Página/12
en Estados Unidos
Por Gabriel A. Uriarte
Desde Washington D.C.
El
secretario de Estado norteamericano Colin Powell tiene un problema. No
es tanto que la campaña militar en Afganistán haya triunfado
en contra de todas sus predicciones y recomendaciones. Cualquiera puede
cometer un error, o varios. Lo que realmente amenaza al secretario es
desaparecer en la irrelevancia dentro del gobierno que integra, y perder
la poca influencia que le queda. Su Departamento de Estado desdeñó
negociar con los actores claves de la victoria las repúblicas de
Asia Central desde donde se lanzaron los bombardeos y la Alianza del Norte
que conquistó Kabul. Es tarde para dar marcha atrás en Afganistán,
pero en otras regiones Powell da señales de no querer quedarse
afuera por segunda vez. Fue por eso que, durante una extensa entrevista
ayer por la mañana con FoxNews, el secretario dio lo que se calificó
como duras advertencias contra Arafat y Siria.
Eran duras, en realidad, en relación a los parámetros
de su Departamento de Estado, pero pueden estar sugiriendo la próxima
dirección de los acontecimientos. Para una institución que
desde que asumió el gobierno de George W. Bush se mostró
más inclinada a presionar a Israel que a los palestinos, o al menos
a hablar salomónicamente sobre ciclos de violencia, resultó
notable que Powell, quien en el equipo de política exterior de
Bush ocupa claramente el lugar de la paloma, enfatizara ayer que Arafat
debía bajar la violencia: hacer un esfuerzo del ciento por
ciento para terminar toda la violencia y que los resultados reflejen este
esfuerzo del 100 por ciento. Y para un hombre que considera que
uno de los mayores logros de la diplomacia norteamericana es el haber
incluido a Siria en la coalición contra Irak durante la guerra
del Golfo de 1991, afirmar que Siria ha permitido y permite que
operen terroristas que mienten al disfrazarse de patriotas era de
cierto modo revolucionario.
O, más bien, parte de una contrarrevolución preventiva,
que busca anticiparse a una nueva estrategia impulsada desde el Pentágono.
El precipitado colapso de los talibanes a pesar de la casi inexistente
colaboración de los países árabes moderados
indicó que estos países son mucho menos importantes de lo
que se pensaba. Sus regímenes se han probado muy capaces de mantener
su poder contra desafíos fundamentalistas, y ése era el
peligro que se citaba para rechazar la expansión de la campaña
a los otros focos terroristas en el mundo islámico. Si sigue resistiendo
un próximo paso que parece virtualmente inevitable, Powell haría
que su archienemigo Donald Rumsfeld se convierta en el secretario de Estado
de facto en la guerra contra el terrorismo, papel que ya asumió,
con no malos resultados hasta ahora, en Afganistán. En otras palabras:
se viene la expansión de la campaña fuera de Afganistán.
Siria y Arafat están bastante altos en la lista de próximos
objetivos para Washington. Damasco financia y da asilo a unos 12 grupos
terroristas, que incluyen al Frente Popular para la Liberación
de Palestina (PFLP) que hace un mes se cargó al ministro de Turismo
israelí Rehavam Zeevi. Arafat, de su lado, propone o amenaza formar
una coalición con los fundamentalistas Jihad Islámico y
Hamas, identificados inequívocamente por el Departamento de Estado
como terroristas.
Pero Powell mantuvo su lugar. Interrogado sobre qué haría
si Arafat incluye a Hamas y Jihad Islámica en su gobierno, su respuesta
ayer fue menos que decisiva: Bueno, pensamos que esas organizaciones
son (pausa) han sido identificadas como usted las describió. Y
nosotros negociamos con la Autoridad Palestina. Y si aparece cualquier
coalición que integre a este tipo de organizaciones que practican
ese tipo de actividades, tendríamos que, ya sabe, no verla muy
favorablemente.
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