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Cuando los periodistas se dan el pésame en Kabul

El Hotel Intercontinental de
Kabul, donde está la mayor parte del cuerpo de prensa extranjera en Afganistán, era ayer un centro de condolencias y de hipótesis por los cuatro periodistas muertos.

Los integrantes de la redacción del diario �El Mundo� de Madrid en un minuto de silencio ayer.

Por Guillermo Altares
Enviado especial a Kabul

El cuándo, el cómo y el qué ya tienen respuesta: ayer se confirmó que cuatro periodistas, entre ellos el español Julio Fuentes, veterano enviado especial del diario El Mundo, habían sido asesinados a tiros anteayer en la carretera que une Jalalabad y Kabul. Pero el porqué y el quién siguen en el aire. Aunque el gobierno provisional de Afganistán, presidido por Burhanuddin Rabbani, acusó a los talibanes del crimen, otras versiones apuntan a vulgares salteadores de caminos. En un país, uno de los más pobres del mundo, donde hasta los niños están armados hasta los dientes con fusiles de asalto AK-47 y en el que no existe el Estado, donde los frentes se han difuminado y hay miles de combatientes en los caminos huyendo o buscándose la vida, cualquiera puede ser el responsable del asesinato a sangre fría.
Una ambulancia de la Cruz Roja, con una fuerte escolta militar proporcionada por la Alianza del Norte, logró llegar ayer hasta los alrededores de la localidad de Puli-es-the-Kam, situada unos 90 kilómetros al este de Kabul, donde se produjo el asalto y trasladó los cadáveres hasta Jalalabad. En esta ciudad fueron identificados por el periodista de Televisión Española, Juan Antonio Guardiola. El español Julio Fuentes, el cameraman australiano Harry Burton y el fotógrafo afgano Azizullah Hardar, de la agencia británica Reuters, y la redactora italiana Maria Grazia Cutuli, del Corriere della Sera, habían dejado su vida en el camino, en un desfiladero cercano al río Kabul, donde los afganos en el siglo XIX se hartaron de hacer emboscadas a los británicos.
“Creo que muchas áreas de Afganistán no son seguras y, cuando ocurre este tipo de tragedia, siempre pienso en la importantísima labor que los periodistas desempeñan en las zonas de conflicto. Estamos donde nadie quiere estar para informar y ése es un trabajo muy importante para la sociedad”, aseguró la corresponsal estrella de la CNN, Cristianne Amanpour. “Aquí hay gente de todo el mundo, trabajando, buscando la información. Sé que sus familias sabían que estaban haciendo lo adecuado”, agregó la periodista estadounidense, visiblemente emocionada.
En el Hotel Intercontinental de Kabul, la mayoría de los periodistas, que se daban el pésame por los pasillos, hubiesen compartido las palabras de Amanpour. La muerte de estos cuatro informadores es la segunda tragedia de esta nueva guerra de Afganistán: la semana pasada dos periodistas franceses y un alemán murieron en el frente Dashti Khalá, cuando se avanzaban hacia Taloqan con las tropas de la Alianza del Norte.
Los periodistas asesinados iban en el coche segundo y tercero de un convoy de ocho vehículos que se dirigía, sin escolta militar, desde Jalalabad hacia la capital afgana. Decenas de periodistas habían hecho ese mismo camino desde hace cinco días y no habían tenido problemas. Todo el mundo consideraba que la ruta era segura y eso, en Afganistán, es un error. El gobernador de Jalalabad, Haji Qadir, había pedido a los periodistas que no recorrieran sin escoltar los 138 kilómetros que separan Kabul de esta ciudad.
Según testimonios de los conductores de los otros coches, que escucharon pero no vieron directamente los hechos, fueron detenidos por seis hombres armados, obligados a bajarse de los vehículos y tiroteados en la cabeza y en el estómago tras haber sido apedreados. Cuando la Cruz Roja llegó ayer hasta sus cadáveres, tenían los bolsillos abiertos y todo indica que habían sido robados.
El ministro de Defensa de la Alianza del Norte, el general Mohamed Fahim, ha organizado una batida en la zona con 200 soldados en busca de los culpables. Pero no será fácil encontrarlos: se trata de una región pashtún, que está en manos de jefes tribales, con los que el Ejecutivoprovisional de Afganistán quiere negociar un acuerdo sobre el futuro del país. En esta región hay miles de talibanes, muchos de ellos combatientes extranjeros chechenos, pakistaníes o árabes, que no pueden haberse evaporado. Pero hay cosas que no cuadran en ninguna de las dos hipótesis, ya sea el robo o el asesinato por odio hacia los occidentales.
Un equipo de periodistas franceses había sido desvalijado en el mismo camino la semana pasada, pero los asaltantes no dispararon un solo tiro: se limitaron a robar su dinero y parte de los equipos electrónicos, para luego esfumarse. En cuanto a los talibanes, hasta ahora por lo menos, los periodistas extranjeros que habían caído en sus manos habían sido liberados al cabo de unas semanas sin daños. Los informadores occidentales no habían sido considerados hasta el momento un objetivo militar; pero es muy posible que con el desmoronamiento del régimen radical las cosas hayan cambiado mucho.
Los talibanes afganos pueden cortarse la barba y cambiar el turbante negro por el típico gorro tayiko, el pakul, y disimularse entre la población. Pero los mercenarios extranjeros no tienen donde ir y los comandantes de la Alianza del Norte han reiterado muchas veces que no habrá amnistía para ellos. Un comandante talibán, Sami Urdu, que se entregó con sus hombres a la Alianza del Norte, acusó del asesinato a mercenarios árabes, cercanos a la organización Al-Qaeda, aunque esta versión no ha podido ser comprobada de forma independiente.
Naciones Unidas, que quiere establecer un puente aéreo humanitario entre Islamabad y el aeropuerto de Bagram, situado a unos 30 kilómetros de Kabul, permitirá que los periodistas utilicen esos vuelos para evitar la carretera en la que cuatro colegas dejaron su vida el lunes y cuyos cuerpos serán trasladados desde Jalalabad hasta Peshawar para ser repatriados. Nadie quiere que la guerra Afganistán se cobre más víctimas entre los informadores.

