Por
Martín Granovsky
Desde Nueva York
Página/12
en EE.UU.
Por Martín Granovsky
Desde Queens
@Hace dos meses fue, decían las crónicas, el olor rancio
de los cables quemados, el plástico y la ceniza elevándose
al cielo, y el olor pesado y espeso de la nafta de aviación. Ayer,
parte de esos olores quedó impregnada en el recuerdo de los neoyorkinos.
La nafta de avión, el peor material explosivo de estos tiempos,
volvió a llenar el aire poco después de las nueve de la
mañana, cuando Nueva York se sacudió con la caída
a tierra de otro avión de American Airlines.
El atentado contra las Torres Gemelas de hace dos meses produjo ayer un
extraño fenómeno colectivo: los norteamericanos sintieron
alivio ante los primeros indicios oficiales de que la caída del
vuelo 587 de American Airlines fue solo un accidente. Otro
acto de terrorismo, pareció ser el razonamiento, los hubiera puesto
ante una situación de vulnerabilidad insoportable. Los viejos y
queridos accidentes, aunque cuesten, como el de ayer, 260 muertos solo
contando los de a bordo, hasta pueden ser bienvenidos, sobre todo si se
confirma esta teoría gracias a que ya se encontró una de
las cajas negras, la que registra las voces en la cabina.
El avión de American cayó cerca de Rockaway Park, un barrio
de clase media junto al Atlántico, muy cerca en dirección
al sur desde el aeropuerto internacional John Fitzgerald Kennedy, el más
importante de Nueva York.
Habían pasado pocos minutos del despegue y el piloto al parecer
ni siquiera pudo llegar hasta el Atlántico para que el accidente
no afectara una zona de viviendas, como ocurrió cuando el comandante
del Concorde, ya seguro de que se estrellaría, dirigió el
avión hacia las afueras de París. El sitio está al
sudeste de Manhattan (donde se desplomaron las Torres Gemelas) y para
llegar hay que cruzar Brooklyn y buena parte de Queens, todas ellas porciones
de la misma, castigada Nueva York.
Vista desde el lugar de accidente, la tragedia fue de una puntería
inaudita. Rockaway queda en una larguísima península que,
en la zona en que cayó el avión, tiene alrededor de cinco
o seis cuadras de ancho entre las aguas de la bahía de Jamaica
y las aguas del Atlántico.
En los años 60 fue un área de residencia de blue collars,
los trabajadores manuales de las industrias en su apogeo. En los 90
la propiedad aumentó de precio y se convirtió en residencia
de los white collars, los trabajadores de cuello duro del Estado y los
servicios: policías, bomberos, docentes, empleados.
Hace mucho frío temprano en la tarde en la avenida Cranston, que
corre paralela al mar. El viento del Atlántico pega duro. Antes
avivó el fuego de las partes del avión estrellado y ardiendo.
Una chica pelirroja se acerca a un policía rubión y gordo
que se restrega las manos para evitar el congelamiento. Trae dos vasos
enormes.
Uno es té y el otro es café ofrece. Elija.
El policía prefiere el café. La chica cuenta que en el momento
del accidente dormía, aprovechando el feriado del Día del
Veterano, y se despertó con un gran ruido y los gritos de su mamá
y de su papá.
Me dijeron que una amiga de mi madre había muerto, y también
su hija dice a Página/12, y vuelve a su casa.
Es una vivienda como las otras. Paredes de madera, con apariencia de premoldeadas,
techos de pizarra para que en invierno escurra la nieve, un espacio angosto
al costado, el garaje debajo, una escalerita de entrada, con dos rejas
de hierro forjado a cada lado, dos toques de pasto como tirados para dar
un poco de verde. Las casas son modestas para los términos norteamericanos,
pero serían un lujo para un barrio de empleados estatales de la
Argentina. El asfalto de la calle es sólido, sin un solo bache,
naturalmente no hay calles de tierra, las veredas de cemento rugoso están
intactas y los coches delatan que no se trata de una zona rica. Enlugar
de camionetas cuatro por cuatro, viejos Oldsmobile de diez años
de antigüedad. Bicicletas, más que motos Harley Davidson.
