Por
Jonathan Steele
y Richard Norton-Taylor*
Desde Londres
Según
testigos, confirmados por agencias y por la BBC de Londres, la Alianza
del Norte desobedeció las palabras del presidente norteamericano
George Bush y comenzó su entrada quizás triunfal en Kabul.
Y es quizás triunfal porque aparentemente no debieron
disparar ni un tiro: los talibanes habrían huido, en una estrategia
similar a la que el legendario comandante de la Alianza del Norte Ahmed
Massud (cuyas fotos eran enarboladas por los antitalibanes en la capital)
ya hiciera en 1996 cuando los talibanes habían rodeado la ciudad.
Además de Kabul, la Alianza del Norte tomó la estratégica
ciudad de Herat en el oeste de Afganistán, lo que la coloca más
cerca que nunca de los cuarteles centrales talibanes, en el sur del país.
Aunque Herat y Kabul están, ambas, a unos 480 kilómetros
de Kandahar la fortaleza sureña de los talibanes, el
camino desde Herat es, en su mayor parte, un desierto abierto, lo que
posibilita a la Alianza del Norte moverse rápidamente hacia el
sur. El riesgo de emboscadas es mínimo, y la cobertura por aire
de Estados Unidos presumiblemente dificultaría la tarea de las
fuerzas talibanas de concentrar alguna línea de resistencia consistente
ante el rápido avance.
Herat también está relativamente cerca de la frontera iraní,
facilitando a las fuerzas de la Alianza del Norte el reabastecimiento
de combustible y armas desde Irán. Irán, que tiene una larga
historia de hostilidad con los talibanes, ha sido el principal partidario
de Ismail Khan, el líder de la Alianza del Norte en el oeste de
Afganistán. La principal base aérea en esa zona está
en Shindand, a 80 kilómetros al sur de Herat. La base, ampliada
por la Unión Soviética, fue frecuentemente un blanco de
los mujaidines en la década del 80, aunque nunca la pudieron capturar.
En estas últimas semanas, se ha convertido en un objetivo regular
de los ataques aéreos de Estados Unidos pero si, efectivamente,
fue abandonada por los talibanes sería un gran ventaja para la
Alianza del Norte y para las fuerzas norteamericanas.
Sin embargo, el principal obstáculo para que la Alianza del Norte
siga avanzando es político. Los pashtunes le tienen gran desconfianza:
la ven como un fuerza étnica foránea, sin representación
de su tribu. Por lo tanto, en cuanto la Alianza del Norte trate de penetrar
la región pashtún, tendrá resistencias. Pero Estados
Unidos deposita sus esperanzas en que los líderes de las tribus
pashtunes abandonen a los talibanes y formen una Alianza del Sur,
que sería respaldada por tropas terrestres y fuerzas especiales
norteamericanas. Estamos teniendo algunas victorias en el campo
de batalla: las de la Alianza del Norte, declaró el domingo
el secretario de Defensa estadounidense, Donald Rumsfeld. Y agregó:
Ahora es momento que empiecen a movilizarse las tribus del sur.
El New York Times citó las evaluaciones de un alto funcionario
de la administración Bush: Existe un gran riesgo si esta
guerra es vista como una disputa entre Estados Unidos y los pashtunes.
Hasta ahora, la estrategia del sur no ha funcionado bien.
Un importante líder pashtún, Ahmed Karzai, dijo que la captura
de ciudades en el norte y el oeste del país por parte de la Alianza
del Norte facilitará el armado de una alianza antitalibán
en el sur y centro de Afganistán. Karzai relató a Reuters
en una comunicación telefónica satelital desde
la provincia de Oruzgan en la zona central del país
que ya ha conversado esta posibilidad con líderes tribales de esa
región, con otros del sur y algunos del este. Y especuló
con que el epicentro talibán, la sureña ciudad de Kandahar,
caiga sin derramamiento de sangre. No estamos planeando acciones
militares aquí; esperamos que se resuelva sin guerra de por medio.
Karzai subrayó que todos los jefes respaldan el establecimiento
de la Loya Jirga (un gran consejo tribal) que decida un gobierno postalibán.
Sin embargo, los diplomáticos occidentales y los funcionarios de
defensa no comparten tal optimismo: están frustrados ante la falta
de coraje de la resistencia antitalibana en el sur y la inexistencia de
tareas de inteligencia exitosas para localizar el escondite de Osama bin
Laden y sus seguidores. A la vez, Estados Unidos tiene otra precaución:
no quiere que la Alianza del Norte aumente demasiado su control sobre
el territorio afgano.
