Por Silvina Friera
En la mente de Diego Cazabat,
muchas veces irrumpe la imagen del galpón precario, en Hurlingham,
cercano a un río con olor a mierda. En 1993, mientras
el techo de chapa luchaba contra las turbulencias climáticas y
el insoportable aroma del río acechaba a los actores, Cazabat eludía
esa marginalidad inicial y creaba la compañía
teatral Periplo. La agrupación independiente integrada por Andrea
Ojeda, Martín Ortiz, Hugo de Bernardi, Marcela Fraiman y Néstor
Navarría fue creciendo gracias a un riguroso trabajo de investigación,
pedagogía y elaboración escénica. Acaban de regresar
de una gira europea de 35 días que los llevó a participar
de prestigiosos festivales internacionales de teatro como el de Praga,
Lituania, Mónaco y Ponti (en Italia). En Buenos Aires tienen sala
propia y, a pesar de la crisis económica, El Astrolabio (Gaona
1360) se llena todos los fines de semana con las presentaciones de La
pérdida de mi alhabama los viernes a las 21 y Frankie (de los fragmentos
a la unidad), los sábados a las 21.
Empezamos de cero, sin ninguna pretensión de producción,
para ver qué podíamos construir. Nunca sufrimos aquel galpón.
Al contrario, lo recordamos con cierto cariño, porque fue una elección
y aprendimos mucho de esa experiencia, explica Cazabat en una entrevista
con Página/12. El teatro siempre es una actividad grupal,
pero hacerlo en el marco de un grupo que permanece en el tiempo es mucho
más rico, fuerte y cuestionador, reflexiona el director.
En 1994 surgió la necesidad de producir un espectáculo y
Periplo estrenó en Liberarte su primera obra: De cómo orbitan
los hombres. Inmediatamente comenzaron a viajar a Brasil y a vincularse
con otros grupos como Compañía Dos Arautos, De Blumenau,
Compañía Carona (las tres de San Pablo) y Compañía
Tespis Compañía Acontecendo por ai (de Itajaí) con
los que continúan intercambiando experiencias pedagógicas.
Ante la dinámica que alcanzaba el proyecto comenta
Cazabat, necesitábamos un espacio distinto. La vieja
casona de la calle Gaona estaba completamente destruida, pero Periplo,
acostumbrado a dar pelea, la alquiló y remodeló. El
dinero que ganábamos en las giras lo poníamos en la casa.
Invertíamos en el teatro porque sabíamos que era nuestro
lugar de contención, subraya Cazabat, profesor en la Escuela
Municipal de Arte Dramático de la ciudad de Buenos Aires y en la
Universidad del Salvador. Periplo significa un retorno hacia el
origen y el astrolabio, el nombre con el que bautizaron la sala,
es un instrumento de la antigüedad para orientarse por los astros.
En esa apuesta por el teatro como una búsqueda constante, una profesión
y una manera de vivir, el grupo edificó un lenguaje teatral propio,
basado en la precisión y espontaneidad del actor, que se fue consolidando
en puestas como La pérdida de mi alhabama (o de cómo el
señor espera), premiada en 1999 como mejor espectáculo en
el III Festival Internacional del Teatro San Martín de Caracas
(Venezuela).
Cada vez me siento más cerca de la gente que construye su
destino de alguna manera, que deja de ser objeto para pasar a ser sujeto.
Hay personas que lo único que saben hacer es destruir, aclara
el director oriundo de El Palomar, que compartió diversos escenarios
teatrales con Andrés Ciro Martínez, cantante de Los Piojos.
Andrés es un tipo muy preocupado por la puesta en escena,
lleva al actor adentro. La banda intenta sobrepasar lo que plantea el
rock como música. Abordan con calidad otros planos como el escénico
y la concepción general de los recitales, señala Cazabat,
que colaboró en la concepción artística de varios
shows de Los Piojos.
¿Cómo se consolida el desarrollo grupal de Periplo?
D. C.: No se puede avanzar en un proyecto si permanentemente te
estás relacionando con gente distinta. En una frontera grupal se
supone que, con un trabajo centrado y un programa claro, hay una posibilidad
de empezar a conocerte con el otro, tener una relación que te permita
acceder a lugares a los que sería imposible acceder en términos
creativos y humanos. En lo que hace a la producción teatral, nuestro
objetivo central es trabajar sistemáticamente con las limitaciones
del actor para poder confrontarlas y sobrepasarlas. Elegimos esta manera
porque es la que más se adapta a nuestras necesidades. Periplo
no sólo produce espectáculos, es una escuela, un espacio
de investigación. Como uno de los eslabones de esta producción
grupal están los espectáculos, muy importantes y necesarios,
pero que no son el único ámbito donde el grupo se sostiene.
La compañía es un lugar generador de proyectos que ayudan
a ordenarse y vivir de una manera.
A. O.: El grupo puede ser una provocación para avanzar y
conocer nuevos territorios o puede funcionar como un mecanismo de defensa.
Nosotros lo entendemos como una provocación. Siempre decimos que
el estar en grupo te permite, también, encontrar un espacio de
soledad con uno.
¿Cuáles son las principales influencias teatrales
del grupo?
D. C.: Quien ve nuestros espectáculos dice que son distintos,
pero que tienen algo en común, como decían en Praga, la
poética Periplo. Tengo muchas influencias de maestros como
(Constantin) Stanilavski, Meyerhold (Jerzy) Grotowski, (Peter) Brook y
(Eugenio) Barba, que fui reelaborando. El problema es ver qué es
influencia y qué es copia. Stanilavski encontró su propio
camino. Los grandes maestros entendieron que la técnica y el trabajo
son personales, que es imposible copiar íntegramente lo que hace
el otro, lo que no significa estar influenciados. El actor debe crear
continuamente la propia técnica, luchar contra lo artificial.
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