Y ropa común, de clase media porteña.
En la calle 128 y Rockaway, otra señora recorre con un termo y
vasos de papel el puesto donde los bomberos hacen relevo. Tiene unos 40.
Cuenta que es maestra de quinto grado en una escuela de Brooklyn.
De Brooklyn salieron los bomberos que primero llegaron a las Torres Gemelas,
el 11 de setiembre. La mayoría no volvió, y sucumbió
bajo el derrumbe de la primera torre. En Rockaway vivían muchos
de esos bomberos, y el avión cayó ayer sobre Rockaway.
Espero que sea un accidente dice la maestra, pelo corto y
cara de controlar cualquier situación. Pero lo dudo.
¿Cree que fue acto terrorista?
Es muy posible.
Y luego, rigurosa:
Pero no tengo ningún elemento.
La misma conversación se repite con otros vecinos. Y con los bomberos.
Y con los policías. El atentado a las Torres Gemelas produjo un
impacto tan portentoso que, ayer, la esperanza de los ciudadanos era que
la noticia pudiese presentarse así:
Solo murieron 260 personas. De ellos, 251 pasajeros, incluidos
cinco bebés sin pasaje, y nueve tripulantes.
Solo ocurrió que American Airlines perdiera otro avión,
luego del desastre de las Torres Gemelas.
El avión solo se estrelló a minutos del principal
aeropuerto internacional de Nueva York, como si hubiera caído en
Monte Grande luego de decolar en Ezeiza.
Solo pasaron dos meses desde que la misma ciudad sufriera
los jets convertidos en explosivos.
Solo fue una falla mecánica. Pudo ser el desprendimiento
de una turbina, o un incendio rápidamente extendido al ala.
Solo sucedió que el avión fue afectado en la
parte más complicada del vuelo, cuando recién sale y resiste
poco cualquier desestabilización.
Solo incendió doce casas y produjo en tierra seis desapariciones.
Y solo aterrorizó y estuvo a punto de causar el caos
en una de las ciudades más importantes del mundo.
Hace años, el estallido en vuelo, cerca del aeropuerto JFK, de
un avión de TWA, produjo un terremoto. Muy pronto cundió
la sospecha de que pudo haber sido un atentado con explosivos, cosa que
se demostró equivocada tras una investigación de la National
Transport Security Board, un organismo prestigioso e independiente, y
el FBI, que juntó pedazo a pedazo en el agua los restos del avión
hasta rearmar el rompecabezas.
Ahora, en cambio, los atentados de setiembre parecen haber hecho pasar
a la historia la era de los accidentes. Cualquier accidente puede serlo
pero es, en primer lugar, y hasta que se demuestre lo contrario, un posible
atentado de Osama Bin Laden.
El gobierno norteamericano evitó cualquier opinión concluyente
hasta que la investigación esté terminada, pero los actos
prácticos de la Administración federal y del gobierno de
Nueva York, todavía a cargo de Rudolph Giuliani, dio indicios de
que la hipótesis solo se cotiza más que la hipótesis
Bin Laden.
Los accesos a Manhattan estuvieron cerrados desde que se conoció
la noticia, después de las nueve de la mañana, luego reabiertos,
después cerrados otra vez y finalmente abiertos. Lo mismo ocurrió
con los tres aeropuertos, el JFK, el Newark y el La Guardia. El cierre
de puentes y túneles buscaba evitar mayor congestión y grandes
aglomeraciones que hicieran más frágil cualquier defensa
o evacuación. El de aeropuertos tendía a garantizar el control
aéreo, asegurado porque otra vez los cazaseran visibles desde tierra,
y todos apuntaban a que, si se presumía un copyright terrorista,
los culpables no pudieran escapar.
Después del mediodía el cinturón de castidad sobre
Nueva York se levantó, y solo quedaba en pie a la noche, aunque
por poco tiempo, la clausura del JFK.
El ánimo cambió. Empezó como el de esa señora
que, en el ascensor de una oficina pública, se persignó
antes de marcar el piso.
¿Siempre lo hace?
Siempre.
¿También cuando sube a un ascensor?
