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Una voz muy próxima, para recuperar temas lejanos

Mercedes Sosa eligió un formato acústico para presentar en el Gran Rex un repertorio no convencional. No cantó sus hits, sino un puñado de bellísimas canciones perdidas en el cancionero popular.

Por Fernando D’Addario

El contexto general (crisis económica terminal) y particular (la situación de estar injustamente olvidada por el mercado discográfico) podría haber alimentado en Mercedes Sosa una tendencia a la épica, un giro elegante hacia esa retórica setentista que la música popular latinoamericana es capaz de reflotar cada tanto. Pero los shows que brindó en el teatro Gran Rex esquivaron esa posibilidad. No sólo por el formato acústico elegido, que en sí mismo sugería cierta sobriedad formal, sino también por el repertorio abordado, y por el tono que caracterizó a los conciertos. La Negra prefirió el bajo perfil para expresar sus sentimientos y la música se vio favorecida por esa elección.
No hubo hits en el Gran Rex. Ni “Gracias a la vida”, ni “Dale alegría a mi corazón”, ni “Todo cambia”. Tampoco hubo desbordes en los arreglos instrumentales, ni excesos de megashow en el concepto visual del espectáculo. Todo pareció confluir con naturalidad hacia ese puñado de viejas melodías deliciosas que Mercedes decidió cantar en una apacible media voz, como si en el recorrido temporal hacia ese pasado añorado se hubiese despojado de todos los artificios del éxito. Con su poncho rojo y negro y su bombo, Mercedes cantó. En ese rol, claro, no hay con qué darle. Tiene el don de llevar la canción más sencilla hacia un territorio diferente, pero nunca ajeno. Parecería que cada historia que canta le pertenece en profundidad, y esa sensación no discrimina géneros, ni autores, ni regiones geográficas.
Mercedes paseó durante casi dos horas por rincones olvidados del cancionero argentino y latinoamericano. Arrancó en Tucumán, con su querida zamba “Bajo el azote del sol”, dedicó buena parte de su recorrido al litoral, hizo escala en Buenos Aires, llegó a Cuba y cruzó la Cordillera de Los Andes. Mostró su gratitud hacia autores no suficientemente valorados, como Chacho Müller (de quien interpretó, entre otros, “Botecitos de papel” y “Pescadores de mi río”) y Ramón Ayala (cantó la conmovedora “El cosechero”), visitó brevemente a Silvio (“Oh Melancolía”) y a Heredia (“Una canción posible”, que recibió doble ovación porque el autor estaba en la platea), navegó por todos los estilos, desde la zamba hasta el valsecito, pasando por la milonga y el chamamé. También la chacarera, con la que rindió tributo a los Hermanos Núñez a través de “El manco Arana” y “Del ‘55”. Mercedes dijo, antes de cantar “Zamba del chaguanco”: “cuando yo la grabé, muchos de ustedes no habían nacido”. Todo el concierto dio esa sensación: Mercedes estaba recuperando joyas olvidadas, testimonios de un tiempo distinto e idealizado, aunque muchas de esas historias reflejaran también (y tan bien) las tristezas que no pueden ser encapsuladas en una época determinada.
Más allá de la nostalgia que atravesó el recital, se la veía feliz a Mercedes. Contenida musicalmente por una banda irreprochable, y por dos invitados que brillaron más por su aporte musical que por el magnetismo de sus nombres. El gaúcho Luiz Carlos Borges subió al escenario para el bellísimo set destinado al litoral y Walter Ríos enriqueció, sobre el final, el “repertorio urbano”, dedicado a canciones de diversos orígenes, desde el “Romance de barrio” de Aníbal Troilo, hasta “Solo se trata devivir”, de Litto Nebbia. Nadie le pidió a Mercedes pirotecnia folklórica. Bastó con el placer de escucharla.