Mientras tanto, todo parece indicar que Estados Unidos cambiará
su zona de bombardeo: se trasladará del norte hacia el sur, especialmente
si los talibanes concentran sus fuerzas en Kandahar. A la vez, los informes
de la Alianza del Norte anunciaban que los combatientes talibanes se estaban
trasladando desde Kabul hacia Kandahar para defender esa ciudad. Y reportaron
otro hecho: un jefe militar de la Alianza del Norte atacó un puesto
militar talibán en el suroeste de Afganistán, en las afueras
de la estratégica ciudad de Zaranj, cercana a la frontera con Irán.
Abdolkarim Barahui declaró a la agencia de noticias Reuters que
convenció a casi mil soldados regulares de las tropas talibanas
para pasarse de bando, un movimiento que le ayudaría a retener
el control de la ciudad de Zaranj.
El responsable militar de la captura de la ciudad de Herat, Ismail Khan,
tiene una historia personal que lo destaca dentro de los combatientes
de la Alianza. Fue gobernador de Herat entre 1992 y 1995; por entonces,
abrió un colegio para niñas e iba de compras sin guardaespaldas.
Khan es un tajiko de una familia de clase media de Shindand y se desempeñó,
además, como capitán del ejército del gobierno comunista
antes de la invasión soviética. Los talibanes capturaron
Herat en 1995 y dos años más tarde fue capturado y tomado
prisionero. Escapó el año pasado y huyó a Irán.
Hace unos pocos meses, Khan regresó, con ayuda iraní, a
comenzar los ataques que, aparentemente, culminaron en la victoria de
ayer.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
COMO
CAMBIO LA VIDA CON LOS ANTITALIBANES
El
paraíso de los barberos
Por
Guillermo Altares *
Desde Taloqan
Shirin
Aghan llevaba más de un año en paro a pesar de que tenía
su propio negocio en la calle principal de Taloqan, una ciudad que el
domingo por la noche fue tomada por la Alianza del Norte. Pero trabajaba
en uno de los asuntos que menos gustaban a los antiguos dueños
y señores de esta localidad del norte de Afganistán: Aghan
es barbero y los talibanes obligaban a que nunca se recortasen las barbas.
El lunes recuperó gran parte del trabajo perdido. He cortado
50 barbas sólo por la mañana y espero que durante toda la
semana venga gente, asegura desde su pequeño negocio, en
el que ha vuelto a poner mugrientas fotografías, que tuvo que retirar
durante el año en el que los talibanes ocuparon la ciudad.
Taloqan fue una ciudad fantasma sólo unas horas: es imposible frenar
la actividad de una localidad afgana. A la noche, a tres horas de la llegada
de los mujaidines, no se veía a nadie por las calles. Pero aun
en ese momento, cuando los talibanes acababan de irse y las tropas de
Alianza del Norte circulaban por las calles armadas hasta los dientes
en un ambiente no muy reconfortante, un avezado comerciante se atrevió
a abrir su tienda y se puso a vender cordero y dulces al personal.
Cuando se pregunta a la gente sobre si pasaron miedo en las horas previas
a la conquista, miran extrañados al interlocutor y se limitan a
asegurar que no hubo combates callejeros y que se quedaron en sus casas.
A pesar de que miles de mujaidines llegaban a la ciudad, en cuyos alrededores
se produjeron intensos tiroteos e intercambios de artillería durante
varias horas, nadie parecía demasiado preocupado. No se puede olvidar
que, aunque en teoría ahora sean los buenos, cuando los diferentes
grupos de la Alianza del Norte gobernaron (por llamarlo de algún
modo) Afganistán, el país se vivió sumido en el caos
absoluto. También es cierto que eso, ahora mismo, no está
ocurriendo.
Los más desconfiados eran los comerciantes. Por la mañana,
las tiendas empezaron a abrir pero como no acababan de fiarse del todo,
algunas permanecían cerradas ante el temor de saqueos. A las dos
horas, cuando vieron que todo funcionaba bien y que los mujaidines se
comportaban como es debido (tiros al aire aparte), la ciudad volvió
a su bulliciosa normalidad. Tras tomar Taloqan el domingo por la noche,
lo primero que hizo el general Daud, que dirigió la ofensiva, fue
recibir ayer a los ancianos del pueblo para asegurarles que todo iba a
ir bien. Nosotros queremos traer la democracia y la libertad a la
gente. Queremos prepararlo todo para que la gente pueda vivir en paz,
asegura este comandante, de barba negra y aspecto feroz, en una pausa
entre sus numerosas reuniones.