Siempre, porque lo único importante es el señor contestó
la señora poniendo el índice derecho hacia arriba, con lo
cual quería decir, en verdad, el Señor.
A la hora del accidente, era imposible conseguir línea cerca de
Central Park, en una de las áreas más concurridas de Nueva
York, y los celulares funcionaban solo con intermitencias. El tráfico
era un desastre mayor que el habitual, incluso a pesar del feriado. La
gente preguntaba por la caída del AA 587 y usaba walkmans y radios
portátiles. No había, sin embargo, a la vista, sensación
de pánico, y hubo menos cuando la ciudad quedó liberada
de toda sospecha.
Es curioso. Hasta antes del 11 de setiembre, un accidente podía
poner en duda el poder de la industria norteamericana (o los controles,
porque el avión que cayó ayer era un Airbus de fabricación
europea) y la eficacia de la prevención y el mantenimiento. Desde
ese momento ya no importa perder el orgullo capitalista si no queda cuestionado
el orgullo nacional. Hay una enorme cantidad de elementos para que un
atentado suene creíble: el aniversario del atentado anterior, la
reunión de la ONU el último fin de semana, la toma de Mazar-i-Sharif
en Afganistán, la amenaza de Bin Laden, la hora coincidente de
la mañana, la repetición de ciudad, la elección de
America Airlines, el avión con el tanque de combustible lleno.
Pero además de verosímil debe ser verdadero, y hasta ahora
no hay indicios claros sobre un ataque intencional.
En Rockaway, muy cerca de la playa, el barrio está tomado. Pero
no por las Fuerzas Armadas, como las Naciones Unidas el sábado,
sino por la policía, los bomberos y el FBI. Frente al 12508 de
Cranston hay un pedazo de avión. Al lado, tres policías
custodian el trozo de fuselaje, rodeado de las cintas amarillas de no
pasar atadas entre un Toyota blanco y abollado y un tacho de basura de
plástico negro que hace propaganda de la ecología. Más
allá, otro puesto de café con canilla libre puesto por los
vecinos. Dice el cartel celeste escrito con marcador: .Café para
los que están trabajando..
Las partes más grandes se esparcieron pocos metros a la redonda.
Un agente del FBI que pide reserva de su identidad habla sentado al volante
de un auto negro:
Lo que pasó es, dentro de todo, notable. Solo hay tres centros
con piezas grandes del avión.
¿Y eso qué significa?
Pasé meses en el equipo que investigó la caída
del TWA. Tengo experiencia en esto. Un accidente normal hubiera barrido
con el barrio. El avión hubiera ido perdiendo altura a medida que
iba desprendiendo más y más piezas, convertidas en proyectiles
sobre las casas.
Usted dice que este caso es distinto.
Sí, por la sorprendente concentración del desastre.
Y eso para mí tiene una sola explicación: la caída
fue vertical.
El agente mueve rápidamente la mano derecha hacia abajo, como si
se estrellara achatada.
Así: paf dice seco.
¿Eso no puede ser un estallido por bomba? Seriamente
no puedo contestarle, pero no lo creo. Los restos se hubieran esparcido
en un radio mucho mayor.
¿No cree en la hipótesis de un acto terrorista?
Seriamente no se puede descartar nada, pero me parece difícil.
Espero que no sea un acto de terrorismo. Yo estuve en las Torres Gemelas
y alcancé a salir antes del derrumbe. Y además honestamente
creo que no lo es. ¿Qué más le faltaría a
esta ciudad?
A Rockaway se llega desde Manhattan tomando el subte azul, el Tren A,
como le gustaría a Duke Ellington. Hay que andar más de
una hora, a veces casi dos, pero para todos los días incluso ese
trayecto es preferible a los embotellamientos. En todo el barrio, por
supuesto, ondean las mismas banderas que en todo Estados Unidos. Ayer,
columnas de humo negro oscurecieron durante horas la zona, y hasta un
motor fue a caer dentro de una lancha colocada sobre un trailer junto
a una casa. Todo Rockaway ocupó las calles espaciosas, arboladas,
rojizas o amarillas por las hojas de otoño y la diversidad
fue transparente en las caras. Rockaway es barrio de italianos, de irlandeses,
de polacos. Chicos ataviados como judíos ortodoxos se divertían
con los chistes de un fotógrafo chicano, evidentemente ansioso
por romper la tensión. Y en la lista de muertos hay una mayoría
de dominicanos. Solo en Nueva York vive un millón doscientos mil.
