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DOS PERSPECTIVAS, DESDE EL CAMPO Y LA CIUDAD, DEL LEGADO DE LOS TALIBANES
Lo que quedó de Afganistán

El Afganistán que dejaron los talibanes es un infierno de desolación y terror, una tierra arrasada en el campo y los recuerdos de humillaciones inimaginables a las mujeres en las ciudades. Un periodista hizo el recorrido y cuenta aquí lo que encontró a seis días del derrumbe y fuga del régimen más infame.

Campesinos cerca de Kabul juntan leña para vender en el mercado, ante la llegada del invierno.

Tres enfermeras en una clínica de Kabul hacen chistes sobre el largo de las barbas talibanas.

Las mujeres después del terror

Por James Meek *
Desde Kabul
@La burka, dijo Sediga Sharifi, no es el problema. Pocos días después de que los talibanes dejaran la capital, casi todas las mujeres estaban demasiado inseguras de sí mismas para quitarse la túnica que las cubría de los pies a la cabeza y que ocultaba sus cuerpos y sus rostros cuando salían de sus casas, aunque gradualmente las cosas están cambiando. Pero hay cosas más importantes en el mundo postalibán. “No es tan importante que usemos la burka o no”, dijo, sentada en una alfombra en el departamento de la era socialista que comparte con su hermano, cuñada y padres. “Lo más importante son los derechos en otras áreas de la vida. Quiero tener el derecho a elegir. Quiero trabajar, por mí y por el bien de otros. Quiero estudiar y quiero enseñar. Quiero tener el derecho a elegir quién me gobierna”.
Los talibanes prohibieron todas estas cosas a las mujeres. Durante su gobierno de cinco años, Sharifi no protestó exactamente. Resistió a su manera. Trató que imaginar que los talibanes no estaban ahí. “Honestamente, en esos cinco años, no salí del departamento ni cinco veces –dijo–. Eran tan repulsivos que no quería ni mirarlos. No podía ni siquiera mirarlos desde la ventana.” Con la ida de los talibanes, la recién llegada Alianza del Norte abolió todas las restricciones legales sobre la vestimenta, trabajo y educación para las mujeres. En el caso de que haya elecciones, las mujeres votarán. Pero la ley y la urna no llegan demasiado lejos en Afganistán. La guerra entre los talibanes y la Alianza no es una guerra de la oscuridad versus el iluminismo liberal, sino más bien una guerra de la oscuridad contra la sombra.
Los líderes de la Alianza repudian que los talibanes golpeen a las mujeres y creen que se les debe permitir trabajar y estudiar. Pero los soldados de la Alianza vienen de las provincias del norte, donde las mujeres también usan la burka. Muchos de ellos vienen de pueblos donde cualquier hombre extraño que entre sin avisar está expuesto a una ejecución sumaria. Algunos de sus comandantes son analfabetos. Su líder principal, Burhanuddin Rabbani, es un fundamentalista. La guerra es la última forma de lucha entre costumbre y cambio que ocurrió en Afganistán durante gran parte del siglo pasado, más sangrienta que en cualquier otro lado. Y es la costumbre, tanto como los decretos, lo que inhibe a las mujeres de Kabul.
“Si estas guerras no hubieran sido entre la vida en la ciudad y la vida en un pueblo, si no hubieran sido entre la ignorancia y el alfabetismo, ¿por qué huyó toda la gente más brillante, todos nuestros ingenieros y médicos?, dijo Said Yusef, el hermano de Shariff. La familia se mudó a Kabul desde un pueblo. “No nos gustaba la vida pueblerina –dijo Yusef–. Queríamos vivir en la ciudad. Dejamos el pueblo, pero llegaron los talibanes y trajeron el pueblo a Kabul con ellos.” Cuando la reina Homaira, consorte del ahora exiliado rey afgano Zahir Shah, se levantó el velo por primera vez en 1959, causó una profunda impresión en el país. Para la década de 1980, con Kabul en el espacio cultural soviético, los muchachos y chicas salían juntos en la capital, una gran violación a las costumbres establecidas. Ahora, la rueda giró al extremo opuesto. A pesar de la partida de los talibanes, pasará algún