Por Luke Harding*
Desde
Islamabad
Los señores de la guerra
tribales que pasaron los últimos cinco años en hibernación
emergieron rápidamente ayer para tratar de lograr el control de
grandes áreas en el sur de Afganistán, lo que está
sumiendo al país de vuelta en la caótica y belicosa era
pretalibana de comienzos de la década de 1990. Mientras las fuerzas
del régimen talibán se replegaban, se informó que
los líderes tribales pashtunes habían impuesto su poder
en la remota provincia del sur de Oruzgan, donde fue criado el líder
talibán mullah Mohammed Omar, y estaban preparados para entrar
en la ex fortaleza de los talibanes de Kandahar, en el sudeste.
Las fuerzas leales a Arif Khan, un señor de la guerra local, ya
tomaron el aeropuesto de Kandahar en el norte. Los mayores de la tribu
también tomaron Gardez, a 100 kilómetros al sur de Kabul.
En el este, varios líderes tribales, incluyendo al veterano líder
mujaidín pashtún Yunus Khalis, comenzaron a concretar la
toma de partes de la ciudad estratégica de Jalalabad, que une a
Kabul con Pakistán, vía el pase de montaña Khyber.
La rápida fragmentación de Afganistán en un mosaico
de feudos rivales asombró, anoche, a los partidarios de introducir
un gobierno de coalición en Kabul, quienes afirmaron que los señores
de la guerra emergentes representaban un serio obstáculo para crear
una administración de base amplia.
Afganistán, temían, estaba deslizándose ahora de
vuelta a los malos momentos que pasó después de la caída
del régimen prosoviético Najibullah en 1992, cuando grupos
mujaidines rivales luchaban por el poder, destruyendo a Kabul en el proceso.
Se crea un vacío y algo lo tiene que llenar. Es la ley de
la física, dijo una fuente. Ayer los talibanes demostraron
que no están totalmente terminados, aunque el dominio de su régimen
se haya achicado a menos del 20 por ciento del país. En la provincia
del norte de Kunduz, hasta 20.000 combatientes talibanes se negaron a
rendirse, a pesar de estar rodeados por tropas de la oposición.
La Alianza del Norte dijo que combatientes talibanes y árabes también
estaban cercados en una escuela en las afueras de otra ciudad clave del
centro en el norte, Mazar-i-Sharif. En el sur, los soldados talibanes
disparaban desde posiciones en lo alto de las colinas sobre hombres tribales
que ocupaban el aeropuerto de Kandahar. El último mensaje
que recibí es que las fuerzas talibanas establecieron un círculo
defensivo alrededor de Kandahar, se atribuye haber dicho a un líder
tribal pashtún antitalibán, Hamid Karzai.
Pero anoche uno de los voceros de la Alianza del Norte declaró
que Kandahar había caído. La escena dentro de la ciudad
era de caos total, dijo Abdullah Abdullah, el ministro de
Relaciones Exteriores de la Alianza, la que se apuró a establecer
su propio gobierno en Kabul. Es una absoluta confusión,
dijo. Los talibanes han perdido control de la situación y
no se encuentra a ningún oficial talibán. No hay señales
del mullah Omar. El último alto oficial talibán que quedaba
en Islamabad, Sohail Shaheen, insistió en que el régimen
se estaba reagrupando después de lo que describió
como una retirada táctica de las ciudades importantes. Los
comandantes talibanes están armando un nuevo plan dijo.
En todas estas provincias no hubo choques. Fue una retirada estratégica
y táctica de todas esas provincias. Añadió:
En cuanto a Kabul, quisimos preservar las vidas de los civiles de
Kabul. Para proteger sus vidas nos retiramos de Kabul. Hay un nuevo reagrupamiento
y, por supuesto, habrá un nuevo programa armado. La embajada
talibana en Islamabad declaró estar procesando formularios de visas
como de costumbre.
Los informes en varios de los diarios paquistaníes de ayer dijeron
que el liderazgo talibán había armado un plan secreto para
enviar al grueso de sus combatientes a la frontera de las áreas
tribales dominadas por los pashtunes de Pakistán. Ahí se
consolidarían y se prepararían para unalarga guerra de guerrillas.
El diario The News dijo que algunos talibanes ya habían cruzado
hacia Pakistán desde la ciudad fronteriza de Torkham. Comenzaron
a entrar en Pakistán el lunes a la tarde y rápidamente desaparecieron
entre sus anfitriones tribales paquistaníes. Los informes fueron
enviados a la agencia militar de inteligencia de Pakistán, que
le ha dado gran apoyo a los talibanes.
