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LOS NUEVOS DISCOS DE PAUL MCCARTNEY Y MICK JAGGER APARECEN EN SIMULTANEO
Las estrellas del rock de la tercera edad

Ambos están cerca de los 60. Son un ex Beatle y un Stone. Como en 1993, sus trabajos solistas, �Goddess in the doorway� y �Driving rain� aparecen juntos. Los dos trabajos son muy buenos.

Lugar: En estos trabajos ambos confirman su status de músicos únicos, capaces de resumir un instante de vida y hacerlo bello, enérgico, inspirador.

Por Esteban Pintos

El superclásico del rock resucitó: en la misma semana, Paul McCartney y Mick Jagger editaron sus nuevos discos solistas, reavivando el mito de la rivalidad Beatles vs. Rolling Stones nacido en los años 60. Lo mismo había sucedido en 1993, cuando aparecieron Wandering spirit y Off the ground. En verdad, los caminos de estos dos hombres a punto de cumplir 60 años (Paul tiene 59, Mick 58) parecen estar unidos más allá de una coincidencia temporal. Ambos ostentan una obra y el mito correspondiente, alimentados a canciones decisivas para la música del siglo XX –resultaría ocioso citar, cuanto menos, diez grandes escritas por cada uno porque sencillamente son muchísimas más– y, por tanto, cada paso que dan merece detener el mundo por un instante. Merecen ser escuchados. Por eso mismo, por la obra, por el mito y por los nombres pesados con los que cargan, tanto Driving rain (McCartney) como Goddess in the Doorway (Jagger) confirman su status de enormes artistas, músicos únicos, capaces de resumir en tres o cuatro minutos un instante de vida y hacerlo bello, enérgico, inspirador. Cada uno a su manera, claro.
La referencia cronológica bien puede disparar un razonamiento alrededor de cómo el rock enfrenta su vejez, a partir de estos discos, incorporando a la tercera parte de la santísima trinidad de la cultura-rock de todos los tiempos. Este año Bob Dylan cumplió los 60 que ya sienten cerca Jagger y McCartney, y editó un disco soberbio, Love & Theft, pleno de grandes canciones y un sonido sucio y desprolijo que explota al máximo su inimitable registro vocal. Quedó dicho en estas páginas: puede ser considerado el primer disco de rock de la tercera edad de la historia. Estos dos aparecidos en la semana, podrían ser el segundo y el tercero. Cada uno lidia con el tema como quiere y puede. El de McCartney presenta una novedad que será celebrada instantáneamente por sus millones de fanáticos y degustadores en todo el mundo: Paul toca el bajo, todo el disco, acompañado por una banda de semidesconocidos, en grabaciones analógicas luego digitalizadas, a lo largo de 15 grandes canciones –con las infaltables tontas de amor, claro– grabadas casi todas en directo en un estudio, durante una semana de sesiones. No más. Es su Hofner de toda la vida lo que puede oírse primero en el disco, en la notable primera canción, “Lonely road”. El dato revela el sentido final de la grabación: se trata de un disco urgente, vital e inspirado, superclásico McCartney. De lo mejor que haya grabado en una discografía de 33 volúmenes post Beatles.
El disco de Jagger es todo lo contrario, salvo por un detalle: presenta una lista de estrellas invitadas (Bono, Pete Townshend, Lenny Kravitz, Wyclef Jean, Rob Thomas, Steve Perry), dos productores (el tecladista habitual de las últimas giras de los Stones, Matt Clifford, y el guitarrista adscripto a Aerosmith, Marti Frederiksen), suena grandilocuente en los rocks y las baladas, se interna en las aguas del hip hop y hasta coquetea con cierta impronta electrónica. El detalle es la voz, que es casi lo mismo que tocar el bajo para McCartney: el cantante de los Stones se muestra en excelente forma, explotando al máximo un estilo único de interpretación (¿quién puede no reconocerlo al instante?) y así lo hace saber al mundo.
Driving rain es el primer disco de canciones propias de McCartney desde 1997 (Flaming Pie), aunque parece impregnado del espíritu que animó Run devil run, el compact de versiones sobre clásicos de los años cincuenta que apareció en el ‘99. Las canciones fluyen y son inocultablemente paulescas. Esa habilidad única para convertir una simple melodía en un pequeño himno hogareño, ideal para escuchar una mañana de sol, surge nítida y así se plasma en canciones sencillas, de cuidada elaboración y rápida resolución, con los arreglos vocales justos y poco y nada deagregados sonoros que superen el formato tradicional bajo-batería-pianoguitarra-voz. La bella “From a lover to a friend”, dedicada a su esposa fallecida Linda Eastman, es todo un símbolo. Sin embargo, no se trata de un disco chato, poco variable ni nada por el estilo. La siguiente canción, por ejemplo, “She’s given up talking” nace de esa sencillez y deriva en una pieza única de pop-rock psicodélico rematada con el sonido de un órgano Hammond que trabaja sobre la voz como si se tratara de un verdadero scratchin’. Podría ser una balada de los Super Furry Animals, el grupo galés que tuvo a McCartney como