Por
Rory McCarthy *
Desde Kabul
Ayer murieron cuatro periodistas en Afganistán después de
que sus automóviles cayeron en una emboscada tendida por hombres
armados en un área de donde ya habían sido desalojados los
talibanes, lo cual aumenta los temores de que Afganistán esté
cayendo en manos de los brutales señores de la guerra. Los periodistas
fueron arrancados de sus automóviles en las afueras de la ciudad
afgana de Jalalabad, en una sinuosa ruta sin nombre que va a Kabul y que
se ha convertido en la principal entrada al país desde Pakistán.
La agencia de noticias británica Reuters identificó a sus
dos empleados asesinados: el cameraman de televisión Harry Burton,
un australiano, y Azizullah Haidari, un fotógrafo nacido en Afganistán.
Los otros dos periodistas muertos son María Grazia Cutuli, del
periódico Il Corriere della Sera de Italia, y Julio Fuentes del
diario El Mundo de España.
Los conductores de los autos dijeron que dos de los coches fueron detenidos
por un grupo armado de seis hombres que obligaron a salir de los vehículos
a los cuatro periodistas. Los hombres armados hicieron marchar al grupo
hacia las colinas circundantes, relataron. Mohammed Farrad, uno de los
conductores, dijo que había escuchado tres o cuatro estallidos
de fusiles Kalashnikov. Se llevaron a los periodistas y cuando éstos
se volvieron para mirarlos, les dispararon, dijo. Los choferes huyeron
y advirtieron al resto del convoy, que estaba detrás, a una cierta
distancia, para que regresaran.
Ferruccio De Bortoli, director del diario con mayor tirada de Italia,
reunió a la redacción para ofrecerles los detalles de lo
ocurrido, una vez confirmada la muerte de la redactora por el propio ministro
de Exteriores, Renato Ruggiero, desde una conferencia de prensa en Bruselas,
quien también ratificó la muerte de los otros periodistas:
Según los informes, creo que los cuatro cuerpos hallados
en Afganistán corresponden a los periodistas, uno de ellos su colega
del Corriere della Sera, dijo Ruggiero. Cutuli, de 39 años,
soltera, había estado en Bosnia, en la batalla de Sarajevo y luego
en Africa y en Afganistán, numerosas veces. El presidente de Italia,
Carlo Ciampi, expresó sus condolencias a la dirección del
diario milanés por la muerte de su enviada especial.
La emboscada se produjo en un desfiladero de la provincia de Nangarhar,
cerca del puente de Tangi Abrishum, a 90 kilómetros al este de
Kabul, en una de las peores rutas del país, en la que no se puede
circular a más de 20 kilómetros por hora. Eduardo San Juan,
un corresponsal de la televisión española regional TV3,
que estaba más atrás en el convoy, dijo que un auto delante
del suyo rápidamente dio la vuelta y sus pasajeros nos gritaban
en pashtún que nos fuéramos rápidamente porque los
hombres armados estaban disparándoles a los periodistas.
Los periodistas fueron atacados cuando llevaban dos horas de viaje
por seis presuntos milicianos talibanes, informó San Juan. Les
dijeron que bajasen, probablemente con la excusa de que más adelante
había ataques. Les preguntaron si eran espías y, aunque
se identificaron como periodistas, comenzaron a tirarles piedras y luego
les dispararon, relató. El convoy, compuesto de ocho autos,
no tenía escolta. En la misma ruta, después del asesinato
de los periodistas, se produjeron otras dos emboscadas contra civiles
afganos, en tanto trabajadores de Radio France Internacional (ver nota
pág. 18) fueron desvalijados el domingo pasado cuando se dirigían
a Kabul: tuvieron que entregar dinero y material a los atacantes, armados
también con fusiles Kalashnikov.
Cientos de periodistas han viajado por la misma ruta desde Jalalabad a
Kabul desde que se abrió el paso de Khyber en la frontera con Pakistán
el jueves pasado. Por lo menos a dos grupos de periodistas les robaron
en esa misma ruta el domingo. Aunque el norte de Afganistán y
Kabul mismo están bajo el control de la Alianza del Norte,
el sur es muy distinto. La provincia de Nanghahar, que rodea a Jalalabad,
está controlada ahora por los señores de la guerra pashtunes.
Muchos de ellos gobernaban feudos personales en el área antes de
que los talibanes tomaran el poder hace cinco años. Se cree que
pequeños bolsones de combatientes talibanes y sus aliados árabes
están ocultos en las colinas. Jalalabad está ahora controlada
por Haji Abdul Qadir, un comandante pashtún que tiene una estrecha
relación con la Alianza del Norte, y quien fuera el gobernador
de la provincia antes que la tomaran los talibanes. Pero varios otros
comandantes en el área también están peleando por
el poder. Los combatientes leales al feroz señor de la guerra Hazarat
Ali, que fue nombrado jefe de policía en Jalalabad, controlan muchas
áreas alrededor de la ciudad. Hace una semana, otros tres periodistas
extranjeros murieron cuando se trasladaban con tropas de la Alianza del
Norte que fueron emboscadas por soldados talibanes.
