Por Karina Micheletto
Dos voces afinadas, guitarra,
bombo y violín, y un repertorio que rescata sin estridencias a
los grandes clásicos del folklore, bastaron a Julio Paz y Roberto
Cantos, los integrantes del Dúo Coplanacu, para transitar un camino
que comenzó en las peñas universitarias cordobesas, los
hizo pasar por el Premio Consagración de Cosquín, y los
llevó a recorrer todo el país, transformándolos en
uno de los fenómenos independientes más interesantes del
folklore actual. Lo de independientes no es un modo de decir:
desde hace quince años, el dúo apuesta a una forma de autogestión
que, dicen, piensan seguir manteniendo, aun cuando la trascendencia a
un público más amplio y diversificado los haga hoy firmar
autógrafos. Estuvimos solos mucho tiempo, y hemos aprendido
solos. Hacíamos todo nosotros, desde pegar un afiche hasta llamar
a la prensa o arreglar la iluminación, dice Paz, en un tono
mezclado que delata tanto su Santiago natal como la Córdoba en
la que vive desde hace años. Cuando la cosa fue tomando importancia,
ya habíamos aprendido de qué se trata. Por eso no nos han
podido joder. No llegamos a Buenos Aires para ver si desde acá
nos pueden hacer, ya venimos hechos. Tenemos toda una historia detrás,
y así nos ganamos un respeto.
El año pasado, Coplanacu (copla de ida y vuelta en
quichua) hizo su segundo desembarco en Buenos Aires para grabar un disco
en vivo. Desde el interior del país, Buenos Aires se ve como
la leona despiadada que se los come a todos. Pero cuando uno llega acá
se da cuenta de que si tiene una oferta tan grande es porque hay mucha
gente que está interesada en diferentes propuestas. Ahora hay una
porteñada que nos sigue a muerte, dice entusiasmado Cantos.
Hoy a las 21, el dúo vuelve a presentarse en Buenos Aires en el
teatro Coliseo, junto a la violinista Andrea Leguizamón, invitada
permanente del grupo, y los invitados especiales Pablo Asnares en violín
y Marcelo Perea en piano, sin un motivo en especial: No hay presentación
de disco ni grabación, eso nos da mucha libertad para armar el
repertorio, y para profundizar en la temática, cuanta Paz.
También es bueno que el ámbito sea la sala de un teatro.
Antes estuvimos en La Trastienda, que era más parecido a una peña.
El teatro tiene otro condimento, es un espacio más íntimo,
que predispone más a la escucha. Nos gusta poder hacer las dos
cosas, en las giras podemos estar tocando un día en un festival
que la descose de la fiesta y la euforia, y al día siguiente en
otra punta del país, en el auditorio de un cine, agrega Cantos.
Se los define como el otro boom del folklore, en oposición
al del llamado folklore comercial. ¿Se identifican
con esta definición?
Roberto Cantos: No somos abanderados ni nos interesa ser la oposición
de nada. Simplemente nos ganamos un lugar con el trabajo de años.
Lo del fenómeno comercial fue una moda que tuvo sus
pros y sus contras. Entre sus pros está el haber abierto una puerta
por la que un montón de gente pudo entrar y ver que había
muchos más de los que en ese momento estaban en la cumbre de los
medios. Esa gente es la que hoy por hoy está curtiendo folklore
de una manera seria.
Julio Paz: Cuando la moda pasa, deja el tendal, y ahí quedan
los que realmente son sólidos en su propuesta. Lo pesado permanece,
lo liviano vuela fácilmente. Es lo mismo que pasó con las
peñas. Hoy en Buenos Aires hay peñas como La Eulogia y El
Desalmadero que se mantienen, a pesar de todas las dificultades, porque
sienten el folklore de una forma que va más allá de las
modas.
Desde hace seis años, el dúo tiene una peña en el
Festival de Cosquín, referencia de un circuito joven alternativo
que concurre a escuchar nuevas propuestas y a bailar hasta entrada la
madrugada. Se dijo que las peñas eran un minifestival under
paralelo, hecho para competir con el de la plaza. Nada que ver. Nuestra
intención no es ir contra el festival sinosumar una propuesta artística
distinta, aclara Cantos. El festival es una de las cosas que
pasan en Cosquín, aunque sea lo único que sale por la televisión.
A la siesta hay minifestivales en los balnearios, una feria de artesanías
importantísima, un congreso anual del hombre argentino que reúne
a los intelectuales más importantes. En ese marco, las peñas
son un elemento más. Con el tiempo, la nuestra fue creciendo hasta
llegar a cobrar cierta mística. Hoy para nosotros es una responsabilidad,
no podemos dejar de hacerla porque ya es un espacio que nos supera,
explica.
Como todos los años, durante los meses previos al festival, se
reavivan las controversias entre los organizadores. Esta vez, las dificultades
parecen ser más grandes que nunca. Julio Mahárbiz, Ramón
Palito Ortega y Norberto Baccon, responsables de la empresa
a la que se le concesionó el año pasado la organización
por un plazo de cuatro años, solicitaron la reducción del
canon de 260 mil pesos pautado, argumentando que el contexto económico
les era desfavorable. Cartas documento mediante, la Comisión Municipal
de Folklore de Cosquín se negó al pedido de los empresarios.
Ahora tienen plazo hasta el lunes para decidir si se hacen cargo de lo
pactado. El festival se transformó en una brasa caliente
que van pasando de mano en mano. Nadie se la quiere quedar, lamenta
Paz.
¿Creen que corre peligro la realización del próximo
Festival de Cosquín?
R.C.: Se trata de un evento cultural de trascendencia nacional,
el festival de folklore más importante del país, de ninguna
manera puede dejar de hacerse. Si los organizadores no se ponen de acuerdo,
lo haremos entre los músicos. ¿Cómo puede ser que
pasen estas cosas, que el festival quede librado a un tipo que llega,
lo compra, y se borra porque el primer año le fue más o
menos mal? Es evidente que no es negocio, pero no tiene por qué
serlo. No se lo puede entender como un evento con fines de lucro, y mucho
menos solamente con fines de lucro. Creo que los problemas entre los organizadores
llegaron a un punto de no retorno. Quizás sea bueno que pase esto,
que se haga completamente evidente que ésta no es la forma en que
se tienen que hacer las cosas. Quizás así pueda surgir algo
nuevo, una forma de organización que entienda al Festival como
lo que es: parte de nuestro patrimonio cultural.
J.P.: Hasta ahora, el Festival de Cosquín fue sobre todo
para la televisión. Los viejos folkloristas cuentan que era un
festival que duraba hasta las 6 de la mañana con la plaza llena,
y con los artistas locales. Ahora se hace en el horario de transmisión,
de 11 a 1. Los números más importantes, el esfuerzo de luces
y de puesta escenográfica se concentran en ese horario. El resultado
es que a las 2 de la mañana no hay más festival. Encima
ponen la entrada carísima, es un fracaso de público y le
echan la culpa a las peñas. Mire si nosotros vamos a ser competencia
de un Héctor Cavallero, un Mahárbiz o un Ortega. Está
todo confundido. Por suerte, la gente sabe distinguir, y por eso Cosquín
va a seguir, a pesar de todo.
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