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PAGINA/12 EN EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE TESALONICA
Una chicana llamada Hussein

La muestra exhibió el inquietante film �The Mad Songs of Fernanda Hussein�, del crédito independiente estadounidense John Gianvito.

Fernanda es una mujer perseguida
por mera portación de apellido.
El film está en las antípodas de
lo que muestra la CNN por TV.

Por Luciano Monteagudo
Desde Tesalónica

En La eternidad y un día, la película que tres años atrás le valió al director griego Theo Angelopoulos la Palma de Oro del Festival de Cannes, Bruno Ganz recorría las calles húmedas y el puerto gris de Tesalónica, en busca de los recuerdos más íntimos de su personaje, un poeta a punto de morir. Es notable comprobar in situ cómo la luz espectral que bañaba algunas de esas escenas no era solamente una proeza del gran fotógrafo Yorgos Arvanitis sino también una particularidad de esta melancólica ciudad-puerto, recostada sobre las aguas mansas del Mar Egeo. El Festival Internacional de Tesalónica también ha hecho suyas esta luz y este puerto. El corazón de la muestra funciona en un muelle especialmente reciclado, que alberga tres salas de cine, dos salas de exposiciones (una con afiches de la legendaria productora alemana UFA; otra con magníficas fotos de los años ‘60 del director Jerry Schatzberg), la oficina de prensa y el centro de operaciones de todo el festival. Allí, bajo la sombra del enorme buque carguero “Spiliada”, que invita a imaginar una aventura, o mecidos por el suave rumor de los remolcadores, los cinéfilos griegos hacen de Tesalónica una ciudad abierta al mundo, dispuesta a embarcarse hacia otros horizontes.
A pocas cuadras de allí, sobre la Plaza Aristotelous, que también mira hacia el mar, está enclavado el elegante complejo Olympion, en cuyas salas el Festival de Tesalónica programa cine-arte durante todo el año (acaban de estrenar La habitación del hijo, el film más reciente de Nanni Moretti) y que durante los diez días de la muestra alberga a la competencia oficial. Sabiamente acotada a 16 films, para que no se pierdan en el tumulto, la competencia está dedicada –como el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires– a primeros y segundos films, con la idea de abrir el camino a las películas y los directores de los cuales se podrá hablar en el futuro. De hecho, The Mad Songs of Fernanda Hussein, el film del independiente norteamericano John Gianvito, que fue rechazado por el Festival de Rotterdam y se convirtió en abril pasado en una de las revelaciones del de Buenos Aires, tiene ahora su estreno europeo en Tesalónica.
La elección de Fernanda Hussein marca un poco la tendencia del concurso oficial, donde parece primar una mirada sobre la complejidad política y social del mundo, una complejidad que está en las antípodas de las imágenes banales que propala la CNN desde Kabul. En este contexto, el film de Gianvito viene a recordar de qué manera, diez años atrás, la Guerra del Golfo Pérsico sirvió puertas adentro de los Estados Unidos para demonizar y perseguir a los habitantes de origen musulmán, tal como está volviendo a suceder ahora. El eje de la película es la tragedia de Fernanda, una mujer doblemente marginada por su origen chicano y por haberse casado con un egipcio de apellido Hussein, lo que determina que sus hijos, de 9 y 14 años, aparezcan asesinados, por la sola portación de apellido. Hay una radicalidad extrema, una santa indignación en el film de Gianvito que hacen de su película un objeto extraño incluso dentro del panorama del cine independiente norteamericano.
Algo de la feroz iracundia de Fernanda Hussein también aparece en L’Afrance, potente opera prima del franco-senegalés Alain Gomis, un cineasta a seguir. Su protagonista es El Hadj, un joven senegalés radicado en París que está a punto de terminar su carrera universitaria cuando de pronto empieza a tener problemas con sus papeles de inmigración y pasa a ser un ilegal. Esta situación límite lo lleva a confrontar todas sus contradicciones. Formado en las ideas de Lumumba, sobre la necesidad de adquirir conocimientos para luego poder enfrentar al poder colonial en sus propios términos, El Hadj está seguro de querer dar esa pelea, pero descubre –a punto de ser deportado– que su vida está más en París que enDakar, con la que perdió todo contacto. “¿Todo lo que aprendemos vale por aquello que olvidamos?”, se pregunta El Hadj, siguiendo una leyenda de folklore senegalés.
¿Se puede ser un extranjero, un ilegal en su propio país? Es, a su vez, el interrogante que eleva Tornando a casa, primer largo del napolitano Vincenzo Marra, que llega a la competencia de Tesalónica un par de meses después de haber tenido su elogiado bautismo de fuego en la Settimana della Critica de la Mostra de Venecia. Un grupo de pescadores napolitanos prueba suerte en Sicilia. Están lejos de sus casas y se arriesgan demasiado, internándose en aguas africanas, para aumentar la pesca. La costa tunecina casi se puede tocar detrás de la niebla, pero ambos mundos parecen antagónicos. Franco, el más joven del grupo, no está tan seguro. La pobreza y la mafia le muerden los talones, hasta que un episodio trágico, fortuito, lo impulsa de pronto –como le sucedía a Jack Nicholson en El pasajero, de Antonioni– a cambiar de identidad, a empezar una nueva vida del otro lado del Mediterráneo.
La situación de la minoría kurda en Turquía es aún más difícil, se infiere siguiendo la simple parábola de Fotograf, de Kazim öz, un cineasta que ya venía de sufrir la censura en su país por un cortometraje anterior. Dos hombres se conocen en un largo viaje en ómnibus y traban una amistad fugaz pero sincera, sin saber que cuando lleguen a destino ambos se convertirán en enemigos mortales, uno como recluta del ejército nacionalista turco y otro como miliciano de la resistencia kurda. Como una forma de luchar contra esa intolerancia, como una forma de abolir fronteras es que el puerto de Tesalónica –marcado por el cruce de la cultura griega con la bizantina y la romana– parece abrir sus aguas a los nuevos cineastas.

 

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