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La productora Christine Vachon
hizo su Dostoievski “alternativo”

Se edita �Crimen y castigo en los suburbios�, una versión poco fiel al clásico, pero lo suficientemente ambigua como para atraer.

Perfil: Vachon le es rabiosamente
fiel a ciertos cineastas (el caso de Todd Haynes) y a ciertas películas, las menos complacientes con la �América� oficial.

Las estrellas teen Monica Keena,
Vincent Kartheiser y James DeBello.

Por Horacio Bernades

La figura del productor es, para el resto del ambiente cinematográfico, a veces temida, otras odiada, y en ocasiones ambas cosas a la vez. El productor es ese ser incómodo que en el mejor de los casos le recuerda al director que se pasó de tiempo o se le fue la mano con el presupuesto. En el peor, se ocupará de cortar, tergiversar o mutilar, apelando al sacrosanto e incomprobable “gusto del público”. Hay, sin embargo, otra clase de productores: los que se dedican a apoyar al cineasta, bancándole sus caprichos o solventando sus ideas a rajatabla.
Es el caso de un Chris Sievernich, que produjo lo mejor de Wim Wenders, de Kees Kasander, brazo derecho de Peter Greenaway, o de Marin Karmitz, que estuvo detrás de Kieslowski y más tarde Kiarostami, Chabrol o Michael Haneke. Todos ellos son europeos. En Estados Unidos resulta casi imposible encontrar una figura equivalente. Es posible que la única excepción sea Christine Vachon. Nacida en 1962 en Nueva York, Vachon –que pasó por el Festival de Buenos Aires durante su primera edición– difícilmente apoye un proyecto en el que no crea. Tal vez la más importante productora independiente a través de su sello Killer Films, basta repasar su foja para verificar una indeclinable coherencia.
Como aquellos pares europeos, Vachon le es rabiosamente fiel a ciertos cineastas (el caso de Todd Haynes, de quien produjo desde Poison hasta Velvet Goldmine, pasando por Safe) y a ciertas películas, las más audaces y revulsivas, las menos complacientes con la “América” oficial. Es el caso de Kids, I Shot Andy Warhol, Go Fish, Felicidad y Los muchachos no lloran, entre otras. Así como varios de los más interesantes films independientes estrenados este año en Estados Unidos, desde The Safety of Objects hasta The Grey Zone, pasando por el más reciente suceso del Festival de Sundance, Hedwig and the Angry Inch, a la que se menciona entre las candidatas al próximo Oscar. Entre unas y otras, Vachon produjo Crimen y castigo en los suburbios, que el sello Gativideo editará la semana próxima.
Dirigida por el poco conocido Rob Schmidt y con guión del cotizado Larry Gross (autor de 48 horas, Calles de fuego, Crimen verdadero y Chinese Box), Crimen y castigo en los suburbios representa, en verdad, un intento de fusionar aquella voluntad de revulsión con un formato más convencional, el de las películas para teenagers. A medio camino, el resultado puede verse como la más convencional película transgresora... o viceversa. Aunque el título haga pensar lo contrario, la fidelidad a Dostoievski es tirando a escasa. Raskolnikov, el angustiado y místico asesino por elección, se desdobla entre dos personajes, Roseanne Skolnik (nombre cuya vaga resonancia al original es toda una definición de parentesco lejano) y Vincent (Vincent Kartheiser, protagonista de Otro día en el paraíso, de Larry Clark), quien quiere “rescatarla” del infierno en el que cree que está.
Luego de que su padrastro intenta violarla, Roseanne decide asesinarlo, por motivos bastante más concretos que la torcida busca espiritual del héroe dostoievskiano. Y de un modo bastante más brutal, dicho sea de paso. Ya de entrada se advierte que las cosas no andan del todo bien en el hogar de los Skolnik. Mamá (la gran Ellen Barkin, cada vez menos sexy y más digna de piedad) está harta de papá (el temible Michael Ironside, villano de Scanners). Papá es un tipo frustrado, que se la pasa mirando “Rumbo a lo desconocido” en la tele y bebiendo lo que haya sobre la mesa, y todo marcha barranca abajo a partir del momento en que mamá conoce a un barman. Quien, para peor, tiene un color de piel demasiado oscuro para lo que papá está dispuesto a tolerar. A su turno, el novio de Roseanne es un rugbier al que el músculo se le subió a la cabeza. La chica primero rechazará y de a poco comenzará a mirar con simpatía a Vincent, el pibe raro, que no por místico deja de sacarle fotos masturbatorias. Todo se irá poniendo cada vez más dark. Incluido el aspecto de Roseanne, que empieza siendo la chica sexy del cole y termina más parecida a Winona Ryder en Beetlejuice. Antes de un happy end disparatado, que intenta borrar en un par de tomas la hora y media anterior, Crimen y castigo en los suburbios logra, más allá de ciertos desvíos y desvaríos, oscurecer hasta el nihilismo el diáfano paisaje americano. Un paisaje que siempre parece estar conteniendo un caos que a veces, como aquí, inevitable y destructivamente aflora.

 

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