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EL CINE ARGENTINO PISA FUERTE EN TESALONICA
El día que invadieron Grecia

El Festival Internacional de Tesalónica presenta en estos días una muestra que duplica las presencias de Alemania y Francia, con �La ciénaga� en competencia oficial. Los organizadores hablan de una �nouvelle vague� argentina.

Página/12
en Grecia
Por Luciano Monteagudo
Desde Tesalónica

“Pase el domingo en la Argentina”, sugería el fin de semana uno de los titulares de un diario local. No se refería a un improbable tour relámpago sino a la muestra “Nuevo cine argentino”, que en estos días está presentando, siempre a sala llena, el Festival Internacional de Tesalónica, al norte de Grecia. Desde Berlín hasta Venecia, pasando por Cannes, las tres coronas del calendario cinematográfico internacional tuvieron este año una importante presencia argentina. Otros festivales, como los de Montreal, Toronto, San Sebastián, Nueva York, Vancouver y hace unos pocos días Londres, también le dieron un espacio central al nuevo cine argentino. Pero ahora Tesalónica viene a ofrecer el panorama más completo y exhaustivo, toda una sección con 16 films, a los que hay que sumar también la infalible presencia de La ciénaga, de Lucrecia Martel, en la muestra oficial, y la de Vagón fumador, ópera prima de Verónica Chen, todavía inédita en Buenos Aires, en la sección “Nuevos horizontes”, dedicada al cine de vanguardia.
La sola mención de los títulos elegidos por Tesalónica –un festival que, a pesar de sus 42 años de existencia, tiene bastante en común con el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires, en particular su interés por un cine joven– da cuenta de la intención de la muestra: ofrecer no sólo la producción más actual sino también aquellos films que fueron abriendo el camino para el recambio generacional en el cine argentino. Es así como la sección se abre con Pizza, birra, faso, de Adrián Caetano y Bruno Stagnaro, y sigue por Silvia Prieto, de Martín Rejtman, Moebius, de Gustavo Mosquera, el largo en episodios Mala época, producido por la Universidad del Cine, e Invierno mala vida, de Gregorio Cramer, hasta llegar a Mundo grúa, de Pablo Trapero, Nueve reinas, de Fabián Bielinsky, Sólo por hoy, de Ariel Rotter y La libertad, de Lisandro Alonso. La sección, curada especialmente por Michel Demopoulos, el director del festival, incluye también films todavía no estrenados en la Argentina, como La fe del volcán, de Ana Poliak, El sur de una pasión, de Cristina Fasulino, Bolivia, de Caetano, y Sábado, de Juan Villegas, más tres cortos fundacionales: Rey muerto (1996), de Martel; La expresión del deseo (1998), de Caetano, y Negocios (1995) de Trapero, protagonizado por un promisorio debutante llamado Luis Margani, que luego sería el famoso “Rulo” de Mundo grúa.
“Empecé a prestar atención al cine argentino en 1997, cuando en el Forum del Cine Joven de la Berlinale descubrí Picado fino, de Esteban Sapir”, recuerda Demopoulos, quien desde hace una década logró volver a colocar a Tesalónica en un lugar de privilegio en el cada vez más competitivo calendario de los festivales internacionales. “Después formé parte del jurado de la Semana de la Crítica, en la Mostra de Venecia, donde premiamos Mundo grúa, y empecé a pensar en la posibilidad de organizar esta muestra. Este año decidí viajar al Festival de Buenos Aires y ahí confirmé la vitalidad del cine argentino, que es asombrosa.” Demopoulos se puso en contacto con directores, productores, críticos y con el Instituto de Cine, y armó la sección paralela más importante de este año en Tesalónica, que triplica en cantidad de films a las muestras dedicadas al nuevo cine francés o al nuevo cine alemán, por ejemplo. Salvo Picado fino, de la que no pudo conseguir copia, logró su objetivo: ofrecer el panorama más amplio posible de lo que –en palabras del productor de Garage Olimpo, el italiano Amedeo Pagani, presente aquí en Tesalónica– se está empezando a conocer como “la nouvelle vague argentina”.
Demopoulos admite que tiene sus favoritos: La ciénaga, Silvia Prieto, Mala época y La libertad, de la cual le llama la atención “su cruza entre el cine de Rossellini y el de Kiarostami”. Pero con el mismo entusiasmo, habla de todo el conjunto de films: “Me impresiona la diversidad poética, cada película tiene su personalidad bien definida. Al mismo tiempo hay un espíritu en común, la voluntad de hacer cine a pesar de todo, contra todos los obstáculos. En su totalidad, estas películas nos permiten entender cómo funciona la sociedad argentina, cuáles son sus problemas, qué piensa la gente joven, cuáles son sus expectativas”.
Más allá de su repercusión inmediata, la muestra de Tesalónica ya empieza a rendir sus frutos, en direcciones cruzadas pero simultáneas. El segundo canal estatal de la televisión griega está interesado en algunos títulos y a su vez Demopoulos le hizo ver a su ministro de Cultura (de quien depende el festival) la necesidad de fomentar la enseñanza del cine, considerando que muchas de las nuevas películas argentinas provienen de grupos formados en las distintas escuelas de Buenos Aires.
Algo de esto tiene que ver con el futuro del cine griego, para el cual Tesalónica sirve de plataforma de lanzamiento. La producción es amplia, tal como testimonia la nutrida sección informativa que organiza el Greek Film Center, y las cifras hablan de un mercado interno bien atendido, donde casi un 20 por ciento de la recaudación anual es para los films locales, una tajada superior a la que sacan los españoles o los italianos, por caso, en sus propios mercados. Pero lo que Grecia todavía no alcanza –como señala el crítico Alexis Grivas– es a trascender sus fronteras, alcanzar un nivel de calidad que exceda el interés local. A excepción del director de La mirada de Ulises y La eternidad y un día, el veterano Theo Angelopoulos, consagrado internacionalmente (y que oficia de santo patrono del festival), el cine griego parece atrapado en su propio círculo, con films de una factura demasiado televisiva.
Ese fue el caso de La cisterna, ópera prima de Christos Dimas, presentada en la competencia oficial con un fuerte apoyo del público, pero escasa repercusión entre los invitados extranjeros. Quizá para ayudar a corregir el rumbo, Tesalónica ha organizado este año una retrospectiva dedicada a Stavros Tornes (1932-1988), un cineasta–faro, incapaz de ceder a las presiones del mercado, celebrado en su momento por críticos de la talla del francés Serge Daney, pero todavía insuficientemente conocido fuera de su país. Algo que el Festival de Tesalónica está dispuesto a modificar.

 

 

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