invitado estrella en su último disco. Algo de esa retroalimentación entre el mito viviente beatle y unos locos de moda en el Reino Unido aquí y ahora, emerge nítida. Y está bien. El aire vivo del disco parece propio de alguien que, repuesto del dolor de la pérdida, ha vuelto a encontrar el amor (no solo en “Heather”, dedicada a su novia militante social Heather Mills). Además, como no había sucedido en muchos de los últimos discos, el típico gusto indio regresa en “Riding into Jaipur” y en el final queda lugar y ganas para una cabalgata instrumental de más de diez minutos, “Rinse The Raindrops”. Como agregado, la edición argentina del disco incluye “Freedom”, el single lanzado por el artista a beneficio de los familiares de las víctimas por los atentados del 11 de septiembre. Parafraseando el título del disco en vivo que registró aquella gira que lo trajo por primera y –hasta ahora– única vez a Buenos Aires: Paul está vivo.
Jagger también, claro. Sólo que elige la grandilocuencia y la sobreproducción para demostrarlo. Vale recordar que éste es el cuarto disco solista de Jagger en más de 35 años de carrera (el anterior, Wandering spirit, apareció en 1993). Hasta ahora, el hombre-Stone pareció detenido bajo la sombra de la banda que lidera: sus intentos solistas aparecieron en épocas de vacaciones o de crisis interna, casi como un ejercicio recreativo de ego. Nunca dio en la tecla, por cierto. She’s the Boss, Primitive cool y el mencionado Wandering... apenas registran buenos momentos de composición e interpretación y nunca llegaron a asomar la cabeza por sobre la marea rollingstone. Este no parece ser el mismo caso. Debe ser entendido, tal vez, como el verdadero primer disco solista de Jagger, aquel en el que pone todo de sí para ser digno del nombre que ostenta. Lo hace a su manera, por supuesto –en busca de la fórmula de la eterna juventud, parece siempre–, pero esta vez tiene canciones con qué intentarlo. “Joy”, la canción que comparte vocalmente con Bono es una buena muestra de un rock adulto no estereotipado y sincero. El mismo single adelanto que sonó en las radios en el último mes, “God gave me everything” (Dios me dio todo, vaya definición) posee el toque para ser un golpe al mentón tal vez porque Lenny Kravitz, un especialista, metió la mano.
Lo mismo sucede con las curiosas interpretaciones disco de “Lucky day” y el aire electrónico de “Gun”. Cualquiera de ellas bien podría ser un caballito de batalla stone para la próxima enésima gira mundial (el año que viene, festejando los cuarenta años de vida grupal). “Everybody getting high”, sin ser una maravilla, también tiene eso que hace que se admita el término “excitante” en una canción, con el valor agregado de una letra autorreferencial graciosa: la estrella de rock que se lleva a la modelo (cualquier referencia a la historia con Jerry Hall, ex modelo y de quién se separó en términos poco amistosos, ¿es pura coincidencia?). Sin embargo, la clave del disco está en “Too far gone”, una gran balada en la que Jagger declara “siempre odié la nostalgia, vivir en el pasado” y luego repasa su existencia actual (su infancia, la infancia de sus hijos, todo lo que cambió en su vida) de superestrella mirando el tiempo pasar.
Es curioso pensar en la coincidencia temporal entre estos lanzamientos, sobre todo porque en tiempos de duelo mano a mano Beatles-Stones, eran justamente Jagger y McCartney quienes se consultaban y acordaban lasfechas de lanzamientos de sus respectivos singles, aunque... siempre algo más flotaba entre ellos. En la notable biografía sobre McCartney, Long time ago (aquí editada como “Hace mucho tiempo”), de Barry Miles, la ex esposa de Jagger, Marianne Faithfull brinda un testimonio revelador y pícaro. “Mick siempre tenía que ir a lo de Paul, porque él era Paul McCartney y uno iba a verlo a él. Paul nunca venía a nosotros. Siempre sentí mucha curiosidad con respecto a cómo lo veía Mick, coómo sentía Mick respecto de él. Siempre era algo divertido de observar. Siempre había una rivalidad allí. Era como mirar un partido por televisión”. Treinta y cinco años después de aquellos partidos, la televisión sigue ofreciendo nuevas ediciones del superclásico.

 

Hermano, vas a llorar

Paul McCartney y Ringo Starr visitaron a su compañero de Los Beatles George Harrison, quien se encuentra gravemente enfermo en la clínica universitaria Staten Island, en Nueva York. A McCartney, de 59 años, le impresionó tanto el estado de Harrison, que padece un tumor cerebral, que rompió a llorar, según publicó ayer un diario londinense, que citó como fuente a Jorie Gracen, un fotógrafo amigo de Los Beatles. Harrison, de 58 años, perdió mucho peso y tiene un aspecto enfermizo y débil, afirmó el diario. Los tres miembros vivos de Los Beatles pasaron varias horas juntos durante la visita, que fue secreta. A comienzos de mes, McCartney dijo en una entrevista: “George es como un hermano para mí”.

 

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