Las mujeres después del
terror
Por James Meek *
Desde Kabul
@La burka, dijo Sediga Sharifi, no es el problema. Pocos días después
de que los talibanes dejaran la capital, casi todas las mujeres estaban
demasiado inseguras de sí mismas para quitarse la túnica
que las cubría de los pies a la cabeza y que ocultaba sus cuerpos
y sus rostros cuando salían de sus casas, aunque gradualmente las
cosas están cambiando. Pero hay cosas más importantes en
el mundo postalibán. No es tan importante que usemos la burka
o no, dijo, sentada en una alfombra en el departamento de la era
socialista que comparte con su hermano, cuñada y padres. Lo
más importante son los derechos en otras áreas de la vida.
Quiero tener el derecho a elegir. Quiero trabajar, por mí y por
el bien de otros. Quiero estudiar y quiero enseñar. Quiero tener
el derecho a elegir quién me gobierna.
Los talibanes prohibieron todas estas cosas a las mujeres. Durante su
gobierno de cinco años, Sharifi no protestó exactamente.
Resistió a su manera. Trató que imaginar que los talibanes
no estaban ahí. Honestamente, en esos cinco años,
no salí del departamento ni cinco veces dijo. Eran
tan repulsivos que no quería ni mirarlos. No podía ni siquiera
mirarlos desde la ventana. Con la ida de los talibanes, la recién
llegada Alianza del Norte abolió todas las restricciones legales
sobre la vestimenta, trabajo y educación para las mujeres. En el
caso de que haya elecciones, las mujeres votarán. Pero la ley y
la urna no llegan demasiado lejos en Afganistán. La guerra entre
los talibanes y la Alianza no es una guerra de la oscuridad versus el
iluminismo liberal, sino más bien una guerra de la oscuridad contra
la sombra.
Los líderes de la Alianza repudian que los talibanes golpeen a
las mujeres y creen que se les debe permitir trabajar y estudiar. Pero
los soldados de la Alianza vienen de las provincias del norte, donde las
mujeres también usan la burka. Muchos de ellos vienen de pueblos
donde cualquier hombre extraño que entre sin avisar está
expuesto a una ejecución sumaria. Algunos de sus comandantes son
analfabetos. Su líder principal, Burhanuddin Rabbani, es un fundamentalista.
La guerra es la última forma de lucha entre costumbre y cambio
que ocurrió en Afganistán durante gran parte del siglo pasado,
más sangrienta que en cualquier otro lado. Y es la costumbre, tanto
como los decretos, lo que inhibe a las mujeres de Kabul.
Si estas guerras no hubieran sido entre la vida en la ciudad y la
vida en un pueblo, si no hubieran sido entre la ignorancia y el alfabetismo,
¿por qué huyó toda la gente más brillante,
todos nuestros ingenieros y médicos?, dijo Said Yusef, el hermano
de Shariff. La familia se mudó a Kabul desde un pueblo. No
nos gustaba la vida pueblerina dijo Yusef. Queríamos
vivir en la ciudad. Dejamos el pueblo, pero llegaron los talibanes y trajeron
el pueblo a Kabul con ellos. Cuando la reina Homaira, consorte del
ahora exiliado rey afgano Zahir Shah, se levantó el velo por primera
vez en 1959, causó una profunda impresión en el país.
Para la década de 1980, con Kabul en el espacio cultural soviético,
los muchachos y chicas salían juntos en la capital, una gran violación
a las costumbres establecidas. Ahora, la rueda giró al extremo
opuesto. A pesar de la partida de los talibanes, pasará algún
tiempo antes de que aun las familias relativamente liberales como la de
Shariff acepten las polleras cortas, el cabello descubierto, las relaciones
entre novios y novias (para no hablar, públicamente al menos, de
novios y novios), los hombres cocinando, las mujeres manejando, o a las
mujeres practicando otra profesión que no sea la médica
o pedagógica. No hay mujeres empresarias en Kabul, aunque la mujer
del profeta Mahoma lo era. Creo que el único trabajo bueno
para la mujer es como médica o maestra, dijo Sharifi, que
tiene una maestría en literatura y enseñó en el Liceo
de la Amistad construido por los soviéticos en los días
pretalibanos. La mayoría de las familias no les permiten
a las mujeres trabajar en otros lugares.
