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RETRATO DE JOHANNE SUTTON, LA PERIODISTA MUERTA EN AFGANISTAN
Ver lo que nadie quiere mostrar

La periodista francesa murió junto a dos colegas en una emboscada talibán a un tanque de la Alianza del Norte. Trabajaba en Radio Francia Internacional y le tocó cubrir hechos como los del huracán Mitch en Nicaragua.

Página/12
en Pakistán
Por Eduardo Febbro
Desde Islamabad

La vida es una moneda en el aire, una moneda con varias caras cayendo sobre una sola figura: Chtitral, Islamabad, Quetta, Peshawar, la Alianza del Norte, Karachi, Lahore. Para los tres periodistas que murieron en una de las líneas del frente, la moneda cayó sobre la figura de la Alianza del Norte. La periodista francesa Johanne Sutton llevaba dos semanas cubriendo el conflicto junto a la oposición armada al régimen talibán. En una guerra sin imágenes, casi invisible a fuerza de estar controlada por todos los actores, trabajar en esas condiciones era más que un desafío. Los talibanes no aceptan que los periodistas entren legalmente en Afganistán y cuando lo hacen ilegalmente los juzgan como espías. En Pakistán, el gobierno corta las fuentes de información e impide el acceso a los lugares donde es posible verificarla. La Alianza del Norte muestra lo que más le conviene mientras Estados Unidos promociona sus soldados y su guerra a través de la CNN.
La guerra en Afganistán es un control estricto de la información, una manipulación sabiamente dosificada que es preciso sortear. Cada información, cada parte de guerra, cada afirmación, hay que comprobarla con el cuerpo, tocarla casi con las manos antes de escribirla sobre un papel, narrarla en la radio o mostrarla en la televisión. Johanne Sutton, Pierre Billaud y los tres periodistas alemanes del semanario Stern querían verificar la realidad del avance de las fuerzas de la Alianza del Norte en el sector de Taloqan. Johanne nunca escribía sin ver diez veces lo que iba a contar más tarde. Pequeña, sobria, a veces tímida, puntillosa al extremo, la periodista de Radio Francia Internacional no podía hablar si antes no sentía en las manos lo que sus palabras dirían más tarde. A sus 35 años, había sido corresponsal en Londres y cubierto decenas de conflictos y dramas humanos. Johanne Sutton se movía en ese mundo particular de los enviados especiales, esas personas que el público y el cine suelen mostrar como aventureros, pero que jamás sienten que están viviendo una aventura. ¿Cómo ser un aventurero del horror de los demás, del sufrimiento de pueblos enteros, de la soledad, la violencia y el hambre que azotan a continentes enteros?
Johanne no tenía miedo, ni de las bombas, ni de los huracanes, ni de la gente. Muchos piensan que el problema de los conflictos es el peligro. Johanne sabía que no, que el peligro es la dimensión más estrecha de una guerra, que en todos los grandes reportajes el problema es la gente, es decir ese mundo desconocido y a menudo hostil que es preciso penetrar para entender, contar, explicar y narrar. Hay que imaginar a esa mujer aterrizando en América Central en pleno desastre del huracán Mitch y yendo hacia el corazón del desastre para compartir con las víctimas el dolor, la pérdida, la sensación de desamparo y el despojo. Johanne nunca hablaba de sí misma, ni de lo que había visto o vivido. Una vez le preguntaron qué aventura elegiría entre todas, cuál era el recuerdo más fuerte que tenía. Johanne respondió, asombrada por la pregunta, casi con vergüenza: “El dolor humano”. Sólo una cosa unía entre sí todos aquellos reportajes en tantos lugares distintos y extremos: “El dolor humano”, la insoportable visión del alma desnuda, más allá de la piel y de los huesos.
Hay que imaginarla llegando a las primeras líneas de la Alianza del Norte, a ese universo particular poblado de hombres recios y no tan justos como dice la CNN. Johanne Sutton se subió a un tanque de la Alianza con otros periodistas con el único fin de verificar. Veronique Reyberotte, la periodista de France Culture que estaba con ella y con Pierre Billaud, contó que diez minutos más tarde el tanque en el que viajaban cayó en unaemboscada tendida por los talibanes: “Estaban muy cerca del tanque y empezaron a disparar con las Kalashnikov. Hubo muchos disparos y el tanque frenó brutalmente, la gente se cayó o saltó. Era noche cerrada. Johanne y Pierre saltaron del tanque y el tanque partió rápidamente. Nos fuimos a proteger. Pero no sabíamos qué había pasado con los otros amigos que habían saltado del tanque. Nos dijeron que una mujer había muerto. Esa mujer era Johanna. El cuerpo de Pierre lo trajeron a la madrugada”.
Johanne usaba unos anteojos enormes y llevaba el pelo medio revuelto. La noche en que llegó a Guatemala proveniente de Nicaragua estuvo varias horas sin bañarse. Había pasado dos semanas cubriendo los estragos del huracán Mitch y le costaba sacarse el barro que se le había pegado a la ropa: “Si me baño enseguida, siento como si traicionara a toda esa gente que lo perdió todo”. Llevaba el reportaje en el alma y a la gente que encontraba por el camino en el corazón. Johanne Sutton tenía la estatura de la modestia y la mirada profunda. Johanne Sutton, Pierre Billaud y Volker Handlok son los tres primeros periodistas que mueren en esta guerra invisible. Murieron por ver aquello que los protagonistas se empeñan en ocultar o en mostrar únicamente a su manera.