 

Para que la prensa no sea otra víctima

El premio otorgado por el CPJ a Horacio Verbitsky y a otros tres periodistas contribuyó al debate sobre los límites a la libertad de prensa en EE.UU. Editorial del “Washington Post”.

Con el atentado que destruyó las Torres Gemelas y la declarada “guerra contra el terrorismo” se despertó un antiguo debate en los Estados Unidos. ¿Hasta dónde debe la prensa restringir su alcance informativo en aras de un supuesto interés nacional? El otorgamiento del Premio Internacional a la Libertad de Prensa 2001, entregado anoche en Nueva York por el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) a cuatro profesionales que se destacaron mundialmente por sus acciones en defensa de la libertad de expresión –entre ellos el periodista de Página/12 Horacio Verbitsky–, resultó una buena oportunidad para que el influyente The Washington Post, dedicara una trascendente columna editorial al tema. “La lucha por la democracia y la lucha contra el terrorismo no son incompatibles, se refuerzan mutuamente”, concluye el Post.
Fred Hiatt, el autor de la columna, destaca que confiada en la solidez de instituciones como la prensa libre o la Constitución, los norteamericanos están a veces dispuestos a tolerar medidas extraordinarias para combatir el terrorismo, como el pedido de la Casa Blanca a que no se le otorgue espacio en los medios a las proclamas de Bin Laden. Pero enseguida aclara que la experiencia de los periodistas premiados puede iluminar otros aspectos riesgosos de esas restricciones. “Cada una de esas medidas resuena atronadoramente en países cuyas democracias son más frágiles y la libertad de prensa se considera solo una de las opciones posibles –afirma Verbitsky en la nota del Post–. Los que defienden a las dictaduras entonces dicen: ‘Ven, en Estados Unidos también defienden los métodos dictatoriales’.” Otro de los premiados, Geoff Nyarota, editor del único diario no controlado por el hombre fuerte de Zimbabwe, Robert Mugabe, agrega: “Esas medidas fortalecen la posición de Mugabe y debilitan la nuestra.”
La visión de los premiados no termina en el efecto que las restricciones a las libertades públicas puedan tener en sus países, sino también en los propios Estados Unidos, continúa Hiatt. “Entendemos que se trata de tradiciones históricas diferentes –dice Verbitsky–, pero cuando escuchamos que Estados Unidos está tentado de bajar sus estándares en estas cuestiones, nos preocupa lo que pueda pasar en este país y en el resto del mundo.”
“Al-Qaeda no encontró protección y apoyo en Afganistán porque sus terroristas extranjeros eran populares entre los afganos, sino porque el represivo régimen talibán negoció esa protección a cambio de apoyo militar para su impopular dictadura”, asegura el Post, que remarca que ése es justamente el camino habitual. “Cualquier terrorista de alcance mundial puede esconderse por un tiempo en estados democráticos. Pero no pueden crecer y desarrollar sus ataques sin algún apoyo gubernamental, y los gobiernos que dan semejante ayuda invariablemente son dictaduras como Afganistán, Siria o Irak”, concluye.

 

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