El futuro de la burka en Kabul es incierto. Esperemos que pase,
dijo Nuriya Yusef, la mujer de Said Yusef, que perdió su trabajo
como maestra cuando estaban los talibanes. Después de cinco
años, por supuesto, es difícil. Si todos dejan de usarlo,
no es tan malo.
El alivio ante la partida de los talibanes es inmenso. Cada mujer que
no se encerró voluntariamente tiene una historia como la de Nuriya
Yusef sobre la brutalidad de un régimen contra el cual no se podía
apelar. Hace dos años, un grupo de nosotros quiso ir a vacunarse,
dijo. Teníamos nuestras burkas levantadas. Cuando los talibanes
nos vieron desde la distancia, tratamos de cubrirnos, pero fue demasiado
tarde. Rompieron las ramas de un árbol y comenzaron a pegarnos.
Dos mujeres estaban embarazadas. Fueron tan golpeadas que cayeron en el
camino inconscientes.
La doctora Marina Nawabi, que trabaja en el hospital para mujeres de Kabul,
una de las pocas mujeres a las que se le permitió trabajar bajo
los talibanes, describió cómo una noche, ella y otra mujer
médica y su hermano iban en automóvil hacia una clínica
privada. El automóvil fue detenido por los talibanes y el hermano
de la doctora Nawabi fue agarrado de detrás del volante y tirado
en el asiento de atrás con las mujeres y los talibanes los llevaron
a los cuarteles de la policía religiosa. Lo único
que decían cuando les decíamos hacia dónde íbamos
era ¿A dónde iban ustedes de noche con este hombre?.
Cuando miraron nuestros documentos y vieron que realmente éramos
hermanos, se disculparon y nos dejaron ir.
Nuriya Yusef dijo: Las mujeres todavía tienen miedo. Todavía
no creen que los talibanes se hayan ido del todo. Las mujeres tienen
razón en estar preocupadas. En las puertas de la mezquita central
de Kabul, justo antes de las oraciones del atardecer, este diario se cruzó
con Qari Edi Mohamed, el muezzin de 30 años que llama a la oración.
Sonriente y contando las cuentas de una suerte de rosario, negó
que los talibanes les hubieran pegado a las mujeres. No les pegaban
a las mujeres mintió. Yo nunca lo vi.
Dijo que el Corán alentaba el trabajo y el aprendizaje en la mujer.
¿Así que los talibanes estaban en contra del Corán?
La ley de los talibanes estaba de acuerdo con el Islam, dijo,
explicando que su prohibición de cinco años a que las mujeres
trabajaran y aprendieran era el resultado de una situación
militar, para luego decir que no había suficiente dinero
para pagarles. Mohamed aprendió las palabras del Corán en
Karachi en Pakistán y vino a Kabul hace cinco años, no mucho
antes de que llegaran los talibanes. Cuando se le preguntó por
qué mentía sobre los golpes, finalmente admitió que
había sucedido. No golpeaban a las mujeres que tenían
los rostros cubiertos dijo. Si se les veía un poco
de los tobillos, sí, les pegaban. Si salían sin sus hermanos
o sus madres, también les pegaban, pero eso es razonable. Era la
tarea de los talibanes. Estaban en su derecho.
La mayoría de los hombres en Kabul, afirmó, objetarían
si las mujeres mostraban los rostros en la ciudad. Es un pecado,
dijo. Es un pecado que las mujeres muestren sus rostros y es un
pecado que yo las mire. Y se fue a orar.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
Visiones desde una tierra
baldía
Por James Meek
Desde las planicies de Shomali
Mohamed Kartim hizo una pausa
en su tarea de recolección de vides y se dio vuelta para mirar
el campo al que había trabajado por décadas. No era muy
grande, pero en un buen año podría darle 14 toneladas de
uvas comestibles para vender en el mercado en Kabul. Ahora va a quemar
las vides para obtener un poco de calor, lo último que queda de
valor de su devastado patrimonio.
Las vides están muertas, como la mayoría en el sur de Shomali,
después de que los talibanes cortaran sus sistemas de irrigación.
