Por Rosa Townsend
Desde
Miami
Los norteamericanos le habían
dado al presidente George W. Bush un cheque en blanco para combatir el
terrorismo, pero su orden de juzgar militarmente a los terroristas en
tribunales secretos está haciendo a muchos reconsiderar ese apoyo
incondicional. El anuncio de las cortes marciales itinerantes (que operarán
sobre todo en Afganistán y Pakistán) sin las garantías
procesales del sistema judicial de EE.UU. ha abierto por primera vez desde
los atentados un tormentoso debate social sobre la justicia como pilar
de la democracia que predica Washington en el mundo.
El propio vicepresidente Dick Cheney ha salido a defender la propuesta
intentando contrarrestar la creciente marea de la opinión pública
en contra. Alguien que viene a EE.UU. ilegalmente, alguien que realiza
una operación terrorista matando a miles de americanos inocentes,
hombres, niños y mujeres, no es un combatiente legal y no merece
ser tratado como un prisionero de guerra dijo Cheney. No merece
las mismas garantías que un ciudadano americano. Un tribunal militar
garantiza que estos individuos reciban el tipo de trato que merecen.
El trato que merecen es una de las dos preguntas centrales del debate.
La otra es sobre la constitucionalidad de tales juicios a sospechosos
seleccionados por el presidente en una guerra que el Congreso no ha declarado
formalmente. Juristas de prestigio como David Cole, profesor de la Universidad
de Georgetown, afirman que es inconstitucional, pero otros, como el también
profesor y ex asesor legal del Departamento de Estado Paul Williams, aducen
que es la única opción viable. El problema es que
no tenemos una corte adecuada para juzgar a los terroristas que capturemos
y tardaríamos años en establecer una. El actual sistema
colapsaría con miles de casos, subraya Williams.
La celeridad es el argumento esgrimido por el gobierno, junto con el de
la protección de fuentes y métodos de inteligencia, que
saldrían a la luz pública en un juicio normal. Sin embargo,
los juicios militares ordenados por Bush serán a puerta cerrada,
con jurados militares, que pueden imponer condenas de muerte, sin normas
procesales fijas, con abogados defensores no necesariamente elegidos por
los acusados y con un nivel flexible de pruebas de culpabilidad,
que decidirá en exclusiva el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld.
Y el presidente determinará quiénes y dónde se juzgan.
Tanto Bush como el secretario de Justicia John Ashcroft han tratado de
aplacar la controversia reiterando que es una medida para extranjeros,
no para ciudadanos americanos, y recordando que es una situación
de emergencia extraordinaria amparada por un dictamen de la
Corte Suprema de 1946. Es cierto, pero no es suficiente para los grupos
de defensa de derechos civiles. Laura Murphy, dirigente de la Unión
Nacional de Libertades Civiles, expresaba su inquietud en el programa
The News Hour de la televisión pública: Pruebas
que serían inadmisibles en un tribunal lo serán en estos
juicios, y nadie se enterará. Esto va contra la democracia que
queremos preservar. La condena en Nueva York a los terroristas del atentado
a las Torres Gemelas demuestra que nuestro sistema funciona.
En un tribunal de EE.UU. se necesitaría la unanimidad del jurado
para una sentencia de ejecución, mientras que en las cortes militares
sólo harán falta dos tercios. Y el acusado no tendrá
derecho a apelación. En suma, sus derechos se restringen mucho
más que en una corte militar convencional, donde nadie puede ser
condenado a menos que las pruebas en su contra demuestren su culpabilidad
más allá de una duda razonable. Fuentes del
Departamento de Justicia señalan que es casi seguro que los tribunales
militares no vayan a funcionar en EE.UU., sino en los lugares donde se
capture a los sospechosos, probablemente Afganistán y Pakistán.
Las mismas fuentes afirman que una de las finalidades es estimular a los
1.200 arrestados en EE.UU. en conexión con los atentados a que
cooperen en la investigación antes que verse en un juicio militar.
El propio titular del Comité Judicial del Senado, el demócrata
Patrick J. Leahy, ha manifestado sus dudas sobre la legalidad de enjuiciar
militarmente a gente detenida en EE.UU.
