Director
Por Antonio Dal Masetto
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Estamos
los de siempre en el bar y aparece don Eliseo el Asturiano con su nieto.
Quiero presentarles a Armandito, mi querido nieto de once años,
mi preferido, y del cual estoy orgulloso. Nunca quise hablarles de él
porque esperaba una oportunidad como ésta para presentárselo
y que él mismo les contara su maravillosa experiencia de vida.
Mucho gusto decimos, nos encantaría escuchar
la historia.
Armandito, contale a los señores.
Todo empezó cuando mis padres me anotaron en la escuela del
barrio donde ellos habían estudiado, la Nº 32, Ejército
Auxiliador del Norte cuenta Armandito. Su deseo, como buenos
padres que son, era que me convirtiera en una persona culta, educada y
útil para la sociedad. Lo primero que me enseñaron fue que
debía llevarle todos los días una manzana a la maestra.
Debo confesar que mi primer mes en la escuela no fue muy brillante, no
era de los últimos pero tampoco de los primeros. Al empezar el
segundo mes ocurrió algo inesperado, la maestra dejó de
venir. Simultáneamente, también los otros primeros grados
se quedaron sin maestras. Entonces la directora nos juntó a todos
con los de segundo grado. Yo seguí llevando mi manzana diaria,
ahora a la señorita Lucrecia. Hasta que al promediar el tercer
mes, la señorita Lucrecia nos dijo: Chicos, siento decirles
que los tengo que dejar porque me voy a trabajar de mucama a un hotel
internacional en Florida, cerca de Disneyworld, donde las propinas son
bárbaras y en moneda extranjera. Los voy a extrañar mucho
y les voy a mandar postales de Mickey y el Pato Donald. Pórtense
bien. También las maestras de los otros segundos consiguieron
trabajo de mucamas en Orlando, Florida. Así que todos los alumnos
de primero y de segundo pasamos a tercero. Yo seguía llevando mi
manzana. Cuando las maestras de los dos terceros se fueron a Orlando,
pasamos a cuarto. Ahí nos hicimos fuertes y conseguimos afirmarnos
durante un tiempo, casi tres meses sin interrupciones. Después
tuvimos que recibir a séptimo, sexto y quinto, cuyas maestras también
consiguieron trabajo en Orlando. Así que ahora estábamos
todos los grados juntos. Casi enseguida perdimos a la última maestra
que igual que las anteriores prometió mandar postales del Ratón
Mickey y el Pato Donald. Por suerte quedó la directora, señora
Clarita, una mujer ingeniosa y aguerrida, que le puso el cuerpo a la situación
y nos dijo: Chicos, los nombramientos están congelados, hay
ajuste presupuestario y no podemos esperar ayuda de nadie. Así
que se encargó ella sola de darnos clase a todos. Se consiguió
un megáfono y les daba clases parada sobre un escritorio a los
alumnos de los siete grados. Su coraje pedagógico a mí me
agilizó la mente de una manera extraordinaria y así fue
como, aunque de una forma poco ortodoxa, aprendí cosas de mi grado,
de quinto, tercero y todos los demás. Algunas cosas se le escapabande
las manos a la señorita Clarita, hay que ponerse en su lugar, por
ejemplo el asunto de los recreos. A veces tomábamos los cuatro
recreos juntos y las horas de clase eran todas corridas. El problema más
grave lo teníamos cuando el presentismo era total. Se caían
algunos chicos por las ventanas. Y si abrían una puerta salía
media docena despedida. Una cosa buena de esta situación era que
no se podía jugar de mano porque no había espacio suficiente.
Yo sentía una gran admiración por la directora y siempre
trataba de estar cerca de ella. Le llevaba una manzana todos los días.
Le tenía el megáfono mientras ella se secaba la transpiración.
La sostenía si sufría algún principio de desmayo.
La señora Clarita era mi heroína. Así fue como gloriosamente
llegamos al séptimo mes de clase. Hasta que un lunes, no me lo
olvido más, con los ojos enrojecidos, la señora Clarita
me hizo subir al escritorio y me dijo: Armandito, acá están
el megáfono y las llaves, de ahora en más vos sos el director
de la escuela. Ya avisé al ministerio que estás a cargo.
Sé justo y equitativo y serás retribuido con el respeto
y el amor, esforzate para mantener bien alto los valores de la educación
pública. Yo me tengo que ir a Orlando, me ofrecieron un trabajo
de jefa de mucamas, con muy buenas propinas. Chicos, no se pongan tristes,
les voy a mandar postales, los quiero mucho. Y es así como
desde hace cuatro años soy director de la escuela Nº 32 Ejército
Auxiliador del Norte.
Felicitaciones para el joven director y para el orgulloso abuelo
decimos todos.
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