Esta semana hicimos un
par de goles, metaforiza el funcionario.
¿Y el partido cómo va? se interesa Página/12.
Perdemos 6 a 2 y faltan diez minutos responde, y eso que el
pesimismo no es lo suyo.
Los dos goles, según el score oficial, son la firma del pacto sobre
coparticipación con las provincias peronistas grandes
y el avance del canje forzoso de la deuda pública. Resultaría
asombroso, para quien no conociera el contexto, que con tamaños
avances en la Rosada se viva clima de goleada en contra. Pero cualquier
participante o espectador avisado sabe que el contexto es letal y que
la crisis, cual agujero negro, fagocita cualquier avance.
El canje del tramo local de la deuda es casi un hecho, a la par que un
testimonio cabal de las capacidades y los límites de Domingo Cavallo.
Su mayor dote, demostrada otra vez, es una enorme creatividad, combinada
con una audacia nada menor para imponer condiciones. Sus límites
son la imposibilidad de trascender la macroeconomía y el mundo
de las operaciones financieras, de conectarse con la economía real,
con las realidades regionales, ni qué decir con las angustias sociales.
Pero amén de esas zonas erróneas, Cavallo pierde en su propio
y cenagoso terreno. El déficit cero no es apenas letal
para el funcionamiento de la economía, pinta ser imposible. Ni
Mingo en acción puede plasmar esa mezquina utopía de contadores
(que por su simplicidad fascina al Presidente). En octubre no hubo cero
de déficit sino un rojo de 676 millones. Hablamos de un estado
que ya recortó salarios, que poda contratos a lo pampa, que posterga
pagos a los prestadores del PAMI. En Economía aseguran que en noviembre
y diciembre se cumplirá la regla fiscal, aseveración que
una mirada piadosa tildaría de voluntarista y que con un
mínimo rigor cabría catalogar como mendaz.
La fuga de depósitos de los bancos no cesa, aunque esta semana
aminoró algo. La recaudación fiscal ni eso: sigue cayendo
en tirabuzón. Página/12 consultó, en riguroso off
the record, a una fuente de la AFIP y otra de Economía acerca de
los números de noviembre. Según ésta, en las dos
primeras semanas hábiles de noviembre la caída con relación
a igual lapso del año anterior sería del 15 por ciento.
Según aquella del 20 por ciento. Datos provisorios, sin duda, pero
indicadores de una tendencia. A la creciente depresión se añade
en estos días un dato incidental: el crecimiento de las LECOP como
medio de pago que seguramente hará menguar la utilización
de cheques, resintiendo el montante del impuesto a las transacciones financieras
pergeñado por Mingo allá por marzo.
Mientras Mario Losada dudosamente the right man in the right place
ejercía la Presidencia. Fernando de la Rúa, como frutilla
del postre de una visita de estado a Portugal tan superflua como prolongada,
tildaba de excesivamente ahorrativos a los argentinos que
jamás lo fueron y se disponía, desde tan cómoda atalaya,
a esperar un click que cambiara la tendencia. Si la intención presidencial
fue cualquier otra que irritar y ofender a sus representados, le erró
fiero el vizcachazo. Lo cierto es que sus hombres no matizan la espera
de su regreso confiando en ese click sino afilando la guadaña de
cara al presupuesto 2002.
Gol en contra Si la economía arrincona al gobierno contra su propio
arco, el manejo presidencial de su propio equipo a menudo produce goles
en contra. Patricia Bullrich salió del Gabinete a dos semanas de
haber sido ascendida. Duró bastante más que Alberto Flamarique
en la Secretaría General y salió pareja con Ricardo López
Murphy. Esos ascensos y caídas abruptos, tan discrepantes con la
lentitud del Presidente para tomar decisiones, revelan un patrón
de conducta: errores continuos, titubeos constantes, falta de muñeca
o de potencia para sostener los nombramientos y las políticas.
En su propia saga histórica, el gobierno decayó de la tragedia
a la parodia. Flamarique fue pieza maestra de la ruptura con el Frepaso
y con Chacho Alvarez en especial. Se trataba de una pelea por el sentido
y por la conducción de la coalición de gobierno. López
Murphy traía, llave en mano, un plan de ajuste fenomenal que la
misma base social y política del gobierno controvertía.
Se libraron mal, pero no eran batallas menores.
La pelea Bullrich- Daniel Sartor, en cambio, es una pequeña urdimbre
de palacio, sin densidad política real, armada por los zigzagueos
del Presidente. Corrió a Bullrich de Trabajo y luego la compensó
dándole el manejo de un novedoso plan social, regateándole
los recursos pertinentes y poniéndole como cuña otro ministro.