LA ONU DICE QUE HAY EJECUCIONES EN MAZAR-I-SHARIF
Cómo es la ley del Norte

Por Angeles Espinosa *
Desde Islamabad

La ONU denunció ayer el saqueo de sus oficinas y almacenes en Mazar-i-Sharif tras la entrada de las fuerzas de la Alianza del Norte. Más grave aún, los primeros informes que han recibido de su personal local hablan de incidentes violentos y ejecuciones sumarias, a pesar de la amnistía general decretada oficialmente. De confirmarse estos extremos, el avance de la Alianza del Norte sobre Kabul encontrará una mayor oposición internacional.
“Algunos elementos armados han saqueado oficinas y almacenes de la ONU y de algunas ONG en Mazar-i-Sharif”, declaró con preocupación Stephanie Bunker, portavoz de la Oficina del Coordinador Humanitario para Afganistán (UNOCHA). “Otros informes aún sin confirmar hablan de acciones violentas y de ejecuciones sumarias”, prosiguió Bunker.
Los incidentes han seguido a la entrada en esa ciudad norteña de los hombres del general Abdul Rashid Dostum, la segunda fuerza dentro de la Alianza del Norte. Muchos afganos, dentro y fuera de su país, han advertido contra el avance de esas milicias, y en especial su entrada en Kabul, por el temor que suscita el recuerdo de sus cuatro años de desgobierno y luchas intestinas entre 1992 y 1996. “Poco después de la caída de Mazar-i-Sharif, el almacén del Programa Alimentario Mundial en esa ciudad fue asaltado”, precisó Lindsey Davies, funcionaria de la citada agencia de la ONU. “Hasta el momento la situación permanece volátil, con informaciones de saqueos, secuestros de civiles, hombres armados sin aparente control y frecuentes batallas callejeras”, añadió Davies.
No ha sido un caso aislado. También Unicef denunció la desaparición de un convoy de 10 camiones con 200 toneladas de ayuda humanitaria. Su portavoz, Chulho Hyun, dijo que sus colegas trataban de recuperar la carga y garantizar la seguridad de los conductores, “todos ellos pashtunes”. Las oficinas de Unicef fueron saqueadas y hombres armados se llevaron todo su contenido, incluidos ordenadores, muebles, equipo de comunicaciones, etc. Los talibanes se habían llevado todos los vehículos antes de abandonar la ciudad. Mientras tanto, en Kabul, los talibanes han dado instrucciones a todo el personal humanitario para que no salga de la ciudad, según informó ayer a este diario la portavoz de una ONG. “Hemos hablado con nuestros empleados este mediodía y están tranquilos. Hace una semana que no hay bombardeos dentro de la ciudad y no temen que la retirada de los talibanes vaya a producirse de forma repentina. Sólo les han pedido que no abandonen la ciudad”, explicó la fuente que, por razones de seguridad, no pudo facilitar más detalles.

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

 

 

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