*
De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
UNA
NIÑA DE 16 AÑOS REINICIO LAS TRANSMISIONES
La
televisión tiene cara de mujer
Por
Guillermo Altares *
Desde Kabul
Fue
la voz de una mujer lo primero que pudieron escuchar por la radio los
habitantes de Kabul, después de que el pasado martes los talibanes
abandonaran a toda velocidad la ciudad que habían ocupado y sometido
durante cinco años. Fue un gesto cargado de simbolismo después
de que el régimen integrista tratara de borrar de la vida social
a quienes considera como una fuente de pecado. El domingo, pasadas las
dos y media de la tarde, hora GMT, fue el rostro de otra mujer lo primero
que pudieron sintonizar los escasos televisores que, polvorientos, han
sobrevivido años escondidos en las alacenas o bajo montañas
de muebles. Mariam Shakebar, una joven de 16 años ataviada con
un pañuelo estampado, leyó un versículo del Corán
antes de desear a los telespectadores que se divirtieran con la programación,
algo sencillamente imposible hace una semana. Después, una música
agradable volvió a sonar a través de las ondas.
Mariam era consciente de que su rostro ha quedado asociado desde ayer
a la lucha de las mujeres afganas por la dignidad, y estaba nerviosa.
Aunque experiencia televisiva no le faltaba, ya que con 11 años
intervenía en un programa infantil..., justo antes de que los talibanes
entraran en Kabul. Junto a Mariam había otra mujer, Lida Azimi,
cubierta con un pañuelo color crema, que presentaba habitualmente
los informativos en los tiempos anteriores a los talibanes. Azimi sólo
acertaba a decir que la vida era de nuevo bella. Hasta ahora estaba
obligada a quedarme en casa. Soy muy feliz.
Pero, aunque los rostros de las presentadoras denotaban felicidad, en
la zona que no veía el público dominaban los nervios. Como
en cualquier medio de comunicación. Los técnicos de la televisión
de Afganistán han tenido que trabajar contrarreloj para arreglar
de la mejor manera posible un material seriamente dañado o
con 30 años de antigüedad, como destacaba un trabajador
que ya sabe lo que es la competencia, y es que, junto a la última
tecnología instalada por los equipos de las televisiones occidentales
en la azotea del hotel Intercontinental, los afganos han colocado una
vetusta antena que apenas tiene una potencia de 10 vatios y ni siquiera
puede abarcar todo Kabul.
Claro que a la mayoría de los habitantes de esta ciudad no les
importa esperar unas semanas más para poder ver la televisión.
Una de las principales diversiones es sorprendentemente sencilla, pero
igual de valiosa, como todo lo que fue prohibido. De día, el cielo
de Kabul se llena de cometas de todas formas y colores. Nadie sabe muy
bien cuál era el problema de los barriletes con la interpretación
del Islam que hacían los talibanes, pero lo cierto es que, junto
a las fotos de los seres queridos, los aparatos de radio y las revistas,
pasaron a ser objetos que era mejor no mostrar. Ahora los habitantes de
Kabul vuelan sus cometas con sorprendente habilidad para llevar cinco
años desentrenados.
Para los afortunados que disponen de un generador de electricidad en condiciones
y de un televisor salido de las catacumbas familiares o recién
adquirido en alguno de los comercios de electrónica que proliferan
a sorprendente velocidad, la televisión de Afganistán tiene
previsto emitir durante unas seis horas diarias en las lenguas dari y
pashtún. La programación está confeccionada a base
de entrevistas, dibujos animados y reportajes callejeros, donde la precariedad
de medios es suplida con creces por el entusiasmo de los periodistas y
la colaboración de la ciudadanía.
Pero toda la explosión de color y ruido durante el día desaparece
bruscamente a las ocho de la tarde, cuando los milicianos de la Alianza
del Norte instauran el toque de queda y Kabul vuelve a adoptar un aspectosimilar
al de hace 15 días. Casi nadie se aventura por las calles, y los
pocos coches que transitan con un aire semifurtivo son detenidos en numerosos
controles, donde los soldados apuntan sin miramientos a sus ocupantes
mientras comprueban su documentación. Hay otra razón
para que la gente no salga de noche, explica un comerciante. Muchos
no se creen que los 20.000 talibanes que había en Kabul hasta el
martes hayan podido salir. Seguro que todavía hay muchos escondidos
dispuestos a lo que sea. De día uno se siente más arropado,
pero de noche hay miedo.
* De El País. Especial para Página/12.
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