La política no tiene
por qué ser y de hecho, frecuentemente no es un juego
de suma cero. El capital en juego, el poder, es mudable por naturaleza.
No siempre lo que pierde un antagonista es capitalizado por otro. Suele
haber situaciones de entropía, de pérdida de energía
para el conjunto y aunque es menos usual ocasiones en que
(como en una improbable perinola generosa) todos ganan. La política
argentina, desde hace un buen tiempo, viene padeciendo en su conjunto
una licuación de poder: todos aunque no en idénticas
proporciones ven desagiado el suyo. Las últimas elecciones
suministraron una buena foto del fenómeno: dejaron ganadores y
perdedores, claro está, pero todos empequeñecidos con relación
a desempeños previos.
No es extraño que así suceda. Hace 18 años que el
país viene siendo gobernado, en forma alternativa, por los dos
partidos mayoritarios y entrambos han llegado, si no al fondo del pozo,
a algo que lo evoca bastante. Desprestigio de lo público, desguace
del Estado, desempleo sin parangón, la depresión económica
más larga de que se tenga memoria, por no citar sino lo más
patente. La crisis ha rebasado largamente la capacidad de diagnóstico,
de pronóstico, de propuesta y de respuesta de la corporación
política y de toda la dirigencia nacional.
Por eso, en el análisis de una coyuntura pletórica de operaciones,
de partidas de truco con bluffeadores de cierto nivel, de constante exposición
mediática, es necesario ponderar un dato en el que la gente del
común suele no creer: la mayoría de los protagonistas se
equivoca y mucho. No toda acción implica una genialidad, no toda
decisión deriva de una conjura astuta, no toda pérdida del
Gobierno implica un crecimiento de la oposición. Antes bien, muy
a menudo el error damnifica de algún modo al conjunto, al sistema
democrático, al prestigio compartido, al país cuya disolución
(cabe imaginar) todos quieren evitar, así más no sea para
seguir administrándolo hoy o para llegar a hacerlo mañana.
Todo lo antedicho pretende enmarcar una respuesta, precaria como todo,
a la pregunta de estos días: ¿qué busca el peronismo?
La respuesta es obvia en algunos aspectos y bien difusa en otros. En lo
estratégico, claro, busca dirimir su interna sin mayores melladuras
y llegar a la Rosada en el próximo turno. También hacer
que este gobierno pague en forma anticipada y exclusiva -.como Alfonsín
hizo con la híper los costos de un par de situaciones tremendas:
la salida de la convertibilidad y el próximo ajuste. En lo más
táctico sus referentes -.con una sola excepción, gobernadores-.
quieren evitar que su territorio estalle antes que la Nación y
que las provincias de sus compañeros. En el medio, en el día
a día lo suyo es un zigzagueo constante, una seguidilla de decisiones
inopinadas producto cual ocurre en espejo en lo nacional de
la urgencia financiera, la acuciante planilla salarial, el default propio.
Y de la falta de conducción unificada cuyo cóctel con la
interna permanente deriva en un obsesivo doblar la apuesta.
En estos días el peronismo golpeó dos veces a un gobierno
exánime: cuando consiguió media sanción para la ley
de coparticipación del impuesto al cheque y cuando decidió
poner a Ramón Puerta en la línea de sucesión presidencial.
Y lo debilitó aún más, pero quizá solo para
acreditarse sendas victorias a lo Pirro.
En un caso no hay dudas: poner a Puerta en el sitial dejado vacante por
Chacho Alvarez es una baladronada carente de seriedad, que resiente la
lógica institucional y abre virtuales escenarios propios de best
sellers norteamericanos. En un país de Latinoamérica,
a consecuencia de una jugarreta parlamentaria, la vicepresidencia queda
a cargo de un opositor, para colmo no el más poderoso de su partido
ni el segundo, ni el tercero, ni el sexto quizá. El Presidente
se va de viaje o se enferma, le cede el mando. Ocurre entonces (complete
el lector una crisis imaginable) y el Presidente alterno debe decidir.
Stephen King, escribí el resto.Cualquier semejanza con la realidad
no es coincidencia sino irresponsabilidad.
Lo antedicho no es un razonamiento gorila, lo compartían importantes
dirigentes peronistas hasta hace unas horas. Eduardo Duhalde a la cabeza
de ellos. Carlos Corach, que no es una dama de caridad ni ingenuo, desmerecía
tamaña decisión.