Más allá había capas de devastación extendiéndose
hasta el pie de las montañas que rodean en forma de anillo la planicie
de Shomali. Pilas y pilas de paredes rotas, decenas de miles de casas
destruidas deliberadamente por los talibanes. El control del aeropuerto
de Bagram en medio de la llanura por parte de las tropas británicas
es considerado el primer paso para permitir la provisión de ayuda
humanitaria en Afganistán. Se trata de un paso muy pequeño
y barato en comparación con lo que va a ser necesario para rehacer
a este país apaleado. Gran parte de Kabul está todavía
en ruinas, millones de personas fueron desplazadas y ninguna provincia
fue inmune a las consecuencias de la guerras. De eso se trata el horrible
legado de los talibanes: de manera premeditada destruyeron cientos de
metros cuadrados en las zonas más ricas de Afganistán, muchas
de los cuales están densamente pobladas.
Si las tropas británicas se van al sur desde Bagram a Kabul una
distancia de 50 kilómetros lo van a ver: no queda nada más.
Desde el aeropuerto a los alrededores de la ciudad, queda tan sólo
una casa o una planta todavía con vida. Primero quemaron
nuestras casas, luego les dispararon, dijo Karim. Después
utilizaron una topadora para destruir la tierra. Luego volaron los pozos.
Temerosos de una posible quinta columna detrás de su frente de
conflicto con la Alianza del Norte, los talibanes crearon una zona de
tierra arrasada que atraviesa el sur de Shomali y prohibieron que los
residentes volvieran. Inmediatamente después de los incendios y
la destrucción de 1999, Naciones Unidas estimó que 140.000
personas habían sido desplazadas, 100.000 con el Valle de Panjshir
en manos de la Alianza y 40.000 en Kabul. Esta semana, con
la partida de los talibanes, empezaron a volver para encontrar que lo
que queda de sus casas y huertas son más bien recuerdos que cosas
reales. Camiones con cientos de personas apretujadas adentro han estado
dejando en esta tierra baldía a los que una vez fueron campesinos
prósperos. Sin dinero para reconstruir, no pueden hacer nada más
que juntar lo que queda de sus vides muertas para hacer fuego.
Los efectos de los bombardeos norteamericanos y de las luchas terrestres
entre los talibanes y las milicias de la Alianza se pierden en la inmensidad
del daño causado por la política de destrucción de
tierras. Como el resto de las comunidades de toda la llanura, Galvana
debe haber sido un poblado agradable alguna vez. Una red intrincada de
irrigación de canales dio agua a árboles de frutos y vides
y maizales. En Galvana había muchas escuelas y hospitales. Ya no
están. Lo que queda de las casas de barro se está confundiendo
nuevamente con el suelo. Las huertas y las vides se secaron hasta morir.
Las escuelas, hechas de ladrillos y yeso, no son más que paredes
desgastadas y ventanas destruidas.
Todo lo que ve aquí fue hecho por los talibanes. ellos incluso
se llevaron mujeres como prisioneras, dijo Moel, un vecino que volvió
el día que los talibanes partieron. Quemaron todas nuestras
casas. La mayoría de los pobladores todavía están
en campos para refugiados en Anabe, en el valle de Panjshir. Viven bajo
lonas en una ladera desierta de polvo y piedras. Sólo el mes pasado,
un bebé murió de desnutrición en un campo de Anabe
porque su familia compartió el paquete que una agencia humanitaria
había destinado al chico. Moel quiere traer nuevamente a su familia
a Galvana. Es mejor vivir en una carpa al lado de su casa en ruinas que
en Panjshir, dijo. Las noches son cada vez más frías en
Afganistán y la llanura es más cálida.
Justo antes de que los talibanes tomaran la zona en 1999, la familia de
Moel fue a pie a Panjshir en un día y medio de caminata, con tan
sólo la ropa que tenían en sus espaldas. Todas sus posesiones
y sus ganados, así como su casa y tierras, fueron robadas o destruidas.
La casa de Moel, donde vivían 30 personas, fue construida por su
abuelo. Aún están los dos pilares centrales que sostienen
la estructura. así como algunas paredes interiores, pero no hay
techos y todo el frente de la casa ha vuelto a la tierra. Hay árboles
marchitos en lo que solía ser el frente de la casa. Solíamos
sentarnos en esa pequeña habitación de ahí,
dijo Moel. Había una galería ahí. Había
viñedos tan altos como los árboles de manzanas. Había
mucha sombra. Se secó los ojos.
