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El traslado de un preso puede ser
desestabilizador, según el gobierno

Dos de los �doce apóstoles� fueron trasladados por orden de un tribunal porque denunciaron que allí los torturan. Pero
para el gobierno provincial, es �desestabilizar� el sistema carcelario.

Marcelo �Popó� Brandán fue uno de los protagonistas del sangriento motín de Sierra Chica.

Por Horacio Cecchi

El traslado de Marcelo “Popó” Brandán Juárez y Víctor Esquivel Barrionuevo –dos de los “doce apóstoles” que lideraron el sangriento motín de Sierra Chica en el ‘96– del penal de Melchor Romero para presos de altísima peligrosidad, a la U9 de alta seguridad pero con menor rigor carcelario, provocó airadas protestas de un fiscal platense y del ministro de Justicia bonaerense, Antonio Arcuri. La medida cautelar fue dispuesta por la Cámara de Apelaciones de San Isidro, luego de que Popó presentara un hábeas corpus contra los guardiacárceles de la U29 por “torturas y apremios permanentes”, comprobadas por peritos médicos. El subsecretario de Política Penitenciaria, Miguel Plo, llegó a responsabilizar a los jueces por la “gravísima desestabilización del sistema carcelario”. La polémica hizo eje en la peligrosidad de los dos apóstoles, y dejó de lado el origen de todo y verdadera sombra negra de las cárceles: el remanido método de mantener la granja en orden mediante golpes, palazos en las plantas de los pies, submarinos y otros rubros normativos.
A Popó Brandán se la tenían jurada. Los mismos presos, pero especialmente miembros del Servicio Penitenciario Bonaerense: en junio de este año, un interno de Melchor Romero denunció que había sido torturado por guardiacárceles para obligarlo a matar a Brandán. Aseguró que para hacerlo le entregaron dos facas, que fueron halladas por la Justicia en su propia celda, poniendo en duda si el riguroso control de la cárcel para presos de altísimo riesgo no es más que un control peculiar y selectivo.
El mismo apóstol denunció torturas ante varias fiscalías platenses. Esta vez, el resultado provocó polémicas. El lunes pasado, la defensora oficial de San Isidro, María Dolores Gómez, mantuvo una reunión con un defendido, un joven de 20 años detenido en Melchor Romero por un intento de robo agravado. Gómez es la misma defensora que recibió reiteradas amenazas de muerte por sus permanentes denuncias del maltrato carcelario, una de ellas revelada por un preso del penal de Rawson, que le advirtió que el SPB la quería matar.
Durante la entrevista, el defendido dijo que lo torturaban. Al concluir, Gómez fue informada de que otro preso quería entrevistarse con ella. Era Popó Brandán. Le dijo que no soportaba más la presión, y describió: “Me llevan a Admisión y me pegan palazos, gomas, trompadas y patadas, esposado; en Sanidad me sacan la ropa, me golpean. En una ducha donde hay pileta me hacen submarino, me agarran de los pies y me meten la cabeza en el agua”.
Gómez presentó un hábeas corpus ante la Sala 3 de la Cámara de San Isidro, integrada por Raúl Borrino, Margarita Vásquez y, como subrogante, Fernando Maroto. Los jueces, tras las pericias médicas, decidieron la medida cautelar a que están obligados por ley: ordenaron el traslado de los detenidos a otra unidad penal. El SPB los envió a la U9, ubicada en La Plata. Y se desató el escándalo. En la movida fue incorporado Esquivel y otros nueve presos.
Primero, fue Marcelo Romero, fiscal de Juicio y de Ejecución de La Plata. “Fue una medida absurda –aseguró a Página/12–. Brandán y Esquivel son dos personas de altísima peligrosidad, que no estaban en la 29 por capricho, tienen antecedentes que lo justifican, y no sólo por la seguridad para terceros sino para ellos mismos, porque se la tienen jurada”. Romero hizo una presentación ante la jueza de Ejecución Beatriz Marengo, con competencia sobre los condenados. Pero el martes se enteró de otros diez traslados. “Fue un hábeas corpus masivo”, aseguró, y presentó un pedido ante la Fiscalía General para que dieran intervención a la Procuración General y la Suprema Corte, “un requerimiento de gravedad institucional, porque altera el sistema de premios y castigos que mantiene el equilibrio en las cárceles”. El castigo, en este caso, es quedar en la U29. El Ejecutivo no perdió la ocasión: Arcuri se mostró “muy preocupado porque (el traslado) genera sensación de intranquilidad y mayor zozobra en la sociedad”. Menos diplomático, Plo aseguró que “es gravísimo. Se respeta la decisión judicial pero no se la comparte” y sorpresivamente soltó: “Quiero deslindar todo tipo de responsabilidad por las consecuencias”.
La defensora Gómez refutó con ironía: “No los mandaron a un spa, los mandaron a una cárcel. No puede deslindar sus responsabilidades”. Una alta fuente judicial de San Isidro aseguró a este diario: “Una unidad penal no es un recreo. Está reglamentada y tiene instrucción casi militar. No se me ocurre que puedan escapar si alguien no les abre la puerta. Detrás de todo esto hay una movida contra lo que dice la ley y que la mano dura tilda de garantista”.