El único precedente en el último siglo fue durante la Segunda
Guerra Mundial. El presidente Franklin Delano Roosevelt autorizó
un juicio militar contra ocho saboteadores nazis que entraron con bombas
en la Costa Este de EE.UU. Siete generales los juzgaron en secreto durante
18 días en el Departamento de Justicia. Los acusados se declararon
inocentes y criticaron a Hitler, pero el 8 de agosto de 1942 seis fueron
electrocutados en Washington.
De El País de Madrid, especial para Página/12.
HABLA
MOHAMED JASEM AL ALI, DE LA CADENA DE TV ARABE AL JAZEERA
EE.UU. no dijo por qué nos bombardeó
Por Fernando Gualdoni
*
Desde
Doha
Mohamed Jasem Al Ali no es periodista,
pero su experiencia en televisión se remonta a 1975, cuando comenzó
a trabajar en la cadena pública qatarí. Desde el momento
en que la cadena de televisión por satélite Al Jazeera fue
fundada en noviembre de 1996 por el emir de Qatar, jeque Hamad bin Khalifa
Al Thani, se le confió a Abu Jasem, como lo llaman sus empleados
con confianza, la dirección y una silla en el consejo de administración
de la nueva cadena. Es un hombre afable, pausado y sereno para hablar.
Los periodistas, técnicos y demás trabajadores hablan con
respecto de él sin que nadie les pregunte. Dicen que es muy accesible,
que la puerta de su despacho siempre está abierta para ellos. Es
más, en parte atribuyen el éxito y la credibilidad de Al
Jazeera a la libertad que ellos mismos sienten dentro de la propia estación
de televisión.
¿Cuál cree usted que es el punto más fuerte
de Al Yazira y cuál el más débil?
El punto más fuerte es que es la primera experiencia como
cadena independiente y objetiva en el mundo árabe. Mientras que
nuestra debilidad es que no tenemos otro punto de referencia, otra televisión
independiente en el mundo árabe para empujarnos a hacer mejor nuestro
trabajo.
¿Cuál su relación con el gobierno qatarí?
El emir de Qatar creó la cadena hace cinco años con
un contrato por el cual daba a la cadena un presupuesto anual de 30 millones
de dólares. Este contrato se terminó el pasado 1 de noviembre
y ya no tenemos el apoyo financiero del gobierno. Así que ahora
estamos empezado a financiarnos a nosotros mismos.
¿Y la de la cadena con respecto a los demás países
del Golfo Pérsico?
Hay dos aspectos, uno es el público y el otro los gobiernos.
Al público lo hemos tratado con mucho respeto desde el comienzo
para darle confianza en los medios de comunicación árabe
y creo que hemos conseguido ser creíbles para ellos. Los gobiernos
de todos los países árabes y no sólo de los países
del Golfo Pérsico nos vieron al principio con mucha cautela y más
tarde comenzaron a presionarnos negándose a dar visas a nuestros
corresponsales, clausurando nuestras oficinas y prohibiendo a nuestras
cámaras filmar. Pero después de cinco años, los gobiernos
han cambiado su actitud beligerante y ahora pueden verse en muchas cadenas
públicas árabes programas similares a los de Al Jazeera.
No obstante, hay tres países árabes, Bahrein, Argelia y
Arabia Saudita, donde aún no hemos podido acreditar a nuestros
corresponsales y en otro, Túnez, tenemos corresponsal pero no le
dan libertad, movimiento, no puede trabajar.
Hablando de presiones, el secretario de Estado norteamericano Colin
Powell reconoció que había intentado convencer al emir de
Qatar para que usara su influencia para poner freno a las opiniones antiamericanas,
según Powell, que Al Jazeera difunde. ¿Recibió presiones
directas?
Me enteré del asunto por la prensa. No hemos recibido una
presión directa en este sentido y pienso que si algún día
la recibimos el primer perjudicado será el público. Seguimos
trabajando con la misma objetividad y profesionalismo y esto no cambiará
con ciertas personas o circunstancias. Me extrañaría que
EE.UU. intentase presionar sobre una cadena de televisión cuando
este país ha intentado inculcar al mundo árabe los conceptos
de libertad de expresión durante los últimos años.