Un sinsentido por donde se lo mire, máxime si se añade que
De la Rúa presentó con bombos y platillos el plan de universalización
de las asignaciones familiares. Peor aún: permitió que lo
presentaran, previa disputa a los codazos por espacios relativos, Bullrich
y Sartor.
Una virtud básica, casi única tenía el plan: era
el giro de .universalizar. las prestaciones sociales. Claro que, como
suele ocurrir en todo guiso cocinado en ollas cavallistas, los recursos
para los pobres se sacaban a otros pobres. Y la implementación
era compleja. Los plazos que imaginó Bullrich (primero dijo que
entraría a funcionar en enero de 2002, luego prorrogó a
marzo) parecen de imposible cumplimiento: son insuficientes para el empadronamiento
previo. Tampoco era serio pensar que la Anses, que en algunas provincias
tiene dos oficinas o tres, pudiera realizar el relevamiento como proponía
Bullrich.
El gobierno imagina ahora rearmar la charada que armó el Presidente.
Chrystian Colombo y Sartor hablaron de rearmar la estructura social en
base a un solo Ministerio, el que se hizo a medida para Bullrich. Desarrollo
Social sería una secretaría de ese Ministerio, que se ocuparía
de distintos planes con prestaciones no dinerarias. La Agencia social
(que fabuló Chacho en sus primeros meses de exilio y viene dibujando
en el papel Marcos Makón) colgaría del Ministerio
de Seguridad social, y se encargaría de las asignaciones familiares
universales, con el objetivo de ponerlas en marcha a fines de 2002.
¿Quién sería el ministro? Dos importantes integrantes
del Gabinete admitieron a Página/12 que Sartor no da el piné
para tamaño desafío. Y luego se ampararon en el clásico
.la decisión final la tiene el Presidente.. Es un secreto a voces
que Ramón Mestre anhela ese cargo, lo que anticipa una reflexión.
Lo que Bullrich y antes que ella Graciela Fernández Meijide
no pensó es que armar una autoridad social dentro del Gabinete
exige voluntad de pulsear con Economía y al unísono una
intensa tarea de articulación con intendentes, gobernadores y organizaciones
no gubernamentales. Tareas para políticos con ambiciones, pero
también dotados de gran capacidad de diálogo. A la luz de
su fracasante gestión en Interior, de su dificultad no ya para
dialogar con otros sino incluso para emitir algún discurso, su
intemperancia y su tendencia a la soledad, Mestre solo parece el prospecto
de un nuevo fracaso.
En el ínterin la política social queda otra vez al garete,
dando mudo testimonio de dónde fincan las principales preocupaciones
del Gobierno.
Con brocha gorda Dos temas interesantes disparó la renuncia de
Bullrich: el desafío a la autoridad presidencial y la apropiación
de su sentido. Empecemos por el segundo.
Patricia consiguió al menos en buena parte de la escena mediática
implantar la visión de que se fue del Gobierno por confrontar con
los jerarcas sindicales siendo que se había retirado por una disputa
acerca de fondos sociales. Recibió al efecto una ayuda considerable
de los propios gremialistas que se esmeraron en sobreactuar haciendo de
sí mismos, festejando el recambio a risotadas de cara a las cámaras
de TV y haciendo gala de impresentabilidad, con Luis Barrionuevo en primer
plano.
Lo cierto es que la pelea por la relación con las dos CGT ya la
había perdido a manos de una concepción más conciliadora
de Colombo y del propio Presidente. Bullrich sintetizó su gestión
como histórica haciendo centro en su lid en pro de
las declaraciones juradas de los sindicalistas. En verdad, la función
esencial del Ministerio no es esencialmente preguntarse si a los secretarios
generales les va demasiado bien (función irrenunciable pero accesoria)
sino dedicarse a los trabajadores de a pie a los que le va demasiado mal.
Un trayecto signado por la desocupación record de la historia,
por salarios en baja constante, con records de despidos y de quiebras
merece el mote de histórica pero jamás utilizado como un
elogio.
En cuanto a la liza por la transparencia, es correcto pedirla a los dirigentes
sindicales pero incorrecto exigírsela solo a ellos. Bullrich acompañó
a un gobierno que echó tierra sobre la denuncia sobre las coimas
en el Senado y transitó invicta de preocupación la de Elisa
Carrió sobre lavado de dinero. Una política de estado sobre
transparencia exigía algo de libido volcada sobre esos temas. Si,
por añadidura, los aliados de la ministra saliente fueron Cavallo
y Fernando de Santibañes cabe inferir que esa búsqueda de
transparencia no fue tal, apenas la elección de un adversario desacreditado
para sacar tajada. Una estrategia de campaña, que sigue deleitando
a Antonio de la Rúa, feliz cuando se es opositor pero ineficaz
cuando se gobierna. Es que la gente del común no mide al Ejecutivo
por las pajas que encuentra en el ojo ajeno sino por lo que hace.
