BULLRICH SE FUE
DEL GOBIERNO, CRITICANDO AL PRESIDENTE
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Por Fernando Cibeira Una de las caras más
conocidas de la gestión de Fernando de la Rúa, la ministra
de Seguridad Social, Patricia Bullrich, renunció ayer a su cargo
luego de perder una pulseada por los fondos que venía reclamando
para poner en marcha la Agencia Social. Con su gobierno inmerso en una
crisis política, económica y social de la que no encuentra
salida, el Presidente puso al ministro de Trabajo, José Dumón,
interinamente a cargo de la cartera de Bullrich y partió a Alemania
en visita de Estado. Para su vuelta ordenó tener listo un informe
sobre los recursos que se necesitan para lanzar la Agencia. También
tratará de volver con el nombre del nuevo ministro, de manera de
poner la casa en orden. Pero ya a esta altura se podría anticipar
seguro que para cuando ponga un pie en Buenos Aires habrá algún
otro problema en puerta, cuestión de no romper la racha.
FESTEJOS
Y CHICANAS DE MOYANO EN LA CGT El líder de la CGT disidente,
Hugo Moyano, leyó el papelito que le acababan de alcanzar y leyó
frente al auditorio: renunció la ministra Bullrich.
Nadie ocultó la alegría, hubo aplausos, sonrisas y carcajadas.
La noticia llegó cuando el Plenario Conjunto de las dos CGT trataba
aspectos organizativos de la movilización que realizarán
el próximo 20 a la Plaza de Mayo. Moyano aprovechó la algarabía
general y dijo, sin poder ocultar la sonrisa: puede ser preocupante,
cuando el barco se hunde, los primeros que rajan.... Son las
ratas, contestó un coro de sindicalistas. Ustedes lo
dijeron, se rió el camionero.
Tan luego Patricia, sacudiendo el bote Por Mario Wainfeld Le cuesta horrores quedarse quieta. Habla por teléfono, zarandea papeles, fuma incesantemente. Dos veces intentó durante su gestión ministerial abandonar ese vicio y claudicó. Es una Bullrich Luro Pueyrredón, como le recordó en una andanada no exenta de macartismo Hugo Moyano. Pero, cuando se enoja o se acelera, habla más bien como muchos militantes peronistas de clase media de la década del setenta: con un tono entre barrial y canyengue, proclive a transformar las s en sh y a abolir algunas s finales en giros verbales (que deshís? qué queré?). Su capacidad de trabajo está fuera de discusión y también su vocación de kamikaze, si la circunstancia lo amerita. Ocupó, por prepotencia de trabajo, un lugar mucho tiempo estuvo vacante: el de espadachín mediático todo terreno del gobierno, tal como fungió Carlos Corach en la era de Menem. En un gobierno que funcionó casi sin oficialistas fue oficialista sin pliegues y despiadada cuando vino a cuento. Ayer renunció en forma más bien abrupta, generándole ruido adicional a un Presidente que ya tenía demasiados problemas. Se salió de un registro que sostuvo largo tiempo y volvió al llano, dando absoluto testimonio de la disolución del poder político de Fernando de la Rúa a quien a esta altura parece abandonan hasta sus incondicionales. De la Rúa. Patricia no hace lo que De la Rúa le pide, porque en tal caso haría muy poco. Tampoco lo que De la Rúa quiere, porque es imposible saber qué quiere De la Rúa. Ella hace lo que ella supone que De la Rúa quiere definió alguien que compartió con ella el Gabinete. El diagnóstico es sugerente. Bullrich llegó al gobierno sin un partido que la acompañara, sin un puñado de aliados políticos, con el solo patrimonio de su actividad y su gestión. Y se ganó por un rato largo la confianza de un tremendo desconfiado como es el Presidente. Santibañes: Fernando de Santibañes fue su primer contacto con el actual equipo de Gobierno. Se acercó a él durante el 99, mientras otros hacían campaña electoral. Llegó, junto a otro ex peronista devenido antes que aliancista, delarruista: Román Albornoz, el ex militante del grupo de los 8 que terminó eyectado de la SIDE por armar operaciones contra Chacho Alvarez. Ambos sorprendieron al financista amigo del Presidente cuya experiencia previa con peronistas era cuasi nula por su eficacia y capacidad de trabajo. Armaron propuestas sobre reforma del Estado y el amigo presidencial la recomendó fervorosamente a De la Rúa. Quiere la leyenda de Palacio que su relación ulterior siguió siendo muy estrecha y que hasta el plan de universalización de las asignaciones familiares se urdió junto al financista de Villa Rosa, Bullrich lo niega enfáticamente, asegura no tener padrinos políticos y valerse solo de su labor. Santibañes habla tan bien de ella, siempre, que cuesta creer que no sean amigos. Cavallo: Fueron aliados en el Congreso cuando Yabrán era el enemigo público número uno de Mingo. Ella lo asesoraba advirtiéndole de las astucias y zancadillas que propinaban los peronistas. Nunca me creyó del todo. Cavallo es potente, audaz pero algo crédulo e ingenuo en política. No podía creer que Menem le prometiera una cosa y ahí nomás llamara a su bloque de diputados para hacer otra, narró alguna vez la flamante ex ministra, sopesando la astucia de Cavallo... y dando cuenta de la suya. Cuando el Supermingo llegó a este gobierno relegó a Bullrich a un lugar segundón: quería para él todo el centro de la escena. También los distanció la relación con el Ministro de Infraestructura Carlos Bastos: protegido de Mingo, despreciado por inoperante por la Piba. Luego se fueron reconciliando, Cavallo la diferencia de los radicales, ese