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LIA SALGADO, CONDUCTORA DE UN TALK SHOW QUE RESISTIO TODO
“La verdad suele tener muchas caras”

Sobrevivió a la decadencia del género, e hizo de su estilo crispado una marca de la tarde televisiva. Salgado dice estar �más madura para escuchar�, asegura que tiene �ambición por la verdad� y defiende la veracidad de sus casos.

Tabú: �Hay dos temas muy difíciles: aborto y abuso infantil. Me conmueven pero son inabordables, por cómo reaccionan las instituciones�.

Lía Salgado terminó convirtiéndose
en un clásico del talk show.

Por Julián Gorodischer

“Tienen exactamente un minuto”, ordena Lía Salgado a Beatriz y Patricia, las “especialistas”, y después dice lo suyo. Cierra cada programa con una enseñanza para la buena vida, y esta vez toca el turno a las víctimas de vividores: “Cuando no nos valoramos, somos presa fácil...”, dice, y el aplauso suena fuerte.
En la tribuna, las chicas (en general, mujeres rellenitas de más de 50) comentan sobre lo lindo que le queda el cinturón de tachas gruesas, y los varones asienten con precaución. ¿Quién se atrevería a una disidencia? Seguro que nadie que recuerde cuando echó de un empujón a un hombre golpeador, o cuando cargó con violencia contra un marido infiel. Todo parece indicar que ninguno querría sacar de quicio a Lía Salgado. “Vino al programa un hombre que le pegaba patadas en la cabeza a su mujer, y decía que se lo merecía. Me violentó a mí misma. No sé si es lo más adecuado sacarlo del brazo del estudio, pero es lo que me sucede internamente. Engañarme me costaría el alma”, dice la animadora poco después, en la entrevista con Página/12. Pasaron seis meses de postergaciones para el reportaje, y aún mantiene sus dudas. “¿Este encuentro es de destrucción?”, pregunta sonriente.
Pero antes, en la grabación de “Hablemos con Lía”, alterna la mirada perdida cuando escucha las historias de “Hombres que viven de mujeres casadas”, con el reto (“no un reto, una señalización”, aclara sin embargo) frente a la infracción de Alejandro, el vivillo en cuestión. Salgado pasa por todos los matices: furia (una marca de estilo) para despedazar al vividor, y asepsia en la locución para la promoción de una pomada antihemorroidal.
Lo suyo, queda claro, son oscilaciones, como cuando quiso ser actriz “atacada de vanidad” y se declaró igual a Julia Roberts, y luego lo trocó por la “causa solidaria”. “Estoy tratando de realizar un corte transversal en la sociedad, en el que todos nos igualemos en el discurso. La trama social está rota en la Argentina, y yo hago esfuerzos para reconstruirla”, explica la animadora.
–¿Por qué su programa sobrevivió a la decadencia del género talk show?
–Tengo un concepto ideológico sobre los talk shows. Aunque las ideologías estén muertas, yo creo que hay algunas que hay que defender. Cuando la gente revela su problema, habla de las cosas y empieza a superarlas, eso ayuda. Cuando hay una idea en la pantalla, sobrevive.
–¿Cómo se le ocurrió introducir en la TV argentina la confrontación directa?
–Yo me preguntaba: ¿pero qué pasa... en este país todo el mundo es bueno, estamos rodeados de víctimas? Yo no soy buena todo el tiempo, yo también hago mal. Quiero escuchar un poco más de la verdad: la verdad suele tener muchas caras.
–A veces da la sensación de que sus emociones la desbordan, cuando increpa, reta, levanta la voz, agarra al hombre del brazo...
–Yo no manejo mis emociones. Trato de escuchar. Cuando empecé, hace diez años, me decía: escuchá, escuchá... Sólo de ese modo se puede estar atento y sacar conclusiones. Estoy muy concentrada en lo que dice cada uno, en los actos fallidos, en las muletilas del hombre golpeador. Dicen: “...pero vos no tenés marcas”. Si dijo eso, voy derecho a esa persona y lo confronto. Quiero la verdad. Soy muy ambiciosa.
–Como espectáculo, su programa tiene una carga dramática que envidiaría cualquier ficción.
–No me detuve en verlo como espectáculo. Entiendo que la carga dramática es la que tiene la vida: es la historia de la gente. Yo me retiro y escucho, intervengo si el diálogo no está claro. El protagonismo no pasa por uno, sino por la historia. Hay colegas que están demasiado acostumbrados a ser protagonistas. En la medida que voy madurando con el programa, replanteo esa actitud. –Sus retos al entrevistado ya son un clásico.
–Yo estoy cumpliendo un servicio. Que sirva de advertencia para el que está viendo del otro lado. Que se entienda que los otros no son los únicos que tienen la culpa. Pero no es un reto; yo preferiría hablar de señalización.
–¿Cómo es el proceso de producción del programa?
–Primero hay que salir a buscar los casos, de acuerdo a la temática, por el Gran Buenos Aires. Hay que chequear que sean reales (pero no quiero dar detalles de esa cocina porque después se copian...). Escuchamos veinte historias para cada programa, y queda una: la más clara, la que se sepa contar mejor.
–Muchas veces se cuestionó la veracidad de esas historias.
–Uno es medio naif. Hay gente a la que se le cree lo que dice, pero por ahí salta la liebre. Me pasó de ser engañada por gente de la producción. Estuve enferma de cáncer, y me mintieron. Esa gente no trabaja más conmigo. Ahora sé que no se puede sólo creer, hay que asegurarse mediante la investigación periodística.
–Usted, además, fue pionera en admitir el pago a los entrevistados.
–A los entrevistados hay que pagarles el día de trabajo.
–¿Su programa tiene temas tabú?
–Hay dos temas muy difíciles: aborto y abuso infantil. Son inabordables, por cómo reaccionan las instituciones frente a ellos. Me conmueve el maltrato, el abuso a los hijos.
–En un momento quiso ser actriz de comedia. ¿Qué la motivó?
–Fue un ataque de vanidad, y me di cuenta de que no era lo mío. Pasó lo mismo cuando quise ser vedette en “Sábado Bus”. Es un esfuerzo terrible. Se puede hacer una intervención, darse un permiso para jugar, no más que eso. Yo soy de las que piensan que hay que estudiar en la vida.
–¿Hasta qué punto le importa su aspecto?
–Me importa como mujer, y después como mujer de TV. Me gusta que me dé satisfacción verme en el espejo. Pero no creo que en este tipo de programa la tele imponga modelos estéticos muy estrictos. Apenas los necesarios para sostener esta conducción. El cuerpo es mi herramienta de trabajo.