Pero observadores más confiables dicen que los talibanes han sido
totalmente barridos. El movimiento talibán es historia. El
mullah Omar era la cabeza del Emirato Islámico de Afganistán.
No existe más, dijo un alto asistente humanitario. Los talibanes
pueden emerger como una de muchas facciones o regresar a sus encarnaciones
mujaidines previas. Afganistán está entrando ahora
en una vieja era, en lugar de una nueva definida por la tonta política
en la que facciones rivales compiten por territorio e influencia, dijo
una fuente. Estamos de vuelta en el problema de la guerra civil,
dijo. Se lanzan cientos de millones de dólares en bombas
para que emerjan los señores de la guerra.
Un ex gobernador de Kandahar, Gul Agha, dejó su base en Quetta
en Pakistán el martes a la noche y volvió a entrar en Afganistán
con una fuerza de hasta 5.000 combatientes. Sus consejeros dijeron que
estaba intentando persuadir a los talibanes para que rindieran Kandahar
y llegaran a un acuerdo negociado en lugar de librar una sangrienta e
incierta batalla. Es verdad. Entró, dijo un testigo.
No había señales de fuerzas especiales norteamericanas en
el área, añadió.
En Kabul, también se dice que emergen las divisiones: los grupos
militares chiítas comenzaron a armar barricadas en varias áreas,
para contrarrestar las barricadas del grupo Jamiat-e-Islami, cuyos soldados
dominan la fuerza de la Alianza del Norte que entró en la capital
el martes. La movida es reminiscente de los primeros días de la
guerra civil de 1992-94, durante los cuales por lo menos 50.000 personas
murieron cuando bandas étnicas armadas luchaban entre sí
por Kabul, convirtiendo a gran parte de la ciudad en un basural de casas
bombardeadas y escombros.
Mientras los talibanes ahora son despreciados por la mayoría en
Afganistán, fueron bienvenidos por muchos en 1996 porque, como
lo admiten hasta sus más implacables enemigos, trajeron la paz.
* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère
OPINION
Por Claudio Uriarte
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El huevo de la serpiente
De confirmarse la caída de Kandahar, capital religiosa
de los talibanes, en manos de disidentes de la etnia pashtún,
la situación en Afganistán estaría totalmente
fuera de control, y perfectamente madura para el tipo de guerra
civil y tribal que asoló al país durante el interregno
caótico que separó el fin de la ocupación soviética
en 1988 y la imposición de la tiranía talibana en
1996. Esto no es una muy buena noticia para la coalición
antiterrorista liderada por Estados Unidos que esperaba contar en
Kabul con un gobierno de títeres multiétnicos y multiculturales,
mientras ella se ocupaba de la tarea sucia de limpiar al país
del cáncer terrorista de Osama bin Laden y su organización
al-Qaida. Más bien, el aprestamiento de 4000 tropas británicas
en presunta misión humanitaria a Afganistán parece
señalar la urgencia de una misión de disciplinamiento,
aunque es difícil saber cómo ésta podrá
cumplirse sin el compromiso de la infantería norteamericana,
y tal vez de tropas de tierra soviéticas.
Lo que se abre, en lugar de eso, es la perspectiva caótica
de un Afganistán en desintegración. De hecho, nunca
estuvo demasiado integrado, ni fue una nación en ningún
sentido moderno concebible del término. Pero ahora las fieras
huelen sangre, y desde todos los costados: Irán puede querer
apoderarse de las zonas de mayoría étnica hazara sus
primos tribales; Uzbekistán y Tajikistán semicolonias
de la Unión Soviética de la franja norte para
cuya conquista ellas fueron decisivas; Pakistán, de parte
del sur pashtún; Turquía, a través del avance
de sus fuerzas especiales, del Kurdistán iraquí. La
lucha antiterrorista se eclipsa en este escenario de pesadilla,
y sólo puede esperarse la llegada del General Invierno como
congelador de las operaciones en el norte.
