivas decisiones lo demuestran.
Transfirió reservas desde Estados Unidos a Europa para ponerlas
a salvo de un embargo. Ordenó a los bancos traer al país
la mitad de los requisitos de liquidez que mantenían colocados
en el Deutsche Bank neoyorquino, así hay más metálico
para responder a la corrida. Duplicó los aportes que la banca
debe efectuar para el seguro de depósitos porque esta vez
el problema no será de unos pocos bancos. Bajó la
tasa de referencia para que los plazos fijos remunerados con altos
intereses se queden fuera de la garantía, de manera que haya
una menor masa frente a la cual responder.
Pero otras decisiones, tomadas por Cavallo y acatadas por Roque
Maccarone (¿existe la autonomía?), pueden acelerar
la pérdida de reservas si, por algún medio, no se
recompone mientras tanto la confianza. El Central asegurará
que el nuevo canje sea un buen negocio para los bancos. A cambio
de los desagiados bonos de la deuda pública, éstos
anotarán en sus balances créditos al Estado, que registrarán
al ciento por ciento de su monto, con una sustantiva ganancia de
capital exenta de impuestos, y además podrán recibir
liquidez equivalente provista por el BCRA. ¿Adónde
irá a parar ese dinero, creado al margen de la convertibilidad,
en un contexto de fuga de capitales? Por una extraña disposición
de las normas, todo crédito otorgado al sector gubernamental,
por insolvente que éste sea, es considerado seguro y no debe
ser previsionado.
Si algo ha ido quedando claro es que la deuda no es el problema
sino la consecuencia de una política económica pertinazmente
equivocada. Contumaz se llama eso. Por tanto, ni los optimistas,
que le ven posibilidades de éxito a la renegociación
con los acreedores, piensan que con la firma del último acreedor
quedará superada la depresión. Todos quieren conocer,
ahora mismo, el segundo tomo del Quijote. Pero acá nadie
está escribiéndolo.
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