Daud ha hablado con los notables, con sus comandantes, con los periodistas
y está preparando una próxima ofensiva sobre Konduz, la
última provincia del noreste de Afganistán que sigue en
manos del régimen de Kabul. Queremos poner en marcha un grupo
eléctrico para que la ciudad tenga luz, mejorar el hospital,
asegura Daud, quien sin embargo no puede decir quien va a tener el control
de facto de la ciudad. Según algunas personas preguntadas en el
mercado, serán los notables los que se ocupen de las cosas del
gobierno y la Alianza del Norte de la seguridad. Si la seguridad está
en relación al número de armas que llevan, será elevadísima.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
LAS
FUERTES DIVISIONES ENTRE LOS ANTITALIBANES
No
el amor sino el espanto
Página/12
en Pakistán
Por Eduardo Febbro
Desde Islamabad
El
nombre de la Alianza del Norte suena límpido como una luna llena.
Es lo único que tiene de transparente. La oposición armada
al régimen de los talibanes es una asociación
de circunstancia cuyos miembros se detestan entre sí, pero se unieron
contra el poder de los estudiantes de teología. La
Alianza del Norte está compuesta por ex mujaidines que se opusieron
a la invasión del Ejército Rojo, por comandantes
oriundos de ejércitos privados, por jefes tribales de etnias y
convicciones religiosas opuestas.
La Alianza nació oficialmente en 1996 luego de que los talibanes
conquistaran el poder en Kabul. Los mismos personajes que tras el retiro
de la ex URSS no cesaron un solo momento de matarse entre sí y
de traicionar todas las alianzas pactadas con el único propósito
de tomar el control del país se unieron luego para sacar del poder
a los talibanes. En septiembre de este año, la Alianza del Norte,
rebautizada en 1999 Frente Nacional Islámico para la Salvación
de Afganistán, perdió a su jefe más carismático,
el comandante Massud, asesinado por un comando de falsos periodistas marroquíes.
Massud fue reemplazado por una troika de tres comandantes que no tienen
ni la sombra del carisma de Massud. A esta corriente se le agregan otros
más: la del comandante Ismail Khan, apoyado por Irán; la
de la minoría hazara, presente en el centro del país; la
del general uzbeko Rashid Dostum, cuyas tropas recuperaron la estratégica
ciudad de Mazar-i-Sharif; y la indefinible galaxia de jefes tribales de
todos los orígenes. El personaje más emblemático
de esta alianza es Rashid Dostum: cruel e incontrolable, este ex comunista
es conocido tanto por su oportunismo como por su inconfesable gusto por
los actos y castigos extremos. Chiítas, sunnitas, uzbekos, tajikos,
turkmenos y jefezuchos tribales conforman un arco incoherente de etnias,
confesiones religiosas y sensibilidades políticas distintas, pero
federadas por un objetivo común: derribar el sistema talibán.
Hasta los atentados del 11 de septiembre pasado, la Alianza del Norte
tenía los días contados. Luego, tras el inicio de las represalias
norteamericanas, la Alianza se convirtió en un actor clave del
conflicto. Las torres de Manhattan resucitaron una coalición sin
armas ni poder militar. Antes estábamos divididos. Ahora
estamos unidos con el único propósito de ganar. Queremos
instaurar un Estado islámico moderado cuyas bases sean la democracia
y los derechos humanos, decía hace poco uno de los jefes
que reemplazó al comandante Massud.
Bellas palabras que no convencen a quienes conocen las profundidades de
la Alianza como la palma de su mano. Shirren Mazari, directora del Instituto
de Estudios Estratégicos de Islamabad, comenta que nada sería
más falso que imaginar a una Alianza del Norte con un montón
de gente buena enfrentada a un grupo de talibanes malos como la peste.
Cuando los miembros de la Alianza estuvieron en el poder entre 1992 y
1996, Afganistán vivió una ola de violaciones, torturas,
asesinatos y saqueos nunca vista antes. El terror y la anarquía
que sembraron los hombres de la Alianza del Norte explican el posterior
éxito de los talibanes
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