Por Fernando DAddario
Mercedes Sosa desanda sus cuarenta
años de trayectoria y promete para mañana y pasado, en el
teatro Gran Rex, un show como los de antes, cuando no había
tantos enchufes. Su regresión temporal, que se materializará
en un concierto acústico donde repasará bellísimas
canciones (en muchos casos olvidadas) de su repertorio de los años
60, no implica una desconexión con la realidad actual. Que de hecho
la golpea con dureza en su condición de artista: la Negra, con
sus pergaminos y su trayectoria indiscutibles, no tiene contrato discográfico.
Grabó un disco que ninguna compañía parece estar
dispuesta a editar. Mercedes ensaya primero hipótesis de tipo esotérico
(haber ganado el Grammy parece que me trajo mala suerte) para
llegar más tarde a una conclusión que con las distancias
del caso la iguala con buena parte de la sociedad argentina: Me
siento maltratada, dice en la entrevista con Página/12.
Mercedes saldrá con su poncho rojo y su bombo, para cantar canciones
sin tiempo, como Cuando tenga la tierra, o Lapachos
en primavera, o Romance de barrio, pero sostiene que
lo peor que le puede pasar a una artista y a una persona es hacerse
la vieja y negar la evolución de las cosas. Por ejemplo, yo con
internet me siento menos sola, porque me pongo en contacto con amigos
de todo el mundo. Muchos creen que el afecto del público es permanente,
pero una vez que una se bajó del escenario, llega al hotel y está
sola. Además de los shows en el Gran Rex (en los que actuará
con su banda habitual y estarán como invitadas Natalia Barrionuevo,
de La Rioja, y Guillermina Beccar Varela), el próximo jueves ofrecerá
un concierto en el teatro Colón, en homenaje a Ana Frank y los
sobrevivientes de la Shoá, en una función a beneficio de
la Fundación Memoria del Holocausto.
Se la nota triste.
Estoy peor que con los militares. Me siento perseguida, pero no
por los represores, como pasaba hace años, sino por una dictadura
económica. Ahora las armas son otras. En la Warner de Alemania
querían sacar mi disco, pero en la filial de acá, Luis Méndez
se negó a sacarlo. Me mandó un ramo de flores, eso sí,
y me dijo que no podían competir con Universal, que está
sacando recopilaciones de grandes éxitos de mi carrera. ¿Para
qué quieren un contrato nuevo, si los otros tienen todo el catálogo
para vender? Pero no se dan cuenta de que yo sé elegir mi repertorio,
que cada disco nuevo, aunque tenga canciones viejas, es una manera de
seguir apostando por la música popular. Pero me tienen de un lado
para el otro. Quisiera saber qué es lo que pasa conmigo. Ahora,
si esto me ocurre a mí, no me quiero imaginar lo que les espera
a los jóvenes que recién empiezan y a los que se les niega
la posibilidad de expresar su talento.
En las discográficas dicen que usted es una artista muy cara.
Sí, es verdad, soy una artista cara, pero vendo en todo el
mundo. Si acá la situación está mal y la gente no
compra discos, es ridículo que me corten la posibilidad de vender
en otros países. En Universal, hace dos meses me dijeron que no
les interesaba firmar un contrato conmigo. En realidad no me lo informaron
directamente a mí, porque nadie se anima a decirme las cosas en
la cara. Le explican a mi contador sobre sus problemas financieros. Y
yo pregunto: ¿por qué a mí? Hay otros artistas que
también viven en este país, sufren la crisis y sin embargo
tienen contratos millonarios.
¿Cree que hay algo más que la crisis económica?
Y... debe ser que soy tucumana, negra y gordita, y eso no les gusta.
Acá en la Argentina parece que para ser artista hay que ser medio
bandido, o contar chistes verdes, o tomarse el folklore como un instrumento
para hacerse famoso en poco tiempo. Evidentemente, lo que yo canto le
debe molestar a alguien. Es raro, porque mi repertorio no es tan politizado.
En estos días salió el último disco de Claudio
Sosa, en el que usted canta una canción de Duende Garnica, la Chacarera
del olvidao. Los últimos versos dicen: Levántate
cagón/ que aquí canta un argentino.
Me pasó algo raro con ese tema. Lo canté en Alemania,
y la gente se ponía de pie para aplaudir, sin saber lo que decía
la letra. Había algunos argentinos que sí lo entendían,
y se producía como un contagio. Terminaban todos conmocionados,
porque lo que transmite la canción es muy fuerte. Además,
me siento muy bien cuando actúo en Alemania. Me levanta la autoestima.
Cada vez que salgo de gira, me pregunto: ¿quién me va a
ir a ver a mí? Pero la gente va, le gusta lo que hago, y vuelvo
agrandada a la Argentina. Pero no agrandada de vanidad, sino de felicidad.
Y volviendo a esa canción, me gustaría que el argentino
se levante un poquito. Como pasó con Aerolíneas. Cuando
la gente la pelea, gana.
En estos últimos tiempos cambiaron los métodos de
lucha.
Sí, pero yo no estoy con los piqueteros. No estoy con los
que rompen, sino con los que construyen. Me gustan los que luchan, pero
no cortando las rutas. En los 70 era distinto. Yo he sido comunista
y canté canciones de barricada, pero ahora estoy alejada de temas
como A desalambrar. No creo que haya que desalambrar nada
hoy, sino ayudar a esa gente del campo que está perdiendo todo
porque tiene las tierras inundadas.
¿Cambió de postura?
Mire, como dice la canción, todo cambia. Yo cambié
para bien, pero sigo siendo de izquierda. Nadie puede decir que yo sea
una traidora. Mis convicciones se mantienen. Creo que las revoluciones
son en primer lugar culturales. Y se construyen. Por eso digo que la lucha
de los trabajadores de Aerolíneas fue un acto revolucionario. Me
da vergüenza ver todos los días lo que hacen en este país
con los obreros, con los jubilados, y no es con piquetes como se van a
arreglar las cosas, sino con una lucha inteligente.
¿Y cómo luchará en lo personal para poder seguir
normalmente con su carrera?
No me puedo detener frente a un puñado de capitalistas. No
tengo belleza ni juventud, pero tengo mi voz y el sentimiento que sale
de mi voz. No es fácil doblegar a una mujer de izquierda.
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