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OPINION
Por Mario Wainfeld

LA RENUNCIA DE BULLRICH OPACO EL ACUERDO CON LOS GOBERNADORES
¿Qué va a ser de ti lejos de casa, Piba?

El Gobierno computa dos goles, pero el déficit cero sigue siendo una quimera.
El extraño diagnóstico del Presidente. La renuncia de Bullrich y su peculiar interpretación. Qué será de la Agencia. Dos frases en los oídos de Cavallo.

“Esta semana hicimos un par de goles”, metaforiza el funcionario.
“¿Y el partido cómo va?” se interesa Página/12. “Perdemos 6 a 2 y faltan diez minutos” responde, y eso que el pesimismo no es lo suyo.
Los dos goles, según el score oficial, son la firma del pacto sobre coparticipación con las provincias peronistas “grandes” y el avance del canje forzoso de la deuda pública. Resultaría asombroso, para quien no conociera el contexto, que con tamaños avances en la Rosada se viva clima de goleada en contra. Pero cualquier participante o espectador avisado sabe que el contexto es letal y que la crisis, cual agujero negro, fagocita cualquier avance.
El canje del tramo local de la deuda es casi un hecho, a la par que un testimonio cabal de las capacidades y los límites de Domingo Cavallo. Su mayor dote, demostrada otra vez, es una enorme creatividad, combinada con una audacia nada menor para imponer condiciones. Sus límites son la imposibilidad de trascender la macroeconomía y el mundo de las operaciones financieras, de conectarse con la economía real, con las realidades regionales, ni qué decir con las angustias sociales.
Pero amén de esas zonas erróneas, Cavallo pierde en su propio y cenagoso terreno. El déficit cero no es “apenas” letal para el funcionamiento de la economía, pinta ser imposible. Ni Mingo en acción puede plasmar esa mezquina utopía de contadores (que por su simplicidad fascina al Presidente). En octubre no hubo cero de déficit sino un rojo de 676 millones. Hablamos de un estado que ya recortó salarios, que poda contratos a lo pampa, que posterga pagos a los prestadores del PAMI. En Economía aseguran que en noviembre y diciembre se cumplirá la regla fiscal, aseveración que una mirada piadosa tildaría de voluntarista y que –con un mínimo rigor– cabría catalogar como mendaz.
La fuga de depósitos de los bancos no cesa, aunque esta semana aminoró algo. La recaudación fiscal ni eso: sigue cayendo en tirabuzón. Página/12 consultó, en riguroso off the record, a una fuente de la AFIP y otra de Economía acerca de los números de noviembre. Según ésta, en las dos primeras semanas hábiles de noviembre la caída con relación a igual lapso del año anterior sería del 15 por ciento. Según aquella del 20 por ciento. Datos provisorios, sin duda, pero indicadores de una tendencia. A la creciente depresión se añade en estos días un dato incidental: el crecimiento de las LECOP como medio de pago que seguramente hará menguar la utilización de cheques, resintiendo el montante del impuesto a las transacciones financieras pergeñado por Mingo allá por marzo.
Mientras Mario Losada –dudosamente the right man in the right place– ejercía la Presidencia. Fernando de la Rúa, como frutilla del postre de una visita de estado a Portugal tan superflua como prolongada, tildaba de “excesivamente ahorrativos” a los argentinos que jamás lo fueron y se disponía, desde tan cómoda atalaya, a esperar un click que cambiara la tendencia. Si la intención presidencial fue cualquier otra que irritar y ofender a sus representados, le erró fiero el vizcachazo. Lo cierto es que sus hombres no matizan la espera de su regreso confiando en ese click sino afilando la guadaña de cara al presupuesto 2002.

