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El uno a uno no le gusta, pero
no por eso aconseja abandonarlo

Joseph Stiglitz, reciente Nobel de Economía, criticó que la Argentina siga en ajuste fiscal en medio de la recesión. Para él es un pecado mortal.

Joseph Stiglitz, ex asesor de Clinton y ex economista en jefe del Banco Mundial.

Por Cledis Candelaresi

“Es muy difícil encontrar en los Estados Unidos un economista que esté a favor del déficit cero”, afirmó ayer el flamante Nobel de Economía Joseph Stiglitz, para quien es poco menos que un pecado mortal aplicar políticas “contractivas” en plena recesión: éstas cerrarían –según él– un círculo perverso, ahuyentando tanto a inversores extranjeros como a propios. Si en lugar de responder preguntas de la prensa en un hotel céntrico de Buenos Aires, este profesor de Columbia se hubiera sentado frente a Domingo Cavallo en un hipotético debate, podrían haberse computado tantos desacuerdos como coincidencias. A ojos del galardonado economista, es inevitable la reprogramación de la deuda argentina, cuya envergadura estaría sobreestimada, del mismo modo que el pesimismo de los acreedores resulta “exagerado”. Según admitió, no es bueno un tipo de cambio fijo, pero una eventual devaluación podría perjudicar básicamente a los pobres. Otra invitación a la polémica, esta vez desde la propia Buenos Aires.
Lo que no precisó Stiglitz es cómo podría el país honrar puntualmente sus compromisos externos –aun en caso de que éstos resultaran moderados por una reprogramación– y, al mismo tiempo, desarrollar una política expansiva. En otros términos, omitió la fórmula mágica para que la Argentina recupere el crédito, empiece a crecer, refuerce su recaudación y, en ese mejor clima, atraiga inversiones.
Stiglitz, conocido detractor del Consenso de Washington, que impuso a los países en desarrollo el recetario aperturista y desregulador aplicado en plenitud en la década del ‘90, fue asesor del presidente Clinton y economista en jefe del Banco Mundial, desde donde comenzó a distinguirse por sus posiciones adversas al neoliberalismo proclamado desde el centro del poder económico internacional. Así se fue perfilando como un militante de lo que él mismo llama “la tercera ola”: un modelo que no incurra en el estatismo pero, al mismo tiempo, fuerce a los gobiernos a garantizar la justicia social.
Poco antes de concluir su visita de dos días a esta ciudad, donde clausuró el congreso internacional de Reforma del Estado, ensayó un paneo por los temas cruciales de la economía argentina, que reconoce en una situación crítica, en parte por la aplicación de las recetas que impusieron el Fondo Monetario y otros organismos multilaterales desde la década del ‘80. “Un crecimiento que beneficie a unos pocos a expensas de muchos, un sistema económico que dé como resultado una desocupación de dos dígitos por más de media década no deberían ser aceptables”, sentenció en un resumen escrito distribuido entre los periodistas, poco antes de exponerse a las preguntas. Sus respuestas, sin embargo, sugieren que, tal vez, no esté todo perdido.
Deuda: “Los acreedores quieren que se reanude el crecimiento. Si esto se logra será muy fácil atender el problema de la deuda.” La carga (de la deuda argentina) “es razonable” en términos de PBI, ya que la relación es más baja, por ejemplo, que la de Bélgica o Japón. Puede haber un primer momento de negociación en el que los acreedores estarán más duros, pero finalmente la reprogramación es beneficiosa también para ellos.
Fondo de estabilización: “Cada país debe tratar de sostenerse por sí mismo en lugar de apoyarse en mercados inestables.” Al igual que otros países de la región, la Argentina debería constituir un fondo de estabilización para independizarse de la volatilidad de los capitales especulativos y ampararse de lo que considera un “pesimismo exagerado” de los acreedores respecto de las reales posibilidades de pago de la deuda. Los mercados tienen un funcionamiento perverso: “Dan dinero a la gente cuando no lo necesita y se lo quitan cuando lo demandan, perjudicando básicamente a los pobres”.
Ayuda externa: “Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional deberían ayudar a sus amigos que siguieron sus consejos con tanta fe.”Este auxilio es “crítico” para que la Argentina pueda superar sus problemas, pero debe estar asociado a un programa integral de crecimiento, fundado en políticas expansivas. “No se pueden crear empresas ni puestos de trabajo con capitales que ingresan por corto tiempo.”
Déficit Cero. “Cuando una economía entra en recesión, lo mejor son políticas fiscales expansivas, y eso a veces conduce al déficit.” A mediados de la década pasada, Stiglitz se opuso terminantemente a una reforma constitucional que hubiera obligado a los Estados Unidos a instrumentar una política de Déficit Cero. Ahora, a su juicio, la administración de George W. Bush habría admitido la importancia de las políticas “contracíclicas”, que inducen al Estado a gastar más como forma de estimular la economía.
Convertibilidad: “La salida de un régimen de paridad debe realizarse con mucho cuidado porque puede aumentar los costos, especialmente para los pobres. Con la flexibilización (cambiaria) hay gente e instituciones, especialmente financieras, que van a sufrir.” Stiglitz asegura que él no recomienda abandonar el 1 a 1, aunque considera que éste es un régimen “difícil de manejar” y con “altos costos”, básicamente por la volatilidad entre las grandes monedas. El peso está sobrevaluado, en tanto que el real está subvaluado.
Privatizaciones: “En algunos casos dieron lugar a monopolios privados, con más capacidad de explotar al público que uno estatal.” Fue una observación general, pero que bien podría caberle a algunos casos argentinos. El Estado no debería operar plantas industriales, pero tampoco caer en el afán privatista de los Estados Unidos, que concesionó hasta la producción de uranio enriquecido, utilizado para fabricar bombas atómicas, o la seguridad de los aeropuertos. “Hay una preocupación legítima de si mi país no traspuso los límites razonables.”
“Hay vida después de la reestructuración (de la deuda) y la devaluación”, sentencia en su escrito el Nobel, aludiendo expresamente al ejemplo de Rusia. Después del default de 1998 comenzó a recuperar tímidamente el crecimiento y la confianza de la comunidad financiera internacional. Quizás el destino que Stiglitz prevé para la Argentina.

 

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