La situación en la llanura de Shomali se hizo más desesperante
por el enorme número de personas que enviudó y fue herida
en la guerra. De acuerdo con Moel, en el distrito del cual Galvana forma
parte, hay 2000 viudos y 1000 heridos. A Mehrad, uno de los vecinos de
Moel, le quedan todavía menos cosas; apenas una débil línea
en la tierra que marca lo que alguna vez fueron las paredes de su casa
y su jardín. Si no fuera por el roído anillo de hormigón
que marca lo que queda del aljibe en el medio de su jardín, sería
necesario un arqueólogo para descubrir que alguna vez hubo una
casa allí, y mucho más que estuvo en ese lugar hasta hace
dos años. Mehrab deslizó sus dedos por las ramas de los
árboles que crecieron en el jardín, que con excepción
de uno, están muertos. Esta es un acacia. Este es un duraznero.
Este es árbol de damascos, este es un ciruelo y tenemos nueces
de este. Es evidente que los dos hombres están demasiado
paralizados por la primera impresión de su viejo pueblo como para
pensar en reconstruirlo. Sin embargo han comenzado a pensar en ello. No
podemos reconstruir la casa sin ayuda, dijo Moel. No podemos
construirla con nuestras propias manos. Ahora estamos juntando leña
y vamos a venderla. Vamos a vivir de esto por ahora. Lo primero
que hay que hacer es despejar las fuentes de agua y los canales de irrigación,
luego vamos a arar, con bueyes o espadas y nuestras manos y luego vamos
a tomar dinero prestado para sembrar y poner vides.
Palabras valientes para un hombre que lo único que tiene una familia
grande y hambrienta. Pero Moel dijo que no puede hacerlo sólo.
Necesitamos comida. Necesitamos más carpas para poder vivir
acá. Luego herramientas para reparar los canales y pozos. Necesitamos
vigas de madera para la casa. Necesitamos ollas para cocinar. Necesitamos
de todo.
Traducción: Giselle Cohen.
COMO
ES EL TEMA HUMANITARIO DENTRO DE AFGANISTAN
Esperando la invasión de comida
Además del aspecto militar
y diplomático, además de cómo cazar a Osama bin Laden,
hay otro tema central en Afganistán: el humanitario. Según
el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, sólo en el norte de
Afganistán hay tres millones de personas que sufren hambruna. La
ONU ya envió ayer 230 toneladas de harina trigo desde Uzbekistán
hacia Afganistán, pero dice que necesita que la ex república
soviética habilite un puente aéreo. El gobierno alemán
convocó al Afghanistan Support Group (ASG), que aglutina
a los principales países dadores de ayuda humanitaria para Afganistán,
a reunirse en Berlín el 5 y 6 de diciembre.
El tema de la ayuda humanitaria en Afganistán ya está teniendo
sus complicaciones. Dentro del país, la Alianza del Norte desconfía
de las tropas británicas y francesas que llegaron para asegurar
aeropuertos para coordinar la ayuda humanitaria. Fuera del país,
Uzbekistán se niega por razones de seguridad a ceder su espacio
aéreo para la llegada de aviones con víveres. La ayuda se
está coordinando por ahora desde Tajikistán y Kazajstán.
Podemos decir que desde ahora la ayuda será enviada a Afganistán
diariamente, dijo el portavoz del programa de la ONU, Michael Huggins.
Para organizar a fondo el proceso de reconstrucción de Afganistán,
representantes de las potencias occidentales y Rusia se reunirán
en Washington la semana próxima. Dos semanas después vendrá
la reunión propuesta por Alemania. El embajador alemán ante
la ONU, Dieter Kastrup, expresó ante el Consejo de Seguridad que
la fecha puede adelantarse ante la urgencia de los tiempos políticos.
Teniendo en cuenta que una delegación de la ONU ya está
en Kabul para acelerar la formación de un gobierno multiétnico
que evite el predominio de la Alianza del Norte, quizás el adelanto
deba ser un hecho.
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