Gol en contra Si la economía arrincona al gobierno contra su propio arco, el manejo presidencial de su propio equipo a menudo produce goles en contra. Patricia Bullrich salió del Gabinete a dos semanas de haber sido ascendida. Duró bastante más que Alberto Flamarique en la Secretaría General y salió pareja con Ricardo López Murphy. Esos ascensos y caídas abruptos, tan discrepantes con la lentitud del Presidente para tomar decisiones, revelan un patrón de conducta: errores continuos, titubeos constantes, falta de muñeca o de potencia para sostener los nombramientos y las políticas. En su propia saga histórica, el gobierno decayó de la tragedia a la parodia. Flamarique fue pieza maestra de la ruptura con el Frepaso y con Chacho Alvarez en especial. Se trataba de una pelea por el sentido y por la conducción de la coalición de gobierno. López Murphy traía, llave en mano, un plan de ajuste fenomenal que la misma base social y política del gobierno controvertía. Se libraron mal, pero no eran batallas menores.
La pelea Bullrich- Daniel Sartor, en cambio, es una pequeña urdimbre de palacio, sin densidad política real, armada por los zigzagueos del Presidente. Corrió a Bullrich de Trabajo y luego la compensó dándole el manejo de un novedoso plan social, regateándole los recursos pertinentes y poniéndole como cuña otro ministro. Un sinsentido por donde se lo mire, máxime si se añade que De la Rúa presentó con bombos y platillos el plan de universalización de las asignaciones familiares. Peor aún: permitió que lo presentaran, previa disputa a los codazos por espacios relativos, Bullrich y Sartor.
Una virtud básica, casi única tenía el plan: era el giro de .universalizar. las prestaciones sociales. Claro que, como suele ocurrir en todo guiso cocinado en ollas cavallistas, los recursos para los pobres se sacaban a otros pobres. Y la implementación era compleja. Los plazos que imaginó Bullrich (primero dijo que entraría a funcionar en enero de 2002, luego prorrogó a marzo) parecen de imposible cumplimiento: son insuficientes para el empadronamiento previo. Tampoco era serio pensar que la Anses, que en algunas provincias tiene dos oficinas o tres, pudiera realizar el relevamiento como proponía Bullrich.
El gobierno imagina ahora rearmar la charada que armó el Presidente. Chrystian Colombo y Sartor hablaron de rearmar la estructura social en base a un solo Ministerio, el que se hizo a medida para Bullrich. Desarrollo Social sería una secretaría de ese Ministerio, que se ocuparía de distintos planes con prestaciones no dinerarias. La Agencia social (que fabuló Chacho en sus primeros meses de exilio y viene dibujando en el papel Marcos Makón) “colgaría” del Ministerio de Seguridad social, y se encargaría de las asignaciones familiares universales, con el objetivo de ponerlas en marcha a fines de 2002.

¿Quién sería el ministro? Dos importantes integrantes del Gabinete admitieron a Página/12 que Sartor no da el piné para tamaño desafío. Y luego se ampararon en el clásico .la decisión final la tiene el Presidente.. Es un secreto a voces que Ramón Mestre anhela ese cargo, lo que anticipa una reflexión. Lo que Bullrich –y antes que ella Graciela Fernández Meijide– no pensó es que armar una autoridad social dentro del Gabinete exige voluntad de pulsear con Economía y al unísono una intensa tarea de articulación con intendentes, gobernadores y organizaciones no gubernamentales. Tareas para políticos con ambiciones, pero también dotados de gran capacidad de diálogo. A la luz de su fracasante gestión en Interior, de su dificultad no ya para dialogar con otros sino incluso para emitir algún discurso, su intemperancia y su tendencia a la soledad, Mestre solo parece el prospecto de un nuevo fracaso.
En el ínterin la política social queda otra vez al garete, dando mudo testimonio de dónde fincan las principales preocupaciones del Gobierno.

Con brocha gorda Dos temas interesantes disparó la renuncia de Bullrich: el desafío a la autoridad presidencial y la apropiación de su sentido. Empecemos por el segundo.
Patricia consiguió –al menos en buena parte de la escena mediática– implantar la visión de que se fue del Gobierno por confrontar con los jerarcas sindicales siendo que se había retirado por una disputa acerca de fondos sociales. Recibió al efecto una ayuda considerable de los propios gremialistas que se esmeraron en sobreactuar haciendo de sí mismos, festejando el recambio a risotadas de cara a las cámaras de TV y haciendo gala de impresentabilidad, con Luis Barrionuevo en primer plano.
Lo cierto es que la pelea por la relación con las dos CGT ya la había perdido a manos de una concepción más conciliadora de Colombo y del propio Presidente. Bullrich sintetizó su gestión como “histórica” haciendo centro en su lid en pro de las declaraciones juradas de los sindicalistas. En verdad, la función esencial del Ministerio no es esencialmente preguntarse si a los secretarios generales les va demasiado bien (función irrenunciable pero accesoria) sino dedicarse a los trabajadores de a pie a los que le va demasiado mal. Un trayecto signado por la desocupación record de la historia, por salarios en baja constante, con records de despidos y de quiebras merece el mote de histórica pero jamás utilizado como un elogio.
En cuanto a la liza por la transparencia, es correcto pedirla a los dirigentes sindicales pero incorrecto exigírsela solo a ellos. Bullrich acompañó a un gobierno que echó tierra sobre la denuncia sobre las coimas en el Senado y transitó invicta de preocupación la de Elisa Carrió sobre lavado de dinero. Una política de estado sobre transparencia exigía algo de libido volcada sobre esos temas. Si, por añadidura, los aliados de la ministra saliente fueron Cavallo y Fernando de Santibañes cabe inferir que esa búsqueda de transparencia no fue tal, apenas la elección de un adversario desacreditado para sacar tajada. Una estrategia de campaña, que sigue deleitando a Antonio de la Rúa, feliz cuando se es opositor pero ineficaz cuando se gobierna. Es que la gente del común no mide al Ejecutivo por las pajas que encuentra en el ojo ajeno sino por lo que hace.