tiempo antes de que aun las familias relativamente liberales como la de Shariff acepten las polleras cortas, el cabello descubierto, las relaciones entre novios y novias (para no hablar, públicamente al menos, de novios y novios), los hombres cocinando, las mujeres manejando, o a las mujeres practicando otra profesión que no sea la médica o pedagógica. No hay mujeres empresarias en Kabul, aunque la mujer del profeta Mahoma lo era. “Creo que el único trabajo bueno para la mujer es como médica o maestra”, dijo Sharifi, que tiene una maestría en literatura y enseñó en el Liceo de la Amistad construido por los soviéticos en los días pretalibanos. “La mayoría de las familias no les permiten a las mujeres trabajar en otros lugares.”
El futuro de la burka en Kabul es incierto. “Esperemos que pase”, dijo Nuriya Yusef, la mujer de Said Yusef, que perdió su trabajo como maestra cuando estaban los talibanes. “Después de cinco años, por supuesto, es difícil. Si todos dejan de usarlo, no es tan malo.”
El alivio ante la partida de los talibanes es inmenso. Cada mujer que no se encerró voluntariamente tiene una historia como la de Nuriya Yusef sobre la brutalidad de un régimen contra el cual no se podía apelar. “Hace dos años, un grupo de nosotros quiso ir a vacunarse”, dijo. “Teníamos nuestras burkas levantadas. Cuando los talibanes nos vieron desde la distancia, tratamos de cubrirnos, pero fue demasiado tarde. Rompieron las ramas de un árbol y comenzaron a pegarnos. Dos mujeres estaban embarazadas. Fueron tan golpeadas que cayeron en el camino inconscientes.”
La doctora Marina Nawabi, que trabaja en el hospital para mujeres de Kabul, una de las pocas mujeres a las que se le permitió trabajar bajo los talibanes, describió cómo una noche, ella y otra mujer médica y su hermano iban en automóvil hacia una clínica privada. El automóvil fue detenido por los talibanes y el hermano de la doctora Nawabi fue agarrado de detrás del volante y tirado en el asiento de atrás con las mujeres y los talibanes los llevaron a los cuarteles de la policía religiosa. “Lo único que decían cuando les decíamos hacia dónde íbamos era ‘¿A dónde iban ustedes de noche con este hombre?’. Cuando miraron nuestros documentos y vieron que realmente éramos hermanos, se disculparon y nos dejaron ir.”
Nuriya Yusef dijo: “Las mujeres todavía tienen miedo. Todavía no creen que los talibanes se hayan ido del todo”. Las mujeres tienen razón en estar preocupadas. En las puertas de la mezquita central de Kabul, justo antes de las oraciones del atardecer, este diario se cruzó con Qari Edi Mohamed, el muezzin de 30 años que llama a la oración. Sonriente y contando las cuentas de una suerte de rosario, negó que los talibanes les hubieran pegado a las mujeres. “No les pegaban a las mujeres –mintió–. Yo nunca lo vi”.
Dijo que el Corán alentaba el trabajo y el aprendizaje en la mujer. ¿Así que los talibanes estaban en contra del Corán? “La ley de los talibanes estaba de acuerdo con el Islam”, dijo, explicando que su prohibición de cinco años a que las mujeres trabajaran y aprendieran era el resultado de una “situación militar”, para luego decir que no había suficiente dinero para pagarles. Mohamed aprendió las palabras del Corán en Karachi en Pakistán y vino a Kabul hace cinco años, no mucho antes de que llegaran los talibanes. Cuando se le preguntó por qué mentía sobre los golpes, finalmente admitió que había sucedido. “No golpeaban a las mujeres que tenían los rostros cubiertos –dijo–. Si se les veía un poco de los tobillos, sí, les pegaban. Si salían sin sus hermanos o sus madres, también les pegaban, pero eso es razonable. Era la tarea de los talibanes. Estaban en su derecho”.
La mayoría de los hombres en Kabul, afirmó, objetarían si las mujeres mostraban los rostros en la ciudad. “Es un pecado”, dijo. “Es un pecado que las mujeres muestren sus rostros y es un pecado que yo las mire.” Y se fue a orar.

* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.

