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Ni
esclavos ni monstruos
Por José Pablo Feinmann
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Entre tantas cosas que acumulan
terror durante los días que corren hay una que se dispara hacia
el infinito: la administración Bush necesita un elemento simbólico
para restañar, para reparar la herida que el Imperio ha sufrido
en su narcisismo económico, bélico y arquitectónico.
Jamás la ciudad de New York será la misma. Y me refiero
al campo visual. Esas dos torres que arañaban las alturas más
altas ya no están. Esa falta señala la derrota del Imperio:
nadie pensó que se le podría infligir una herida tan profunda,
tan visible, inocultable. ¿Qué símbolo compensará
esa pérdida? ¿Qué debe perder el enemigo para que
esa pérdida sea paralela a la que ha sufrido el Imperio?
Suele analizarse la destrucción de la ciudad alemana de Dresden
(el 13 de febrero de 1945, con Alemania prácticamente vencida)
como una barbarización de los Aliados a causa de luchar contra
la barbarie nazi. Habrían destruido Dresden (matando, se conjetura,
cerca de 140.000 personas) por haberse contagiado de la ética
guerrera del enemigo. Con lo cual la culpa se traslada a la víctima:
los mismos alemanes (que, al cabo, habían elegido a Hitler) serían
los responsables de la masacre dresdeniana. Pero no. Dresden es borrada
del mapa como castigo, como reparación simbólica, como monumento
a la eficacia guerrera de los vencedores. El castigo busca satisfacer
el hambre de venganza de los pueblos. Pocos meses luego de Dresden, Hiroshima:
¿también aquí hubo un contagio de la barbarie del
enemigo? No, hubo una estrategia política: avisarle a la Unión
Soviética lo que podía esperarle en la nueva guerra que
se inauguraba. Más que para terminar la guerra en el Pacífico,
la bomba de Hiroshima inicia la Guerra Fría en la modalidad de
la amenaza atómica: Cuidado, miren qué arma tenemos
y miren, también, cómo no vacilamos en utilizarla.
¿Qué reparación simbólica paralela a la devastación
de las Torres Gemelas tiene la administración Bush? ¿Qué
necesitará destruir para igualar una destrucción semejante?
No hay Torres Gemelas en Afganistán. Sólo hay viento, chozas
y erráticas personas con turbantes. Hubo una foto en la que se
expresó la venganza. Fue horrorosa y patética. Es así:
unos milicianos de la Alianza del Norte (que son, le guste o no a EE.UU.,
su gente, sus aliados, sus reparadores)
se ensañan con un soldado talibán. Lo humillan, le quitan
los pantalones. Los ojos, la mirada ciega de terror del pobre hombre,
su cuerpo laxo entregado a la voracidad de los asesinos, son para siempre,
formarán parte de la galería del terror de la condición
humana. No vimos la cara de ninguno de los muertos en las Torres. Pero
ya vimos la de un talibán asesinado por los aliados
del Norte. Atrás, algo alejado, otro miliciano intenta
impedir el asesinato. Posiblemente ha visto al fotógrafo y sabe
que esa foto dará mala prensa. O no. Acaso quiere que la matanza
se demore para ser él quien dé el tiro de gracia. Hay muchos
tiros de gracia. En la tercera foto el talibán, arrancados sus
pantalones, yace muerto sobre la tierra y los aliados del Norte
todavía disparan sobre él. ¿Alcanzará esto
para reparar el anhelo real y simbólico de venganza del pueblo
norteamericano? ¿Un pobre talibán vejado valdrá por
seis mil muertos en el centro de Manhattan? Bush necesitará más.
Pero no sabrá dónde encontrarlo. De aquí el terror
que late en esta situación.
Retornemos a la pregunta: ¿qué deberá destruir la
administración Bush para reparar la destrucción
de las Torres? No hay un símbolo semejante en Afganistán
ni en todo el Oriente Medio. Así, Bush deberá destruir muchas
cosas, una sumatoria de cosas. Tantas, que abarcarán el mundo entero.
Poner más que nunca el mundo entero a los pies del
pueblo norteamericano es la única tarea reparatoria que alcanzará
para Bush. De este modo, a la globalización económica se
sumará ahora la globalización militar. Todos deberemos estar
al servicio de la reparación del orgullo delos Estados Unidos.
