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Cavallo abrió la puerta para la
privatización de la recaudación

Con el Inarss, que gestionará el sistema de información y recaudación para la seguridad social, se habilita la entrega de esa actividad al sector privado.

Armando Caro Figueroa, titular de la AFIP, participará del Inarss, ente que a la vez vaciará de funciones a la AFIP.

Por Claudio Scaletta

El Gobierno dio el primer paso para privatizar una de las pocas áreas estatales que aún pueden representar negocios seguros para el sector privado: la recaudación de impuestos. El mecanismo comenzará a funcionar el próximo 1º de enero. Se trata de la puesta en marcha del Instituto Nacional de los Recursos de la Seguridad Social (Inarss), un ente público “no estatal”, que funcionará bajo la órbita del Ministerio de Economía.
El Inarss tendrá la función de gestionar el Sistema de Información y Recaudación para la Seguridad Social (Sirss), entre cuyas funciones estarán parte de las fiscalizaciones, pagos y cobro de cargas sociales que hasta ahora correspondían a la AFIP. Como en todo proceso de privatización, el principal argumento para comenzar a vaciar el organismo recaudador fue su ineficiencia. Es decir, los altos niveles de evasión y, en el ámbito de la seguridad social, de trabajo en negro. En esta lógica, la explicación gubernamental sostiene que la recaudación puede mejorarse si son los interesados directos en cobrar aportes quienes participen en la gestión de su cobro. Por eso, del consejo directivo del nuevo instituto participarán dos representantes del Estado –el administrador federal de Ingresos Públicos y el director ejecutivo de la Anses–, dos consejeros de las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones, uno de las obras sociales sindicales, uno de las obras sociales del personal de dirección y uno de las Aseguradoras de Riesgo de Trabajo.
El decreto que instituyó el nuevo organismo (1394/2001) también estableció cuáles serán los mecanismos para que trabajadores y empresas realicen sus aportes. Como se conoció días atrás, las empresas deberán depositar el salario bruto del trabajador en una cuenta bancaria a nombre del empleado y será el banco quien haga efectivo, mediante un débito, el 11 por ciento del aporte del trabajador. La manera en que operará la transferencia del banco a los organismos de seguridad social también será facultad del Sirss. En tanto, por el 16 por ciento que corresponde al empleador, el Sirss emitirá una factura que tendrá carácter de título ejecutivo. El “diseño y administración” del cobro de esta carga será también una prerrogativa del nuevo ente, quien la distribuirá a los organismos correspondientes. Al sistema también le competerá la liquidación y acreditación de las asignaciones familiares en las cuentas bancarias de los trabajadores.
Pero este virtual vaciamiento de las funciones de la AFIP se perfecciona con un paso más, pues el decreto 1394 deja abierta la puerta para la privatización completa de la gestión de fiscalización y recaudación previsional. Su artículo 22 es explícito. Señala que “las facultades legalmente asignadas a la AFIP (...) en materia de aplicación, recaudación y fiscalización de los recursos de la seguridad social” serán competencia del Inarss, “quien a partir de su constitución, podrá ejercerla por sí o por mandatarios contratados al efecto”.
Esto significa que mandatarios designados por un organismo “no estatal”, con participación mayoritaria (4 consejeros sobre 7) de AFJP, obras sociales empresarias y ART, tendrán la capacidad de delegar la tarea de cobrar y distribuir los aportes correspondientes a la seguridad social.
Una idea de la magnitud del negocio en juego la brindó a este diario Edgardo Waissbein, presidente de la Comisión de Seguridad Social de la Asociación de Abogados de Buenos Aires. La AFIP cobra el 0,7 por ciento de los fondos que transfiere a las gerenciadoras privadas de los fondos previsionales: alrededor de 4000 millones anuales. Así, es probable que entre las primeras resoluciones que tomará el nuevo organismo se cuente la inmediata transferencia de este tramo del negocio. Baste recordar que los principales propietarios de las AFJP son los bancos que a su vez, recibirán los aportes de los trabajadores.
La novedosa manera de comenzar a delegar potenciales nichos de negocios emergentes de las funciones que aún conserva el Estado puede así convertirse en globo de ensayo para una completa privatización de larecaudación tributaria. El sueño de los hermanos Alemann sería así realidad.

 


 

UN FALLO QUE COSTARA MAS DE 1000 MILLONES
Oneroso y negro, como el petróleo

Por Julio Nudler

Ayer quedó escrito otro capítulo en la negra historia de los Programas de Propiedad Participada (PPP), inventados en 1989, a poco de asumido Carlos Menem, para que los sindicatos, a cambio del negocio de administrarlos, no obstaculizaran la masiva privatización de empresas estatales, que comenzó por Aerolíneas Argentinas. Los Programas consistían en entregar a los empleados una porción –en algunos casos del 10 por ciento– del capital de la empresa a vender, pagándose las acciones con los dividendos que éstas generaran. Es lo que María Julia Alsogaray denominó “capitalismo social de mercado”, procurando convertir a los proletarios en propietarios. Aunque en el caso de la ex YPF el PPP jamás se instrumentó, ayer la Corte Suprema falló a favor de los empleados despedidos (más de 20 mil) que demandaron al Estado en reclamo de su parte en el nonato Programa de la petrolera. Esta sentencia le genera al fisco una obligación que superará fácilmente los mil millones de pesos y coincide básicamente con el criterio de una ley recientemente sancionada por el Parlamento y que el Ejecutivo aún no promulgó. Lo concreto es que tanto el Poder Legislativo como el Judicial no han tenido reparos en añadir mil millones a la deuda pública, que darán lugar seguramente a una nueva emisión de bonos y a disparar el déficit fiscal, por encima de los números que maneja Hacienda.
El nudo del litigio reside en la fecha que debía tomarse como válida para establecer quiénes eran los trabajadores de YPF con derecho a recibir acciones. El Gobierno consideró beneficiarios a los que quedaban en la compañía en julio de 1993, cuando los papeles salieron a oferta pública. Cuatro años más tarde, Roque Fernández, entonces ministro de Economía, los vendió en Wall Street, con el consentimiento de los empleados, y repartió parte de la plata entre unos 4500, cada uno de los cuales se llevó entre 40 y 80 mil pesos. Sin embargo, la legión de empleados despedidos (e indemnizados) antes de ese momento, durante la tremenda restructuración que había ejecutado el Estado antes de la venta, entendieron que el PPP debía incluir a todos los que estaban en la compañía cuando ésta, por obra de un decreto, quedó convertida en sociedad anónima y sujeta a privatización. Ello ocurrió el primer día de 1991.
En 1997 se calculó cuánto de los 19 pesos que valía cada acción en 1993 habrían teóricamente amortizado los trabajadores con los dividendos generados en los cuatro años corridos desde julio de 1993, de modo que se les descontó del producido de la venta la porción no amortizada. Ahora ese temperamento es inaplicable y, por añadidura, las acciones del PPP no existen más, y el dinero por el que se enajenaron tampoco. Por tanto, salvo unos pocos papeles con que se quedó Economía en previsión de algún juicio, no queda activo alguno con el que afrontar este enorme pasivo.
De hecho, nunca nadie pudo explicar por qué una porción del capital de empresas cuyo dueño era el conjunto de la sociedad se entregaba a sus circunstanciales empleados. Si un argumento podía ser el de asociarlos al éxito de la compañía como incentivo, esa imaginaria justificación quedó negada con la sistemática disolución de los Programas y el simple reparto del dinero obtenido.

 

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