Hete aquí que el Senado funcionó como una asamblea en la
cual los legisladores de provincias chicas tienen un peso enorme y les
torcieron el brazo a bonaerenses y cordobeses. Quienes, además,
no quisieron pagar el costo de mostrarse débiles y apoyaron una
decisión lamentable. Hay una interna en juego y nadie quiere mostrarse
flojo ante la tribuna adicta. Una lógica que induce al enfrentamiento,
y no siempre al acierto.
De excesos y errores
El lector suspicaz, o avisado, puede imaginar que no hay error o desmesura,
sino un avance dentro de una estrategia. Acaso el peronismo haya decidido
adelantar los tiempos institucionales. No estaría solo, puesto
a sospechar. Hay voces dentro del oficialismo que denuncian una proclividad
golpista. Y en días de teléfonos rojos recalentados
por el uso no faltaron aliancistas que les preguntaran a los peronistas
si deseaban la salida ante tempus de Fernando de la Rúa. Patricia
Bullrich se lo preguntó a Duhalde. Chrystian Colombo a José
Manuel de la Sota y Carlos Reutemann. En todos los casos recibieron negativas
tajantes, ora sorprendidas, eso sí, jamás enfadadas. Desde
luego, no siempre la verdad brota de los labios de los políticos.
Pero cabe reconocer que hasta ahora el peronismo no ha sido una oposición
golpista, ni siquiera una despiadada. Antes bien, ha funcionado como la
oposición más transigente de la historia argentina. Mucha
pirotecnia verbal pero nulo uso del empate institucional para atarle las
manos al Gobierno.
Husmean sangre, describen en pasillos de la Rosada y del Congreso
como hablando de un león cebado. No hace falta la fina pituitaria
de los justicialistas para detectar que el Gobierno está herido.
En rigor, quien negó lo ostensible con necedad suicida fue el propio
Gobierno, que durante las vísperas electorales amañó
un discurso explicando que las urnas no lo decretarían perdedor.
Intentó mantener esa sandez durante varios días en vez de
dedicarse a gobernar en el nuevo escenario. Una parálisis que resintió
aún más al oficialismo, sin modificar un ápice la
realidad.
Nos ningunearon diciendo que ganó el voto bronca. Tuvimos
que hacerles sentir el rigor, describe un avezado legislador del
PJ, que de momento parece adscripto a los códigos de El aguante.
Como fuera, en la Rosada persistió la ceguera. El martes, en la
reunión de gabinete, el diputado Horacio Pernasetti anticipó
que se venía la ofensiva justicialista, incluyendo la coparticipación
del impuesto al cheque. No puede ser le respondieron,
Duhalde nos aseguró que no es así. Duhalde dice
que no, Rodríguez Saá dice que no pero los diputados bonaerenses
y puntanos se sientan en las bancas y van a votar, replicó
el diputado que no será un especialista en comunicación
política pero que es baqueano en su territorio. Y tenía
razón. Tarde y mal, el Presidente sugirió convocar de apuro
a Humberto Roggero a la Rosada, para corroborar la información
e intentar evitar la inevitable. Lo primero era superfluo, lo segundo
imposible. De la Rúa y Colombo le pidieron a Roggero que frenase
a su bancada. Roggero se negó y más le valía porque
no estaba en condiciones de hacer otra cosa. En verdad nadie puede garantizar
actitudes colectivas del peronismo, toda vez que éste está
fragmentado y sus puentes con el Gobierno dinamitados.
La rémora letal de la negociación con los gobernadores obedece
a varias causas entre las cuales van primeras la ley de Murphy y ciertos
límites de los negociadores. El Gobierno se quedó con uno
solo aceptable para suspoderosos interlocutores: Colombo. Con Chrystian
se puede hablar, explicaron a Página/12 tres gobernadores
peronistas, de los más duros. Con Cavallo, ya se sabe, no. Y Ramón
Mestre es un ministro devaluado en parte por méritos propios (no
le conozco la voz, ¿cómo quieren que dialogue con él?,
dicen que le dijo Ruckauf a un emisario) y en parte porque todos dicen
que el 10 de diciembre se va de Interior.
Pero ocurre que el único negociador validado fue desacreditado
un par de veces por Cavallo, generando desbordes pasionales entre los
gobernas. Una negociación es un arte que no parece
estar ejercitado delicadamente en este caso. La semana anterior Angel
Rozas estuvo a un tris de boxearlo a Cavallo. En ésta Rodríguez
Saá perdió toda compostura en un debate telefónico
con el jefe de Gabinete. Sus compañeros lo miraban, mientras en
parte lo instaban a pelearse y alguito lo gastaban. Con esa improbable
argamasa, hay que construir consensos perdurables.