Cosa que ya ocurrió a sólo una hora de haberse derrumbado
las Torres: el mundo entero se unió a una administración,
digámoslo, fraudulenta, ya que será bueno recordar que este
poderoso gobierno que hoy está al frente de la jihad norteamericana
surgió de las elecciones más ridículas, más
farsescas, más bananeras de la historia de ese país.
El terrorismo, como suele ocurrir, legitimó lo ilegítimo:
Bush, que era un impostor, es hoy el guerrero de Occidente contra la barbarie
islámica. Seamos claros: al no existir en Afganistán
un elemento posible de reparación simbólica la lucha reparadora
se extiende a todo el planeta. Los símbolos vendrán de todos
lados, pues lo que se ha inaugurado es una guerra globalizadora: la de
la libertad contra el terrorismo. Así las
cosas, será posible conquistar triunfos reparadores en por
ejemplo Colombia o por ejemplo la triple frontera argentina.
Hay otros triunfos igualmente reparadores: Tony Blair jugando de dócil
chirolita y Putin también. La administración Bush puede
decir: Nos han herido, pero hemos puesto el mundo a nuestros pies.
La globalización (que ya había matado a la visión
fragmentada del mundo típica de la posmodernidad) ha
muerto. Esa globalización se basaba en el fenómeno
informático. Intentaba ser la realización de la sociedad
transparente de la que hablaba el filósofo Gianni Vattimo en los
ochenta. La información ya no está globalizada ni menos
aún es transparente. La información ya no es libre. El mundo
está en guerra y uno de los derechos esenciales de los países
en estado beligerante es controlar la información. Entramos, de
este modo, en la etapa superior de la globalización:
la globalización bélica. Es decir, vivimos los tiempos de
la globalización bélica como etapa superior de la globalización
informática. Estados Unidos está en guerra contra el mundo:
porque en cualquier lugar del mundo puede anidar el terrorismo. Hemos
sido, otra vez, globalizados, pero en tanto potenciales enemigos, en tanto
potenciales espacios de refugio de terroristas. Se le dará a esto
cobertura jurídica. Se harán pactos internacionales. Pactos
de sometimiento a la estrategia bélica de la administración
Bush. Esta administración intentará obtener ciertas cosas:
1) la reparación del magnicidio de las Torres; 2) el control absoluto
del petróleo; 3) la transformación de toda disidencia en
subversión o terrorismo ideológico;
4) la consiguiente represión interna; 5) los movimientos antiglobalización
pasarán a ser movimientos pro-terrorismo o antinorteamericanos;
6) las protestas sociales de los países pobres serán infiltradas
por terroristas de los servicios, justificando así su represión
intensificada; 7) el acceso a la información será obliterado
por la ratio militar; 8) sometimiento del cine de Hollywood a la gesta
patriótica transformándolo en cine de propaganda (tarea
a la que ya está consagrado el zar Jack Valenti); 9) sofocamiento
de las diversidades independientes de la imagen; 10) intensificación
del control de las poblaciones; 11) muerte del multiculturalismo del que
hacía gala Occidente. Un ejemplo: el multiculturalismo (según
Slavoj Zizek) era la lógica cultural del capital multinacional
y se expresaba en la tolerancia por las minorías étnicas
y sexuales. No más. En lo sexual, por ejemplo, se volverá
a una exaltación del machismo á la John Wayne (en la tevé
norteamericana, con increíble torpeza, se ha vuelto a dar la aberrante
Las boinas verdes) y el coherente descrédito a todo
desviacionismo que implique no ser un valiente american
fighter. En suma, un gay volverá a ser un maricón.
Todo esto puede pasar o puede no pasar. Todo esto es el proyecto
guerrero de la administración Bush. Todo esto es lo
que el mundo (y también los norteamericanos) deberá
bloquear para poder seguir viviendo con cierta dignidad. Será difícil
conseguirlo. Pero no imposible. Y aunque lo fuera, eso no justificaría
no intentarlo. Sartre (en un prólogo queescribió al libro
de un escritor argelino) decía: el europeo no ha podido hacerse
hombre sino fabricando esclavos y monstruos. Que la nueva guerra
global no haga de nosotros una cosa ni la otra.
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