En tiempo y forma Pero lo más sonado del episodio fue el desafío
a la autoridad presidencial que encarnó durante un par de semanas
quien fuera una de sus escuderos más fieles durante más
de un año. Bullrich le dio un ultimátum por radio a De la
Rúa y se lo reiteró de cuerpo presente un par de veces.
Le exigió respuesta, le fijó tiempo y desoyó sus
recurrentes reclamos de .enfriar. la disputa. Y literalmente le tiró
la renuncia cuando De la Rúa ya pensaba en hacer su valija rumbo
a Europa.
Las dificultades para contener (y en subsidio, para disciplinar o imponerle
cierto espíritu de grupo) a quien hasta hace unos días
era tropa propia y le debía una parte nada desdeñable de
su capital político, fotografía con impiedad los límites
de Fernando de la Rúa.
Cerca del Presidente o de Colombo se define la jugada de Bullrich en términos
de estrategia individual. Armó su movimiento, dijo que no
sabía a quién votaría, juega la personal, rezongó
ante algunos pares el Jefe de Gabinete. Otra voz delarruista añadió
la sospecha ideológica: Bullrich se habría ensañado
en la clásica disputa de la JP setentista contra la burocracia
sindical. Habría que declarar inocente de este último
cargo a la Piba. Bullrich conserva el léxico, ciertos modos y la
concepción de poder que anida en los peronistas pero como
muchos de sus ex compañeros nada la liga, salvo algunas fotos
ajadas, a la .juventud maravillosa.. Al fin y al cabo, su aliado en el
Gabinete fue hasta el último día Domingo Cavallo, jamás
sospechoso de adscribir al socialismo nacional. Bullrich insiste en su
actitud es coherente, de oponerse a que el gobierno adopte una estrategia
pactista y claudicante con el peronismo y las centrales obreras.
Como fuera, dos conclusiones parecen ineludibles: la primera que por buenas
o malas razones, perdió la confianza presidencial a manos de Colombo.
La segunda, que impuso los tiempos de la situación al Presidente
y que armó sus decisiones sola. Una anécdota del martes,
refuerza esa visión. La reunión de Gabinete giraba en torno
de la asignación de recursos a distintas áreas. Bullrich
se levantó de la mesa y se acercó a De la Rúa para
anoticiarlo de su dimisión. Luego volvió a su sitio, al
lado de Andrés Delich y le avisó .me voy.. El Ministro de
Educación, pensando que su par y aliada hablaba apenas de ese cónclave
le sugirió quedate, que tenemos que tironear un poco más.
No, gil aclaró Bullrich quizá usando otra palabra
me voy del gobierno.
Mingo y la pitonisa Otro que se sorprendió por la renuncia fue
Cavallo, quien le pidió que la revisase. Recibió un no
tajante y una profecía. A vos, Mingo no te queda mucho tiempo.
Si llega a haber un repunte de la economía, no vas a estar para
conducirla. Si la podredumbre cede, no bien termines de suturar, te van
a cambiar, le auguró la ex ministra, transitoria pitonisa.
Corroborar la pertinencia de la profecía quizá sea imposible:
la podredumbre no tiene visos de mejorar. El mayor riesgo para Cavallo
no es ser relevado por alguien que coseche los laureles que él
sembró, sino que la crisis se lo lleve puesto.
El superministro llevó en triunfo el acuerdo con las provincias
a su reunión con el Secretario del Tesoro Paul O Neill. Recibió
alabanzas, que no plata, y también una pregunta del mismísimo
O Neill acerca de los gobernadores que no pactaron aún. Cavallo
le explicó que eran provincias menores, pero no dejó de
registrar que desde el norte lo escudriñan con lupa.
Lo cierto es que los fracasos de la política y el insoportable
tedio que la precedió, deslucieron la firma de la nueva coparticipación
federal.
Caras hoscas hubo en la ceremonia y, cuando la tinta todavía estaba
fresca, Carlos Ruckauf desafió las decisiones laborales del gobierno
sobre el día del censo, acentuando una sensación que se
hace agobiante: la de la disolución casi palpable no ya de un episódico
gobierno sino del propio estado argentino.
La economía no da señales de vida, la corporación
política parece consagrada al error o a la intriga, hacer un censo
termina siendo una proeza. Si parece que quien pierde seis a dos, con
apenas diez minutos por delante, es un colectivo mucho más importante
que un gobierno cada vez más aislado y más enclenque.
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