Desde ya, todas las alquimias ensayadas en Naciones Unidas para
un gobierno de coalición amplísima quedarían
abortadas, y lo único que podría garantizar cierta
módica centralidad del Estado afgano sería una intervención
decisiva conjunta de Estados Unidos y Rusia. Es decir, los viejos
enemigos que en la década del 80 lucharon ferozmente por
Afganistán. Y los nuevos amigos cuyos respectivos jefes de
Estado, George W. Bush y Vladimir Putin, están descubriendo
en la cumbre de esta semana cuánto mejor y más seguro
era el mundo cuando ambos eran enemigos irreconciliables. Pero,
claro, ahora Putin no querrá la expansión mundial
del comunismo, pero sí la entrada a la OTAN y a la Organización
Mundial de Comercio. La pelota está ahora en el campo de
Bush.
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Qué
significa el principio del fin del sur protalibán
Por
Gabriel A. Uriarte
Desde
Washington D.C.
El último
bastión talibán en Kandahar pudo haber caído o no.
Quizás algunas partes lo hicieron y otras no, pero la confusión
indica algo mucho más importante. Que haya combates en las afueras
de Kandahar marca el comienzo del levantamiento de las tribus pashtunes
del sur contra sus hermanos étnicos los talibanes, creando la Alianza
del Sur que el analista británico Christopher Langley sugirió
a Página/12 como contraparte a la Alianza del Norte tajika y uzbeca.
Si la revuelta antitalibán se extiende, la caída de Kandahar
ocurrirá en días; si se estanca al nivel actual, entonces
habrá una repetición de los meses de asedio que hicieron
falta para que las fuerzas opositoras tomaran Mazar-i-Sharif y Kabul.
En todo caso, la caída de Kandahar es una cuestión de tiempo.
La pregunta es qué le queda a alguien que no es pashtún
ni tajiko ni uzbeco: Osama bin Laden.
Primero, hay que enfatizar que la retirada de sus tropas hacia el sur
no es parte de una enorme emboscada. Continuar la resistencia en las montañas
del sur es al menos posible, mientras que hacerlo en Kabul era suicida.
Dada la gran distancia entre la capital y Kandahar (más de 600
kilómetros en una carretera flanqueada por montañas), es
casi imposible que la Alianza del Norte pueda avanzar en dirección
a Kandahar. Así, la retirada permite una cierta tregua, pero a
un costo enorme. Las escenas de pánico y desbande en la retirada
de la capital indican no sólo un colapso en la moral, sino también
una gran pérdida en números. Según los últimos
cálculos que fueron transmitidos ayer a Página/12
por un funcionario del Pentágono, los talibanes perdieron
más de la mitad de sus fuerzas, pasando de unos 45.000 hasta, muy
a lo sumo, 20.000. Y muchos de ellos siguen haciendo todo lo posible para
escaparse de las filas.
El éxito de cualquier emboscada depende de que el enemigo entre
en ella, algo que las fuerzas anti-talibanas no tienen ningún motivo
para hacer. Su primer objetivo es expulsar a los talibanes de las ciudades.
Es indistinto si los talibanes son aniquilados o si huyen a las montañas:
en cualquier caso su poder simbólico y real habrá terminado.
Y es muy probable que tampoco puedan mantener fuerzas importantes en las
montañas por mucho tiempo. Las montañas, valga la redundancia,
son montañosas, con poca capacidad de suministrar comida y otras
necesidades básicas. Cualquier fuerza guerrillera que opere en
ellas depende de apoyo local y, si es posible, del exterior. Los talibanes
perdieron lo segundo desde hace tiempo, y el alzamiento pashtún
de los últimos días parece indicar que están muy
cerca de perder lo primero. Así, las montañas se transformarían
en una especie de prisión para ellos: morirían de hambre
dentro y serían destruidos fuera.
En realidad, los talibanes propiamente dichos están casi fuera
de la ecuación. Su apoyo se ha evaporado, y no tienen ningún
aliado extranjero que pueda detener su destrucción por medios diplomáticos.
Pakistán ya trasladó su apoyo a los pashtunes buenos,
como lo prueba una revuelta en Kandahar que fue organizada en su territorio.
Varios comandantes talibanes buscan alguna forma de pasar de bando, y
la tropa regresa a la vida civil por la forma más directa: la deserción.