American Airlines tiene ocho vuelos diarios a Santo Domingo, casi un puente
aéreo.
Alguien comenta:
Las ambulancias llegan pero no se van.
Quiere decir que solo hay muertos. O que todos murieron.
Cuando anochece sobre Rockaway ya los chorros como de fuente de los bomberos
los mismos, potentes chorros de agua que aún inundan Ground
Zero, donde estuvieron las Twin Towers se han terminado, no hay
fuego y la gente sigue hablando para compartir las experiencias del día.
Un viejo con cara de alienado pasa delante de un grupo y reparte un folleto
verde y amarillo. El camino hacia la felicidad. Una guía
de sentido común para vivir mejor, dice el título.
Y arranca el texto: Está en usted emprender la senda para
conseguir una vida más feliz y menos peligrosa.
Palabra
de funcionario
Los
neoyorquinos han sufrido severamente. Ahora sufren de nuevo,
dijo ayer George W. Bush. Apenas dos meses y un día después
de los ataques a las Torres Gemelas y al Pentágono, el presidente
norteamericano tuvo que referirse a otro hecho trágico. Bush
no dudó en afirmar que la investigación, dirigida por
la Junta Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB), permitirá
al público estadounidense conocer todos los hechos relacionados
con el desastre. En tanto, el FBI y otras autoridades estadounidenses
dijeron que no hay pruebas de que se trate de un acto terrorista ni
de que hubiera ocurrido una explosión a bordo de la aeronave.
Por su lado, el alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, declaró
anoche que 225 cuerpos fueron rescatados, mientras que entre seis
y ocho personas permanecen desaparecidas. Además, seis casas
quedaron totalmente destruidas. El vocero de la Casa Blanca Ari Fleischer
advirtió que no se debían sacar conclusiones apresuradas:
Quiero ser muy cuidadoso sobre cualquier conclusión en
este momento sobre cuál es la causa de la caída
del vuelo 587, aunque señaló que la Casa Blanca no
está adoptando ninguna hipótesis sobre la razón
de la caída, ni descartando nada. Fleischer desmintió
que un funcionario gubernamental hubiera hablado de una explosión
a bordo del avión y agregó que según las primeras
informaciones, no se registró ninguna comunicación extraordinaria
entre la cabina del avión y la torre de control. |
¿SE
PUEDE DESPRENDER UNA TURBINA? OPINAN ESPECIALISTAS
Todas
las hipótesis parecen improbables
Por
Pedro Lipcovich
La hipótesis del atentado es, hasta ahora, la más improbable,
pero todas las hipótesis son improbables cuando se intenta explicar
que una turbina se desprenda en pleno vuelo. Ante la posibilidad de que
un motor dejara de funcionar durante el despegue, los pilotos reaccionan
con suficiencia: Estamos entrenados para eso. Pero que un
motor se desprenda es la pesadilla que ni se atreven a soñar. Los
comandantes de aviación civil reunidos por Página/12 reconstruyeron
esa escena donde todas las alarmas se encienden a la vez para un piloto
que ya nada puede hacer. En cuanto a las causas, los expertos restan probabilidad
a una acción intencional: el hecho de que la turbina se haya recuperado
en tierra no ayuda a pensar en una explosión, y la posibilidad
de que hubieran corroído con ácido los soportes del motor
es demasiado alucinada, aun en 2001. La causa menos improbable es una
falla mecánica, quizá por fatiga en los materiales, y esto
jamás había sucedido durante los 17 años en que centenares
de Airbus A300-600 cumplen vuelos comerciales.