 


 

ROBERTO, EL TERCER HERMANO
Adiós a un Abalos

El folklorista Roberto Abalos, integrante de los legendarios Hermanos Abalos, murió ayer como consecuencia de una insuficiencia renal, en un sanatorio porteño. Roberto, que tenía 82 años, era el tercero por “orden de cigüeña”, como solían contar los hermanos sobre el escenario. Machaco, otro de los integrantes del quinteto murió el 7 de abril del año pasado. Machaco (Napoleón), Roberto, Vitillo (Víctor) Adolfo y Machingo (Marcelo), formaron el grupo en 1939 y tuvieron casi 60 años de trayectoria artística ininterrumpida, con actuaciones en lugares tan diferentes entre sí como Japón, Estados Unidos, Canadá, España o Francia.
Así como Adolfo se distinguía porque tocaba –de modo excepcional– el piano, Roberto era el encargado del bombo, o bombisto para el léxico santiagueño. Además, fuera del escenario, era el encargado de planificar las giras y actividades del grupo. Músicos de alma, los Abalos son autores de más de 200 piezas, desde zambas a chacareras, pasando por vidalas, cuecas, carnavalitos y bailecitos. Entre otros temas, los Abalos firmaron “Nostalgias santiagueñas”, “Agitando pañuelos”, “El gatito de Tchaicovsky”, “Casas más, casas menos”, “Zamba de mi pago”, “Chacarera del rancho”, “Chacay Manta”, “Todos los domingos” y “Luna vidalera”. Los restos de Roberto fueron velados ayer en una casa mortuoria de Palermo, hasta donde llegó el presidente de la nación, Fernando de la Rúa, que tiene una relación de muy antigua data con la familia, tras lo cual fueron inhumados en un cementerio privado de la zona de Pilar.

 

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