 

Visiones desde una tierra baldía

Por James Meek
Desde las planicies de Shomali

Mohamed Kartim hizo una pausa en su tarea de recolección de vides y se dio vuelta para mirar el campo al que había trabajado por décadas. No era muy grande, pero en un buen año podría darle 14 toneladas de uvas comestibles para vender en el mercado en Kabul. Ahora va a quemar las vides para obtener un poco de calor, lo último que queda de valor de su devastado patrimonio.
Las vides están muertas, como la mayoría en el sur de Shomali, después de que los talibanes cortaran sus sistemas de irrigación. Más allá había capas de devastación extendiéndose hasta el pie de las montañas que rodean en forma de anillo la planicie de Shomali. Pilas y pilas de paredes rotas, decenas de miles de casas destruidas deliberadamente por los talibanes. El control del aeropuerto de Bagram en medio de la llanura por parte de las tropas británicas es considerado el primer paso para permitir la provisión de ayuda humanitaria en Afganistán. Se trata de un paso muy pequeño y barato en comparación con lo que va a ser necesario para rehacer a este país apaleado. Gran parte de Kabul está todavía en ruinas, millones de personas fueron desplazadas y ninguna provincia fue inmune a las consecuencias de la guerras. De eso se trata el horrible legado de los talibanes: de manera premeditada destruyeron cientos de metros cuadrados en las zonas más ricas de Afganistán, muchas de los cuales están densamente pobladas.
Si las tropas británicas se van al sur desde Bagram a Kabul –una distancia de 50 kilómetros– lo van a ver: no queda nada más. Desde el aeropuerto a los alrededores de la ciudad, queda tan sólo una casa o una planta todavía con vida. “Primero quemaron nuestras casas, luego les dispararon”, dijo Karim. “Después utilizaron una topadora para destruir la tierra. Luego volaron los pozos”.
Temerosos de una posible quinta columna detrás de su frente de conflicto con la Alianza del Norte, los talibanes crearon una zona de tierra arrasada que atraviesa el sur de Shomali y prohibieron que los residentes volvieran. Inmediatamente después de los incendios y la destrucción de 1999, Naciones Unidas estimó que 140.000 personas habían sido desplazadas, 100.000 con el Valle de Panjshir –en manos de la Alianza– y 40.000 en Kabul. Esta semana, con la partida de los talibanes, empezaron a volver para encontrar que lo que queda de sus casas y huertas son más bien recuerdos que cosas reales. Camiones con cientos de personas apretujadas adentro han estado dejando en esta tierra baldía a los que una vez fueron campesinos prósperos. Sin dinero para reconstruir, no pueden hacer nada más que juntar lo que queda de sus vides muertas para hacer fuego.
Los efectos de los bombardeos norteamericanos y de las luchas terrestres entre los talibanes y las milicias de la Alianza se pierden en la inmensidad del daño causado por la política de destrucción de tierras. Como el resto de las comunidades de toda la llanura, Galvana debe haber sido un poblado agradable alguna vez. Una red intrincada de irrigación de canales dio agua a árboles de frutos y vides y maizales. En Galvana había muchas escuelas y hospitales. Ya no están. Lo que queda de las casas de barro se está confundiendo nuevamente con el suelo. Las huertas y las vides se secaron hasta morir. Las escuelas, hechas de ladrillos y yeso, no son más que paredes desgastadas y ventanas destruidas.
“Todo lo que ve aquí fue hecho por los talibanes. ellos incluso se llevaron mujeres como prisioneras”, dijo Moel, un vecino que volvió el día que los talibanes partieron. “Quemaron todas nuestras casas”. La mayoría de los pobladores todavía están en campos para refugiados en Anabe, en el valle de Panjshir. Viven bajo lonas en una ladera desierta de polvo y piedras. Sólo el mes pasado, un bebé murió de desnutrición en un campo de Anabe porque su familia compartió el paquete que una agencia humanitaria había destinado al chico. Moel quiere traer nuevamente a su familia a Galvana. Es mejor vivir en una carpa al lado de su casa en ruinas que en Panjshir, dijo. Las noches son cada vez más frías en Afganistán y la llanura es más cálida.
Justo antes de que los talibanes tomaran la zona en 1999, la familia de Moel fue a pie a Panjshir en un día y medio de caminata, con tan sólo la ropa que tenían en sus espaldas. Todas sus posesiones y sus ganados, así como su casa y tierras, fueron robadas o destruidas. La casa de Moel, donde vivían 30 personas, fue construida por su abuelo. Aún están los dos pilares centrales que sostienen la estructura. así como algunas paredes interiores, pero no hay techos y todo el frente de la casa ha vuelto a la tierra. Hay árboles marchitos en lo que solía ser el frente de la casa. “Solíamos sentarnos en esa pequeña habitación de ahí”, dijo Moel. “Había una galería ahí. Había viñedos tan altos como los árboles de manzanas. Había mucha sombra”. Se secó los ojos.
La situación en la llanura de Shomali se hizo más desesperante por el enorme número de personas que enviudó y fue herida en la guerra. De acuerdo con Moel, en el distrito del cual Galvana forma parte, hay 2000 viudos y 1000 heridos. A Mehrad, uno de los vecinos de Moel, le quedan todavía menos cosas; apenas una débil línea en la tierra que marca lo que alguna vez fueron las paredes de su casa y su jardín. Si no fuera por el roído anillo de hormigón que marca lo que queda del aljibe en el medio de su jardín, sería necesario un arqueólogo para descubrir que alguna vez hubo una casa allí, y mucho más que estuvo en ese lugar hasta hace dos años. Mehrab deslizó sus dedos por las ramas de los árboles que crecieron en el jardín, que con excepción de uno, están muertos. “Esta es un acacia. Este es un duraznero. Este es árbol de damascos, este es un ciruelo y tenemos nueces de este”. Es evidente que los dos hombres están demasiado paralizados por la primera impresión de su viejo pueblo como para pensar en reconstruirlo. Sin embargo han comenzado a pensar en ello. “No podemos reconstruir la casa sin ayuda”, dijo Moel. “No podemos construirla con nuestras propias manos. Ahora estamos juntando leña y vamos a venderla. Vamos a vivir de esto por ahora”. “Lo primero que hay que hacer es despejar las fuentes de agua y los canales de irrigación, luego vamos a arar, con bueyes o espadas y nuestras manos y luego vamos a tomar dinero prestado para sembrar y poner vides”.
Palabras valientes para un hombre que lo único que tiene una familia grande y hambrienta. Pero Moel dijo que no puede hacerlo sólo. “Necesitamos comida. Necesitamos más carpas para poder vivir acá. Luego herramientas para reparar los canales y pozos. Necesitamos vigas de madera para la casa. Necesitamos ollas para cocinar. Necesitamos de todo”.
Traducción: Giselle Cohen.