La diferencia entre que una turbina deje de funcionar y que se desprenda
puede compararse con la diferencia entre que a una persona se le paralice
un brazo o que el brazo súbitamente se desprendiera, desgarrándose
nervios y arterias. Jorge Doyle, actual presidente de la Asociación
de Pilotos de Líneas Aéreas, quien tuvo bajo su mando un
Airbus exactamente igual al que se estrelló ayer, grafica así
la situación: En la cabina de comando se produciría
un descontrol total; muchas alarmas empezarían a sonar al mismo
tiempo porque se producirían, a la vez, varias fallas decisivas.
Una de estas fallas, que derribaron ayer al Airbus, fue la falta
súbita de equilibrio, al perderse de pronto el peso del motor bajo
el ala; además, el motor ha de haber arrastrado una parte importante
del ala, desfigurando la aerodinamia, señala Doyle. Cuando
el piloto intentó una maniobra desesperada para estabilizar el
avión, encontró que los controles no le respondían
porque todos los comandos de vuelo se mueven hidráulicamente
y el motor, al desprenderse, arrastra las válvulas de contención
para el fluido a alta presión.
Esto puede explicar que los pilotos no hayan llegado a hablar con la torre
de control: Con el descontrol que debe haber habido en la cabina,
ni se les habrá pasado por la cabeza comunicarse, estima
el presidente de APLA. En cambio, los pilotos estamos preparados
para la posibilidad de que un motor se apague o se incendie durante un
despegue comenta Rolando Abendaño, directivo de la misma
entidad. Los entrenamientos en simuladores contemplan la posibilidad
de que el motor deje de funcionar; en este caso, el piloto controla el
avión y pide instrucciones a la torre de control para volver. Los
aviones con dos motores están pensados y fabricados para volar
con un solo motor; un avión que no pudiera despegar con una sola
turbina no obtendría certificación para volar.
Distinto es si la turbina se desprende, pero, ¿qué puede
hacer que se desprenda? Es más fácil contestar por qué
no podría desprenderse: El motor está sujeto por medio
de un arnés que forma parte del ala misma; es un solo elemento
con el ala. El motor se sujeta en este arnés por medio de trabas
metálicas o bulones, precisó Gustavo García
Lemos, otro de los pilotos de APLA que comandó Airbus. Agregó
que todo el dispositivo tiene elasticidad, lo cual permite que,
cuando el avión vuela por sectores de turbulencia, las alas y el
motor puedan moverse en forma armónica y los materiales no se fatiguen.
Entonces, si la fabricación es tan cuidadosa, ¿no habrá
sido un atentado? No creo contestó a este diario un
experto que pidió reserva de su nombre. El hecho de que el
motor no haya quedado pulverizado sugiere que no hubo una explosión;
podría pensarse que hubieran puesto ácido para fundir el
material de soporte, pero esto es casi descabellado.
¿Una grave falla en el mantenimiento de la aeronave? El mantenimiento
en American Airlines siempre ha sido óptimo, contestó
Doyle. Resta,aunque improbable, la posibilidad de una fatiga de
materiales en los bulones fijadores del motor, dijo el experto.
No hay antecedentes de fallas de este tipo en aviones Airbus: fabricados
por un consorcio europeo, vuelan comercialmente desde 1984, y hay 245
en actividad. En los DC-10 de McDonnell Douglas, en cambio, se detectaron
problemas en la instalación del motor central: hubo que modificar
todos los DC-10 del mundo para corregir el inconveniente, recordó
Abendaño.
No
hubo víctimas argentinas
Aunque
Queens es una zona de inmigrantes, y sobre todo de inmigrantes latinoamericanos,
la tragedia de ayer no parece haber rozado a ningún argentino.
Enseguida después de que cayera el avión, el consulado
argentino en Nueva York se comunicó con American Airlines.
Si bien ellos no cuentan con un listado de pasajeros por nacionalidad,
no tienen noticias de que hubiera argentinos a bordo, explicó
a Página/12 el cónsul Juan Carlos Vignaud. Aparentemente
tampoco hay noticias de que ningún argentino estuviera en la
zona donde se estrelló el avión, un área cercana
a la playa, con residentes de clase media y media alta. Hemos
recorrido nuestros registros y los argentinos en la zona están
en Rockaway East y el accidente fue en Rockway Boulevard, a unas 30
cuadras dijo Vignaud. Aun así, hicimos un control
telefónico y no hay novedades. |
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