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�No estaría tan bien si solo mirase la realidad�

A los 82 años, el actor y director Max Berliner acaba de estrenar �Liturgias�, que va los sábados en el IFT, adaptando un texto de la argentina Nora Glickman, profesora universitaria en Nueva York.

Berliner nació en Varsovia en
1919 y llegó a la Argentina en 1922.

Por Hilda Cabrera

“No quise que mis hijos fueran sólo a la escuela judía; quise que vivieran la realidad y no encerrarlos en un ghetto. Mi viejo era de izquierda, realmente, y yo seguía la línea de mi viejo.” El actor Max Berliner, también adaptador y director teatral, se refiere de esta manera a su condición de judío, y a su relación con la sociedad argentina. Dice respetar su religión pero no ir a la sinagoga, y ser muy abierto en materia de creencias y en la elección de las obras en las que actúa o dirige. Como creador del grupo Teatro para Todos, acaba de estrenar Liturgias, pieza que va sólo los sábados a las 19.30, en el IFT, de Boulogne Sur Mer 547. Se trata de la adaptación de un texto de la argentina Nora Glickman, dramaturga y profesora de Literatura latinoamericana en el Queen’s College de la Universidad de Nueva York, donde reside.
La imagen de Berliner ha sido asociada desde siempre al teatro judío, aun cuando trabajó en producciones teatrales, televisivas y fílmicas no relacionadas con esa comunidad. Nació en Varsovia en 1919, llegando a la Argentina junto con sus padres y hermanos en 1922. “Toda mi vida está acá”, dice este actor singular, que desde muy joven supo interpretar piezas en idish y castellano, y obras clásicas nacionales y extranjeras. En su trayectoria, la televisión y el cine ocuparon espacios importantes. Entre otras películas, participó de La Patagonia rebelde (1974), El muerto y Los gauchos judíos (las dos de 1975), Plata dulce (1982), En retirada y Los tigres de la memoria (1984), La cruz invertida (1985), La amiga (1989), El lado oscuro del corazón (1992) y Yepeto (1999).
Debutó en las tablas a los cinco años, e inició poco tiempo después estudios de violín y piano. Vinculado a su comunidad, llegó a dirigir el elenco estable del Teatro Popular Judío de la AMIA. “Mi vida fue siempre así, mezcla de realidad y fantasía”, apunta en diálogo con Página/12. Cree que, de lo contrario, le hubiera resultado difícil sobrellevar los momentos de dolor: “Cuando se vive intensamente la realidad, uno siente que, de pronto, afloja. Yo no estaría tan bien a mis 82 años si no le dejara un lugar a la imaginación.” Esta aptitud la heredó de sus progenitores. Su padre fue uno de los creadores de un grupo cultural que se llamó Musas. En realidad, en aquellos años abundaban los centros culturales. “Cada comunidad tenía el suyo”, recuerda Berliner. En Polonia, su padre trabajó en la fabricación de municiones para el ejército, y apenas llegó a la Argentina se dedicó a fabricar camas, para las que se utilizaban entonces hierro y bronce: “Después, empezó a trabajar en corsetería, con mi mamá, y a mí me hicieron estudiar piano, violín y declamación. Querían que fuera artista. Pero yo, como músico era un desastre, así que me dediqué al teatro.”
Berliner se inició entonces como recitador, en ídish y castellano, y más tarde supo que “su ideal era poner piezas en ídish de temática universal”. Llegó a fundar en 1955 el teatro Artea, de Bartolomé Mitre y Pasteur (cerrado en 1971), con su esposa Rachel, actriz y pintora. Ahora sueña con poner en escena un texto de Osvaldo Bayer. “Mi vida es un terremoto -sostiene–, y soy feliz de tener la posibilidad de crear. Estoy también en televisión. Me llamaron para hacer de viejo almacenero en el policial Código negro, de Canal 7.” En cuanto a Teatro para Todos, aclara que éste surgió del Teatro de la AMIA, asociación que contaba con un auditorio desde 1959, en Pasteur 633: “Después del atentado nos rearmamos. Decidí formar un nuevo grupo con algunos actores del elenco anterior y otros invitados.” El propósito de esta agrupación es “movilizar a la gente”; seguir en parte la línea abierta en el 2000 con la controvertida Shopping Auschwitz, que es como decir la mercatilización del genocidio: “Esta obra me trajo muchos inconvenientes, porque sigue siendo un tema tabú hablar de ciertas cosas. Es la historia de un vendedor de ropa, un muchacho de pocasluces, al que unos amigos suyos de ideología nazi lo convencen de vender determinadas prendas. El no sabe que eso que pone a la venta proviene de judíos muertos en campos de concentración.”
En Liturgias, el tema es la identidad, y sobre un asunto poco transitado en teatro. Refiere los problemas que le trae a un grupo familiar el descubrimiento de su ascendencia judía. “Me basé en la obra de Nora Glickman y en investigaciones”, puntualiza el actor, que en esta pieza cumple las funciones de adaptador y puestista. Hace tiempo que determinados apellidos revelan un origen marrano (de judíos conversos a causa de la Inquisición), pero pocos reflexionan sobre ello. Franco, Mercado, Carreras están entre los más comunes del habla hispana. Según Berliner, este tema es obviado, porque a nadie le agrada saber que hubo perseguidos entre los suyos, que algún antepasado prefirió convertirse al cristianismo antes que morir quemado en las hogueras inquisitoriales: “Es cierto que esta manera de pensar es muy negativa –apunta–, pero uno la entiende, porque la discriminación pesa, y mucho, y es todavía bastante más fuerte que cualquiera de los intentos que se hacen para superarla desde la solidaridad.”