La oficina de Al Jazeera en Kabul fue destruida el martes pasado
por una bomba. ¿Han recibido alguna explicación sobre esto?
Nuestro corresponsal en Washington ha preguntado al portavoz de
la Casa Blanca si fue un error o qué ha pasado pero hasta ahora
no tenemos ninguna respuesta. No sabemos si EE.UU. lo ha hecho porque
quería destruir la oficina de Al Jazeera pero sabemos con certeza
que EE.UU. sabía dónde estaba localizada nuestra estación
en Kabul. Nuestra gente que estaba allí está bien y llegaron
en la madrugada del jueves a Pakistán.
¿Seguirán presentes en Afganistán?
Por supuesto, nuestra profesión es meternos en problemas.
Seguiremos presentes allí porque el público confía
en nosotros y tenemos que seguir dándole información. Anteayer
por la mañana enviamos cuatro de nuestros periodistas a Afganistán
y esperamos que lleguen lo antes posible a pesar de las dificultades con
el transporte. Mientras tanto seguimos teniendo a nuestro corresponsal
en Kandahar y somos los únicos que estamos allí, aun cuando
sólo sea transmitiendo por videoteléfono.
¿Qué planes tiene la cadena para el futuro?
Hay planes muy ambiciosos, una cadena de negocios y documentales
y un plan para hacer una edición en inglés que está
en estudio. Mi deseo es tener servicios en muchos idiomas pero nunca habíamos
pensado que sólo en cinco años seríamos tan reconocidos
mundialmente. Nuestro proyecto inicial era el de llegar a transmitir 24
horas a partir del quinto año y lo comenzamos a hacer ya desde
el segundo y ello supuso un esfuerzo muy grande no sólo por el
dinero sino porque se necesita gente calificada. Por ello creo que el
servicio en inglés tardará en llegar.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
DESILUSIONADOS
Y ATERRADOS POR LOS TALIBANES
Los paquistaníes vuelven de la Jihad
Por Angeles Espinosa
Desde
Islamabad
Engañados y apaleados.
Los paquistaníes que, con más entusiasmo que ardor guerrero,
cruzaron hace un par de semanas la frontera con Afganistán para
unirse a la batalla contra Estados Unidos, están regresando a sus
pueblos con historias de terror. Los talibanes nos han tratado muy
mal, explica Mohamed Amin, comisionado de Mingaora, uno de los distritos
de la provincia de la Frontera Noroccidental que envió voluntarios
a la Jihad.
Eso es en lo que coinciden todos los relatos. Algunos han contado
que los talibanes han llegado a matar a jihadis para quitarles
las armas y el dinero, relata Amín. Prueba del temor que
han pasado, muchos de los que regresan se han afeitado la barba (uno de
los signos de su militancia islámica) para salvar sus vidas. Ese
signo les asociaba de forma automática con los rigoristas que ahora
han perdido el poder.
Tal vez esas noticias hayan influido en la súbita disminución
del entusiasmo protalibán de los paquistaníes. Las manifestaciones
de apoyo a ese movimiento se han diluido con tanta rapidez como la Alianza
del Norte ha avanzado sobre Kabul. Apenas unas docenas de simpatizantes
acudieron a las últimas concentraciones en Peshawar, una ciudad
fronteriza que acoge a más de un millón de afganos y que
el viernes pasado había reunido a varios miles. Incluso las famosas
camisetas con la imagen de Osama bin Laden han perdido cotización
en el bazar de Quissa Khawani, o de los Contadores de Cuentos.
El gobierno paquistaní ha asegurado desde el principio que apenas
unas docenas habían cruzado la frontera. Ahora ante las noticias
de que cientos de sus ciudadanos pueden haber muerto en Afganistán,
siguen manteniendo una actitud un tanto distante. No hay forma de
verificar que sean realmente paquistaníes, ha repetido en
varias ocasiones el portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores, Aziz
Ahmad Khan, aunque finalmente esta semana anunció que, al no tener
presencia diplomática allí, su país se ha puesto
en contacto con las agencias humanitarias de la ONU para que verifiquen
ese extremo.