 

De caníbales y misioneros

Que tres jueces hayan ordenado trasladar a dos apóstoles del orgullo carcelario de Melchor Romero a una unidad de máxima seguridad “común”, fue una medida de insoportable intromisión con olor a garantismo. Pero, en definitiva, el escándalo desatado ocultó el verdadero motivo que lo originó: las torturas. Popó Brandán y los otros once apóstoles permanecían detenidos en Melchor Romero, después del infierno de Sierra Chica, que terminó con siete muertos, varios troceados, horneados y digeridos, y 17 rehenes, entre ellos una jueza, el jefe y el subjefe de la unidad. Por eso, a Popó y los apóstoles se la tienen jurada. Brandán tiene 33 años, vivió hasta los 8 en la villa de Retiro. Cayó preso por robo a los 14. Estuvo 20 meses en un instituto de menores. Con más de 18, un tribunal lo condenó a 16 años por robos reiterados. Según los peritos, “es egocéntrico, con rasgos narcisistas, irreflexivo, sin sentimiento de culpa”. En el motín era el ejecutor. Apenas se desató el intento de fuga, fue quien le disparó a la cara al jefe del penal y quien ajustició al jefe de la banda opositora, Agapito Lencina, antes de que lo cortaran en trozos y lo hornearan. Sus denuncias de torturas hacen un fuerte contraste en ese marco. “Yo no quiero que torturen a nadie –señaló la defensora María Gómez–. Ni a Massera ni a Brandán. Es terrible que los caníbales se coman a los misioneros. Pero más terrible es que ocurra al revés.”

 

JUZGAN A UNA MUJER POR ABORTO
Un disparo polémico

El drama de una cordobesa dio lugar a una inédita discusión judicial. En diciembre pasado, estando embarazada, la mujer se disparó un tiro en el vientre. El bebé nació, pero murió días después. Ayer, el fiscal Pedro Caballero, que investigó el caso, anunció que la mujer será juzgada por aborto y no, como se consideró previamente, por homicidio calificado.
Fue el 20 de diciembre cuando Mariana Isabel G., de 29 años, se pegó un tiro en el dormitorio de su casa, en el barrio Los Olmos de Córdoba. El embarazo de Mariana, madre soltera de un nene de cuatro años, había pasado inadvertido por su obesidad. La desesperación que le produjo el parto cercano fue lo que al parecer disparó la trágica decisión.
La mujer fue trasladada al hospital Misericordia, donde se le realizó una cesárea de urgencia. El bebé nació ya en estado desesperante y fue intervenido quirúrgicamente, pero 20 días después murió.
“Tras la investigación se estableció que había elementos de convicción suficientes como para elevar la causa a juicio, acusando a la señora del delito de aborto”, indicó el fiscal. En este sentido, explicó que la doctrina penal argentina establece que “cuando las maniobras se despliegan antes de que se produzca el nacimiento” se trata de un aborto. En un comienzo, Mariana había alegado que se había querido suicidar pero Caballero desestimó este argumento y la llevará a juicio por aborto.

 

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