Por
Javier Aguirre
El
receso musical autoimpuesto por Fito Páez en nombre del rodaje
de su película Vidas privadas parece haberle funcionado como un
efectivo refresco, ya que en su regreso a los escenarios, con una formación
más chica y más cercana al jazz, el rosarino ofreció
en Buenos Aires tres conciertos muy emotivos, de distintiva riqueza sonora
y regados por un discurso de optimismo y sensibilidad. Frases como hay
que inventar al mundo de nuevo, estamos acá para hacer
que la vida sea más linda o luchemos para que al menos
de vez en cuando gane la sutileza, aparecieron con recurrencia en
las introducciones de las canciones.
Sin embargo, los llamados al optimismo no impidieron que las letras de
algunos temas se cambiaran
para aludir al conflicto en Afganistán, como en Del 63
(¿qué pasa en Kabul que el cielo es cada vez más
chico?) y en Al lado del camino (Piensan que hacen
una guerra y sólo matan chicos). En realidad, Páez
se mostró verborrágico, apasionado y animado durante toda
la noche, contando anécdotas sobre la composición de los
temas, haciendo observaciones sobre las armonías, retrucando con
humor a comentarios de los espectadores, elogiando a los integrantes de
su banda, agradeciendo al público, exaltando la conecta (sic) que
lo une a sus fans y hasta protagonizando una supuestamente espontánea
escena familiar sobre el final del show, cuando su pequeño hijo
Martín irrumpió en el escenario con un ramo de flores y
empezó a tocar el teclado con sus puñitos, hasta
que también apareció Cecilia Roth, muerta de risa, para
llevarse al niño y hacer completa la postal.
El clima general del paso de Páez por el Opera fue de fiesta, con
muchas canciones cantadas a los gritos y a luces encendidas por todo el
teatro, aunque las apuestas intimistas como Yo vengo a ofrecer mi
corazón o Los mareados fueron tan respetuosamente
escuchadas por el público que el músico agradeció
el silencio. En lo estrictamente musical, este formato de banda más
chica en comparación con sus formaciones de los últimos
años, que incluían secciones de vientos y voces jugó
a favor por la crudeza y sencillez de las interpretaciones, a veces exquisitas,
pero además por darle más margen para improvisar.
Pero, además, Páez se apoya en la magnitud de su repertorio,
con clásicos pop como Tres agujas, 11 y 6,
Tumbas de la gloria, Mariposa tecknicolor o Tema
de Piluso, además de las rockeras Polaroid de locura
ordinaria, Al lado del camino, El diablo de tu
corazón y Ciudad de pobres corazones. Y los éxitos
estuvieron, a su vez, acompañados por versiones alternativas (Un
vestido y un amor convertida en bossa, por ejemplo), temas poco
tocados como Tatuaje falso o Carabelas nada, guiños
a clásicos en los pasajes instrumentales Walk on the
wild side de Lou Reed, Los libros de la buena memoria
de Spinetta, No te animás a despegar de Charly
y dispares homenajes como la contundente Yendo de la cama al living,
o la algo vacilante La bengala perdida. Así, el retorno
del Páez post-cine al vivo que contempla conciertos en Córdoba,
Rosario, San Juan, Mendoza, Jujuy, Tucumán, Mar del Plata, La Plata
y Bahía Blanca, además de haber resultado exitoso
en términos deconvocatoria, fue la confirmación de que,
a los 38 años, Páez bien puede revalidar su título
de clásico de la música popular argentina.
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