Los exabruptos, los errores de ambos bandos, la intransigencia se asientan
sobre bases bien complejas. Una es la situación económica
y otra la interna del PJ. Sea que piensen llegar en el 2003, sea que piensen
en adelantar los hechos, los peronistas deben resolver acerca de su liderazgo
vacante. Y así como el Senado distorsiona (o al menos altera) ciertas
proporciones a favor de las provincias chicas, el debate sobre
la coparticipación permite lucimiento y protagonismo especial a
tres gobernadores con ambiciones y poca deuda para financiar: Néstor
Kirchner, Rodríguez Saá y Rubén Marín. Puestos
a confrontar con el radicalismo, les sacan unos palmos de ventaja a los
más presidenciables y de algún modo los traccionan
hacia la confrontación.
Quien más incómodo se mostró en estos días
por ese juego fue José Manuel de la Sota. Es que el cordobés
ansía terminar de abrochar un par de acuerdos con organismos internacionales
que le permitan reanudar las privatizaciones de la empresa eléctrica
y del banco de su provincia. Su propuesta económica viene haciendo
agua y sin duda le tocó una mala época para vender activos
públicos. Pero el cordobés necesita ciertos guiños
que vienen del Norte para poder vender el banco a la Banca General de
Negocios, el mejor postulante que consiguió, a fuerza de ser el
único. Pero el buen trato del cordobés con el Gobierno naufraga
en las reuniones con sus pares, ante quienes no soporta quedar como el
blando entre los blandos.
Rótulo que nadie podría endilgarle a Carlos Ruckauf, que
dedicó toda la semana a mostrarle los dientes al Gobierno. Actitud
que coronó ayer con un vitriólico discurso de campaña
en el congreso partidario de Lanús, discurso pronunciado en innegable
plan de presidenciable.
Bingo
Que Ruckauf ansía suceder a De la Rúa no cabe duda. Cuándo
piensa llegar es la pregunta. No sería la primera vez que especula
con un escenario de adelantamiento de las elecciones. Lo imaginó
hace unos meses, aunque porfíe en negarlo. En el Gobierno piensan
que está lanzado, contra reloj, acuciado por la crisis de su provincia,
por la patética situación del Banco Provincia, por el temor
a un verano caliente en el conurbano. Es imposible hablar con él.
Está sacado, describió una de las primeras espadas
de la Rosada.
Es difícil colegir el pensamiento íntimo de un dirigente
solitario que, por definición y por estilo, no suele franquearse
con nadie. Pero está claro, más allá de lo que piense,
que un adelantamiento de la salida de este gobierno ha pasado a ser un
escenario imaginable, para cualquier intérprete o protagonista
sensato. De ahí a que alguno pueda manipularlo, por propia y sola
voluntad, media un abismo. En el fondo, la continuidad del oficialismo
no es algo que esté garantizado por estipularlo las leyes ni por
obra del Espíritu Santo. Lograrla ha pasado a ser una de las tantas
proezas que desafían a un gobierno anémico.
En una visión lineal, de suma cero, sus carencias deberían
engrosar a su principal oposición. Pero, se aventuró al
comenzar esta columna, los hechos no discurren así. En estos días
oficialismo y oposición se han despellejado para solo dejar patente
lo patente: el peronismo tiene más poder que el Gobierno. Pero
entre todos no han podido acordar, por minucias y carencias compartidas,
un acuerdo que hiciera llegar a los flacos bolsillos de sus administrados
tan siquiera un mes de sueldo en Lecop. Y los peronistas han cometido
un dislate institucional que desmerece la convivencia que sin otros
resultados que los institucionales-. apuntalaron por dos años.
Ya se sabe, la oposición tampoco tiene, dendeveras, planes alternativos,
figuras de recambio para proponer (o imponer) al Gobierno, promesas para
galvanizar la sociedad.
La gente del común suele atribuir a los dirigentes infinita astucia,
destreza inacabada en eso de acrecentar su poder. Quien los mira más
de cerca suele pensar que, en ciertos estadios históricos de tinte
weimariano, lo suyo tributa mucho más a Murphy que a Maquiavelo.
Son los riesgos del periodismo, tal vez, pero a eso se parece más
lo que este cronista ve e intenta transmitir.
El Gobierno no puede con sus cargas. Y los peronistas, que le vienen ganando,
tampoco atinan a cumplir con todas sus tareas.
El martes, cuentan los que saben, la Corte liberará a Emir Yoma.
Si eso ocurre, pronto Carlos Menem estará a tiro de quedar libre.
No absuelto, apenas libre. Lo festejará como si hubiera recibido
un Nobel y, tal vez, entre en escena.
Bingo.
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