colectivo que detesta y que, según él, son una máquina de impedir gobernar. Sushi: Diz que no pero los jóvenes radicales semiposmos que encabeza Antonio de la Rúa fueron sus aliados durante toda la gestión. No los une el amor, ni la semejanza, sino la mutua necesidad. Antonio y sus amigos del gobierno (Lautaro García Batallán por caso) son jóvenes que curten undiscurso light. Aman la buena vida y Santibañes no es para ellos solo un aliado táctico sino una suerte de referente personal. Bullrich dejó muy atrás sus tiempos de militante de la Juventud Peronista pero reconvirtió a un ethos de actividad y esfuerzo, a una profesionalidad de la política que la separa de sus aliados. Pero los unió la incondicionalidad con el Presidente, una tendencia al sectarismo, a la centrifugación con los aliados (Frepaso, Alfonsín, radicalismo progre). En los alineamientos grossos siempre cayeron del mismo lado. Colombo: Coincidieron, al menos objetivamente, por largo rato. Pero hace unos meses comenzaron las diferencias. El jefe de Gabinete le recriminó acremente que haya dicho, en las vísperas electorales, que no sabía a quién iba a votar. Le reprochó falta de lealtad, justo su blasón. Después de la debacle de las urnas se fue acentuando entre ambos una diferencia política. Bullrich cuestionaba el dialoguismo de Colombo, los puentes que construía con el peronismo y el sindicalismo. Hervía de bronca cuando se enteraba de los quinchos que compartía Colombo con gordos y rebeldes de la CGT. También broncaba con sus gestos hacia Alfonsín. Es la teoría radical, el eterno pacto de Olivos cuestionaba y punzaba más eso es Coti, achacándole a Colombo ser emisario de las tácticas de Enrique Nosiglia. Colombo le criticaba no entender las necesidades del gobierno y subordinarlas a la búsqueda de su protagonismo personal. Bullrich está convencida de que fue la prédica del robusto Jefe de Gabinete la que determinó su eyección de Trabajo. Sartor. Se peleó con el Frepaso. Con los sindicalistas de todos los palos. Con los peronistas. Con Colombo. Parece asombroso que su karma haya sido Daniel Sartor, el casi ignoto dirigente de Río Negro que en un exótico rapto de inspiración De la Rúa colocó en Desarrollo Social. El nombramiento la tomó por sorpresa, la enfureció y descolocó. Ese chico -rezongó ante otro Ministro viene al gobierno a repartir cajas, como un puntero de provincia. La palabra chico remite más al desdén que a la diferencia de edad entre ambos (4 años). Peleó con los pesos pesados y perdió una pulseada con un primerizo. Para no menoscabarla habría que convenir que en este tema los zigzagueos del presidente fueron asombrosos y todos a pura pérdida. El nombramiento generó enconos de la Ministra. Luego le creó un ministerio, para compensarla, y le dio enorme protagonismo cuando lanzó el canje de deuda. Pero jamás resolvió los conflictos entre los dos ministros, los dejó pelear, no laudó y en su pasividad perdió a una abanderada de su causa. El plan revolucionario. Bullrich calificó así a su propuesta de universalizar las asignaciones familiares. Un exceso de optimismo, sin duda. Su propuesta, calcada de alguna urdida por la cavallista Carola Pessino, solo redistribuía los fondos de distintos planes sociales. Algunos pobres perdían algo a manos de otros aún más pobres. La implementación del plan sonaba difícil: debían armarse los padrones de todos los jefes de hogar con ingresos menores a 1000 pesos. Una misión peliaguda, pues no quedaba nada claro que estímulos y seguridades se darían a los trabajadores en negro para deschavar su irregular situación a canje de un virtual ingreso de 30 pesos por mes. Le quedaba por delante una proeza de Hércules de improbable ejecución, un empadronamiento masivo en dos o tres meses, en todo el país, de la mano de un estado impotente y catatónico. No tenía cara de que fuera a salirle bien. Nunca se sabrá qué podía pasar. En ese solo sentido, tal vez De la Rúa le ahorró un traspié. Saldo: Bullrich fue un símbolo del Gabinete post Chacho, el de perfil bajo y verticalista. El gabinete inaugural de la Alianza aglutinó figuras de perfil alto, con ambiciones propias y capaces de convocar votos (Graciela, Chacho, Terragno, Storani). El actual Cavallo excluido es el de figuras carentes de arrastre electoral o popular. Esa pérdida de competividad interna y hasta de brillo se pretendió compensar con homogeneidad... pero parece que eso no anduvo. Surtidas internas recorren un gabinete de perfil bajo. La dificultad del Presidente por contener aquien para bien o para mal fue una de sus espadas y la mala voluntad de Bullrich para soportar desdenes (que la llevaron a irse con más estrépito y peor onda que Juan Pablo Cafiero) son un símbolo de un gobierno que va a la deriva y que yerra aún en las decisiones gratuitas. El bote. Estamos todos en un mismo bote. No quiero que el bote se mueva, poetizó De la Rúa explicándole a José Gabriel Dumón, sucesor de Bullrich en Trabajo, qué esperaba de su Gabinete hoy y aquí. Es sencillo entender esa lógica. Pero lo cierto es que él mismo subió a Sartor al bote, dejó que Bullrich y el novato se pelearan en cubierta. Tras cartón, contra todo lo esperado, cuando el mar está más picado que nunca, la Piba se zambulló sacudiendo a un bote sin timonel y sin brújula que parece destinado al naufragio. |
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