En tiempo y forma Pero lo más sonado del episodio fue el desafío a la autoridad presidencial que encarnó durante un par de semanas quien fuera una de sus escuderos más fieles durante más de un año. Bullrich le dio un ultimátum por radio a De la Rúa y se lo reiteró de cuerpo presente un par de veces. Le exigió respuesta, le fijó tiempo y desoyó sus recurrentes reclamos de .enfriar. la disputa. Y literalmente le tiró la renuncia cuando De la Rúa ya pensaba en hacer su valija rumbo a Europa.
Las dificultades para contener (y en subsidio, para disciplinar o imponerle cierto espíritu de grupo) a quien –hasta hace unos días– era tropa propia y le debía una parte nada desdeñable de su capital político, fotografía con impiedad los límites de Fernando de la Rúa.
Cerca del Presidente o de Colombo se define la jugada de Bullrich en términos de estrategia individual. “Armó su movimiento, dijo que no sabía a quién votaría, juega la personal”, rezongó ante algunos pares el Jefe de Gabinete. Otra voz delarruista añadió la sospecha ideológica: Bullrich se habría ensañado en la clásica disputa de la JP setentista contra la “burocracia sindical”. Habría que declarar inocente de este último cargo a la Piba. Bullrich conserva el léxico, ciertos modos y la concepción de poder que anida en los peronistas pero –como muchos de sus ex compañeros– nada la liga, salvo algunas fotos ajadas, a la .juventud maravillosa.. Al fin y al cabo, su aliado en el Gabinete fue hasta el último día Domingo Cavallo, jamás sospechoso de adscribir al socialismo nacional. Bullrich insiste en su actitud es coherente, de oponerse a que el gobierno adopte una estrategia pactista y claudicante con el peronismo y las centrales obreras.
Como fuera, dos conclusiones parecen ineludibles: la primera que por buenas o malas razones, perdió la confianza presidencial a manos de Colombo. La segunda, que impuso los tiempos de la situación al Presidente y que armó sus decisiones sola. Una anécdota del martes, refuerza esa visión. La reunión de Gabinete giraba en torno de la asignación de recursos a distintas áreas. Bullrich se levantó de la mesa y se acercó a De la Rúa para anoticiarlo de su dimisión. Luego volvió a su sitio, al lado de Andrés Delich y le avisó .me voy.. El Ministro de Educación, pensando que su par y aliada hablaba apenas de ese cónclave le sugirió “quedate, que tenemos que tironear un poco más”. “No, gil –aclaró Bullrich quizá usando otra palabra– me voy del gobierno.”

Mingo y la pitonisa Otro que se sorprendió por la renuncia fue Cavallo, quien le pidió que la revisase. Recibió un “no” tajante y una profecía. “A vos, Mingo no te queda mucho tiempo. Si llega a haber un repunte de la economía, no vas a estar para conducirla. Si la podredumbre cede, no bien termines de suturar, te van a cambiar”, le auguró la ex ministra, transitoria pitonisa.
Corroborar la pertinencia de la profecía quizá sea imposible: la podredumbre no tiene visos de mejorar. El mayor riesgo para Cavallo no es ser relevado por alguien que coseche los laureles que él sembró, sino que la crisis se lo lleve puesto.
El superministro llevó en triunfo el acuerdo con las provincias a su reunión con el Secretario del Tesoro Paul O’ Neill. Recibió alabanzas, que no plata, y también una pregunta del mismísimo O’ Neill acerca de los gobernadores que no pactaron aún. Cavallo le explicó que eran provincias menores, pero no dejó de registrar que desde el norte lo escudriñan con lupa.
Lo cierto es que los fracasos de la política y el insoportable tedio que la precedió, deslucieron la firma de la nueva coparticipación federal.
Caras hoscas hubo en la ceremonia y, cuando la tinta todavía estaba fresca, Carlos Ruckauf desafió las decisiones laborales del gobierno sobre el día del censo, acentuando una sensación que se hace agobiante: la de la disolución casi palpable no ya de un episódico gobierno sino del propio estado argentino.
La economía no da señales de vida, la corporación política parece consagrada al error o a la intriga, hacer un censo termina siendo una proeza. Si parece que quien pierde seis a dos, con apenas diez minutos por delante, es un colectivo mucho más importante que un gobierno cada vez más aislado y más enclenque.

 

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