Quienes no tienen esta alternativa son las miles de tropas extranjeras
de Bin Laden. Son odiados dentro de Afganistán, incluso entre los
pashtunes, y si se desbandan serán masacrados como sus camaradas
en el norte. Su alternativa sería literalmente volver a casa: lo
que para miles de ellos significa Pakistán. Muchos vinieron de
escuelas religiosas en las provincias fronterizas, donde, a diferencia
de Afganistán, sí tendrían apoyo local si decidencontinuar
la resistencia. Varios de sus comandantes aseguraron que harían
esto, y la Alianza del Norte cooperaba ayer al permitir la evacuación
de las fuerzas talibanas en Jalalabad en dirección a la cercana
frontera paquistaní. Es un escenario similar en cierto sentido
al que se planteó como posibilidad en relación a Colombia:
una victoria total que derrama a los vencidos hacia los países
vecinos.
Sí sí
señores, soy terrorista
Permitan que la Historia sea testigo. Nosotros somos los
terroristas, aparece diciendo Bin Laden en un video que forma
parte de un documento actualizado que ayer el gobierno británico
aseguró tener en sus manos como prueba final de la culpabilidad
del principal sospechoso de los atentados del 11 de setiembre contra
Estados Unidos. Además parece que Bin Laden describe al World
Trade Center como blanco legítimo de los secuestradores,
los que habrían recibido la bendición de Alá.
El premier británico, Tony Blair, declaró ante el
Parlamento que el material de inteligencia no deja dudas sobre
la culpabilidad de Bin laden y su red terrorista. Un elemento
que puede leerse como un justificativo de la toma de posición
británica a favor de una intervención militar en la
campaña antiterrorista que lidera Estados Unidos en búsqueda
de Bin Laden y sus secuaces.
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JALALABAD
CEDIO BAJO LA PRESION ANTITALIBANA
Golpe a golpe, cae el norte
Por Rory McCarthy
Desde
Peshawar
Un oficial de alto rango talibán
huyó a través de la frontera hacia Pakistán anoche,
mientras comenzaba la lucha interna entre los señores de la guerra
por el control de la ciudad afgana clave de Jalalabad. Hafiz Ahmad Jan,
el hermano del número dos talibán, Maulvi Abdul Kabir, abandonó
Jalalabad y cruzó a Pakistán por la ciudad fronteriza de
Torkham en el paso de Khyber para contactarse con comandantes de la oposición
en Peshawar que planean tomar Jalalabad. Varios señores de la guerra
afganos comenzaron a afirmar que habían tomado la zona en cuanto
los combatientes talibanos abandonaron la ciudad temprano ayer a la mañana.
Dejamos todo y escapamos, dijo Jan desde la frontera. Mi
hermano está bien y en un lugar seguro. Llamó a amigos
para que lo pusieran en contacto con los comandantes moderados pashtún
en Peshawar. Jan dijo que la mayor parte de las tropas talibanas basadas
en Jalalabad habían huido a Logar, una provincia en el sudoeste
que está en la ruta a la talibana Kandahar. Se cree que muchos
árabes están todavía en Jalalabad, según comandantes
y fuentes informadas. La ciudad sirvió desde hace tiempo como base
para los combatientes árabes conducidos por Osama bin Laden. Tropas
leales a Yunus Khalis, un influyente líder mujaidín, declararon
ayer que habían tomado control de Jalalabad y la provincia de Nangarhar
que la rodea. Los comandantes locales se han hecho cargo de Jalalabad
y nombrado a un famoso ex comandante mujaidín Yunus Khalis como
su líder, le dijo un vocero del comandante Khalis a la agencia
de noticias Prensa Afgana Islámica.
La agencia dijo que jets de Estados Unidos habían bombardeado la
ciudad seis veces durante la noche y ayer a la mañana. Las fuentes
militares afganas en Peshawar dijeron que la ciudad había sido
tomada por Awal Gul, un asistente del Comandante Khalis. El Comandante
Khalis fue uno de los más altos líderes mujaidines islamistas
durante la guerra de la década de 1980 contra los soviéticos.
Muchos de aquellos que lucharon en su facción se unieron al movimiento
talibán cuando surgió en 1994 y Khalis permaneció
cerca del régimen. El anuncio causó estupor en Peshawar,
donde los señores de la guerra moderados pashtunes, fieles desde
hace tiempo a Jalalabad, estaban por entrar a la ciudad. Ayer los comandantes
de Peshawar, muchos de los cuales han regresado del exilio, cruzaban de
una casa a otra arreglando nuevas alianzas, preparando sus armas y revisando
sus planes. Algunos están trabajando con el apoyo de los servicios
de inteligencia (ICI) de Pakistán. Irónicamente, el poderoso
ICI, un brazo del ejército pakistaní, estuvo involucrado
en la creación del movimiento talibán hace siete años.
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