Hay
que investigar y presionar por
las masacres de la Alianza del Norte
Por
Marcelo Justo
Desde
Londres
Amnesty International,
la organización de derechos humanos con sede en Londres, exhortó
a que se incluyan monitores de derechos humanos en la misión de
Naciones Unidas a Afganistán. En diálogo con Página/12,
Margaret Ladner, la encargada de Afganistán de Amnesty, señaló
que se trata de un paso esencial para lograr la pacificación del
país. Es necesario que las distintas facciones tengan en
claro que cualquier responsable de violaciones a los derechos humanos
deberá responder ante la Justicia, indicó a este diario.
¿Cómo definen la situación de derechos humanos
en Afganistán?
La situación actual es muy frágil y confusa. Hemos
exhortado a todas las partes en el conflicto a que garanticen el respeto
de los derechos humanos y los tratados internacionales, entre ellos la
Convención de Ginebra sobre el trato de prisioneros y heridos que
Afganistán ratificó en 1951.
Sin embargo ya hay señales de violaciones a los derechos
humanos en territorio controlado por la Alianza del Norte.
Es cierto. Un portavoz de Naciones Unidas indicó que la Alianza
del Norte mató a cientos de combatientes talibanes que se escondían
en una escuela en la ciudad de Mazar-i-Shariff. Este hecho merece una
investigación imparcial para verificar lo ocurrido.
No habría que sorprenderse mucho. Después de todo,
la Alianza del Norte fue responsable de graves violaciones a los derechos
humanos cuando gobernó entre 1992 y 1996, que terminaron con la
muerte de unos 50 mil afganos.
En efecto. Durante este período las mismas fuerzas tribales
que ahora conforman la Alianza del Norte fueron responsables de todo tipo
de violaciones de los derechos humanos: asesinato de civiles, violaciones,
pillaje. Esto fue particularmente grave en la capital Kabul porque la
población civil se convirtió en rehén de las distintas
facciones que se disputaban la ciudad. Este pasado es preocupante. Creemos
que la coalición que ha armado y asistido a la Alianza del Norte
debe presionar para que esto no vuelva a suceder.
También ha habido denuncias sobre lo ocurrido durante la
huida de las fuerzas talibanas.
Hay mucha preocupación por la posibilidad de que haya habido
masacres de civiles por razones étnicas, tortura y otras violaciones
a los derechos humanos. Al igual que con el caso de la Alianza del Norte
debemos verificar esta información. Hay muchos reportes confusos,
tanto sobre lo que pasa con los civiles como con los combatientes capturados.
Es muy preocupante.
La Alianza del Norte fue recibida en Kabul y otras ciudades como
liberadora. Esto puede cambiar si hay un abuso de poder. ¿Qué
puede hacer la comunidad internacional para evitarlo?
Amnesty espera que se nombren monitores de derechos humanos tan
pronto como sea posible. Tiene que haber gente que pueda lidiar con las
denuncias que se hagan. El otro punto importante es que la comunidad internacional
advierta enérgicamente que quien cometa violaciones a los derechos
humanos será llevado ante la Justicia. Hay una importante tendencia
hacia la jurisdicción universal de la justicia, de modo que los
perpetradores de violaciones a los derechos humanos respondan por sus
actos. El caso Pinochet es uno de los más claros ejemplos.
Hay una discrepancia entre la urgencia de la situación y
el tiempo que toma una negociación que permita la participación
de Naciones Unidas en Afganistán.
La resolución 1578 que el Consejo de Seguridad de la ONU
aprobó el 14 de noviembre es muy positiva a este respecto. La resolución
expresa el apoyo a los esfuerzos de los afganos para establecer un nuevo
gobierno de transición, que respete los derechos humanos de los
afganos, más allá de su etnicidad, religión o género.
¿Qué pasa si la situación de derechos humanos
no es monitoreada?
Si no se solucionan los problemas de derechos humanos que presenta
la actual situación, la reconstrucción del país no
será posible. El respeto de los derechos humanos es fundamental
para la pacificación de Afganistán
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