 


 

“EL MAL DE LA PALOMA”, DE MONICA VIÑAO
El calvario de una pareja brutal

Por Cecilia Hopkins

Escrita por Omar Aita, El mal de la paloma es una obra “cargada del lenguaje crudo de la incomunicación”, según define el autor. La atmósfera que describe, por otra parte, es despiadada y risible al mismo tiempo, y ese hecho se convierte en uno de los motivos de la efectividad de la pieza. La directora Mónica Viñao, que antes del estreno había expresado su deseo de internarse en carriles expresivos diferentes a los que hasta el momento había transitado con su obra, supo conseguir su objetivo con la puesta de esta historia descarnada que pone en el centro a dos actores de peso. Formados con la misma Viñao, Silvia Dietrich y Luis Solanas se traban en un contrapunto que no da tregua al espectador. Sin más objetos que una mesa y dos banquetas de cocina, los actores encuentran un perfil definido para sus personajes, que sintetizan un estado de embrutecimiento que, se adivina, apunta a definir algo que está más allá de la pareja que componen.
“Irma y Osvaldo –subraya el autor– se emparentan patéticamente con personajes de la vida real que, impunes y casi amorales, crean su propio monstruo a través del cual sustentan su vida y razón de ser.” Toscos, enfáticos y dueños de una brutalidad manifiesta –tanto en su lenguaje como en su gestualidad– los personajes de Irma y Osvaldo conforman un matrimonio que se comunica con una violencia exasperada que cada uno expresa a su modo mientras discuten por nimiedades o planifican su futuro. Porque aunque la pareja parece disfrutar de ese estado de pelea permanente, algo falta entre ellos. Al menos, es lo que siente Irma cuando decide reclamar a su marido que le dé un hijo, luego de cinco años de casados. El hombre, que solamente siente interés por las palomas de su criadero, encuentra el modo de satisfacer los deseos de su mujer robando un bebé de un hospital.
Con la crianza de la pequeña Sandra (que también crece a lo ancho, sobrealimentada por sus padres) aumenta en la pareja su carga de vulgaridad, cinismo y estupidez. Dueña de un carácter fuerte que a veces sabe disimular tras un simulacro de sumisión, Irma había aceptado fingir el parto para despistar al vecindario, en una escena que sintetiza el registro expresionista y tragicómico de la puesta. Las seis escenas que propone la obra comienzan y terminan con nitidez bajo el efecto de una iluminación que se mantiene fría y sutil hasta poco antes del desenlace. El cuerpo de los intérpretes tiene un papel fundamental en todas las situaciones propuestas: la cercanía o lejanía de un personaje respecto del otro responde a un plan visual fijado de antemano como si se tratara de una partitura.

 

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