 


 

COMO ES EL TEMA HUMANITARIO DENTRO DE AFGANISTAN
Esperando la invasión de comida

Además del aspecto militar y diplomático, además de cómo cazar a Osama bin Laden, hay otro tema central en Afganistán: el humanitario. Según el Programa Mundial de Alimentos de la ONU, sólo en el norte de Afganistán hay tres millones de personas que sufren hambruna. La ONU ya envió ayer 230 toneladas de harina trigo desde Uzbekistán hacia Afganistán, pero dice que necesita que la ex república soviética habilite un puente aéreo. El gobierno alemán convocó al “Afghanistan Support Group” (ASG), que aglutina a los principales países dadores de ayuda humanitaria para Afganistán, a reunirse en Berlín el 5 y 6 de diciembre.
El tema de la ayuda humanitaria en Afganistán ya está teniendo sus complicaciones. Dentro del país, la Alianza del Norte desconfía de las tropas británicas y francesas que llegaron para asegurar aeropuertos para coordinar la ayuda humanitaria. Fuera del país, Uzbekistán se niega por razones de seguridad a ceder su espacio aéreo para la llegada de aviones con víveres. La ayuda se está coordinando por ahora desde Tajikistán y Kazajstán. “Podemos decir que desde ahora la ayuda será enviada a Afganistán diariamente”, dijo el portavoz del programa de la ONU, Michael Huggins.
Para organizar a fondo el proceso de reconstrucción de Afganistán, representantes de las potencias occidentales y Rusia se reunirán en Washington la semana próxima. Dos semanas después vendrá la reunión propuesta por Alemania. El embajador alemán ante la ONU, Dieter Kastrup, expresó ante el Consejo de Seguridad que la fecha puede adelantarse ante la urgencia de los tiempos políticos. Teniendo en cuenta que una delegación de la ONU ya está en Kabul para acelerar la formación de un gobierno multiétnico que evite el predominio de la Alianza del Norte, quizás el adelanto deba ser un hecho.

 

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