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LOS SEGUIDORES DE BIN LADEN IMPIDEN LA RENDICION EN KUNDUZ
Ahora la lucha es árabes vs. afganos

Kunduz, densamente bombardeada, es la segunda ciudad talibana que resiste, luego de Kandahar. Pero en Kunduz, como cuenta esta crónica desde los alrededores de la zona, son los árabes los que mandan.

Batalla: La batalla por Kunduz ya no es una lucha entre fuerzas leales a la Alianza del Norte los que juran fidelidad a los talibanes, sino entre árabes y afganos.

Un guardia talibán en un
puesto cerca de Kandahar.

Por Luke Harding
Desde Gular Gir

Caminando en un monte azotado por el viento, el general Haider Khan señaló a la ancha colina que estaba frente a él. “Los talibanes están justo detrás de allí –dijo–. Simplemente estamos esperando las órdenes para atacar. Si ellos no se rinden, nosotros los vamos a matar”, agregó Haider alegremente. Le pregunto qué pasaría si cualquiera de los árabes elige la opción de rendirse. Los ojos del general brillaron. Se llevó su mano hasta el cuello y sonrió. “Nosotros queremos a nuestro país libre de terrorismo”, señaló.
Durante más de una semana, las tropas del general Haider bloquearon la ruta que lleva hacia el sur desde Kunduz, donde se cree que está atrapado lo que queda de la columna norte talibana. Los pocos talibanes aún varados en Kunduz están desesperados por irse. Durante el fin de semana, 300 talibanes trataron de escapar y fueron acribillados por combatientes árabes que desaprobaron los intentos talibanes de desertar. El comandante talibán en Kunduz, el mollah Faizal, logró desalojar a 600 de sus soldados afganos el lunes por la noche a través de las líneas de la oposición. Pero él se mantiene allí. La batalla por Kunduz ya no es una lucha entre fuerzas leales al ex comandante de la oposición Ahmed Shah Massud y aquellos que le juran fidelidad a los talibanes, sino entre árabes y afganos. Sentado en el mismo camión pick-up Toyota que el general Haider se encuentra Amir Gul, usando un turbante. Hasta la semana pasada era el comandante local talibán. Pero al darse cuenta de que estaba del lado perdedor, el comandante Gul prudentemente se pasó a la Alianza del Norte, junto con 3.000 de sus soldados, muchos de los cuales están ahora sentados en heladas trincheras de la oposición.
“Yo era un talibán hasta la semana pasada”, explicó Naquib Aullah, uno de los combatientes de Gul, relajándose en el respaldo de su jeep en Gular Gir, una colección de casas de barro que son ahora los cuarteles generales del general Haider. “Me fui al otro lado con mi comandante. No quiero matar afganos, pero estoy contento de luchar contra árabes, chechenos y paquistaníes”, dijo. Naquib admitió que es de Kandahar, la plaza fuerte talibana en el sur. A medida que se forman nuevas alianzas, el término talibán está perdiendo sentido rápidamente. Los soldados que no quieren ser más talibanes, simplemente se vuelven afganos. Liberarse de los árabes se convirtió en un esfuerzo panafgano, con tajikos afeitados vestidos con uniformes verdes de fajina luchando junto a desertores talibanes con tupidas barbas negras.
Mientras el general Haider, de dos metros de alto y con aspecto de oso ladraba órdenes ayer a su walkie-talkie, una procesión de automóviles y trajinados ómnibus alemanes atestados de refugiados de Kunduz pasó de largo, con las mujeres con burkas blancas y azules invariablemente sentadas atrás mientras los hombres se amontonaban en el techo. Una familia entera estaba sentada en el baúl abierto de un antiguo taxi amarillo. Más allá en el valle, un pasajero de taxi estaba tratando de dispararle a unos patos en el río con su Kalashnikov. Cerca de ahí, dos pobladores bajaban por una escarpada y polvorienta ladera con sus camellos.
Atiq Ullah, un comerciante de 20 años que huyó de Kunduz ayer, dijo que los talibanes le habían dicho a la gente local que partiera. “Los talibanes locales están tratando de rendirse pero los árabes no los dejan”, dijo. Solo los muy pobres que no pudieron pagar el pasaje para salir de Kunduz quedaron atrás, añadió. El éxodo comenzó cuantdo los combatientes árabes se volcaron en Kunduz después de la caída de Mazar-i-Sharif hace 10 días y del colapso de los talibanes. Por lo menos 10.000 combatientes se estaban refugiando en la mezquita de la ciudad de Takharistán, cerca del bazar, dijeron los refugiados. Incluían a los árabes, los chechenos, los pakistaníes y los uzbekos islamistas radicales.Los extranjeros también se habían hospedado alrededor del principal hotel de Kunduz, Spinzar, y en tres escuelas distintas. “Los árabes han acordado en tomar las casas locales cuando comience la lucha callejera”, añadió Atiq.
Pero cuando comenzará el ataque de la oposición a Kunduz no resulta claro. El general Haider dijo ayer que la decisión estaba en manos del general Fahim, el comandante supremo de la Alianza del Norte. La niebla helada y ventosa que envolvió a la línea del frente de la oposición ayer, obligando a las tropas a envolverse en frazadas, hizo que los condiciones fueran lejos de ideales. “Somos afganos. No pensamos en el frío. Estamos dispuestos a pelear en cualquier situación”, declaró el general Haider.
No es, por supuesto, que todos estén en una posición para pelear. La decrépita prisión hecha de barro en Pul-i-Khumri está llena de voluntarios talibanes y pakistaníes de clase baja. Fueron arrestados cuando la ciudad, a unos 100 kilómetros al sur de Kunduz, cayó en manos de la oposición la semana pasada.
Aquellos que escaparon hacia el norte están ahora en Kunduz. “Vinimos para la Jihad”, dijo Rashid Iqbal, un prisionero pakistaní. “Decidimos luchar porque la gente de Estados Unidos estaba tirando bombas sobre nuestros compañeros musulmanes”. Iqbal dijo que cruzó a Afganistán hace 10 días, junto con otros reclutas talibanes de Malakand, un distrito pashtún en una región autónoma de Pakistán. Le dijeron que se dirigiera al norte,y pronto fue capturado en el pueblo de Khinjan, al sur de Pul-i-Khumri. Iqbal dijo que no lamentaba la forma en que habían resultado las cosas. “Vinimos por Alá y volveremos por Alá” insistió. Un prisionero afgano, Qayoum, de la provincia del sur de Oruzgan, se quejó que los talibanes lo obligaron a luchar. “Yo no quería venir aquí”, dijo.
Cuando caía la tarde, más soldados de la oposición con lanzamisiles se dirigieron en jeeps hacia la línea del frente, a través de un paisaje estilo Somme que casi podía pasar por el norte de Francia. El camino a Kunduz está rodeado a los costados por álamos y campos bajos y barrosos. Solo la presencia de los oxidados tanques soviéticos entre las plantas de algodón sugieren que esto es Afganistán. Más adelante, cuando el camino se llena de baches, hay ametralladoras antiaéreas montadas sobre camiones y un puñado de tanques. “Todavía estamos tratando de negociar”, dijo el general Haider. “Pero si eso no funciona, tenemos 6000 tropas”.

