Por Julián
Gorodischer
Tienen exactamente un
minuto, ordena Lía Salgado a Beatriz y Patricia, las especialistas,
y después dice lo suyo. Cierra cada programa con una enseñanza
para la buena vida, y esta vez toca el turno a las víctimas de
vividores: Cuando no nos valoramos, somos presa fácil...,
dice, y el aplauso suena fuerte.
En la tribuna, las chicas (en general, mujeres rellenitas de más
de 50) comentan sobre lo lindo que le queda el cinturón de tachas
gruesas, y los varones asienten con precaución. ¿Quién
se atrevería a una disidencia? Seguro que nadie que recuerde cuando
echó de un empujón a un hombre golpeador, o cuando cargó
con violencia contra un marido infiel. Todo parece indicar que ninguno
querría sacar de quicio a Lía Salgado. Vino al programa
un hombre que le pegaba patadas en la cabeza a su mujer, y decía
que se lo merecía. Me violentó a mí misma. No sé
si es lo más adecuado sacarlo del brazo del estudio, pero es lo
que me sucede internamente. Engañarme me costaría el alma,
dice la animadora poco después, en la entrevista con Página/12.
Pasaron seis meses de postergaciones para el reportaje, y aún mantiene
sus dudas. ¿Este encuentro es de destrucción?,
pregunta sonriente.
Pero antes, en la grabación de Hablemos con Lía,
alterna la mirada perdida cuando escucha las historias de Hombres
que viven de mujeres casadas, con el reto (no un reto, una
señalización, aclara sin embargo) frente a la infracción
de Alejandro, el vivillo en cuestión. Salgado pasa por todos los
matices: furia (una marca de estilo) para despedazar al vividor, y asepsia
en la locución para la promoción de una pomada antihemorroidal.
Lo suyo, queda claro, son oscilaciones, como cuando quiso ser actriz atacada
de vanidad y se declaró igual a Julia Roberts, y luego lo
trocó por la causa solidaria. Estoy tratando
de realizar un corte transversal en la sociedad, en el que todos nos igualemos
en el discurso. La trama social está rota en la Argentina, y yo
hago esfuerzos para reconstruirla, explica la animadora.
¿Por qué su programa sobrevivió a la decadencia
del género talk show?
Tengo un concepto ideológico sobre los talk shows. Aunque
las ideologías estén muertas, yo creo que hay algunas que
hay que defender. Cuando la gente revela su problema, habla de las cosas
y empieza a superarlas, eso ayuda. Cuando hay una idea en la pantalla,
sobrevive.
¿Cómo se le ocurrió introducir en la TV argentina
la confrontación directa?
Yo me preguntaba: ¿pero qué pasa... en este país
todo el mundo es bueno, estamos rodeados de víctimas? Yo no soy
buena todo el tiempo, yo también hago mal. Quiero escuchar un poco
más de la verdad: la verdad suele tener muchas caras.
A veces da la sensación de que sus emociones la desbordan,
cuando increpa, reta, levanta la voz, agarra al hombre del brazo...
Yo no manejo mis emociones. Trato de escuchar. Cuando empecé,
hace diez años, me decía: escuchá, escuchá...
Sólo de ese modo se puede estar atento y sacar conclusiones. Estoy
muy concentrada en lo que dice cada uno, en los actos fallidos, en las
muletilas del hombre golpeador. Dicen: ...pero vos no tenés
marcas. Si dijo eso, voy derecho a esa persona y lo confronto. Quiero
la verdad. Soy muy ambiciosa.
Como espectáculo, su programa tiene una carga dramática
que envidiaría cualquier ficción.
No me detuve en verlo como espectáculo. Entiendo que la carga
dramática es la que tiene la vida: es la historia de la gente.
Yo me retiro y escucho, intervengo si el diálogo no está
claro. El protagonismo no pasa por uno, sino por la historia. Hay colegas
que están demasiado acostumbrados a ser protagonistas. En la medida
que voy madurando con el programa, replanteo esa actitud. Sus retos
al entrevistado ya son un clásico.
