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Jesucristo y los paraguas
Por Sandra Russo

En épocas interesantes como ésta (maldita maldición china: “Ojalá vivas en una época interesante”), la lógica que uno aprendió de chico ya no funciona. Es como si la lluvia comenzara de pronto a caer de abajo para arriba: en ese caso, ¿para qué usar un paraguas?; ¿cómo usarlo?
Los estudiantes se preguntan: ¿para qué seguir estudiando? Los profesores se preguntan: ¿para qué seguir enseñando? Los desocupados se preguntan: ¿para qué seguir buscando empleo? Los censados se preguntan: ¿para qué me censan? Los votantes se preguntan: ¿para qué votamos? Entre tanta duda y tanta pregunta y repregunta acerca del valor de las propias acciones y las acciones ajenas, va surgiendo, en el amasijo de almas desdentadas y desorientadas que somos los argentinos, una tabla rasa allí donde antes había una escala de valores.
Algunos de los cambios que se están produciendo en la vida cotidiana enuncian una nueva mirada sobre la realidad y sus protagonistas, nuevos mitos, nuevas actitudes respetables y nuevas actitudes despreciables. Estamos a una década luz de aquella era en la que alguna gente dejaba fotografiar sus boisseries de caoba o sus perros afganos para las revistas del Tío Rico menemista, y la muchachada daba vuelta las páginas satinadas sudando, si no admiración, envidia. Hoy no se lleva ni el déme dos ni el déme uno pero el mejor: se llevan segundas marcas. La gente que antes se jactaba de haberse comprado la ropa en el Patio Bullrich hoy se jacta ante sus amistades de haber aprovechado la liquidación de C&A. Las señoras que hace tres o cuatro años compraban por catálogo lencería de Victoria’s Secret hoy elogian a los gritos las bondades de la masa para pascualina de Coto.
Una encuesta realizada por Gallup por pedido de la Universidad Católica Argentina da cuenta esta semana de que, así como florece el riesgo país, entre los argentinos florece también la religiosidad. El 83 por ciento de la población encuestada se manifiesta religiosa, y entre las cosas más importantes de la vida vuelven a ubicarse, nítidos, la familia y los hijos. Entre los personajes religiosos ranqueados se destaca, por supuesto, Jesucristo, de quien la gente, en un 84 por ciento, elogia “su ejemplo de pobreza y humildad”.
Es que pobres y humildes parecen emerger los nuevos héroes. La publicidad, siempre atenta a los cambios subcutáneos de la población, da cuenta también de este viraje de lo ancho a lo angosto, de lo recto a lo curvo, de lo dorado a lo opaco. En las tandas televisivas, las estrellas de fútbol se asoman a un balcón gritando “vamos vamos, Argentina”: los destinatarios del aliento son los mozos, los porteros, los albañiles que bajan y suben de los trenes cada madrugada. En otro spot, la mujer que ha sido víctima de un hurto en un tren, y que seguramente viene de trabajar por horas, es asistida con una colecta realizada por otros pobres como ella que juntan las monedas porque “todavía somos gente”.
Hay épocas en las que llueve siempre de arriba para abajo, y en ellas los hombres y las mujeres, si no quieren mojarse, usan paraguas. En otras, puede pasar cualquier cosa.

 

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