 


 

NO DEBEN DESESTABILIZAR OTROS PAISES, DICE RUMSFELD
La orden es o presos o muertos

Por Entic González*
Desde Washington

El Pentágono quiere evitar que el régimen talibán concluya en situaciones de caos que permitan la desbandada de dirigentes y milicianos hacia otros países. O bien esa es la forma en que dicen que los árabes encontrados en Afganistán no sobrevivirán. “Creemos que la mayoría de las fuerzas que se atrincheran en Kunduz son de procedencia extranjera; esos individuos deben acabar muertos o prisioneros, en ningún caso se les puede permitir que abandonen Afganistán para desestabilizar otros países”, afirmó el secretario de Defensa de EE.UU., Donald Rumsfeld.
Washington se enfrenta al problema de qué hacer con los derrotados. “Nosotros no tenemos la capacidad de aceptar prisioneros. Hay quien ha tratado de rendirse ante nuestros soldados –explicó Rumsfeld–, pero carecemos de la infraestructura necesaria. Nuestras unidades sobre el terreno son escasas, no tenemos cárceles... La Alianza del Norte debe asumir los problemas derivados de una rendición masiva, y nuestros oficiales de enlace insisten ante los generales de la Alianza en la necesidad de realizar esa tarea con orden y eficacia. Lo que no podemos aceptar –siguió– es que cierta cantidad de los vencidos, los que no son afganos, puedan huir con sus armas”.
El secretario de Defensa indicó que, de ser necesario, los soldados estadounidenses perseguirían más allá de las fronteras de Afganistán a talibanes destacados o miembros de Al Qaeda que lograran escapar. Refiriéndose a la porosa frontera con Pakistán y a las noticias de que cientos de combatientes estaban cruzándola para ponerse a salvo, Rumsfeld comentó que no descartaba lanzar a sus tropas en persecución de los fugados, “previa consulta con el gobierno del país en cuestión”.
La aviación estadounidense siguió ayer bombardeando Kandahar, donde el máximo dirigente de los talibanes, el molá Mohamed Omar, mantenía la resistencia con lo que quedaba de su ejército. “Kandahar, donde la situación es incierta, y Kunduz, donde se libran combates muy feroces, son los dos últimos bastiones del régimen talibán”, dijo Rumsfeld.
La tarea prioritaria de los soldados de operaciones especiales, como en los últimos días, consistía en localizar y eliminar a los dirigentes de Al Qaeda, con Osama bin Laden a la cabeza. “No sabemos cuántos jefes de Al Qaeda hemos abatido hasta ahora. Estamos volando túneles y cuevas y en algunos casos hemos percibido fuertes explosiones secundarias, lo que indica que había arsenales ocultos; lo que no podemos hacer, después de cada operación, es bajar a contar cadáveres”, comentó el secretario de Defensa. “El resultado lo averiguamos al cabo de unos días, cuando nuestros servicios de espionaje escuchan que tal jefe terrorista está malherido o que tal otro ha muerto”, añadió.

* De El País de Madrid, especial para Página/12.

 

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