Yo estoy cumpliendo un servicio. Que sirva de advertencia para el
que está viendo del otro lado. Que se entienda que los otros no
son los únicos que tienen la culpa. Pero no es un reto; yo preferiría
hablar de señalización.
¿Cómo es el proceso de producción del programa?
Primero hay que salir a buscar los casos, de acuerdo a la temática,
por el Gran Buenos Aires. Hay que chequear que sean reales (pero no quiero
dar detalles de esa cocina porque después se copian...). Escuchamos
veinte historias para cada programa, y queda una: la más clara,
la que se sepa contar mejor.
Muchas veces se cuestionó la veracidad de esas historias.
Uno es medio naif. Hay gente a la que se le cree lo que dice, pero
por ahí salta la liebre. Me pasó de ser engañada
por gente de la producción. Estuve enferma de cáncer, y
me mintieron. Esa gente no trabaja más conmigo. Ahora sé
que no se puede sólo creer, hay que asegurarse mediante la investigación
periodística.
Usted, además, fue pionera en admitir el pago a los entrevistados.
A los entrevistados hay que pagarles el día de trabajo.
¿Su programa tiene temas tabú?
Hay dos temas muy difíciles: aborto y abuso infantil. Son
inabordables, por cómo reaccionan las instituciones frente a ellos.
Me conmueve el maltrato, el abuso a los hijos.
En un momento quiso ser actriz de comedia. ¿Qué la
motivó?
Fue un ataque de vanidad, y me di cuenta de que no era lo mío.
Pasó lo mismo cuando quise ser vedette en Sábado Bus.
Es un esfuerzo terrible. Se puede hacer una intervención, darse
un permiso para jugar, no más que eso. Yo soy de las que piensan
que hay que estudiar en la vida.
¿Hasta qué punto le importa su aspecto?
Me importa como mujer, y después como mujer de TV. Me gusta
que me dé satisfacción verme en el espejo. Pero no creo
que en este tipo de programa la tele imponga modelos estéticos
muy estrictos. Apenas los necesarios para sostener esta conducción.
El cuerpo es mi herramienta de trabajo.
ROBERTO,
EL TERCER HERMANO
Adiós a un Abalos
El folklorista Roberto Abalos,
integrante de los legendarios Hermanos Abalos, murió ayer como
consecuencia de una insuficiencia renal, en un sanatorio porteño.
Roberto, que tenía 82 años, era el tercero por orden
de cigüeña, como solían contar los hermanos sobre
el escenario. Machaco, otro de los integrantes del quinteto murió
el 7 de abril del año pasado. Machaco (Napoleón), Roberto,
Vitillo (Víctor) Adolfo y Machingo (Marcelo), formaron el grupo
en 1939 y tuvieron casi 60 años de trayectoria artística
ininterrumpida, con actuaciones en lugares tan diferentes entre sí
como Japón, Estados Unidos, Canadá, España o Francia.
Así como Adolfo se distinguía porque tocaba de modo
excepcional el piano, Roberto era el encargado del bombo, o bombisto
para el léxico santiagueño. Además, fuera del escenario,
era el encargado de planificar las giras y actividades del grupo. Músicos
de alma, los Abalos son autores de más de 200 piezas, desde zambas
a chacareras, pasando por vidalas, cuecas, carnavalitos y bailecitos.
Entre otros temas, los Abalos firmaron Nostalgias santiagueñas,
Agitando pañuelos, El gatito de Tchaicovsky,
Casas más, casas menos, Zamba de mi pago,
Chacarera del rancho, Chacay Manta, Todos
los domingos y Luna vidalera. Los restos de Roberto
fueron velados ayer en una casa mortuoria de Palermo, hasta donde llegó
el presidente de la nación, Fernando de la Rúa, que tiene
una relación de muy antigua data con la familia, tras lo cual fueron
inhumados en un cementerio privado de la zona de Pilar.
|