NESTOR MARCONI PRESENTA EL DISCO “SOBRE IMAGENES”
“Ahora hay que ensanchar el tango”

Por Karina Micheletto

“A Piazzolla no le hubiera gustado que aún hoy se siga tocando como lo hacía él. El tango es demasiado rico para dejarlo estancado”, sentencia el bandoneonista, compositor, arreglador y director Néstor Marconi. Su nombre está asociado desde principios de los años 70 a figuras como Astor Piazzolla, Horacio Salgán, Enrique Francini, Héctor Stamponi y Horacio Ferrer. Pero el rosarino supo imprimirle al instrumento su sello personal, y hoy es uno de los más destacados intérpretes dentro de la corriente conocida como “Nuevo tango”.
Hoy a las 20, Marconi presenta en el teatro Alvear su nuevo CD, Sobre imágenes, editado por el sello Warner con el auspicio de la Dirección de Música de Buenos Aires. La base de este trabajo está dada por temas que Marconi interpreta con su trío, junto a su hijo Leonardo Marconi en piano y Oscar Giunta en contrabajo. A ellos se suman un cuarteto de cuerdas integrado por músicos de la Orquesta Juan de Dios Filiberto (Rafael Gíntoli, Carlos Morelli, Mario Fioca y Jorge Vergero) y solistas invitados: Fernando Suárez Paz, Horacio Malvicino, Enrique Roizner y Ricardo Lew. Entre el repertorio hay temas compuestos por Marconi y clásicos como “Estudiante”, “Sueño azul”, “El arranque” o “Pa’ que bailen los muchachos”. “No porque los tangos tengan letra sólo sirven para ser cantados. En todos mis discos incluyo temas de Gardel o De Caro, intento rescatar su riqueza melódica, que no es la más conocida”, explica el músico en la entrevista con Página/12. Además de su trabajo como solista y con el trío, Marconi integra el Nuevo Quinteto Real, junto a Horacio Salgán y Ubaldo De Lío, y desde el año pasado codirige con Atilio Stampone la Orquesta Argentina de Música Juan de Dios Filiberto.
–¿Qué es lo que busca dejarle a esta orquesta con su tarea como director?
–Intentaré dejar mi propio estilo, mi forma, que es una más entre tantas posibles. Pero en realidad, creo que me voy a llevar mucho más de lo que deje. A través de la orquesta tengo una posibilidad de mostrar mi música con un grupo grande. Es una oportunidad que difícilmente se presenta, cada vez hay menos orquestas por el costo que implica mantenerlas. Para alguien como yo, que disfruta de orquestar, es maravilloso. En este caso el arreglador le ganó al instrumentista: toco muy pocos temas con la orquesta, prefiero dirigir y disfrutar de la escucha de lo que escribo.
–¿A qué cree que se debe el interés de los músicos clásicos de todo el mundo por el tango?
–El tango es muy rico musicalmente, puede funcionar muy bien tanto en grupos pequeños como en una sinfónica. Era lógico que en algún momento los grandes directores y músicos clásicos comenzaran a interesarse por esta música, que ofrece la posibilidad de hacer muchas cosas y de muchas maneras. El tango le ha agregado a las orquestas y los solistas un camino más al que ya tenían transitado, en un terreno en el que está todo demasiado tocado y demasiado grabado.
–¿Sigue creyendo que el tango quedó estancado después de Piazzolla?
–En parte sí. Me molesta que todos sigan haciendo lo mismo que él, y a la manera de él. Si Astor abrió un camino fue para que lo sigamos transitando, repetirlo treinta años después es desandar ese camino. Ahora hay que dejar de copiar y empezar a ensanchar el tango. Entre los bandoneonistas jóvenes todavía no escuché nada muy personal. Creo que todavía están juntando cosas entre todos los que los precedieron hasta que aparezca algo de ellos mismos. Es un proceso lógico porque ningún intérprete nace de la nada, todos nos fuimos alimentando de otros. Mientras tanto, lo que escucho hoy en día sigue sonando a búsqueda.

 

 

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