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Tesalónica, escenario de un cine sin concesiones

El festival griego, que le dio un lugar importante al nuevo cine argentino, mostró también sorpresas provenientes de Israel, Rumania, Turquía y Albania, ganadora con �Tirana año cero�.

Por Luciano Monteagudo
Desde Tesalónica

”Al ver estos films de nuevos directores, quedamos impresionados por ciertos temas –exilios, separaciones, divisiones políticas– que reflejan un mundo en desorden, que fue muy bien expresado por el film turco Fotograf, el italiano Tornando a casa y el franco-senegalés L’Afrance”. Con esta declaración inicial, el jurado de la 42ª edición del Festival de Tesalónica –presidido por el director británico John Boorman e integrado, entre otros, por el crítico argentino Quintín– dejó constancia de la fuerte marca política y social que asumieron buena parte de los títulos en competencia (y que ya había reflejado Página/12 en su nota del jueves 15). En esa misma línea debe entenderse el primer premio, el Alejandro de Oro, otorgado el domingo a la albanesa Tirana año cero, segundo largometraje de Fatmir Koçi, un fresco de la capital de Albania, un país fronterizo con Grecia que –desde el derrumbe de los socialismos reales, una década atrás– sustituyó el atraso casi medieval por una ley de la selva donde sólo parece imperar el dinero y las armas.
Con un título que alude explícitamente al clásico de Roberto Rossellini, Germania anno zero (1947), rodado en las ruinas de Berlín en la inmediata posguerra, el film de Koçi sigue ese ejemplo y se sube a los escombros que dejó tras de sí la dictadura del proletariado impulsada desde 1946 por Enver Hoxha, propulsor de un “socialismo a la albanesa”, que apartó al país no sólo del mundo capitalista sino también de la Unión Soviética y de China, dejándolo en un estado de aislamiento absoluto. Según refleja ahora Tirana año cero los diez años desde el regreso de la democracia no han sido mejores, con un estado que pasó de ser omnipresente a desaparecer por completo, dejando a sus ciudadanos librados al poder de las mafias, a la pobreza y al deseo imperioso de emigrar, a Italia, Grecia o donde sea. El tono del film, sin embargo, no es dramático sino más bien tragicómico, con una galería de personajes pintorescos tratando de sobrevivir en una ciudad que Koçi pinta con cercanía y verdad.
Ese mismo tono de comedia cáustica impera también en Matrimonio tardío, primer largo del israelí de origen georgiano Dover Kosashvili, que obtuvo el segundo premio de la competencia. Lo interesante del film de Kosashvili es la manera en que trabaja sobre los estereotipos del cine de género israelí –particularmente las comedias étnicas de intención comercial, o bourekas– y cómo poco a poco los subvierte hasta hacer una crítica feroz de la institución familiar, el matrimonio y las costumbres atávicas que todavía rigen muchos sectores de la sociedad israelí. Es inquietante la parábola del protagonista, un treintañero soltero, incapaz de escapar a la obsesiva presión de sus padres de encontrarle “una buena chica”, que por supuesto no puede ser la amante de origen marroquí con la que pasa sus noches, quien para colmo de males es divorciada y tiene una hija de un matrimonio anterior.
El premio al mejor director fue, en cambio, para un film de mayor riesgo formal, Imagen reflejada, del debutante taiwanés Ming Dai Ahui Zhu, un discípulo del maestro Hou Hsiao-hsien, que se desempeñó como productor ejecutivo de su discípulo. Con un estilo desprejuiciado y una estructura narrativa muy libre, la película taiwanesa gira alrededor de un muchacho que tiene un accidente de moto sin mayores consecuencias, salvo el hecho de que las huellas de su mano terminan borradas por el pavimento, lo que le lleva a pensar que de allí en más su vida quedará librada al azar.
El film revelación de Tesalónica pasó inadvertido por el jurado oficial, pero no así para el jurado de la crítica internacional (Fipresci), que le dio su premio. Se trata de la sorprendente película rumana Marfa si Banii, que podría traducirse al lunfardo como “La merca y la guita”. Provenientede un país sin tradición cinematográfica, realizado con el más exiguo presupuesto, Marfa... es un ejemplo de cómo las buenas ideas importan más que el dinero. Un viaje desde un pueblo hasta Bucarest le sirve al director Crisi Puiu para reflejar no sólo el conflicto moral de su protagonista sino el estado de las cosas en su sociedad. La cámara rara vez sale de la furgoneta del personaje y los diálogos con sus amigos expresan banalidades de ruta, pero aún así el film de Puiu sugiere el peligro que acecha allí afuera. El nuevo cine argentino no participó de la competencia (La ciénaga integró la muestra oficial fuera de concurso), pero se ganó el apoyo de público y crítica, con una sección que incluyó 16 films de la nueva generación que está llamando la atención del circuito de festivales con una intensidad pocas veces vista.

 

 

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